El viajero es otra cosa. Quizá la primera diferencia sea el
amor al riesgo, a la improvisación, sin que le preocupen demasiado los
inconvenientes que puedan surgir, porque las dificultades forman parte del atractivo. Esa pizca
de aventura, de amor a las improvisaciones, es propia de viajeros. Los
turistas, yo entre ellos, pretenden que todo esté previsto, no quieren llevarse
sorpresas y huyen de los inconvenientes. Todo tiene que salir como estaba
previsto, porque si no vaya chasco.
Tengo un amigo, viajero y no turista, que disfruta incluso
con las trabas que en ocasiones encuentra para obtener un visado en la oficina diplomática de turno. Excuso decir que si el hotel no es el que esperaba, ¡qué le vamos a hacer! Si le cancelan un traslado en autobús cuyo
trayecto a través de la India estaba calculado en seis horas y le ofrecen otro alternativo que le obliga a estar
sentado sin moverse de su asiento durante diez horas, mejor, porque así tiene la ocasión de ver más cosas y con más detenimiento.
En cuanto a las visitas a los templos o a los monumentos, nada de ir en grupo
tras la sombrilla de una guía, porque por tu cuenta, sin colas y sin premuras se disfruta más.
Países visita todos los que puede, pero si le das a escoger entre la civilizada Suecia y la enigmática Birmania, siempre se inclinará por ésta. La primera ofrece pocas dificultades y en la segunda te puedes encontrar de repente, en mitad de un bulevar urbano, una manada de monos en actitud poco tranquilizadora. Los viajes de una semana que suelen ofrecer los turoperadores le parecen excursiones a la Casa de Campo. Procura no bajar de treinta días y, si puede, los alarga. Pero es que, además, repite los destinos, porque siempre le quedan cosas por ver. Un día le pregunté si le gustaba la literatura de viajes y me miró de arriba abajo con una mirada irónica que no dejaba lugar a dudas sobre su opinión. No insistí, claro. Le he oído decir, qué pena porque, como la vida es tan corta, no me va dar tiempo de ver todo aquello que quisiera. Mi amigo, ya lo he dicho, no es un turista, es un viajero.
Lo malo de viajar o de ser turista es que llega un momento
que no se puede con la maleta a cuestas. A mí me está llegando, lo noto día a día.
Intentaré alargarlo todo lo que pueda, pero en mi coche y con trayectos cortos. Eso sí, siempre me quedará el consuelo de decir
que me quiten lo “bailao”.
Luis, lo que te pasa es que eres un viajero elegante como los del “Grand Tour” del XIX que viajas con grandes equipajes y por eso “no se puede con la maleta a cuestas.”
ResponderEliminarSeguro que con una maletita de cabina (la mía es de 36x50x20) podrías recorrer el mundo.
¡Ah y con ruedas! Que hasta Louis Vuitton las hace así ahora y Sheraton hay en casi todas las partes.
Gracias.
Angel
Angel
Ángel, los viajeros sois implacables y en cuanto nos descuidamos os cebáis con los pobres turistas. Qué más hubiera querido yo que viajar como lo hacía lord Byron. Conozco sólo un Sheraton, el de Cracovia, y mis maletas son las conocidas Samsonite.
EliminarTen por seguro que si aligerar el peso del equipaje resolviera mis problemas, seguiría viajando (haciendo turismo) de la ceca a la meca. Pero no es sólo eso.
También hay quietistas, no sólo místicos sino del viaje, que creen que los viajes y el turismo pueden ser "progresistas" en cuanto hacen progresar sitios o regiones, pero que en tanto tienden a universalizarse son insostenibles.
ResponderEliminarConfieso que he tenido que acudir a las enciclopedias para recordar qué es el quietismo. Una vez refrescada mi memoria, no encuentro relación entre la intención de mi artículo, puramente especulativo, con "el anonadamiento de la voluntad para unirse con Dios". Quizá te refieras a la masificación del turismo. Si es así, totalmente de acuerdo contigo. Pero ese sería un tema que merecería un artículo aparte.
EliminarYo siempre me consideré más viajero que turista. Digo que me consideré porque hoy día me he vuelto ni lo uno ni lo otro, pues cada vez me da más pereza viajar, dado que los viajes resultan muy caros y dado que, con los años, me he vuelto más turista, es decir, más necesitado de programación, y como en esta programación entra el capítulo de gastos e ingresos, opto por la prudencia, la discreción, el ahorro y todas esas virtudes producto de nuestra experiencia y de nuestra ya, si no elevada, prudente edad.
ResponderEliminarAntes de seguir, y para no alargarme en estos entretenidos recuerdos que a mí personalmente me divierten, voy a contar una anédota que servirá para iliustrar mi vocación “viajera versus turista”, y que espero que no se os haga muy demasiado larga (procuraré ser breve y no contar una “batallita” más de las mías)
Había salido yo con Elena de Cádiz un Jueves Santo con destino Galicia, aprovechando el gran puente de la Semana Santa. Como en otras ocasiones, íbamos con la idea de no hacer todo el trayecto en un día, porque son muchos kilómetros, y aunque nos repartimos la conducción a medias, mil y pico de kilómetros eran muchos kilómetros para nosotros y para nuestro coche, así que teníamos pensado pararnos a dormir en cualquier sitio que quedara más o menos a mitad de camino entre Cádiz y Pontevedra, como pueden serlo Cáceres, Salamanca, Zamora o cualquier otro pueblo intermedio.
