8 de septiembre de 2025

El universo no tiene límites

 

En mis elucubraciones, me pregunto con frecuencia cuándo y cómo se originó el universo. La conocida teoría del Big Bang (la gran explosión) a mí no me convence, no porque niegue su existencia, ocurrida según los científicos hace casi 14.000 millones de años, sino porque mi razón me dicta que si hubo una explosión es porque algo había antes. No puede explotar lo que no existe.

Algunos resuelven la incógnita del origen del universo acudiendo a la figura del creador. Pero la pregunta que viene a continuación es quién creó al creador. Como no soy creyente, quiero decir que no acudo a interpretaciones que no admita mi capacidad de razonar, me he dado a mí mismo una respuesta, la de que el universo siempre ha existido, nadie lo creó. No sólo eso, sino que además nunca desaparecerá. El universo no tuvo principio ni tendrá final. 

Pero es que, además, creo que sus dimensiones también son infinitas. No entra en mi lógica que tenga límites, que exista una frontera a partir de la cual ya no hay universo, sólo hay nada o, mejor dicho, la nada. El universo no puede ser como esas bolas de nieve que en su día estuvieron tan de moda. Sus límites, por tanto, son inaccesibles.

Lo que sucede es que nuestra mente está poco evolucionada y no es capaz de asimilar el concepto de infinitud, porque está moldeada por experiencias basadas en la finitud. Todo tiene un principio y todo tiene un final. Sin embargo, el infinito sí está presente en las matemáticas y en la filosofía, porque sin ese concepto cualquiera de estas dos ramas del conocimiento se quedaría coja.

Decía al principio que se trata de una elucubración, y decía bien, puesto que no es más que una teoría sin bases sólidas. Pero a mí me vale para darme una contestación a la pregunta de dónde venimos o, por los menos, para que la inquietud sobre el origen del universo no me distraiga de otros menesteres más al alcance de mis entendederas. Los creyentes de cualquiera de las incontables religiones que existen y han existido en el mundo han elaborado el concepto del dios creador del universo. ¿Por qué no puedo yo elaborar mi propia teoría y aceptarla como principio?  Si hubiera que darle un  nombre podría valer el de teoría de la no creación o, más académico, de la infinitud del universo.

Es cierto que a partir de aquí surgen muchas preguntas, casi todas contestadas ya por la ciencia. Una de ellas es el origen del hombre. Darwin, con su extraordinaria teoría de la evolución dejó muy claras las cosas, aunque, como reacción a las interpretaciones que contradigan la existencia del creador, haya resurgido las teorías creacionistas, sin más justificación que la fe. Una vez más, ciencia contra fantasía.

Pero, volviendo al tema que hoy me ocupa, el universo, según mi hipótesis, ni es finito en extensión ni lo es en tiempo. No tiene límites, ha existido siempre y nunca desaparecerá. 

Ahora bien, que nadie me pida que lo demuestre.

4 de septiembre de 2025

El imperio se hunde

 

Con la palabra imperio me refiero hoy aquí al conjunto formado por los EE. UU. de América y sus aliados occidentales. Por analogía con otras etapas de la Historia, a mí siempre me ha parecido que designar con este apelativo al grupo de naciones en el que los europeos nos consideramos inscritos no se aleja demasiado de nuestra realidad geopolítica. Existe una potencia dominadora -antes Roma, ahora USA- y un emperador -antes los césares romanos, ahora los presidentes americanos-. Ni pretendo utilizar el término en sentido peyorativo ni mucho menos sentar cátedra con mi atrevimiento. Sólo que nos entendamos.

Dicho lo anterior, tengo la sensación de que nuestro imperio se está hundiendo, como le sucedió al romano. En este último caso fue debido a la debilidad de Roma, que propició la invasión de los bárbaros del norte; en el nuestro, porque la deriva populista, antidemocrática e incoherente del inquilino de la Casa Blanca nos está convirtiendo en el hazmerreír de Rusia y China.

Cuando Trump ganó las elecciones por segunda vez, confesé en este blog que confiaba en que la inercia democrática de las instituciones americanas frenara las veleidades del nuevo presidente. En mi cabeza no entraba que, por muy ajeno que estuviera de la realidad política, los jueces le permitieran comportamientos anticonstitucionales. No es que yo fuera entonces un ingenuo, sino que mi experiencia me dictaba la imposibilidad de que un inquilino de la Casa Blanca pudiera cometer desatinos de la envergadura de los que estamos viendo día tras día. En realidad, creía en aquello de que perro ladrador poco mordedor.

El espectáculo de Alaska, con alfombra roja, sonrisas de oreja a oreja y aplausos halagadores, una auténtica pantomima surrealista, se hubiera quedado sólo en esperpento si no fuera por lo que ha venido a continuación, el fracaso total de la diplomacia americana frente a la rusa. En poco menos de veinticuatro horas, Trump pasó de considerarse el triunfador de aquella jornada memorable a reconocer tácitamente que le habían tomado el pelo.

De todas las promesas sobre política exterior que hizo durante la campaña electoral no ha cumplido ninguna. Porque los sátrapas, Putin y Netanyahu, en vez de atemperar los ánimos y abandonar sus políticas expansionistas, han recrudecido los ataques asesinos a Ucrania y a Gaza respectivamente. Se han reído y se siguen riendo del emperador en su cara. Pero, lo que es peor, al comprobar que Trump no tiene nada que ofrecerles, le han perdido por completo el respeto, porque han comprobado la debilidad de su imperio.

Así empezó Roma antes de su caída. Las legiones romanas eran  poderosas y capaces de defender las fronteras del imperio, pero la ineptitud de sus emperadores fue poco a poco animando a los pueblos germánicos, empujados por los hunos, a atacar, hasta que lograron acabar con el inmenso poder de aquel imperio.

Europa, que nos guste o no es parte de este imperio, debe incrementar su autonomía frente a Washington, porque de no hacerlo corre el riesgo de hundirse con la “metrópoli”. Algunos pasos se están dando, es cierto, pero se me antojan insuficientes. Después, cuando Washington sea consciente de nuestra capacidad de decidir lo que más nos interese, podremos seguir en alianza, porque la unión hace la fuerza, pero no tendremos que seguir a ciegas los dictámenes del emperador de turno. Los castizos dicen, juntos pero no revueltos.