29 de septiembre de 2025

Lo público se achica, la desigualdad se agranda

 

Hace unos días vi una película, “Brian y Maggie”, cuyo argumento giraba en torno a las entrevistas televisivas que un conocido periodista británico hizo en su día a la primera ministra conservadora, Margaret Thatcher, durante su estancia en el número 10 de Downing Street. A mí me entretuvo, porque me gusta el cine político, pero sobre todo me dio una visión muy clara de la realidad que subyace tras la etiqueta del neoliberalismo. La protagonista, a pesar de los ataques que sufría constantemente desde la izquierda y desde su propio partido por su constante desmantelamiento del “estado del bienestar”, defiende con ahínco su política de achicamiento de lo público frente a lo privado.

Cuando el periodista le pregunta si no cree que con sus medidas de reducción de las prestaciones sociales esté contribuyendo a aumentar la brecha entre ricos y pobres, no sólo no lo niega, sino que además razona que es el precio que hay que pagar para que la sociedad en su conjunto se enriquezca, al mismo tiempo que aprovecha para acusar a las políticas socialistas del partido de la oposición, el laborista, de empobrecedoras del país. Neoliberal de pura raza.

Aquí es donde está el meollo de la cuestión, la diferencia real entre ser conservador o progresista. La derecha siempre defenderá la reducción del estado del bienestar, aduciendo que lo que se consigue con las protecciones es adormecer a la sociedad, quitarle fuerza a la iniciativa privada para crear riqueza. La izquierda, por el contrario, partirá de la base de que la distribución de riqueza es injusta y que por tanto hay que favorecer a los más necesitados, porque es preciso mitigar en la medida de lo posible la falta de igualdad de oportunidades entre ricos y pobres. Las políticas fiscales de unos y otros estarán en consonancia con los principios anteriores, los conservadores prometerán reducciones de impuestos a las empresas y a los más ricos, y los progresistas defenderán que el que más tiene pague más. 

Todo lo demás, tanto los “adornos” progresistas (feminismo, derecho al aborto, defensa de la diversidad sexual), como las "consignas" conservadoras (orden, bandera, patria) no son características que de verdad diferencie a unos de otros. Feministas hay en los dos lados, el respeto a los símbolos no es patrimonio de unos sino de todos, el desorden no le gusta a nadie y en todas partes hay mayor o menor tolerancia hacia el colectivo LGTB. Sin embargo, son muchos los ciudadanos que se decantan por una u otra opción teniendo en cuenta estos aspectos secundarios, ignorando que lo que de verdad está en juego es el predominio de las políticas de achicamiento de lo público o el incremento de las medidas de protección social.

Alguno estará pensando que simplifico mucho y no se equivoca. Porque es verdad que hay que tener en cuenta que tanto en un lado como en otro existe toda una gama de posicionamientos, desde el comunismo puro y duro hasta la socialdemocracia moderada por un lado, y desde la radicalidad neoliberal "thatcheriana" hasta los moderados programas sociales de ciertas derechas europeas. Pero lo que es innegable es que en líneas generales hay dos modelos de sociedad y que ésta es la única realidad que deberíamos tener en cuenta los electores a la hora de decidir el voto. Todo lo demás es secundario, pura farfolla distractiva.

25 de septiembre de 2025

Mis novecientas ocurrencias o reflexiones

 

Quienes leen estas ocurrencias o reflexiones mías -las dos palabras me sirven porque de todo hay- saben que me gusta celebrar las centenas. Este artículo hace el número novecientos –no me atrevo a escribir el ordinal, noningentésimo- de los que hasta ahora he publicado en el blog. Cuando digo celebrar, en realidad a lo que me refiero es a que estos hitos me sirven para meditar en voz alta sobre lo que aquí hago o pretendo hacer. Alcanzar metas numéricas sólo tiene la importancia de la constancia, porque cuando escribí el primero, hace ya unos cuantos años, estaba convencido de que tiraría la toalla muy pronto. Pero no ha sido así y me alegro.

Lo he dicho en varias ocasiones, este blog es la válvula de escape de mis inquietudes. No me explico cómo me deshacía de ellas antes de empezar a escribir aquí, porque ahora, lo confieso, cada vez que termino un artículo y pulso el intro siento un gran alivio, como si me hubiera quitado un peso de encima. Por supuesto que en el momento de publicar me pregunto si gustará o no; pero teniendo en cuenta que se trata de opiniones y no de dogmas, tampoco me preocupa demasiado. No todos tenemos las mismas ideas ni nadie está obligado a leer las mías ni mucho menos a compartirlas.

