Lo que sí hay son partidarios de no remover demasiado el
pacto constitucional. Pero es que en esto no sólo están los conservadores, sino
también muchos progresistas que, aunque se definan republicanos, practican
aquello de más vale “no meneallo”. Sin embargo, ni en un lado ni en el otro del
espectro político hay auténticos defensores de la monarquía, es decir, convencidos de que la
sucesión dinástica sea la mejor de las soluciones en un país moderno y democrático.
Otra cosa son las “poses”. Porque, como consecuencia de que
los partidos de izquierdas reconocen su preferencia por un sistema que elija al
jefe del estado democráticamente, es decir, por un régimen republicano, las
derechas actuales “posturean” lo contrario. Pero, como digo, no son más que
fidelidades de trapo, porque convencimiento de que la monarquía sea la mejor
solución no hay ninguno.
Me preguntaba alguien el otro día cuál era mi opinión sobre
las preferencias de los dos últimos monarcas españoles, Juan Carlos I y Felipe
VI, respecto a los presidentes de gobierno; yo le contesté que tenía la sensación de que siempre se habían sentido más
cómodos con presidentes socialista que con presidentes populares. Felipe
González, durante sus cuatro legislaturas, siempre demostró un cierto grado de
cercanía con Juan Carlos I, supongo que motivado por el peso de la
responsabilidad constitucional. Desde mi punto de vista, el rey siempre
correspondió a esa fidelidad.
Aznar, sin embargo, se limitó a cumplir con las obligaciones
protocolarias, pero nunca le vi comportamientos que demostraran auténtica
simpatía por el sistema que representaba el rey. Incluso percibí en algún momento un cierto ninguneo al monarca. Eso sí, en la boda de su hija,
aquel derroche ostentoso a costa de las arcas del Estado, Juan Carlos I no
podía faltar.
Zapatero cumplió perfectamente con sus deberes protocolarios
y con la obligada protección de la imagen del rey, no nos olvidemos de la tensa reunión con Chávez; pero a Rajoy nunca le vi
gestos que demostraran una gran simpatía por la institución. El primero siempre
se ha declarado republicano y al segundo se le supone monárquico por eso de
representar en su momento a la derecha del país.
En definitiva, en España hace tiempo que no hay monárquicos,
entendiendo como tales a los defensores de la sucesión dinástica. Ni en la derecha,
aunque ellos presuman de serlo, ni en la izquierda. Lo que hay en uno y otro
lado es aceptación de una realidad impuesta.

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