Siempre he procurado mantener mi confianza en la actividad
política -lo que no significa en los políticos-, razonando que se trata de la
necesaria confrontación de opiniones para que las sociedades funciones. Sin
dirigentes es imposible coordinar esfuerzos, corregir defectos y establecer
prioridades. Si a lo anterior le añadimos que no todos creemos en las mismas
soluciones, la necesidad de defender por encima de todo un sistema democrático
está servida.
Pero cuando entro en ese mundo paralelo que señalaba arriba, cada vez que oigo descalificación tras descalificación, llamadas a la rebeldía tras
llamadas a la rebeldía, mentira tras mentira, mis convicciones se tambalean. Estamos viviendo
una época de actitudes canallas, de impaciencias bochornosas, de políticos
macarras, de falta de sentido de Estado, de desinformación. Todo vale con tal
de conseguir el poder. Parece como si el objetivo de la política no fuera el
bien común, sino desplazar al que detenta el poder para hacerse con él a costa
de lo que sea.
Cuando en una pelea callejera uno de los contrincantes saca
la navaja, el otro puede intentar convencerlo de que se puede llegar a un
acuerdo sin necesidad de transgredir las normas. Pero si el navajero no desiste
de sus intenciones malsanas, a su rival no le queda más remedio que defenderse de la agresión. Lo que sucede es que posiblemente los que
contemplen la escena llegarán a la conclusión de que la culpa es de los dos,
cuando en realidad ha habido un agresor y un agredido que se defiende.
Salvando las distancias, lo que está sucediendo ahora en
España se parece mucho a una pelea callejera. Cuando el otro día un portavoz de
la Junta de Castilla-León confesó que era cierto que recursos enviados por el gobierno central para apoyar la lucha contra los incendios no habían sido utilizados por decisión de las autoridades autonómicas, después de que su presidente denunciara la falta
de apoyo del Estado, estaba poniendo de manifiesto el juego sucio en que algunos apoyan su estrategia de confrontación. Por si fuera poca la desfachatez, Fernández Mañueco, en vez de dar algún tipo de
explicaciones sobre la manifiesta incoherencia, decidió respaldar explícitamente las decisiones de sus
colaboradores.
Otro portavoz popular, con el rostro bronceado tras sus vacaciones, cuando todavía no le había dado tiempo para tomar contacto con la realidad, acusa sin miramientos a la directora de Protección Civil nada más y nada menos que de pirómana, cuando los españoles la hemos estado viendo día tras día a través de los medios de comunicación coordinando las operaciones para extinguir los incendios forestales.
Pero insisto en lo que decía al principio: a pesar de
las navajas de algunos políticos, vivimos en una sociedad civilizada y pacífica que no se merece lo que está viendo y oyendo.
Están consiguiendo que España arda, en todos los sentidos, pero es posible que sea su único objetivo
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EliminarAl oírlos parece que arde. Pero cuando sales a la calle te das cuenta de que el fuego no ha llegado a la mayoría de los ciudadanos. Son dos mundos paralelos
EliminarEstamos frente al "y tu mas" de manera frénetica en ambos partidos que hacen a este pais ingobernable.
ResponderEliminarNi "politica de estado" ni madre que les parió !!!que verguenza!!!
Y uno de los mas agresivos e impresentables politicos españoles es el famoso "Oscar Puente", que de parlamentario tiene poco y cuya misión es ser vocero agresivo del PSOE, un digno alumno de Trump. En el PP también los hay, pero es la oposición y con eso tiene que lidiar el gobierno , si no, no había democracia.
Es claro que con estos politicos y sus politica (de ambos partidos), el parlamentarismo está a punto de desaparecer.
!!!!! Y TU MAS !!!!
Respeto tu opinión, aunque yo tenga un punto de vista distinto. El estar en la oposición no da derecho a "sacar la navaja". Y si la sacan ya saben a qué se arriesgan.
EliminarRespecto a Oscar Puente, yo no voy a dar nombres de sus oponentes voceros porque no me cabrían aquí.
En cualquier caso, insisto en que una cosa es el griterío político y otra muy distinta la realidad social en la que vivimos. Nada que ver.