9 de noviembre de 2024

La maldita logística

 

Las guerras se ganan o se pierden en función de la capacidad logística que se disponga. Los rusos hace tres años llegaron a Kiev en un día y sus columnas blindadas echaron el freno antes de entrar, viéndose obligadas a retroceder cuando parece que su capacidad militar era muy superior a la de los ucranianos. Se habían dado cuenta de que sus apoyos de mantenimiento y abastecimiento no eran los adecuados y tomaron la inevitable decisión de frenar sus  impulsos iniciales.

En el lamentable, triste y caótico episodio de la Dana, lo primero que falló fue la gestión de la logística. Tengo la sensación de que los servicios de protección civil disponen de medios, pero no de unos detallados planes de apoyo logístico. Cuando oigo decir que por qué la UME no envió más efectivos desde el primer momento, me doy cuenta de que quien se expresa así no tiene idea de lo que significa mover hombres y mujeres sobre un terreno totalmente destruido, sin más medios a su alcance que los que pudieran llevar al hombro en sus mochilas. ¿Dónde iban a pernoctar? ¿Qué iban a comer? ¿Cuál sería la responsabilidad de cada una de las unidades en la ingente tarea que tenían por delante?

Se habla, se habla y se habla sin tener en cuenta el contexto real. Los primeros auxilios tenían que haber surgido de los propios municipios, como conocedores de la realidad de la catástrofe, apoyados por una ciudadanía bien dirigida y aleccionada. Pero ese primer escalón falló por falta de preparación y de protocolos.

Como segundo escalón estaba la administración de la comunidad, que tardó mucho en reaccionar, supongo que por ineptitud de algunos de sus responsables y seguramente por no tener previstos planes de contingencia debidamente coordinados con los municipios afectados. Debería haber puesto en marcha un despliegue de primeros auxilios y otro de orden público, para evitar la patética escena de los ciudadanos barriendo el barro sin saber dónde ponerlo y para impedir los previsibles saqueos que podían producirse. Pero tampoco tenía planes establecidos y ensayados.

El tercero escalón es el Estado, con toda su capacidad de protección civil. Lo que sucede es que cuando fallan el primer y segundo escalón, el tercero tarda en movilizarse, eso sin tener en cuenta en este caso los remilgos del gobierno autonómico a la hora de pedir ayuda al central, un auténtico sinsentido. Que la petición de ayuda dependa del color político de unos y otros constituye un auténtico esperpento, cuando están en juego las vidas de los ciudadanos. Porque si no te dicen cuál es la situación exacta y por tanto qué hay que hacer y dónde, es imposible ayudar.

Supongo que los responsables a los tres niveles habrán sacado sus propias conclusiones, aunque mucho me temo que se pueda estar gastando pólvora en salvas de disculpas, en detrimento de la eficacia. Lo mínimo que debemos exigir ahora es que se definan inmediatamente unos planes de emergencia viables e indiscutibles. No creo que sea el momento de las acusaciones y sí el de prever el futuro. Aunque parece imposible evitar que la indignación ciudadana exija responsabilidades, como está ocurriendo en las calles de Valencia mientras escribo estas líneas.

5 de noviembre de 2024

El desconcierto nacional

 

No soy ni mucho menos un experto en gestión de catástrofes medioambientales. No lo soy, pero tengo el sentido común suficiente como para darme cuenta de que lo que sucedió en los primeros momentos con la gestión de las ayudas a la población afectada por el paso de la mortífera y destructiva DANA por Valencia fue un auténtico esperpento, imágenes nada dignas de un país como España que presume de pertenecer al primer mundo. Voluntarios escoba casera al hombro, deambulando por las calles embarradas, mirando a las cámaras con desconcierto, unos en una dirección y los otros en la contraria. De vez en cuando algún grupo de ciudadanos voluntariosos moviendo el barro de un lado a otro, pero no sacándolo de allí para dejar las vías transitables. Los coches amontonados en las calles, ni una excavadora, ni una grúa, ni una pala mecánica, ni una bomba de achique, ni un miembro de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, ni un militar, nada de nada, sólo buena voluntad de los afectados y ninguna dirección institucional.

Habrá que preguntarse qué sucedió para que las ayudas empezaran a llegar tan tarde. Posiblemente una de las causas fuera el mal funcionamiento de los protocolos de coordinación entre las distintas administraciones, o porque están mal definidos o porque la incompetencia de los políticos los paralizó o por las dos cosas a la vez En las situaciones complicadas, y ésta lo fue y mucho, lo primero que se precisa es tener muy claro quién tiene el mando, porque si no los voluntarios no sabrán qué tienen que hacer, y no sólo correrán el riesgo de ser inútiles, sino que además estorbarán.

Desde que se creó la UME aplaudí la idea. Pero la colaboración de la UME hay que cuantificarla y solicitarla. Son las autonomías, como primeras responsables de hacer frente a las catástrofes, las que deben medir los recursos necesarios y poner la cifra en conocimiento del gobierno central, lo que en ningún caso disculpa la pasividad de éste. Pero se actuó con una lentitud inexplicable, no se sabe si por remilgos a la hora de pedir ayuda o por desconocimiento de la situación o porque el Estado en su conjunto se quedó paralizado. Pero sea por H o por B, resultó un espectáculo muy difícil de entender por la ciudadanía.

Declaraciones como las de Feijóo el otro día, pidiendo en plena tragedia responsabilidades al gobierno de Sánchez, son inaceptables, impropias de un líder que pretende gobernar. La cara de su compañero de partido, el presidente de la Comunidad de Valencia, era el vivo reflejo del desconcierto. Debía de estar dándose cuenta de que las palabras de su jefe eran totalmente inapropiadas para el momento tan complicado que se estaba viviendo. Se notaba además que Manzón estaba aturdido, porque la envergadura de la situación lo sobrepasaba. 

Después ha venido un carrusel de declaraciones exculpatorias inadmisibles, contradicciones entre lo que se dijo y lo que se dice, mentiras sobre la responsabilidad de las alarmas, acusaciones a la UME de no actuar con prontitud, tirar chinas al de enfrente en vez de establecer entre todos juntos un plan viable para paliar en la medida de lo posible la catastrófica situación de una población sumida en la indignación, cuya máxima expresión se alcanzó con la violencia ejercida contra las autoridades, que aunque manejada por extremistas de la ultraderecha, mostraba con claridad el caldo de cultivo que se había formado.

Los colectivos humanos sin dirección, y en este caso no la había, no sólo son incapaces de resolver los asuntos de gestión complicada, sino que además su desorientación aumenta la ineficacia del esfuerzo. Y eso fue exactamente lo que sucedió en Valencia al principio, muchos voluntarios aficionados con ganas de ayudar, pero sin saber qué hacer, y ninguna cabeza rectora dando instrucciones claras.

Ahora el jefe de la oposición le solicita al gobierno central que tome las riendas de la situación, petición que deja en muy mal lugar a su compañero de filas, el presidente de la comunidad. Se le ha contestado que no, que en un estado de corte federal hay que cogobernar, cada uno en su nivel de responsabilidad. Lo demás es marear la perdiz y no entender el mandato constitucional.

Espero que de este desconcierto nacional se saquen conclusiones. Habrá que pedir responsabilidades a los ineptos, pero sobre todo será preciso poner en marcha un auténtico plan de emergencias que no deje hilos sueltos y que defina con claridad quien está al mando. Porque sin cadenas de mando bien estructuradas nada funciona.