Voy a explicar un poco, porque alguno me lo ha preguntado, la génesis de cada ocurrencia o reflexión. Suele empezar cuando oigo o leo o veo algo que llame mi atención por algún motivo. Acto seguido elijo un título y lo apunto en el que yo llamo mi cuaderno de bitácora. Como es fácil suponer, esta primera acción puede suceder a cualquier hora del día, porque para recibir impresiones del exterior no hay horarios.

En lo que sí mantengo una cierta disciplina es en  la tarea diaria de ponerme frente al ordenador y empezar a teclear. Suele ocuparme un par de horas al día, entre las seis y media y las ocho y media de la tarde. En esto soy bastante cumplidor, aunque naturalmente al no ser una obligación inexcusable cualquier otra actividad puede obligarme a desertar de mi autoimpuesta obligación.

En la primera sesión escribo de un tirón un artículo entero, aunque evidentemente a falta de corregir la forma y el fondo, sobre todo la primera. Digo esto, porque cuando me siento frente al ordenador ya he madurado el mensaje que quiero dar y rara vez me aparto de la idea original. La redacción es otra cosa, porque uno de mis muchos defectos es un inútil perfeccionismo y, como consecuencia, nunca estoy totalmente satisfecho con las palabras elegidas.

En la segunda sesión remato la idea. Pero por lo general no publico el artículo recién acabado hasta unos días después, porque durante los siguiente lo vuelvo a leer y releer hasta que mi criterio me dice que adelante. Mientras tanto el artículo con su foto permanece como borrador en el blog. Por cierto, la elección de la foto requeriría alguna explicación, pero me limitaré a decir que Internet me ayuda mucho a escoger lo que pretendo. Hay imágenes para todo, incluso para las ideas abstractas.

Confesado lo anterior, hoy sólo voy añadir que mi intención es continuar escribiendo aquí. Dada las circunstancias, no me planteo un nuevo objetivo numérico -el millar de artículos- porque las neuronas se van perdiendo día a día y puede que llegue un momento en el que ni siquiera me acuerde de como acceder a la nube para encontrar en ella “El huerto abandonado”. Eso sí, la contraseña la tengo apuntada en un cuaderno. Otra cosa será que se me olvide en cuál.

Suma y sigue.

21 de septiembre de 2025

No es torpeza, es ineptitud

 

Siempre me ha llamado la atención la falta de rigor político que  observo en el estilo de hacer oposición de Feijóo. Al principio, cuando después de llegar a Madrid rodeado de una aureola de moderación y centralidad empezó a soltar las primeras andanadas de brocha gorda, creí que se trataba de un error de principiante que iría corrigiendo a medida que entrara en el detalle de los grandes temas de interés nacional.

Es cierto que me extrañó tanta torpeza, pero en mi fuero interno le di un voto de confianza. Me resultaba difícil aceptar que estuviéramos ante otra Ayuso o ante otro Abascal. Pero a medida que fue pasando el tiempo y fui comprobando que era incapaz de hacer oposición política en el exacto sentido de la expresión, quiero decir de plantear alternativas a las propuestas del gobierno, empecé a pensar que se trataba limpia y llanamente de impericia, quizá motivada por el hecho de que no es lo mismo administrar una comunidad autónoma que un país de tanto peso y complejidad como es España.

Luego pasé por una fase de análisis detallado de sus mensajes y descubrí que los insultos y las descalificaciones hacia Sánchez, no sólo crecían en maledicencia, sino además en frecuencia. Del dimita usted pasó primero al apelativo de ocupa de La Moncloa, después a las acusaciones de corrupción de su entorno, más tarde a señalarlo como capo de una banda de mafiosos, para acabar inculpándolo de vivir de la prostitución. Quién sabe cuál será el próximo capítulo, porque visto lo visto quizá lo acuse de haber convertido los jardines que rodean su residencia en una plantación de marihuana. 

En mis últimas reflexiones he llegado a la conclusión de que no se trata de torpeza sino de absoluta y total incompetencia. Cuando a uno le toca hablar y no sabe de qué, el truco recurrente es cambiar de tema y desviar la conversación hacia otros derroteros más sencillos. Al señor Feijóo no le he oído jamás un juicio sobre asuntos económicos, sobre empleo, sobre crecimiento, sobre productividad o sobre diversificación de la actividad económica. La razón debe de ser que no tiene ni idea de estos asuntos y, claro, entrar en debates parlamentarios cuando se está en mantillas es muy peligroso. Resulta más fácil decir que la corrupción se ha instalado en casa del presidente del gobierno que entrar en materia política.

