29 de diciembre de 2020

No es sólo odio, también es frustración

Nunca hubiera podido imaginar que una derrota electoral  provocara sentimientos de odio tan acusados como los que observo a diario en algunos ciudadanos de nuestro país. Llevo años analizando las reacciones que se producen tras los fracasos electorales de unos y de otros y hasta ahora no había percibido tanta animadversión como la que ahora exuda por todos los poros de su cuerpo una parte de la ciudadanía española. Los mensajes que se envían -mejor, se reenvían-, las declaraciones de los líderes de las ultraderechas y las soflamas de un determinado sector de los medios de comunicación del país son tan desgarradores, tan exagerados y tan melodramáticos, que me he puesto la gorra de psicólogo -las tengo de muchos oficios con la categoría de aprendiz- y le he dedicado alguna pensada a un asunto que cada día me sorprende más. Y he llegado a la conclusión de que detrás de este ambiente no sólo está el odio, sino también la frustración.

Dice la Academia que frustración es la imposibilidad de satisfacer una necesidad o un deseo. Y añade que se trata de un sentimiento de tristeza, de decepción y de desilusión provocado por esta imposibilidad. La necesidad o el deseo en este caso es gobernar, volver a tener en las manos las riendas de la nación. La tristeza, la decepción y la desilusión proceden de la constatación de que de momento ese deseo está muy lejos de su alcance. La legislatura va avanzando, todos los días se aprueban nuevas leyes progresistas, se corrigen aquellas que fueron aprobadas en la época del señor Rajoy, se negocia con Europa las ayudas necesarias, se lucha contra la pandemia, se gestiona un plan de vacunación, en definitiva se gobierna. Y eso es una píldora que para un sector de este país es muy difícil de tragar, acostumbrados a campar por sus respetos y a hacer con los destinos de la nación lo que les viene en gana.

Como le dijo Sánchez a Casado el otro día en el Congreso, a propósito de que éste le reprochaba que había cometido la "imperdonable falta" de no haber felicitado la Navidad a los diputados durante su intervención, deberían hacérselo mirar. Cuando la histeria se apodera de la mente de un individuo, algo patológico le sucede. Pero cuando el histerismo alcanza a un colectivo la cosa se complica, porque, como ahora sabemos muy bien, las epidemias se extienden con suma facilidad y provocan mucho dolor. La frustración de la extrema derecha -PP y Vox, Vox y PP- lleva camino de convertirse en una imparable ola de desatinos y necedades impropios de un país civilizado. Y, lo que es peor, es tanta la tinta y la saliva gastada en este griterío que no les queda tiempo para hacer lo que deberían, para ejercer una oposición útil para el país.

Como me gusta analizar las palabras, he buscado sinónimos de frustración y he encontrado muchos, entre ellos malogro y fracaso. Me viene bien traerlos aquí para explicar lo que sospecho, que toda esta actitud tan forzada procede, en primer lugar, de la mala conciencia por haber malogrado su gobierno como consecuencia de una corrupción intolerable y, en segundo, por los fracasos tan acusados que sufrieron en las últimas elecciones, unas derrotas que ni siquiera haciendo piña todos ellos en la plaza de Colón les permitió salvar los muebles del desastre. Y este malogro y este fracaso no sólo afectan a los dirigentes, también a sus seguidores, porque a nadie le gusta reconocer que había depositado su confianza en quienes quizá no la merecíeran.

Las derrotas hay que asimilarlas, pero sobre todo aceptarlas. De ellas es preciso sacar conclusiones, preparar el futuro y construir o reconstruir una alternativa creíble. Lo que no se debe hacer es echarse al monte del disparate, lanzar a los cuatro vientos acusaciones estúpidas por increibles y crear un clima de desasosiego que, lamento decirlo, a mi me produce sonrojo al observar que así es como se comportan otras oposiciones en otras latitudes del planeta, de las que nos separan siglos de civilización. 

