3 de agosto de 2018

Inmigración

La negativa de algunos países europeos a admitir inmigrantes ha cambiado el trazado de las rutas migratorias. Las masivas oleadas de pateras que todos los días desembarcan en las costas andaluzas serían menores si aquí, como en Italia, nos negáramos a aceptar la llegada de los que intentan desesperadamente alcanzar nuestras costas, estableciéramos cordones de seguridad marítimos que impidieran que los que están a punto de naufragar se acercaran a nuestro litoral o los devolvieramos en caliente a sus países de origen. Es decir, si nos comportáramos ante el drama como un país insolidario y tercermundista.

La derecha española –las derechas mejor dicho, que ahora son dos- ya han puesto el grito en el cielo como consecuencia de la política migratoria del gobierno socialista, ávidos como están de encontrar carne donde zaherir. No fueron capaces en su día de establecer una política migratoria que ordenara la afluencia de inmigrantes –salvo tiros de pelotas en las playas-, ni de escalar el asunto a las correspondientes instancias europeas, y ahora abominan de episodios como el del Aquarius. Verlo para creerlo.

Negar que la inmigración africana supone un serio problema para el país de acogida sería negar la evidencia. Pero ignorar el hecho, como hizo el gobierno del PP durante los últimos seis años, pone de manifiesto una falta de sentido de la responsabilidad que asusta. Y utilizarlo como argumento de controversia política una desfachatez que hiere la inteligencia. Aquí no caben todos –dicen unos-, hay millones esperando cruzar la frontera –añaden otros-, nos traen enfermedades infecciosas –sentencian los más alarmistas. Pero ninguno de ellos añade qué se puede hacer para subsanar la situación, salvo acusar a los que defienden la solidaridad y el comportamiento ético como “buenistas”, un neologismo ramplón que define a quien lo usa.

Estamos ante un problema que requiere de todo menos de demagogia. El gobierno de Pedro Sánchez ha empezado con acierto, aceptando la llegada como inevitable, arbitrando partidas económicas para conducir lo mejor posible el desbordamiento humano e instando a la Unión Europea para que colabore en la solución. Son medidas de emergencia, porque las de mayor calado, como frenar la ola migratoria desde los países de origen, es algo que no se improvisa. No sólo requiere tiempo, también dinero. Y nunca, por mucho que se haga en este sentido, se logrará frenarla del todo.

En cualquier caso, no estamos ante algo nuevo. La presión demográfica africana y las diferencias de calidad de vida entre dos mundos tan próximos, son circunstancias que impelen desde hace mucho tiempo a los africanos a saltar vallas y muros, a llegar aquí como puedan, incluso jugándose la vida. Está sucediendo desde hace muchos años. Los que ahora se rasgan las vestiduras como si se tratara de un problema causado por la ineptitud del nuevo gobierno, lo saben perfectamente. Lo que sucede es que tienen un morro que se lo pisan.