20 de agosto de 2025

Viajeros y turistas

 

(Dedicado a mi amigo Ángel)
Tengo la opinión de que hay una gran diferencia entre hacer turismo y viajar. Es verdad que en ocasiones la frontera entre una y otra categoría no está clara, porque hay viajeros que se apoyan en el turismo y turistas que intentan convertir sus excursiones en verdaderos viajes. Yo, por ejemplo, confieso ser turista, pero me queda la íntima satisfacción de intentar siempre que me es posible convertir mis desplazamientos en viajes. Suelo estudiar antes el escenario que voy a visitar, tomo notas de lo que veo, oigo y hablo y, a la vuelta, procuro consolidar lo aprendido, en ocasiones escribiendo algunos apuntes. Pero, a pesar de todo, no puedo evitar considerarme un “simple” turista.

El viajero es otra cosa. Quizá la primera diferencia sea el amor al riesgo, a la improvisación, sin que le preocupen demasiado los inconvenientes que puedan surgir, porque las dificultades forman parte del atractivo. Esa pizca de aventura, de amor a las improvisaciones, es propia de viajeros. Los turistas, yo entre ellos, pretenden que todo esté previsto, no quieren llevarse sorpresas y huyen de los inconvenientes. Todo tiene que salir como estaba previsto, porque si no vaya chasco.

Tengo un amigo, viajero y no turista, que disfruta incluso con las trabas que en ocasiones encuentra para obtener un visado en la oficina diplomática de turno. Excuso decir que si el hotel no es el que esperaba, ¡qué le vamos a hacer!  Si le cancelan un traslado en autobús cuyo trayecto a través de la India estaba calculado en seis horas y le ofrecen otro alternativo que le obliga a estar sentado sin moverse de su asiento durante diez horas, mejor, porque así tiene la ocasión de ver más cosas y con más detenimiento. En cuanto a las visitas a los templos o a los monumentos, nada de ir en grupo tras la sombrilla de una guía, porque por tu cuenta, sin colas y sin premuras se disfruta más.

Países visita todos los que puede, pero si le das a escoger entre la civilizada Suecia y la enigmática Birmania, siempre se inclinará por ésta. La primera ofrece pocas dificultades y en la segunda te puedes encontrar de repente, en mitad de un bulevar urbano, una manada de monos en actitud poco tranquilizadora. Los viajes de una semana que suelen ofrecer los turoperadores le parecen excursiones a la Casa de Campo.  Procura no bajar de treinta días y, si puede, los alarga. Pero es que, además, repite los destinos, porque siempre le quedan cosas por ver. Un día le pregunté si le gustaba la literatura de viajes y me miró de arriba abajo con una mirada irónica que no dejaba lugar a dudas sobre su opinión. No insistí, claro. Le he oído decir, qué pena porque, como la vida es tan corta, no me va dar tiempo de ver todo aquello que quisiera. Mi amigo, ya lo he dicho, no es un turista, es un viajero.

Lo malo de viajar o de ser turista es que llega un momento que no se puede con la maleta a cuestas. A mí me está llegando, lo noto día a día. Intentaré alargarlo todo lo que pueda, pero en mi coche y con trayectos cortos. Eso sí, siempre me quedará el consuelo de decir que me quiten lo “bailao”.

16 de agosto de 2025

Puto ultraneoliberalismo

 

Pido perdón por el título que hoy he elegido, porque la palabra ultraneoliberalismo contiene demasiados prefijos, recurso literario que en mi opinión es muy poco elegante. Pero hay ocasiones en las que no me gusta andarme con circunloquios.

Lo que está sucediendo este verano con los incendios forestales tiene una causa evidente, la falta de recursos económicos dedicados a atender los servicios público. Se conocía la disminución que paulatinamente estaban sufriendo los presupuestos dedicados por algunas comunidades a sanidad y a educación, con el consiguiente deterioro de estas prestaciones sociales, pero hasta ahora poco se había hablado de lo que en estos momentos está aflorando, que los bomberos forestales trabajan en condiciones precarias y que una parte de los recursos dedicados a combatir los incendios que destruyen nuestros bosques y ponen en peligro vidas humanas y propiedades han sido privatizados en los últimos años.

Una vez más estamos asistiendo al bochornoso espectáculo de una oposición defendiendo su falta de capacidad de gestión y la merma de los presupuestos inherentes al gasto social  mediante ataques al gobierno, recurso recurrente en quienes lo único que pretenden es aprovechar cualquier catástrofe para atacar a las instituciones del Estado. Cuando se sabe que la responsabilidad constitucional de combatir los incendios forestales recae en los gobiernos autonómicos, Feijóo arremete contra Sánchez y sus ministros, a quienes acusa de no poner los recursos necesarios para combatir el fuego, como si los efectivos de la UME o de la Guardia Civil o los aviones y helicópteros de las Fuerzas Armadas no formaran parte de las instituciones del Estado. No sólo miente, sino que además pone en evidencia su ignorancia en temas institucionales. Su última ocurrencia ha sido solicitar la intervención de los ingenieros del ejército, como si éstos estuvieran preparados para realizar labores de extinción de incendios Parece como si quien aspira a ser algún día presidente del gobierno de la nación no supiera dónde empieza y dónde acaban las responsabilidades de cada una de las partes que componen el Estado.

Algún presidente de comunidad ni ha estado ni se le ha esperado en el escenario de los incendios, porque deben sobrevalorar las vacaciones y no han querido interrumpirlas. El caso de la presidenta de Madrid resulta llamativo, porque a pesar de los incendios no se ha movido de Miami hasta cuando tenía previsto, es decir, hasta cuando debía asistir a las fiestas de la Virgen de la Paloma. Pero eso sí, lanza desde Florida un mensaje de los suyos, en el que entre otras lindezas suelta que España es un país “apagado” por la incompetencia de Sánchez y, nada más llegar, se presenta en Tres Cantos para contemplar los rescoldos del incendio.

Lo de la DANA de Mazón no ha servido de advertencia a ciertos presidentes de comunidad. Al primero se le perdonó su todavía no justificada ausencia cuando se estaban ahogando más de doscientos de sus conciudadanos, concediéndole la oportunidad de redimir su ineptitud con su gestión al frente de las labores de recuperación de la normalidad tras la catástrofe. A Mañueco y a Díaz Ayuso quizá se les disculpe la sobrevaloración de sus vacaciones, porque los bosques tarde o temprano acaban rebrotando.

No, no es posible tanta hipocresía, tanto populismo y tanta incompetencia. España no se merece esto.

14 de agosto de 2025

Volantazo a la ultraderecha

 

Si algo tuvo de utilidad el último congreso de los populares de Feijóo, es que dejó las cosas mucho más claras de lo que estaban. Se sabía, porque no lo disimulaban, que representaban una opción conservadora con ideas muy próximas a las de la ultraderecha que lidera Abascal. Pero ahora, tras el discurso de clausura del presidente del PP, ya no queda la menor duda. No sólo se niega a establecer cordones sanitarios alrededor de Vox como hacen muchos de sus socios conservadores europeos, sino que además dedica a este partido palabras elogiosas, con la mente puesta en la más que probable necesidad que tendrá en su momento de contar con los apoyos de este partido xenófobo y racista.

En las declaraciones posteriores anunció a los suyos que pretende gobernar en solitario, intentando con esta afirmación quitar hierro a la más que evidente necesidad de formar un gobierno de coalición o de llegar a un acuerdo de investidura entre PP y Vox. Las encuestas, por muy favorables que le puedan ser en estos momentos de intranquilidad socialista, dejan a su formación muy lejos de una mayoría suficiente para gobernar en solitario. Por tanto, blanco y en botella. Por muchas vueltas que le dé Feijóo a la situación, su destino político está inexorablemente unido a la ultraderecha.