Pero es que tampoco tiene criterio sobre las difíciles relaciones internacionales. Se limita a leer cuatro consignas que le dictan sus colaboradores y a utilizarlas como señuelos distractivos. ¿Sabemos qué opina de la guerra de Ucrania? Del exterminio del pueblo palestino de Gaza sí dice algo de vez en cuando, evasivas para eludir que estamos asistiendo a uno de los mayores genocidios que han conocido las generaciones actuales.

Mucho me temo, por tanto, que lo suyo no sea torpeza sino ineptitud. A veces me pregunto si contará con un equipo de asesores que le marquen una cierta línea política, que le vayan enseñando poco a poco el arte de gobernar. Pero la respuesta que me doy es que, si ese gabinete existe, su exclusivo cometido debe de ser asesorarle sobre por dónde puede aumentar aún más el calibre de sus groseros insultos. Porque de los temas que de verdad interesan a los españoles tampoco deben de entender gran cosa.

17 de septiembre de 2025

Sí: es genocidio

 

Cada día que pasa resulta más evidente que a los líderes del Partido Popular -de los de Vox qué voy a decir- se les hace muy cuesta arriba aceptar que la masacre continuada de palestinos en la franja de Gaza constituye un genocidio. Algunos de sus líderes, como el alcalde de Madrid, argumentan que no lo es porque genocidio fue el holocausto provocado por los nazis contra los judíos durante la segunda guerra mundial. En su lógica no cabe que lo de Palestina también lo sea, como si se tratara de una contradicción. Feijóo no razona con las mismas premisas que Almeida, se limita a utilizar eufemismos, como el último que se le ha oído, que lo que está sucediendo es una tragedia humanitaria. Díaz Ayuso ni se molesta en disquisiciones semánticas, con acusar a Sánchez de perseguir en Madrid a los judíos se queda más ancha que larga.

No tengo claro qué hay detrás de esta encubierta defensa por parte del PP de los que están masacrando a la población gazatí, aunque sospecho que, además de no querer ganarse las antipatías de Trump, esté el temor a que Sánchez logre movilizar a favor de la causa palestina a una gran parte de la población española, además de contribuir con su política de denuncias a despertar muchas conciencias europeas que por distintas causas parecen estar adormecidas. Sería un éxito político que le daría un gran prestigio, lo que a la oposición no debe de hacerle mucha gracia.

La expresión “estar al lado de la Historia”, en boca de muchos estos días y que parece sacada de un manual de proverbios o de consignas políticas, no es baladí. La magnitud de las atrocidades cometidas por los colectivos humanos no suele verse en su totalidad cuando se observan a corto plazo. Por lo general es preciso que pasen años y a veces hasta lustros para que se pueda medir su alcance, porque se necesita que el tiempo elimine los vapores de subjetividad que empañan la realidad.

Le he oído decir a Josep Borrell, ex alto representante de política exterior de la Unión Europea durante varios años, al que por tanto no se le puede negar un gran conocimiento de los conflictos internacionales, que el genocidio de Gaza constituye una de las páginas más oscuras de la historia de la humanidad. Hace unos días, durante el primer ataque para ocupar la ciudad de Gaza por parte del ejército de Israel, en poco más de seis horas de bombardeos continuos se contabilizaron hasta sesenta y cinco muertos. Sin embargo, como la noticia es recurrente, un día sí y otro también, parece como si la tragedia no acabara de calar en la conciencia de los ciudadanos europeos, como si la barbarie cometida por Netanyahu no fuera con ellos. Incluso algunos han llegado a interiorizar que se trata del derecho de Israel a defenderse.

A pesar de los altercados callejeros, de los porrazos de los antidisturbios y de los cortes de tráfico, yo aplaudo a los que con decisión y sobre todo con tenacidad han conseguido que la Vuelta Ciclista a España no acabara donde estaba previsto. Es una forma muy expresiva de poner de manifiesto el apoyo a un pueblo, el palestino, sometido a un proceso lento y cruel de aniquilamiento. Ojalá cunda el ejemplo y veamos en Europa otras interrupciones y otras muestras de solidaridad con las víctimas del genocidio.

El primer paso ya se ha dado y me siento muy orgulloso de haya sucedido aquí, en mi país.

13 de septiembre de 2025

Inmigrantes

 

Estoy convencido de que el complejo asunto de la inmigración se está tratando en Europa y en España en particular con una gran falta de realismo. Por los dos lados, por el de los que hacen del “buenismo” bandera de la defensa de los inmigrantes irregulares y por el de los que desde la xenofobia y el racismo cargan sus iras y sus odios contra cualquier extranjero que viva en nuestros países. Este tema es lo suficientemente complicado como para no tomárselo con la ligereza con la que se lo toman muchos ciudadanos. Se trata de una cuestión que afecta a los derechos humanos, pero también al futuro desarrollo económico de nuestro entorno geopolítico.