En esta ocasión habíamos elegido para trasnochar la ciudad de Coria, en la provincia de Cáceres, donde habíamos escuchado o leído que había una Catedral interesante de visitar y donde, además, había una interesante Semana Santa con procesiones incluidas para ver y disfrutar. Así que decidimos trasnochar allí y visitar esta ilustre ciudad; pero ¡ay! que resulta que no iba a poder ser! Que en el primer hotel que paramos a preguntar estaba todo ocupado, y en el segundo y en el tercero también, y, como éramos por aquel entonces muy “viajeros”, empezamos a preguntar por toda la ciudad si había pensiones o casas de acogida para peregrinos deseosos de admirar el jueves santo coriano; pero no debíamos de tener nosotros mucha pìnta de piadosos, porque nadie nos abrió sus puertas ni nos invitó a pasar una velada en sus casas, por lo que, debido a que era ya hora vespertina tardía, decidimos partir de Coria y seguir rumbo hacia el norte frustrados en gran parte y ya anhelosos por hacer un alto en el camino y encontrar un hotel donde poder reposar manos, pies, trasero, corazón y espíritu. A los pocos kilómetros encontramos otro hotel. He de reseñar en primer lugar que me estoy refiriendo a un tiempo algo ya lejano en que no existían todavia estos modernos teléfonos móviles con los cuales puedes ver todos los hoteles de los alrededores por donde vas pasando y reservar cómodamente cualquiera de ellos en un santiamén; sino que los móviles, si es que los teníamos (no lo recuerdo) no tenían ninguna de estas magnificas opciones que tienen los de hoy día, así que en el segundo hotel en que paramos, también estaba todo ocupado y… estaba anocheciendo, con lo que mi ansiedad (que despierta fácilmente en momentos así) se iba acelerando. Coge Elena el coche, le digo que siga adelante mientras yo me voy fijando en moteles, hoteles y pensiones de la carretera, y en cada uno de ellos me paro, me bajo y pregunto y nada, todo ocupado.
(continúa)
(Viene de comentario anterior)
ResponderEliminarYa pensábamos que dormiríamos aquella noche en el coche, con lo incómodo que es y lo que refresca en estas tierras por la noche en marzo o abril, y sin una manta ¡lo ibamos a pasar mal! Pero seguimos y en otro hotel, también ocupado, le digo al recepcionista: por favor, un listado de hoteles próximos. Me los da con suma gentileza y celeridad y empiezo a llamar a uno y otro y por, fin a la quinata o sexta intentona, encuentro uno que me reserva una habitación que tenía libre, ya casi llegado a Salamanca. ¡Eureka! No abracé al recepcionsita porque soy algo tímido para estos menesteres, pero le di efusivamente las gracias. Todo contento le digo a Elena que por fin he encopntrado un hotel y seguimos adelante y por fin pudimos reposar huesos, musculos y carnes en una habitación con cuarto de baño, cama caliente y mullida y todas esas confortabilidades que nos procuran los hoteles.
Ya pensábamos que dormiríamos aquella noche en el coche, con lo incómodo que es y lo que refresca en estas tierras por la noche en marzo o abril, y sin una manta ¡lo ibamos a pasar mal! Pero seguimos y en otro hotel, también ocupado, le digo al recepcionista: por favor, un listado de hoteles próximos. Me los da con suma gentileza y celeridad y empiezo a llamar a uno y otro y por, fin a la quinata o sexta intentona, encuentro uno que me reserva una habitación que tenía libre, ya casi llegado a Salamanca. ¡Eureka! No abracé al recepcionsita porque soy algo tímido para estos menesteres, pero le di efusivamente las gracias. Todo contento le digo a Elena que por fin he encopntrado un hotel y seguimos adelante y por fin pudimos reposar huesos, musculos y carnes en una habitación con cuarto de baño, cama caliente y mullida y todas esas confortabilidades que nos procuran los hoteles.
Desde entonces debo reconocer que mi tránsuto de viajero a turista ha sufrido un cambio radical y que hoy por hoy me declaro más turista que viajero, aunque no puedo evitar, de vez en cuando, alguna que otra recaída en el “viajerismo”, y como Elena es parecida a mi, pues, lo que dice el refrán: que Dios los cría y llos se juntan.
Amén y Fin (y perdón por la batallita)
Querido Fernando, sólo una breve consideración: ni a los viajeros ni a los turistas se le ocurre viajar en Jueves Santo sin haber reservado alojamiento. Mi amigo el viajero, va mucho a la India, pero procura que no sea en época de monzones.
ResponderEliminar