Sosiéguense y moderen el comportamiento, señores de la oposición. Quizá así tengan ustedes alguna posibilidad de salir de la frustración en las próximas elecciones. Porque si continuan con esta correa sin fin de despropósitos corren el peligro de seguir ladrando sus rencores por las esquinas durante muchos años.

 

 

25 de diciembre de 2020

¿Cuándo nos vacunarán? Y yo que sé

Supongo que no soy el único al que le gustaría saber cuanto antes cuándo podrá vacunarse contra el coronavirus. Si me dejara llevar por las noticias oficiales, teniendo en cuenta que estoy entre los de riesgo por edad sin alcanzar la categoría de enfermo crónico, podría pensar que me corresponderá  en febrero o quizá marzo de 2021. Pero como soy un escéptico incurable, enfermedad contra la que no encuentro medicina, me he puesto a hacer unos cálculos someros que me den alguna fecha más fiable que las que se infieren de tantas informaciones contradictorias. Y por si alguno tiene interés en seguir mi razonamiento, ahí van unos sencillos cálculos aritméticos.

Supongamos que en España se instalan 100 centros de vacunación distribuidos por toda la geografía del país. Si alguno está tentado por aumentar esta hipotética cantidad que lo haga, pero que tenga en cuenta que en cada punto se necesitará una cámara frigorífica capaz de mantener temperaturas de 80 grados centígrados bajo cero. Además, al ser preciso evitar las aglomeraciones en las salas de espera y requerirse la desinfeción de los puntos de inyección después de cada vacuna, no parece razonable estimar que haya demasiados lugares habilitados para esta labor específica.

Por otro lado, imaginemos que en cada punto se cuenta con 10 enfermeros capacitados. Esto nos daría la bonita cifra de 1.000 en toda España. Si cada uno de ellos es capaz de poner una vacuna cada diez minutos, resultará que en una hora un sanitario puede administrar 6 vacunas. De manera que en todo el país tendríamos capacidad para vacunar a 6.000 personas cada hora, lo que significaría que en jornadas de 8 horas se podría alcanzar la cifra de 48.000 vacunados al día. Si tenemos en cuenta que un mes tiene 22 días laborables, la cifra mensual rondaría las 1.056.000 vacunas.

Pero no nos olvidemos que se requieren dos inyecciones por paciente, lo que reduce el resultado anterior a la mitad. Es decir que la capacidad de vacunación de nuestro sistema sanitario estaría alrededor del medio millón de personas al mes. A partir de aquí, a cada uno de nosotros sólo nos quedaría que se nos asignese un número en la lista para saber cuándo nos llegará el turno.  En cualquier caso, de acuerdo con estos cálculos quedaría claro que a finales de junio se habrían vacunado tres millones de españoles y no los diez millones que se especula en los mentideros. Para vacunar a todos éstos harían falta veinte meses, lo que nos situaría en junio de 2022.

Como supongo que  varios de los que hayan llegado hasta aquí habrán encontrado disparatado -por alto o por bajo- alguno de los parámetros que utilizo en los cálculos, les sugiero que cambien los que quieran, pero que sigan mi metodología. A los políticos y a los laboratorios se les llena la boca de triunfalismo en sus respectivas propagandas políticas y comerciales, pero la cruda realidad es que al final hay un sanitario enfrentado a una labor concreta, la de inyectar una vacuna en un paciente, cumpliendo al mismo tiempo con una serie de protocolos de seguridad insoslayables.

No quiero hablar de las posibles dificultades de la distribución, porque sería meterme en un terreno muy resbaladizo. Sin embargo, sí me atrevo a pronosticar que van a surgir infinidad de dificultades, unas inherentes al transporte, otras al reparto equitativo y algunas a la propia gestión que conlleva repartir un bien tan preciado en una geografía tan complicada. Y del dinero prefiero no hablar, simplemente dar por hecho que nuestra hacienda tiene todo previsto.