Por si hubiera alguna duda sobre el volantazo del partido popular a la derecha pura y dura, recomiendo oír el “memorable” (Feijóo dixit) discurso de Isabel Díaz Ayuso, una extraordinaria parodia de sí misma, donde no faltaron chistes como el de "me gusta la fruta" ni insultos de calado contra el presidente del gobierno. Pero si aún así alguien no tiene claro por dónde van a ir los tiros, que recuerde el nombramiento de Miguel Tellado como número dos del PP, un político que no encaja demasiado en el concepto de centralidad que tanto le gusta repetir a Feijóo.

El PSOE reunió a su Comité Federal, en el que ha pasado página y ha pasado a Page. De lo primero queda mucho que hablar y de lo segundo nada. Se sabe perfectamente cuales son los motivos que llevan al presidente de Castilla-La Mancha a una actitud de difícil encaje en el seno de un partido que atraviesa momentos de dificultad, ganarse el apoyo de un electorado que vota izquierdas siempre que ésta no signifique demasiados avances, dicho sea con absoluto respeto a los que le eligen. Pero lo dejo aquí, porque don Emiliano y sus discrepancias merecerían un artículo monográfico completo.

En cuanto a pasar página, ojo. Una cosa es que el PSOE no se haga el harakiri como les gustaría a sus vehementes opositores y otra que camine arrastrando los pies. A mi me han parecido buenas las intenciones que manifestó Sánchez en su discurso, pero en mi opinión la cosa no puede quedar ahí. Si es cierto que está con la misma determinación que siempre estuvo, que se ponga en marcha inmediatamente. Si la hoja de servicios de su gobierno es excepcional, como dijo y repitió, que no se duerma en los laureles y que continúe adelante con las reformas emprendidas, porque queda mucho por hacer. Si, además, no se trata de resistir sino de avanzar, adelante con decisión y sin complejos. 

Señores socialistas, dejen los vítores y las aclamaciones cesaristas para los que todavía no pueden cantar victoria y pónganse a trabajar, porque los progresistas de este país no sólo les piden que agoten la legislatura, sino además les exigen que recuperen la iniciativa y vuelvan a ganar la confianza de la mayoría de los ciudadanos en las próximas elecciones.

Lo ha dicho Feijóo: "o Sánchez o yo". Y ese yo tiene dos nombres, el suyo y el de Abascal.

10 de agosto de 2025

Títulos y mentiras

 

Hay polémicas que me sugieren varios tipos de reflexiones, como es ésta, recién surgida en plena canícula, sobre los embustes de algunos políticos a la hora de presentar y registrar sus currículos universitarios, una vieja añagaza, a caballo entre la presunción inmerecida y el molesto complejo de inferioridad.

Vayamos por partes. Nunca he creído que para ejercer determinadas responsabilidades de gestión en el ámbito de las administraciones sea necesario poseer un título universitario. Se puede no ser médico y ostentar el cargo de ministro de Sanidad o, por qué no, ser ministro de Defensa y no haber pasado por una academia militar. Lo que se exige en estos casos es tener capacidad para gestionar unas complejas organizaciones, responsabilidad muy alejada de la formación que otorgan esas enseñanzas.

En el ambiente militar se utiliza la expresión “el valor se supone”, una forma de dejar constancia de que mientras no se demuestre lo contrario se está en condiciones de enfrentarse a los riesgos inherentes a la profesión. Yo siempre he pensado que la posesión de un título universitario arrastra una consecuencia parecida a la anterior, la de que en igualdad de condiciones el paso por la universidad aporta una cierta presunción de capacidad organizativa, con independencia de los conocimientos específicos que otorgue la carrera en concreto. Pero aún así, no creo que por no haber logrado el título no se esté en condiciones de ejercer determinadas responsabilidades de gestión.

Es curioso observar como en EE. UU. se valora el número de años de permanencia en la universidad, con independencia de que se hayan concluido o no los estudios. Por supuesto que la obtención del título es muy importante, pero si no lo han obtenido expresan en sus CV el tiempo y los cursos aprobados. Como es lógico, puntúan distinto un caso u otro, pero el mero paso por un centro universitario se tiene en cuenta. Si eso ocurriera aquí, muchos de estos mentirosos habrían contado la verdad, porque sus mentiras suelen estar construidas sobre carreras no terminadas.

Puede ser que, por eso, por lo de “el valor se supone” algunos aspirantes a políticos profesionales edulcoren sus historiales académicos con títulos inexistentes, con másteres imaginados o con cualquier tipo de titulación académica que aumente ante los demás su potencial capacidad para desempeñar cargos públicos. Piensan que, cuantos más diplomas confiesen, más posibilidades tienen de entrar en los escalafones de los partidos. Por eso, si no los tienen se los inventan.

La otra reflexión que me merece esta polémica es que la mentira es uno de los mayores lastres que pueden acompañar a un político, porque pone en entredicho su capacidad en cualquier ámbito de responsabilidad. Mentir, sea en lo que sea, implica siempre una falta de fiabilidad, mucho más en unas personas que piden que depositemos en ellos nuestra confianza. Sólo por eso merecen el rechazo social.



5 de agosto de 2025

Los idiomas son cultura

Voy a contar una anécdota familiar a modo de introducción. Mis padres se casaron en agosto de 1941, dos años después de que acabara la guerra civil, tiempos en los que las muestras de "exaltación  patriótica" estaban a la orden del día. La utilización del castellano era obligada y no se aceptaban extranjerismos ni tan siquiera el empleo de las restantes lenguas españolas. 

Cuando estaban redactando las invitaciones de boda para encargárselas a la imprenta, empezaron a barajar distintas palabras que les sonaban bien, como cocktail o lunch, muy de moda en la preguerra, pero absolutamente fuera de lugar en aquellos momentos de ardor guerrero. Mi abuelo materno, muy aragonés él y con un gran sentido del humor, zanjo las dudas sugiriendo que utilizaran la palabra “fritadica”.

Bromas aparte, resulta curioso observar cómo determinado tipo de personas relacionan los idiomas con el patriotismo. En España, concretamente, se da el fenómeno de que algunos consideran que la utilización de las lenguas vernáculas fomenta la desunión entre los españoles y va en contra del amor patrio. En vez de aceptar la realidad del plurilingüismo de nuestro país como un hecho cultural de origen histórico indiscutible, arremeten contra su uso.

La Constitución puso orden en este asunto, porque los padres de la carta magna fueron conscientes de que de no hacerlo se podrían crear problemas en el futuro y, como consecuencia, dejaron claro que el catalán, el vasco y el gallego son idiomas cooficiales junto al castellano. Después, a medida que fue pasando el tiempo, se establecieron regulaciones de su utilización en las reuniones oficiales, como por ejemplo en el Congreso y en el Senado. Por eso, en la última conferencia de presidentes de comunidades autónomas, a pesar de los desplantes malhumorados de Isabel Díaz Ayuso, algunos de ellos se expresaron en su idioma materno.

Es cierto que si todos hubieran hablado en castellano la comunicación habría sido más fácil, aunque yo no veo ninguna dificultad en utilizar los pinganillos. Pero lo que no podemos olvidar es que detrás de toda esta polémica hay una actitud de legitima utilización de unos idiomas que forman parte del patrimonio cultural español y que, por consiguiente, todos estamos obligados a defender porque es de todos. Oponerse a ello es tratar de deslegitimar la cultura española y crear agravios innecesarios. 

