
Cuando era alcalde de Madrid don Enrique Tierno Galván -hay
personajes a los que siempre antepondré un don a su nombre- cayó en mis manos
un libro que se titulaba "Consolidar Madrid", en realidad una publicación municipal de carácter divulgativo. Se trataba de una detallada
descripción de los planes urbanísticos en la capital de España, por entonces en marcha o al
menos en proyecto, de cuyo desarrollo posterior he ido siendo testigo a lo largo de más del medio siglo transcurrido desde entonces. En el preámbulo, el autor o los
autores anónimos describían la capital de España como un queso de gruyer, con
innumerables solares vacíos tras el derribo de lo que allí hubiera habido antes o a la espera de alguna maniobra especulativa.
Un viejo chiste dice que Madrid, cuando lo acaben, quedará muy bien. Pero las obras se han sucedido y se seguirán sucediendo siempre, porque las
ciudades vivas para no morir necesitan una constante renovación de sus viales y
de su caserío. Como soy un entusiasta urbanita, aficionado además al urbanismo,
a mí las obras y las mejoras me produce la satisfacción de comprobar día a
día la transformación del entorno en el que vivo, aunque en ocasiones los
retrasos de lo ya anunciado me exasperen y las calles levantadas me causen algún que otro incordio.
Mi barrio, situado en el madrileño distrito de Retiro,
cuando hace cincuenta y tantos años llegué a él era una mezcla de zona
residencial en expansión, tachonada con algunos restos de antiguas instalaciones de
carácter industrial. Éstas hacía años que habían empezado a desaparecer por traslado a zonas
periféricas de la ciudad y han ido siendo sustituidas poco a poco por modernos edificios de
viviendas u oficinas. He gozado por tanto del privilegio de ver desde las ventanas de mi casa
la transformación de un barrio que ahora en nada se parece al que fue, pero
cuyo desarrollo futuro ya se conocía entonces o al menos se intuía.
Mi vivienda esta situada en la
que quizá sea la manzana más grande de Madrid, entendiendo como tal un gran
patio central rodeado por edificios que se asoman a cuatro calles, en este caso
las avenidas del Mediterráneo, de doctor Esquerdo y de Cavanilles y la calle de
Sánchez Barcáiztegui. Su superficie total debe de estar comprendida entre los
doce mil y lo quince mil metros cuadrados.
Pues
bien, como restos de otros tiempos, el gran patio de manzana ha estado y sigue
estando de momento ocupado, por no decir invadido, por un gran almacén de poca altura y con cubierta de uralita, sostenida por
cerchas, con ese perfil en dientes de sierra tan característico de los
edificios industriales. Pero a esta vieja reliquia de un pasado industrial ya lejano también le ha llegado el momento, porque el ayuntamiento está procediendo a su demolición, para ser sustituido
por un polideportivo cerrado de cuyo proyecto no tengo apenas datos, sólo algunos
avances, como que no sobrepasará la altura del actual tinglado y que dispondrá de
una cubierta ecológica ajardinada.
Para mí esta actuación municipal, que mejora sustancialmente la estética del entorno que me rodea, culmina aquel proceso que
ya se había iniciado en los años setenta y que nunca creí que algún día vería terminado.
Mi barrio, al menos, ya no parece un queso de gruyer.
En esa manzana que mencionas he podido localizar El Casal de Pepa, El Café Sitio, Raices Café y Arte, Bodega Estebaranz, Capatosta Pizzería, Pollo y Carbón, Darchini Indian Cuisine, El Paraíso del Desierto, un bufete de abogados, óptica Vsión Lab, Panishop... y dominándolo todo ese almacén que no parece muy bonito visto desde arriba, como lo veo desde mi google map.
ResponderEliminarBuena investigación: de tal palo tal astilla.
EliminarEn cualquier caso, son todos los que están, pero no están todos los que son.
Las obras de demolición avanzan a buen ritmo.