Que quede claro que yo, en cualquier caso, siempre antepondré la consideración de seres humanos que me merecen los inmigrantes a cualquier otra. Pero esta premisa no me impide reconocer que las avalanchas de inmigrantes que llegan a nuestro país y la obligada concentración de menores en centros inadecuados y mal dotados de recursos para atenderlos originen problemas de convivencia. La mayoría de los ciudadanos no sufrimos las consecuencias en primera persona, pero sabemos que hay vecindarios que viven en constante alarma por la presencia de “centros de MENAS” en su proximidad. No se me ocurre decir que se trate de delincuentes, pero qué duda cabe que cualquier grupo de adolescentes desatendidos y con niveles de formación bajos pueden potencialmente crear conflictos.

Por eso, si a la obligada defensa de los derechos humanos unimos que España para mantener su desarrollo económico necesita inmigrantes, está claro que hay que activar protocolos de asimilación y de atención adecuados. Por supuesto que estos planes cuestan dinero, pero, visto desde una perspectiva económica, el retorno de la inversión está garantizado. Los partidos políticos, en vez de enzarzarse en discusiones sectarias sobre el trato que hay que dar a los inmigrantes, deberían ponerse de acuerdo en promover políticas, no sólo de asilo, sino sobre todo de asimilación. Porque se trata de una necesidad nacional.

Lo que sucede es que ahora todo está enmascarado por la suicida confrontación entre progresistas y conservadores, los primeros defendiendo la inmigración contra viento y marea y los segundos pidiendo que se les impida la llegada a tiros si fuera necesario. No hay realismo por ninguna de las partes, porque la izquierda no debería dar la espalda a los conflictos sociales que una inmigración descontrolada puede originar ni la derecha olvidar que, además de que España necesita a los inmigrantes, son personas a las que hay que tratar como se merecen.

Pero como vivimos tiempos de turbulencias políticas, de anteposición de intereses partidistas a los que de verdad habría que atender sin miopías ideológicas y sin mezquindades sectarias, lo cierto es que no parece que ni los unos ni los otros estén dispuestos a aceptar el reto de arbitrar políticas inteligentes de asimilación para los que llegan a nuestro país con el único y legítimo propósito de mejorar su nivel de vida.

Los bosques se incendian por falta de medidas preventivas y los inmigrantes se hacinan porque nadie es capaz de entender que se trata de un fenómeno imparable al que hay que dar el tratamiento adecuado. Mientras tanto, todos a la gresca y la casa sin barrer.

8 de septiembre de 2025

El universo no tiene límites

 

En mis elucubraciones, me pregunto con frecuencia cuándo y cómo se originó el universo. La conocida teoría del Big Bang (la gran explosión) a mí no me convence, no porque niegue su existencia, ocurrida según los científicos hace casi 14.000 millones de años, sino porque mi razón me dicta que si hubo una explosión es porque algo había antes. No puede explotar lo que no existe.

Algunos resuelven la incógnita del origen del universo acudiendo a la figura del creador. Pero la pregunta que viene a continuación es quién creó al creador. Como no soy creyente, quiero decir que no acudo a interpretaciones que no admita mi capacidad de razonar, me he dado a mí mismo una respuesta, la de que el universo siempre ha existido, nadie lo creó. No sólo eso, sino que además nunca desaparecerá. El universo no tuvo principio ni tendrá final. 

Pero es que, además, creo que sus dimensiones también son infinitas. No entra en mi lógica que tenga límites, que exista una frontera a partir de la cual ya no hay universo, sólo hay nada o, mejor dicho, la nada. El universo no puede ser como esas bolas de nieve que en su día estuvieron tan de moda. Sus límites, por tanto, son inaccesibles.

Lo que sucede es que nuestra mente está poco evolucionada y no es capaz de asimilar el concepto de infinitud, porque está moldeada por experiencias basadas en la finitud. Todo tiene un principio y todo tiene un final. Sin embargo, el infinito sí está presente en las matemáticas y en la filosofía, porque sin ese concepto cualquiera de estas dos ramas del conocimiento se quedaría coja.