Cuando me encuentro ante estas actitudes, una mezcla de chulería y de desprecio a una parte de la población española, me doy cuenta de que la intolerancia constituye una de las lacras que más perjudican el entendimiento entre las distintas regiones de España. Producen rechazo en los afectados por la desconsideración, pero también en los que creemos que la mejor política para evitar los movimientos nacionalistas es la aceptación de las diferencias lingüísticas, lo que no significa concesión de privilegios, sino simplemente reconocimiento de un legado cultural que ha persistido a través de los siglos y ha llegado hasta nosotros.

Pero parece que doña Isabel ignora estas consideraciones y “tira pa´lante”, lo que entusiasma a algunos de sus incondicionales, aunque disguste a millones de españoles que están orgullosos de su lengua materna. Siempre ha habido separatistas y separadores, como dijo don Miguel de Unamuno.

1 de agosto de 2025

Las ciudades gruyer

Cuando era alcalde de Madrid don Enrique Tierno Galván -hay personajes a los que siempre antepondré un don a su nombre- cayó en mis manos un libro que se titulaba "Consolidar Madrid", en realidad una publicación municipal de carácter divulgativo. Se trataba de una detallada descripción de los planes urbanísticos en la capital de España, por entonces en marcha o al menos en proyecto, de cuyo desarrollo posterior he ido siendo testigo a lo largo de más del medio siglo transcurrido desde entonces. En el preámbulo, el autor o los autores anónimos describían la capital de España como un queso de gruyer, con innumerables solares vacíos tras el derribo de lo que allí hubiera habido antes o a la espera de alguna maniobra especulativa.

Un viejo chiste dice que Madrid, cuando lo acaben, quedará muy bien. Pero las obras se han sucedido y se seguirán sucediendo siempre, porque las ciudades vivas para no morir necesitan una constante renovación de sus viales y de su caserío. Como soy un entusiasta urbanita, aficionado además al urbanismo, a mí las obras y las mejoras me produce la satisfacción de comprobar día a día la transformación del entorno en el que vivo, aunque en ocasiones los retrasos de lo ya anunciado me exasperen y las calles levantadas me causen algún  que otro incordio.

Mi barrio, situado en el madrileño distrito de Retiro, cuando hace cincuenta y tantos años llegué a él era una mezcla de zona residencial en expansión, tachonada con algunos restos de antiguas instalaciones de carácter industrial. Éstas hacía años que habían empezado a desaparecer por traslado a zonas periféricas de la ciudad y han ido siendo sustituidas poco a poco por modernos edificios de viviendas u oficinas. He gozado por tanto del privilegio de ver desde las ventanas de mi casa la transformación de un barrio que ahora en nada se parece al que fue, pero cuyo desarrollo futuro ya se conocía entonces o al menos se intuía. 

Mi vivienda esta situada en la que quizá sea la manzana más grande de Madrid, entendiendo como tal un gran patio central rodeado por edificios que se asoman a cuatro calles, en este caso las avenidas del Mediterráneo, de doctor Esquerdo y de Cavanilles y la calle de Sánchez Barcáiztegui. Su superficie total debe de estar comprendida entre los doce mil y lo quince mil metros cuadrados.

Pues bien, como restos de otros tiempos, el gran patio de manzana ha estado y sigue estando de momento ocupado, por no decir invadido, por un gran almacén de poca altura y con cubierta de uralita, sostenida por cerchas, con ese perfil en dientes de sierra tan característico de los edificios industriales. Pero a esta vieja reliquia de un pasado industrial ya lejano también le ha llegado el momento, porque el ayuntamiento está procediendo a su demolición, para ser sustituido por un polideportivo cerrado de cuyo proyecto no tengo apenas datos, sólo algunos avances, como que no sobrepasará la altura del actual tinglado y que dispondrá de una cubierta ecológica ajardinada. 

Para mí esta actuación municipal, que mejora sustancialmente la estética del entorno que me rodea, culmina aquel proceso que ya se había iniciado en los años setenta y que nunca creí que algún día vería terminado. 

Mi barrio, al menos, ya no parece un queso de gruyer.


28 de julio de 2025

Genocidio exterminador

 

Hay asuntos que ya he traído aquí en varias ocasiones y que es muy posible que siga trayendo de vez en cuando. Al principio, cuando, tras los atentados de Hamás en octubre de 2023 Israel inicio los ataques contra Gaza, casi nadie se atrevía a tachar las operaciones militares de genocidio. Pero, a medida que ha ido pasando el tiempo, ya son pocos los que todavía justifican la barbarie desatada contra los palestinos que viven en aquella zona. Sin embargo, la extrema derecha internacional, encabezada por Trump, sigue justificando la masacre y las derechas de algunos países eluden entrar en descalificaciones abiertas, escurriendo el bulto de las responsabilidades como suelen hacer en tantas ocasiones.

A la situación actual se le queda pequeña la calificación de genocidio, porque a lo que estamos asistiendo es a una auténtica operación de exterminio de todo un pueblo. Al fuego destructor de los tanques y los cañones israelíes se han unido en los últimos meses las muertes por inanición de una población que ni siquiera puede acercarse a la escasa ayuda humanitaria que le llega, porque el ejército de Israel, siguiendo las consignas de Netanyahu, apoyado desde el despacho oval por Trump, no contento con el genocidio perpetrado endurece los ataques en una clarísima operación para conseguir que los palestinos de Gaza desaparezcan de la faz de la tierra.

Al instinto exterminador de los actores activos de la tragedia se une el silencio cobarde y vergonzoso de los países de occidente, temerosos de herir los intereses de EE. UU., representados éstos en aquella conflictiva zona por Israel. La tímida actitud de unos, la abierta complicidad de otros y la incapacidad de la mayoría permite que el genocidio exterminador continúe y que los exterminadores campen por sus respetos. Ni siquiera el papa es capaz de pronunciar una palabra condenatoria, más allá de genéricas y alambicadas peticiones de paz y alguna solicitud de explicaciones cuando una iglesia católica fue alcanzada por los ataques israelíes.

Yo, como la inmensa mayoría de los ciudadanos, asisto cada día a través de la televisión a la masacre, a la imagen de niños depauperados, de ciudadanos blandiendo cacerolas para hacerse con algo de comida, de cuerpos destrozados extraído de los escombros. Me revuelvo en mi asiento y me pregunto si no me estaré convirtiendo con mi silencio en un aliado más de los genocidas. Un sentimiento de impotencia me invade y, lo que hasta ahora nunca me había sucedido, me doy cuenta de lo inútil de las protestas, de la imposibilidad de frenar esta ola desatada de violencia mientras Trump esté donde está y Netanyahu continúe al frente de su país.

Es tremendo, pero la sinrazón ha llegado a unos extremos de ignominia que me recuerdan otros tiempos ya pasado. Y entonces me pregunto, ¿no será que Atila y Al Capone han vuelto formando un frente destructor para saciar sus intereses.

Sólo me queda el consuelo inútil de denunciar desde aquí el genocidio exterminador.


24 de julio de 2025

Mal de muchos, preocupación de sabios

Me había propuesto no entrar durante la temporada estival en temas de carácter político, pero resulta que el caso Montoro me ha hecho dar un brinco en mi cómodo sillón veraniego, abrir el ordenador y ponerme a escribir. Siento renegar de mis buenas intenciones, pero es que no lo puedo remediar. Que un ministro de Hacienda haya utilizado el gobierno primero y el parlamento después para, mediante la aprobación de leyes que bajan los impuestos a las grandes corporaciones, obtener a cambio pingües beneficios, es de tal indecencia que me resulta imposible permanecer callado. Este escándalo significa que el Estado en su conjunto ha maniobrado para robar a los españoles. Se podrá contar como se quiera, pero mi interpretación es esa. Bajar los impuestos a los ricos para favorecer sus intereses es condenar al resto de los ciudadanos a disponer de menos recursos económicos y por tanto de menos prestaciones.

