Vayamos por partes. Nunca he creído que para ejercer
determinadas responsabilidades de gestión en el ámbito de las administraciones
sea necesario poseer un título universitario. Se puede no ser médico y ostentar
el cargo de ministro de Sanidad o, por qué no, ser ministro de Defensa y no
haber pasado por una academia militar. Lo que se exige en estos casos es tener
capacidad para gestionar unas complejas organizaciones, responsabilidad muy
alejada de la formación que otorgan esas enseñanzas.
En el ambiente militar se utiliza la expresión “el valor se supone”, una forma de dejar constancia de que mientras no se demuestre lo contrario se está en condiciones de enfrentarse a los riesgos inherentes a la profesión. Yo siempre he pensado que la posesión de un título universitario arrastra una consecuencia parecida a la anterior, la de que en igualdad de condiciones el paso por la universidad aporta una cierta presunción de capacidad organizativa, con independencia de los conocimientos específicos que otorgue la carrera en concreto. Pero aún así, no creo que por no haber logrado el título no se esté en condiciones de ejercer determinadas responsabilidades de gestión.
Puede ser que, por eso, por lo de “el valor se supone” algunos aspirantes a políticos profesionales edulcoren sus historiales académicos con títulos inexistentes, con másteres imaginados o con cualquier tipo de titulación académica que aumente ante los demás su potencial capacidad para desempeñar cargos públicos. Piensan que, cuantos más diplomas confiesen, más posibilidades tienen de entrar en los escalafones de los partidos. Por eso, si no los tienen se los inventan.
La otra reflexión que me merece esta polémica es que la mentira es uno de los mayores
lastres que pueden acompañar a un político, porque pone en entredicho su capacidad
en cualquier ámbito de responsabilidad. Mentir, sea en lo que sea, implica siempre
una falta de fiabilidad, mucho más en unas personas que piden que depositemos en
ellos nuestra confianza. Sólo por eso merecen el rechazo social.
Si, lo importante no es tener o no una carrera, sino la mentira. En muchos países, cuando a un político se le pilla en una mentira importante, dimite.
ResponderEliminarHablando con amigos, detecto cierta alarma por el aumento de simpatías hacia Vox entre las clases socialmente desfavorecidas. A lo mejor las mentiras de algunos políticos, no solo de Sánchez, tienen la culpa de ese fenómeno.
Mentirosos hay en todas partes, aquí en la Conchinchina.
ResponderEliminarPero, como ya he dicho en alguna ocasión, yo no creo que sea lo mismo mentir con la posesión de un título que cambiar de criterio cuando la realidad política lo exige.