Decía al principio que se trata de una elucubración, y decía bien, puesto que no es más que una teoría sin bases sólidas. Pero a mí me vale para darme una contestación a la pregunta de dónde venimos o, por los menos, para que la inquietud sobre el origen del universo no me distraiga de otros menesteres más al alcance de mis entendederas. Los creyentes de cualquiera de las incontables religiones que existen y han existido en el mundo han elaborado el concepto del dios creador del universo. ¿Por qué no puedo yo elaborar mi propia teoría y aceptarla como principio?  Si hubiera que darle un  nombre podría valer el de teoría de la no creación o, más académico, de la infinitud del universo.

Es cierto que a partir de aquí surgen muchas preguntas, casi todas contestadas ya por la ciencia. Una de ellas es el origen del hombre. Darwin, con su extraordinaria teoría de la evolución dejó muy claras las cosas, aunque, como reacción a las interpretaciones que contradigan la existencia del creador, haya resurgido las teorías creacionistas, sin más justificación que la fe. Una vez más, ciencia contra fantasía.

Pero, volviendo al tema que hoy me ocupa, el universo, según mi hipótesis, ni es finito en extensión ni lo es en tiempo. No tiene límites, ha existido siempre y nunca desaparecerá. 

Ahora bien, que nadie me pida que lo demuestre.

4 de septiembre de 2025

El imperio se hunde

 

Con la palabra imperio me refiero hoy aquí al conjunto formado por los EE. UU. de América y sus aliados occidentales. Por analogía con otras etapas de la Historia, a mí siempre me ha parecido que designar con este apelativo al grupo de naciones en el que los europeos nos consideramos inscritos no se aleja demasiado de nuestra realidad geopolítica. Existe una potencia dominadora -antes Roma, ahora USA- y un emperador -antes los césares romanos, ahora los presidentes americanos-. Ni pretendo utilizar el término en sentido peyorativo ni mucho menos sentar cátedra con mi atrevimiento. Sólo que nos entendamos.

Dicho lo anterior, tengo la sensación de que nuestro imperio se está hundiendo, como le sucedió al romano. En este último caso fue debido a la debilidad de Roma, que propició la invasión de los bárbaros del norte; en el nuestro, porque la deriva populista, antidemocrática e incoherente del inquilino de la Casa Blanca nos está convirtiendo en el hazmerreír de Rusia y China.

Cuando Trump ganó las elecciones por segunda vez, confesé en este blog que confiaba en que la inercia democrática de las instituciones americanas frenara las veleidades del nuevo presidente. En mi cabeza no entraba que, por muy ajeno que estuviera de la realidad política, los jueces le permitieran comportamientos anticonstitucionales. No es que yo fuera entonces un ingenuo, sino que mi experiencia me dictaba la imposibilidad de que un inquilino de la Casa Blanca pudiera cometer desatinos de la envergadura de los que estamos viendo día tras día. En realidad, creía en aquello de que perro ladrador poco mordedor.

El espectáculo de Alaska, con alfombra roja, sonrisas de oreja a oreja y aplausos halagadores, una auténtica pantomima surrealista, se hubiera quedado sólo en esperpento si no fuera por lo que ha venido a continuación, el fracaso total de la diplomacia americana frente a la rusa. En poco menos de veinticuatro horas, Trump pasó de considerarse el triunfador de aquella jornada memorable a reconocer tácitamente que le habían tomado el pelo.

De todas las promesas sobre política exterior que hizo durante la campaña electoral no ha cumplido ninguna. Porque los sátrapas, Putin y Netanyahu, en vez de atemperar los ánimos y abandonar sus políticas expansionistas, han recrudecido los ataques asesinos a Ucrania y a Gaza respectivamente. Se han reído y se siguen riendo del emperador en su cara. Pero, lo que es peor, al comprobar que Trump no tiene nada que ofrecerles, le han perdido por completo el respeto, porque han comprobado la debilidad de su imperio.

Así empezó Roma antes de su caída. Las legiones romanas eran  poderosas y capaces de defender las fronteras del imperio, pero la ineptitud de sus emperadores fue poco a poco animando a los pueblos germánicos, empujados por los hunos, a atacar, hasta que lograron acabar con el inmenso poder de aquel imperio.

Europa, que nos guste o no es parte de este imperio, debe incrementar su autonomía frente a Washington, porque de no hacerlo corre el riesgo de hundirse con la “metrópoli”. Algunos pasos se están dando, es cierto, pero se me antojan insuficientes. Después, cuando Washington sea consciente de nuestra capacidad de decidir lo que más nos interese, podremos seguir en alianza, porque la unión hace la fuerza, pero no tendremos que seguir a ciegas los dictámenes del emperador de turno. Los castizos dicen, juntos pero no revueltos.