A mí la corrupción me preocupa venga de donde venga y aquí en este blog ya lo he manifestado en varias ocasiones. Pero, permítaseme la distinción, no es lo mismo que proceda de mangantes desaprensivos a que se arbitre a través de la manipulación fraudulenta de las instituciones del Estado. En el primer caso hay que poner a los delincuentes en manos de los tribunales y desear que éstos hagan justicia. Pero aprobar leyes para obtener dinero como contraprestación a los beneficios obtenido por los más poderosos del país es corrupción institucional, cuya categoría sobrepasa a la individual porque afecta a un partido en su conjunto. No, no es lo mismo el caso Cerdán y compañía que el de Montoro con la colaboración de un gobierno y de un grupo parlamentario completo, los dos en este caso del PP.

Dice Feijóo que él no ha nombrado a nadie que haya delinquido y que esa es su tarjeta de presentación. Pero parece ignorar que es el presidente de un partido que había amparado la corrupción en grado superlativo durante años y en consecuencia que está al frente de personas que colaboraron en las políticas anteriores. Lo han encumbrado aquellos que ya estaban en el partido cuando se produjo la “megacorrupción” de Montoro. Ha subido al estrado del último congreso del PP rodeado de los presidentes Aznar y Rajoy, que le han arropado con su "autoridad". Le guste o no le guste, no puede escurrir el bulto como pretende. Muchos electores no le van a perdonar el escándalo.

Pero es que además esto no ha hecho más que empezar y queda mucha película por delante. Vox se debe de estar frotando las manos y la izquierda ya prepara las armas políticas que nuestro ordenamiento constitucional pone a su disposición: comisión de investigación en el Congreso y respuestas contundentes cada vez que algún portavoz popular pronuncie la palabra corrupción. Porque ya no se trata de "y tú más", sino que se ha puesto de manifiesto que han perdido la condición necesaria para dar lecciones de decencia.

A mí me parece que lo sucedido marca un punto de inflexión y, aunque los calores estivales aminoren de momento la repercusión de las tropelías de Montoro y de los gobiernos del PP, el verano pasará y el otoño llegará.

21 de julio de 2025

Una experiencia religiosa

 

Cuando se vive inmerso en una sociedad con arraigadas tradiciones religiosas como es la nuestra, seas o no creyente te ves obligado con frecuencia a asistir a ceremonias organizadas por la Iglesia católica. Yo, a pesar de ser un descreído convencido, asisto a ellas con el respeto debido, no a lo que representa el rito en concreto, pero sí a los creyentes que me rodean. Entre estos ceremoniales están las bodas, los funerales y también, cómo no, los bautizos.

Hace poco he asistido a uno de estos últimos. Como suele sucederme cada vez que me encuentro rodeado de algún boato religioso, sea del carácter que sea, presto mucha atención a los detalles. En esta ocasión el oficiante era un sacerdote colombiano, párroco de un pueblo de la llamada España vaciada, que con su inconfundible acento nos largó una lección propia de catequistas, sin que faltaran preguntas a los que nos sentábamos frente a él. Lo curioso es que algunos de los que allí estaban, envalentonados ante el reto de responder correctamente, contestaban con entusiasmo. “¿Por qué nos bautizan nada más nacer?”, inquirió en un momento determinado el oficiante. “Para convertirnos en hijos de Dios”, contestó una entusiasta asistente que quizá se acordara de lo que predicaba el catecismo del padre Ripalda. A punto estuve de intervenir y apostillar que, según la doctrina actual, hijo de Dios somos todos por el hecho de haber nacido. Pero me acordé de aquello de zapatero a tus zapatos y guardé silencio.

Estoy leyendo un libro de Javier Cercas -creo que ya lo he mencionado en otro artículo de este blog- que se titula “El loco de Dios en el fin del mundo”, una mezcla de ensayo periodístico y de libro de viajes. Como versa sobre la visita que el papa Francisco realizó hace no demasiado tiempo a Mongolia -viaje al que asistió también el escritor-, a lo largo de sus páginas van surgiendo muchas de las conversaciones que mantuvo éste con personalidades vaticanas, sobre asuntos de carácter laico o religioso o filosófico. Uno de ellos, bastante recurrente a lo largo del escrito, es la falta de actualización de los mensajes de la Iglesia católica, muchos de ellos anclados en otros tiempos, completamente anticuados y que no aportan ninguna novedad a quien los oye.

En este libro, la expresión "hay que sacar a la Iglesia de las sacristías" se repite con mucha frecuencia, una manera de decir que el clero está obligado a abandonar la vieja retórica religiosa para cambiarla por mensajes actualizados. A los feligreses lo que les interesa hoy es el punto de vista de la doctrina cristiana respecto a la inmigración, a la lentitud en los avances sociales, a la galopante corrupción entre los políticos, a la pedofilia, a la violencia machista, a la falta de igualdad de oportunidades, a la intolerancia cada vez más extendida en los países occidentales, al papel de la mujer en la Iglesia. Pero de eso los predicadores, salvo honrosas excepciones, poco saben y por consiguiente nada dicen. Prefieren repetir hasta la saciedad los "mensajes evangélicos” que aprendieron en los seminarios, sacándolos de contexto muchas veces, porque para ellos comprometen menos que entrar en discusiones sobre temas "terrenales".

El papa Francisco intentó acabar con esta manera de hacer las cosas, lo que no significa que cambiara los dogmas como algunos de sus numerosos detractores sostienen. Era consciente de que de otra forma los países desarrollados continuarían perdiendo creyentes, porque el mundo avanza por caminos cada vez más separados de lo que enseñaba el viejo catecismo.

De todo, hasta de una ceremonia al viejo estilo clerical, se pueden sacar conclusiones.

17 de julio de 2025

El padre Baudilio

Hay veces que uno, sin proponérselo, se encuentra con regalos inesperados. El otro día oí una entrevista en un programa de radio que, no sólo me hizo pasar un rato agradable, sino que además me ha hecho meditar durante algún tiempo sobre alguno de los comentarios que se hicieron. La hora era la del desayuno, la emisora la SER, el presentador Javier del Pino -al que acompañaba el escritor Juan José Millás, su habitual colaborador- y el entrevistado un sacerdote oblato, el padre Baudilio.

Para que se entienda mejor el contexto, explicaré que Millás acababa de confesar que estuvo en un seminario durante tres años de su vida, entre los quince y los dieciocho, del que lo invitaron a salir al detectar que en realidad no tenía ninguna vocación. A su director espiritual no le debían de gustar demasiado las ideas que plasmaba en su obligado diario de seminarista y le propuso que abandonara. De hecho, el escritor se declara en la actualidad ateo.

El padre Baudilio había sido compañero suyo durante aquellos años y en la actualidad continúa ejerciendo su vocación. Se recordaban y entablaron una conversación que, como ya he dicho, me pareció interesantísima, la de dos personas muy preparadas e inteligentes, uno creyente y el otro ateo. Millás preguntó al religioso si seguía creyendo en Dios y la respuesta fue que por supuesto. No contento, el escritor insistió: ¿pero en aquel Dios que nos enseñaban? La respuesta fue tan tajante como la anterior: algo rectificado.

En un momento determinado, cuando hablaban de teología, Millás explicó que Borges consideraba que esta disciplina pertenece al género de la fantasía, opinión a la que el oblato no contestó. Me hubiera gustado conocer su idea, pero sólo oí el silencio. Yo nunca había oído hablar de esta frase del gran escritor, pero desde mi modesto conocimiento de la materia en cuestión coincido completamente con él. Nunca he sabido si se estudia teología para encontrar la verdad o para quedarse uno más tranquilo con sus creencias. Supongo que rodearlas de enciclopedismo ayuda mucho a mantenerse en el convencimiento de que se está en la verdad.

