El otro día, sin ir más lejos, en una intervención en la Asamblea
de Madrid, cuando se debatía sobre la creación de la lista de médicos
objetores de conciencia para intervenir en los abortos legales que marca la ley, quiso cortar las
acusaciones de oponerse a los derechos de las mujeres y sólo se le ocurrió
espetar la frase de “váyase a abortar a otro lado”, con el gesto desencajado y la voz alterada por la ira.
Si alguien cree que eso es chulería castiza madrileña se equivoca. No
es más que una inoportuna y vulgar grosería, que la perseguirá durante mucho
tiempo, no sólo por la forma, sino sobre todo por el fondo. Porque lo que
subyace bajo la frase es el anuncio de su rebeldía, de su predisposición a la desobediencia civil y, en este caso, en un tema tan delicado y tan sensible como es el del aborto.
El Partido Popular, por boca de sus portavoces, no tardó en pronunciarse a favor de la obligación de cumplir las leyes, faltaría
más. Pero ni una palabra que sonara a desacuerdo con la presidenta de la
Comunidad de Madrid, no vaya a ser que la baronesa se cabree. Tienen un
auténtico problema con su rebeldía, pero no saben como atajarla. Se trata de
una de esas situaciones que ni favorece a ella ni favorece al partido, pero,
como dicen en mi pueblo, ¡ah..., y qué has de hacer!
Un castizo madrileño de verdad diría de ella algo así como, "se le escapan las palabras por todos los orificios que tiene el cuerpo,
incluida la boca entre entre ellos", al mismo tiempo que una chulapa de verdad añadiría, "anda y que
te ondulen con la permanén...". Pero a doña Isabel sólo se le ocurre mandar a abortar a otro lado,
no se sabe bien si a Londres o a otra comunidad.
Todo esto podría tener incluso gracia, si no fuera porque
detrás del exabrupto se oculta toda una manera de entender la política, que me
atrevería a calificar de casposa y de rancia. Isabel Díaz Ayuso, aconsejada por
su inseparable Miguel Ángel Rodríguez, ha decidido que lo importante es que se
hable de ella, aunque sea bien. No le importa confundir euskaldún
con pin, pan, pun, acusar a los que bloquearon la vuelta ciclista de
etarras, informar de que ese día se perseguía a judíos por las calles de Madrid y, ahora, anunciar que se ha convertido en adalid del antiabortismo. Una joya.
Lo malo de todo esto es que hay muchos que le ríen las
gracias, que celebran sus patochadas y que están dispuestos a que siga al
frente de los destinos de la comunidad en la que viven. Como diría aquel, el populismo es lo que tiene.

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