En cualquier caso, la noticia de la disponibilidad de la vacuna es muy buena. Pero no cometamos el error de suponer que mañana o pasado estaremos vacunados, porque todavía nos esperan unos cuantos meses antes de que podamos cantar victoria.

21 de diciembre de 2020

Felices Navidades de manos limpias, con mascarilla y a distancia

Desde que escribo en este blog he dedicado un capítulo al año a la Navidad. En realidad se trata de un pretexto para felicitar a mis amigos, sobre todo a los que se mantienen en la lectura de estas desenfadadas reflexiones, que como he dicho en alguna ocasión no tienen otra intención que la de contar en cada momento lo que los acontecimientos me inspiran. Nunca he pretendido convencer a nadie de nada, entre otras cosas porque doy por hecho que somos inconvencibles. Cuando cambiamos de ideas lo hacemos por lo general como consecuencia de un proceso de reflexión interna y nunca porque alguien nos haya dicho lo que debemos pensar. ¿O no?

Este año han sucedido muchas cosas relevantes, aparte por supuesto de la dichosa pandemia. Precisamente una de las muchas consecuencias del virus ha sido que su repercusión ha eclipsado u oscurecido otros acontecimientos o, con mayor frecuencia, los ha convertido en sus satélites, en marionetas a su antojo. Del señor Trump, por ejemplo, sólo se ha hablado y mucho de su renuencia al uso de la mascarilla, pero muy poco del muro con Méjico o del desmantelamiento del Obama Care o de la profunda y preocupante división que ha provocado en la sociedad americana, que algún analista americano ha comparado con el clima de enfrentamiento anterior a la guerra de secesión en los Estados de Unidos de América. Parece ser que se va a ir por fin a su casa, pero la huella de su mandato lamentablemente perdurará por algún tiempo.

En España, también la pandemia ha hecho sombra a otros acontecimientos o, como decía arriba, se ha apoderado de ellos. Las derechas, desnortadas por su aparente incapacidad de hacer oposición útil, no hacen más que hablar de víctimas, por supuesto achacando la responsabilidad de la catástrofe a la mala gestión del gobierno central. En el carrusel de su argumentario, que no deja de traernos todos los días nuevas sobre los desmanes de Pedro Sánchez y sus ministros, en estos momentos está en la cima la acusación de haberse desentendido de la situación y haber pasado la patata caliente a las comunidades autónomas. Hace poco era al revés, la de acaparar el poder y no respetar las competencias transferidas. Pero, cuando se trata de atacar a la defensiva, todo vale, hasta la incoherencia manifiesta.

La noticia buena, porque también las hay, quizá haya venido de Europa. No voy a negar que se han oído algunas salidas de tono, unos cuantos discursos de insolidaridad y no pocos movimientos que demuestran la inmadurez del proyecto europeo. Pero la realidad ha sido que desde Europa, desde el conjunto de los veintisiete, van a llegar importantes cantidades de dinero a los países más afectados por la crisis. La pregunta que habría que hacer ahora a los euroescépticos es, ¿cómo creen ustedes que saldríamos de ésta si no perteneciéramos a la Unión Europea?

Ha sido un año rico en acontecimientos, pero ha sido el año del coronavirus, un hito que pasará a la Historia, aunque todavía no sepamos con qué final. Se ha hablado y se sigue hablando tanto de remedios y de soluciones, de medidas de precaución y de restricciones, que uno ya no sabe a que atenerse. Porque sucede que, entre que los científicos todavía andan muy despistados, los políticos han aprovechado la ocasión para arrimar la brasa a su sardina y los ciudadanos somos poco amigos de renunciar a nuestras arraigadas costumbres, está resultando muy difícil domeñar la situación. Confío, sin embargo, en que las vacunas nos saquen de ésta. Si no, apaga y vámonos.

¿No había dicho yo que este artículo era para felicitar a mis amigos? Pues volvamos a lo nuestro. Muchas felicidades a todos y mucho cuidado con las celebraciones navideñas, que las zambombas las carga el diablo y los turrones provocan caries.