Después hablaron de las vocaciones, para confirmar los dos algo que todos sabemos, que ahora la mayoría de las órdenes religiosas se nutren de seminaristas procedentes de países del tercer mundo. Millás dijo algo así como que parece como si ahora las religiones fueran cosa de pobres. En mi opinión también lo fueron antes, porque al fin y al cabo se trata de una profesión con una buena salida laboral. 

La parte final de la entrevista la dedicaron a la literatura actual. Hablaron de “El loco de Dios en el fin del mundo”, el último libro de Javier Cercas, y de “Ese imbécil va a escribir una novela”, escrita por el propio Millás. El padre Baudilio, que se declaró lector empedernido, había leído los dos y no le faltaron elogios. Cuando acabó la entrevista me metí en Internet y se los encargué a Amazon. En su lectura estoy en estos momentos y cuando acabe quizá me atreva a dar mi subjetiva opinión.

Hay veces en los que uno se encuentra con regalos inesperados. Éste ha sido uno de ellos.

12 de julio de 2025

La desesperación de don Alberto

 

El espectáculo parlamentario del pasado día 9 de julio en el Congreso de los Diputados fue de los que se mantendrán gravados en la memoria colectiva durante mucho tiempo. En un momento en el que el PP parecía estar en la cresta de las olas demoscópicas, la gigantesca torpeza de su líder deshizo en unas horas de debate lo que parecía un buen momento para la formación conservadora. Rompió de manera bronca y agresiva todos los puentes que pudieran unirlo a otros partidos y ensució el panorama político con alusiones personales impropias en alguien que pretende llegar a ser presidente del gobierno español. Abandonó la prudencia y cayó en la más sórdida de las desmesuras.

Supongo que sus resortes mentales se dispararon como consecuencia de la inseguridad que lo rodea. A pesar de que los batacazos del PSOE le estaban poniendo a huevo el panorama político, en su fuero interno debía de pesar como una losa la más que evidente dependencia de Vox, los que pretenden expulsar a ocho millones de inmigrantes, sin cuyo concurso sabe que no podrá llegar a gobernar. Si a ello le unimos que de forma tácita los “socios” de Sánchez estaban otorgando a éste mediante sus intervenciones en la sesión parlamentaria un claro voto de confianza, todo hace pensar que sus esquemas se derrumbaron de repente y lo arrastraron a la más zafia de las ignominias.

Aficionado como soy a los debates parlamentarios, jamás había visto antes una manera tan indigna de comportamiento. Confieso que llegué a sentir vergüenza ajena cuando Feijóo acusó a Sánchez de haber sido beneficiario de la prostitución en su familia y que, cuando mi vista recorrió la bancada popular y observó el griterío jubiloso de los suyos ante la infame acusación, sentí tristeza al comprobar que en mi país se pudiera haber llegado a tamaña bajeza moral.

Yo sé que lo tiene difícil, porque su partido está solo. No me pasa desapercibido que el futuro político de Núñez Feijóo pende de un hilo, porque si no consigue gobernar los suyos se lo quitarán de encima como se quitaron a Casado. Lo que no acabo de entender es que un hombre que consiguió varias mayorías absolutas en Galicia gracias, entre otras cosas, a su fama de político moderado, esté cayendo ahora de una manera tan espectacular en el esperpento. Porque lo suyo del otro día no se ve con facilidad ni en las llamadas repúblicas bananeras.

Al día siguiente, supongo que abrumado por la cantidad de llamadas de atención que debió de recibir, no se le ocurrió mejor justificación que alegar que su información sobre los antecedentes prostibularios del presidente del gobierno procedía de la prensa, así en abstracto, sin dar más datos. Lo que sucede es que cuando se cae en errores políticos de este tipo, cuando el subconsciente lo lleva a uno a cruzar las líneas que separan la decencia de la indecencia, es difícil rectificar y, como consecuencia, con torpes intentos de justificación agrava más la situación.

Pero, don Alberto, se ponga usted como se ponga la ha cagado. Mire por el retrovisor a Vox que cada vez se le aproxima más y saque conclusiones. Los electores, puestos a elegir entre dos opciones que cada vez se parecen más, suelen elegir la que consideran genuina y no las imitaciones. 

En cualquier caso, los progresistas de este país le deben de estar agradeciendo que haya puesto  usted en evidencia tanta bajeza. Si ahora dice lo que ha dicho, qué no hará y dirá si llegara a gobernar.

9 de julio de 2025

Menos mal que no somos eternos

 

Nunca pude llegar a imaginarme que el paso de los años pudiera llegar a crearme tanta inquietud y desasosiego. No me refiero a los aspectos físicos o mentales, para cuyo deterioro siempre he estado preparado, sino a la evolución de las costumbres, a los cambios de mentalidad de las nuevas generaciones, a la transformación continua del escenario que nos rodea. Recuerdo que cuando era joven y observaba el desacuerdo de los mayores con los cambios que se producían a su alrededor, me prometía que a mí eso no me sucedería jamás, porque al fin y al cabo se trataba de un problema de actitud que había que combatir con inteligencia. Pero me equivocaba, porque cada vez me cuesta más adaptarme a eso que se llama progreso tecnológico.

Esta reflexión no es más que un vano ejercicio de introspección, una inútil forma de pasar el rato. El mundo continúa por donde lo conduce la inercia social y a los pobres supervivientes de otros tiempos, a los que nos ha caído en suerte haber vivido aquella experiencia y tener que soportar ésta, no nos queda más salida que la resignación. También, por qué no, aportar una pizca de regodeo a tanto frenesí, a tanto control y a tanta tecnología. En la vida siempre hay varias maneras de enfrentarse a lo inevitable y una de ellas es no perder nunca el sentido del humor.

Cuando uno ha vivido siempre apoyándose en la interrelación con los que te rodean, en el contacto personal, en la palabra y hasta en la imagen, todos estos filtros tecnológicos que nos imponen los nuevos tiempos nos resultan cortapisas a la relación social, una deshumanización de lo humano y un lastre para la convivencia. Las personas ahora ya no hablan, se mensajean, ya no gestionan, meten datos en un tubo, ya no viven, sobreviven. Es verdad que como es lo que conocen no sufren. Las cosas son así y no cabe otra que aceptarlas.

Pero los que hemos vivido otros tiempos, los que resolvíamos nuestras cuitas mediante la colaboración entre personas y no alardeando en redes sociales o apoyándonos en robots y en inteligencias artificiales, nos quedamos sorprendidos de hasta dónde hemos llegado y, como decía arriba, o no los tomamos con cierto sentido del humor o corremos el riesgo de que nuestras mentes se desequilibren.

Mi optimismo me obliga a no tirar la toalla y mantenerme alerta para no quedarme demasiado rezagado. Pero el esfuerzo es tal que no estoy muy seguro de que merezca la pena. Cuando ahora consigo que en un centro de atención telefónica me conteste una persona y no un robot, cuando logro entablar una conversación de mire usted señorita lo que me sucede, en vez de pulsar un número y luego otro y más tarde el que a mi juicio corresponda, me entran ganas de cruzar a la floristería de enfrente y enviarle un ramo de gladiolos a la persona que me ha atendido. La euforia en esos momentos me embarga y sería capaz de regalarle mi patrimonio entero y dejar a mis hijos sin herencia.

Pero entonces me acuerdo de que no somos eternos y me tranquilizo.

6 de julio de 2025

Bla, bla, bla; blo, blo, blo

 

Ante todo, pido disculpas por el título que me ha venido de repente a la cabeza. No por el uso de onomatopeyas, que me parece legítimo, sino por considerar que la vocal a sea más limpia y sobre todo menos agresiva que la o. Bla, bla, bla sería la representación de los dimes y diretes que se les oye decir estos días a los llamados socios de la investidura para expresar su rechazo a la corrupción de Cerdán y compañía, mientras que blo, blo, blo representaría los discursos broncos, malhumorados y cargados de odio que, no sólo ahora, sino desde hace años repite hasta la saciedad la oposición capitaneada por Feijóo y Abascal.

Los del bla, bla, bla gesticulan y expresan su absoluta repulsa a los corruptos, miran con preocupación al PSOE no vaya a ser que les caiga encima alguna mácula de culpabilidad y no pierden de vista a su electorado, al fin y al cabo el objeto de sus desvelos. Pero cuando se les pregunta si mantienen su apoyo al gobierno progresista, aunque eludan dar un sí taxativo por respuesta, no dicen lo contrario. Algunos incluso se atreven a asegurar que apoyar una hipotética moción de censura propuesta por Feijóo está muy lejos de sus intenciones.

Los del blo, blo, blo también gesticulan, pero no miran al PSOE con preocupación, sino como sí acabaran de descubrir la quintaesencia de la corrupción personificada, no en los corruptos, sino en la Fiera Corrupia que han ido creando poco a poco, desde que se les desalojara del poder mediante un democrático voto de censura, provocado precisamente por la acumulación de casos de cohecho, nepotismo, tráfico de influencias y malversación de fondos que derivó en una sentencia condenatoria del PP. Se les hace la boca agua al pensar que quizá ahora haya llegado su oportunidad.

El sábado oí desde la primera palabra a la última la intervención del secretario general del PSOE en la apertura de su Comité Federal. Me consta que se han hecho muchas valoraciones, desde las entusiastas hasta las denigratorias, pasando por las mediopensionistas. La mía es de moderada aprobación, pero sobre todo de reconocimiento de que, dada la compleja situación, Sánchez ha dicho lo que tenía que decir. Me he apuntado tres frases que, desde mi punto de vista, resumen perfectamente toda una declaración de intenciones. La primera, continúo con la misma determinación. La segunda, la hoja de servicios de este gobierno es excepcional. La tercera, lo nuestro no es resistencia, es avanzar.

En estos momentos tengo la sensación de que esta legislatura se acabará cuando corresponde, es decir en 2027. La oposición seguirá ladrando sus rencores por las esquinas, porque no le cabe otra alternativa. La prueba es que han convertido su congreso en un mitin anti Sánchez, sin propuestas políticas sobre la mesa. Ver a Aznar amenazar con meter a los socialistas en la cárcel produce pavor. Pero ahí está el de las Azores, dándoselas de líder carismático, como si sobre su conciencia no pesaran los miles de iraquíes muertos tras la innecesaria agresión que con su irresponsable mentira contribuyó a provocar.

Pero del congreso popular hablaré en otro momento, porque para un curioso de la cosa pública no ha tenido desperdicio.

3 de julio de 2025

Vendo misiles a buen precio

Quien me conoce sabe que siempre he considerado que la seguridad es un bien social, por extraña que parezca la aseveración. Una sociedad amenazada por fuerzas internas o externas nunca podrá ser considerada como un estado del bienestar, por muy desarrollados que tenga los restantes pilares que lo definen como tal.

Como consecuencia de esta idea, suelo seguir muy de cerca todo aquello que afecte a nuestras fuerzas armadas. Procuro estar muy al día de su evolución, tanto en los aspectos organizativos como en el de las dotaciones de material. Por supuesto mi conocimiento es muy generalista, pero creo que tengo una idea bastante clara de cómo se ha ido modernizando a lo largo de los últimos años.

Cuando el presupuesto en Defensa se situaba en el entorno del uno por ciento, me parecía absolutamente escaso para nuestras necesidades defensivas. En mi opinión, no había capacidad de respuesta ni siquiera si se produjera un ataque desde nuestra frontera sur, que como es sabido siempre ha constituido una amenaza latente sobre nuestra integridad territorial. Canarias, desde mi punto de vista, estaba expuesta a un ataque por sorpresa.

Ese presupuesto ha ido aumentando paulatinamente y avanzando hacia un objetivo del dos por ciento. Conozco con cierto detalle los programas de rearme en desarrollo y en fase de planificación y me atrevería a decir, que suponen un incremento cualitativo digno de consideración. No voy a entrar en detalles, porque no quisiera aburrir.

Pero ahora Trump se saca de la manga una nueva cifra, nada más y nada menos que la del cinco por ciento, un guarismo que no se corresponde con ningún plan de equipamiento concreto, sólo con su capricho. Podría haber dicho el cuatro o el seis, pero ha redondeado a un número primo. La intención es clara, vender armas a sus aliados, para compensar su deteriorada balanza de pagos.

La esperpéntica cumbre de la OTAN, en la que desde su secretario general hasta el último de los mandatarios de los países miembros han rendido pleitesía al poderoso emperador de occidente -por no decir como diría un amigo mío que le han besado el culo- ha contado con una excepción, la del presidente del gobierno español. Es cierto que ha firmado el comunicado final para evitar romper un consenso necesario en una alianza defensiva, pero ha dejado claro que mantiene su objetivo del dos por ciento.

Las izquierdas populistas de este país, que nunca reconocerán la necesidad de contar con unas fuerzas armadas que con su poder de disuasión nos ermita mantener el estado de bienestar, seguirán poniendo el grito en el cielo cada vez que se toque este tema. La derecha, a su vez, en un alarde de cinismo de diseño, guardará silencio respecto a la imposición de Trump, aunque se les escape de vez en cuando que, si bien acatarían la imposición del emperador, negociarían la adaptación a nuestra realidad social.

No sé como acabará este asunto, pero yo aplaudo que reforcemos nuestro sistema defensivo, al mismo tiempo que celebro que Sánchez le digo no al todopoderoso presidente de los EE, UU. 

26 de junio de 2025

Análisis "objetivo" de la situación actual

Puede ser que el título que he elegido esta vez no responda exactamente a lo que pretendo contar hoy, pero como me gusta lo mantengo.

Creo que ya he confesado aquí en alguna ocasión que en una de mis etapas profesionales en la empresa donde trabajé durante treinta años, me nombraron director de un programa de marketing denominado Planificación de Cuentas. Consistía fundamentalmente en reunir a los responsables directos e indirectos de las relaciones con cada uno de los grandes clientes -área comercial, soporte técnico y especialistas- durante unos días, fuera de la ciudad de residencia, encerrados en un hotel. El objetivo era analizar su situación desde el punto de vista informático, para detectar necesidades no cubiertas que pudieran ayudar a mejorar la calidad de nuestras ofertas.

Utilizábamos un método que se denominaba SWOT, siglas en ingles de puntos FUERTES, puntos DÉBILES, OPORTUNIDADES y AMENAZAS. Consistía en analizar los cuatro apartados en relación con el cliente y, tras un posterior brain storming (tormenta de ideas), sacar entre todos conclusiones de cómo había que enfocar el negocio, partiendo siempre de la situación del momento.

Se me ha ocurrido que Pedro Sánchez debería encerrase durante unos días con sus asesores y planificar la dura etapa que le aguarda por delante. Yo le podría sugerir algunas ideas. Veamos el análisis que podría hacerse siguiendo el método SWOT.

Puntos fuertes.

-Buena situación económica con un crecimiento del PIB por encima de la media europea

-Agenda social en marcha (reforma laboral, salario mínimo interprofesional, revalorización de pensiones, etc.)

-Aumento del empleo

-Disminución de las tensiones separatistas (gobierno socialista en Cataluña y Navarra y gobierno de coalición con el PNV en el País Vasco)

Puntos débiles

-Corrupción aflorada

-Deslealtad de sus socios e incluso guerra abierta de alguna izquierda populista

-Dependencia de los nacionalistas de derechas

Oportunidades

-Casos judiciales pendientes del PP

-Dependencia total y absoluta del PP con respecto a Vox

-Aislamiento del PP con la mayoría de los partidos del parlamento

-Temor generalizado a que la ultraderecha llegue al poder

Amenazas

-Posibles nuevos protagonistas de la corrupción

-“Tamayazos”

A mí me parece que, tras un análisis detallado de este SWOT, entre todos los participantes serían capaces de ordenar ideas y, en consecuencia, sacar conclusiones para mejorar la oferta a los españoles, porque la actual ha quedado muy ensombrecida por los últimos acontecimientos. Debo decir que, aunque mi experiencia profesional fue buena, porque aquel programa ayudó mucho a los responsables directos de nuestro negocio, en algunos casos, muy pocos, no sirvió absolutamente de nada, porque se partía de una situación muy deteriorada. ¿Sería éste el caso del gobierno actual?

Pensándolo bien, a lo mejor el título del artículo de hoy no está tan mal elegido.

21 de junio de 2025

Mi confianza pende de un hilo

 

No he querido alargar el título del artículo, pero tenía que haber añadido que el hilo no es otro que un rechazo absoluto a la ultraderecha. Mi conciencia nunca se quedaría tranquila si con mi voto o con mi abstención contribuyera a que en mi país gobernara el PP en coalición con Vox. Ahora ya no son sólo sospechas de hasta dónde puede llegar un gobierno en el que participen estos últimos, porque los desatinos que se cometen en algunas autonomías han puesto de manifiesto su intolerancia y su intransigencia.  Por eso, por muchos bandazos y titubeos que vea en estos momentos en el PSOE, prefiero pensar que puede ser capaz de acabar con la lamentable situación que está pasando y volver a ser el partido socialdemócrata en el que siempre he confiado y de momento sigo confiando.

De lo que no me cabe la menor duda es que así no pueden continuar. La frase que Sánchez espetó a Rufián el otro día en el Congreso, “no confunda la anécdota con la categoría”, ha sido torticeramente utilizada contra el primero, porque su significado no es considerar que la corrupción de Cerdán y compañía no sea digna de atención, sino advertir que de las excepciones no se pueden sacar conclusiones generales. Ese ha sido siempre el significado de la expresión y estoy convencido de que con tal propósito la pronunció el presidente. Pero la incultura, mezclada con el odio que inunda las bancadas conservadoras, ocasiona  barbaridades.

Decir que la izquierda es corrupta es una generalización tan simplista que no admite perder ni un minuto en rebatirla. Lo que sucede es que a perro flaco todo son pulgas y esta oposición, que no hace más que sembrar discordia, ha decidido que no tiene mejor estrategia que continuar con las malas formas y el insulto, de la misma manera que ha elegido no pronunciar ni una sola palabra de repulsa a las acciones vandálicas que se están cometiendo ante las sedes del partido socialista en toda España. Por sus silencios los conoceréis.

Mi confianza pende de un hilo, pero la mantengo. Yo creo que esta oposición -PP y Vox- de momento tiene bastante difícil conseguir una mayoría suficiente para gobernar en España. No digo que sea imposible, porque todavía queda mucha legislatura por delante. Seguirán con sus campañas de deslegitimación, pero si el gobierno reacciona con prontitud, endereza el rumbo, consigue promover políticas de consenso entre los llamados socios de la investidura y actúa con contundencia contra los corruptos, debería ser capaz de salvar la situación. La carta que Sánchez ha enviado a la OTAN, advirtiendo de que España no está dispuesta a subir el gasto en defensa hasta el cinco por ciento como exige Trump, es un ejemplo. Mantener y mejorar el estado del bienestar, objetivo primordial de este gobierno, no lo permite. Se lo van a criticar por todas partes, pero salir de este atolladero al que lo ha conducido la ignominia de alguno de sus colaboradores le obliga a ser valiente.

Como progresista estoy consternado ante la situación creada por unos presuntos delincuentes, pero también esperanzado en que el partido socialista pueda recuperar la credibilidad. El pesimismo no conduce a nada positivo, sólo a agravar las malas situaciones. Por eso, confío en que el hilo que sujeta mi confianza resista.

18 de junio de 2025

Corruptos y corruptores

Llama mucho la atención que, en una democracia moderna, con una administración profesionalizada y gran experiencia en la lucha contra la corrupción, se puedan cometer delitos de tanta envergadura como los que se dan en nuestro país. Que las mesas de contratación en primera instancia y las intervenciones en última no detecten irregularidades tan grotescas como las adjudicaciones fraudulentas a las que estamos asistiendo en los últimos años, con este gobierno y con el anterior, llama la atención de cualquier ciudadano bien intencionado.

Puede haber corruptos entre los políticos, pero que los órganos de control fallen resulta incomprensible. Salvo que haya complicidad y no estemos ante casos aislados protagonizados por delincuentes, sino frente a un sistema administrativo viciado, lo que sería mucho más preocupante. A los ladrones se les puede juzgar y meter en la cárcel si se descubren sus robos, pero mientras no se depuren responsabilidades entre los encargados de filtrar las ofertas la corrupción seguirá campando por sus respetos. Parece como si aquel viejo dicho de pon mis papeles encima de los de los demás no fuera una gracia sino un modus operandis.

Hay algo que además llama la atención. En un caso de corrupción hay siempre un corruptor y un corrupto. No sólo hay que perseguir a los segundos, también a los primeros, porque mientras los empresarios sigan haciendo de su capa un sayo, siempre encontrarán a alguien que acepte mordidas. En el último escándalo que ha saltado al escenario público, el caso Cerdán, se habla mucho y con razón de los presuntos delincuentes, pero da la sensación de que los empresarios afectados pasan desapercibidos. Supongo que no será así y que en su momento se les exigirá responsabilidades, aunque de momento se oigan tan pocas críticas. 

Este es un asunto muy serio, ya que si, como sospecho, los engranajes de control están dañados, jamás se acabará con la corrupción, porque siempre habrá algún delincuente a disposición de los que pagan comisiones. El gobierno  debería iniciar inmediatamente una rigurosa revisión de los procedimientos y de los órganos de contratación responsable de las adjudicaciones. Seguramente se dirá que su funcionamiento está perfectamente regulado y que los casos que van surgiendo no son más que excepciones, pero la sensación que nos queda a los ciudadanos es que no es así.

Lo más lamentable de todo es que, cuando los corruptos son políticos, los legítimos mecanismos de la democracia se ponen en marcha para depurar responsabilidades. Pero cuando se trata de fallos organizativos de la administración no se oye un ruido, como si no hubiera nadie a quien le preocupara esta parte de la corrupción.

Además, sospecho que si a las empresas pagadoras de comisiones ni se las nombra en este último caso, debe de ser o porque la oposición no saca provecho de ello o porque teme enfrentarse a la patronal.

14 de junio de 2025

Malas compañías. Ladrones de guante negro

Entre mis muchos defectos está el de que en ocasiones me dejo llevar por la vehemencia, aunque sea consciente de que es muy mala consejera. Lo digo porque hoy no he podido resistir la tentación de sentarme ante el ordenador y soltar los demonios almacenados por la indignidad de Cerdán y sus compañeros de armas, cuando apenas han empezado a conocerse algunos detalles de sus siniestras maniobras. Si no lo hago reviento.

Le oí decir el otro día a Joan Baldoví de Compromís algo así como “le estamos regalando el gobierno a la derecha”. No le faltaba razón, porque la envergadura de los escándalos protagonizados por la banda de presuntos delincuentes que han rodeado a Pedro Sánchez en los últimos años pone en peligro la continuidad del gobierno progresista que éste preside. No se dispone todavía de toda la información, pero por lo que hasta ahora se sabe la situación es muy preocupante.

Me indigna pensar que unos auténticos chorizos de tan despreciable calaña hayan conseguido ganarse la confianza política del presidente Sánchez, primero mediante su “desinteresada” colaboración durante las campañas electorales y más tarde gracias a sus gestiones al frente de las respectivas responsabilidades que les había encomendado, por cierto de gran complejidad. Yo comprendo que cuando se está en determinadas posiciones políticas es muy difícil, por no decir imposible, descender al nivel de los controles personales.  Se confía en alguien, se examina su gestión y si ésta es buena se baja la guardia. Así sucede en el ámbito de la política y en muchos otros órdenes de la vida.

Dicho esto, que no exculpa a Sánchez de su responsabilidad in vigilando, toca hablar de la continuidad del proyecto progresista, que por encima de todo es lo que a millones de ciudadanos les preocupa. Todo va a depender de la actitud de sus socios. Hasta ahora, las manifestaciones que van llegando, aunque cautelosas y llenas de matizaciones, hacen pensar que hay voluntad de continuar prestando apoyo, unos por mantener políticas de izquierdas y otros para evitar que gobierne en España una alianza de conservadores y ultraderechistas. Esto es política, de manera que ya se sabe que los criterios que la mueven en ocasiones son inescrutables.

Es muy pronto para sacar conclusiones. Habrá que esperar a que se vaya sabiendo qué más hay detrás de estas desvergüenzas y vilezas y hasta donde llegan las responsabilidades. El daño ya está hecho, pero puede que no sea tanto como el que parece. Los delincuentes a los tribunales y los políticos a sus quehaceres. Todo menos regalar el gobierno a los que no se lo han ganado en las urnas.

Cuando se me haya pasado la indignación y sobre todo cuando se disponga de más información, volveré a dar mi opinión sobre este asunto, que para eso escribo aquí. Porque no es Sánchez ni es el PSOE lo que me preocupa, sino el progreso social y económico de España, que puede estar en juego por culpa de unos delincuentes.

11 de junio de 2025

Discrepancias o deslealtades

Deslealtad significa rompimiento o violación de un presunto contrato de colaboración y confianza entre personas u organizaciones. Discrepancia, a su vez, es la diferencia o desigualdad que resulta de comparar cosas entre sí. Se trata de dos conceptos completamente diferentes, de dos palabras con significados muy distintos. Sin embargo, son muchos los que los confunden y los mezclan en un totum revolutum, sobre todo cuando se utilizan en el terreno de la política.

En los partidos, la discrepancias no sólo son aceptables sino además recomendables. Pero ciertas deslealtades, como la de airear las discrepancias fuera de los cauces organizativos, son una traición a los lazos de confianza establecidos y, por tanto, absolutamente reprochables.

Me estoy refiriendo a los voceros socialistas que últimamente salen a la palestra con cierta frecuencia, para censurar públicamente determinadas decisiones de su partido. En vez de encauzar las discrepancias dentro de los procedimientos establecidos por la organización a la que pertenecen, utilizan sus tribunas personales para convertir aquellas en manifiestas deslealtades, estrategia que normalmente persigue objetivos electoralistas personales, sin importarles el daño que hacen al conjunto de su partido. No doy nombres, porque de todos son conocidos.

Este fenómeno se da también en las numerosas tertulias radiofónicas y televisivas a las que tenemos acceso los ciudadanos de a pie. Militantes socialistas con un buen prestigio ganado a lo largo de los años, que de repente utilizan los micrófonos para lanzar desaforadas discrepancias, sabiendo como saben perfectamente que están convirtiéndolas en deslealtades. Creen que con esa actitud se ganan la consideración de independientes, pero en realidad lo que están haciendo es minar los cimientos del partido al que pertenecen.

No censuro las discrepancias, porque las considero legítimas, pero sí su espuria utilización. En el primer caso, el de políticos en activo, porque al perseguir objetivos locales, perjudican en su conjunto al partido al que pertenecen. En el segundo, porque si han elegido una actividad supuestamente independiente como es la de analista político, deberían abandonar el partido que los acoge. No se puede nadar y guardar la ropa.

El ahora muy nombrado por la oposición Alfonso Guerra, dijo en una ocasión que el que se moviera no salía en la foto, expresión que venía a decir que o estabas en el compromiso político con todas sus consecuencias o abandonabas el partido. Cuando ahora le oigo hablar en contra de Sánchez, me pregunto si se habrá dado de baja como militante. Es posible que se haya olvidado de su famosa frase y que no se dé cuenta de que está convirtiendo la legítima discrepancia en deslealtad imperdonable.

No, no es lo mismo discrepancia que deslealtad.

7 de junio de 2025

¡Ah... y qué has de hacer!

Le oí decir el otro día a Felipe González en una entrevista en televisión, que tiene la sensación de que los líderes de Podemos prefieren estar en la oposición en vez de asumir responsabilidades de gobierno. Es más, llegó a decir que algunos de ellos estarían dispuestos a dejar caer el gobierno del PSOE, porque nada les va en este asunto. Como saben que nunca llegarán a gobernar, les resulta más cómodo criticar las labores del ejecutivo que colaborar con el conjunto de la izquierda.

Sólo se trata de la opinión de un antiguo presidente del gobierno español, pero a pesar de la subjetividad propia de cualquier político a mí me ha hecho pensar. Los comportamientos parlamentarios de los actuales líderes de Podemos no son los que se esperarían de una minoría de izquierdas cuando está gobernando una coalición progresista. Parecen los de un grupo resentido por lo mal que les han ido las cosas y que, como consecuencia, practican aquello de si hay que hundirse nos hundimos juntos, porque en la oposición somos todos iguales. Deben de pensar que pueden conservar sus cuatro o cinco escasos escaños y continuar compitiendo para hacerse con el control de la izquierda, aunque los destinos del país hayan pasado mientras tanto a manos de la derecha y la ultraderecha.

Una vez que Podemos removió los cimientos de un PSOE que se había dormido en los laureles, después de anunciarnos que quería asaltar los cielos y tras un periodo de idilio con el partido socialista, parece como si sus dirigentes hubieran decidido volver a sus orígenes, a aquellos principios en los que lograron encandilar a un importante porcentaje de votantes progresistas. Pero el tiempo ha transcurrido y ha dejado claro que aquello no fue más que una ilusión que, además de desunir a la izquierda como nunca lo había estado antes, no ha hecho sino sembrar cizaña en el bloque progresista.

La maniobra de Yolanda Díaz que culminó con la creación de Sumar, aunque se basaba en un intento de unir a una izquierda que estaba muy dividida por la existencia de tanto personalismo, no ha supuesto ningún cambio sustancial. Se mantienen en la coalición que en este momento gobierna, pero tras cada paso que da el ejecutivo sacan a relucir inoportunas discrepancias, en un intento de demostrar que ellos no son lo mismo. Un auténtico esperpento, una falta absoluta de realismo político.

Si la izquierda no se une, si los líderes de estos pequeños partidos no dejan de jugar unas cartas que lo único que consiguen es quebrantar la unidad progresista, apaga y vámonos. Como sospecha Felipe González, pasarán a la oposición y se sentirán muy a gusto gesticulando desde sus escaños, mientras que estas derechas que ahora están en la oposición se frotarán las manos y manejarán a su antojo los destinos de nuestro país. Más torpeza política no cabe. 

En Castellote, el pueblo aragonés de mis raíces, cuando alguien percibe lo inevitable, utiliza una expresión que a mí me encanta por su sonora elocuencia: “¡Ah... y qué has de hacer!”.