28 de marzo de 2021

Cuánto barro, cuánto lodo, cuánta...

Dejo el título incompleto para que el lector sustituya los puntos suspensivos por el sustantivo que prefiera. El que yo hubiera elegido pertenece al género femenino y huele mal. Pero declino la tentación de ponerlo por escrito, no vaya a ser que la palabra contamine el blog.

La política española está cada día más sucia y más pestilente. Mejor dicho, no es la política la que hiede, sino las maneras de algunos políticos. Los extremismos, la radicalidad, el juego sucio, la corrupción y la ausencia de las normas más elementales de buen estilo campan por sus respetos. No importa lo que se diga, si denigra, si insulta al adversario. En la guerra como en la guerra, deben de pensar algunos. Además, la suciedad se extiende por todas partes, por la izquierda y por la derecha. Hay personajes que, considerándose incapaces de debatir con argumentos inteligentes, utilizan toda clase de infundios para atacar al contrario. Desde el insulto machista por parte de un diputado del PP contra Yolanda Díaz que se oyó hace unos días en el Congreso -usted para ascender tiene que agarrarse a una coleta-, hasta la gratuita suposición del líder de Unidas Podemos de que Isabel Díaz Ayuso acabará en la cárcel. Barro, lodo y otras cosas.

Quien lea este blog sabe perfectamente lo que opino desde un punto de vista político de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid. No me gustan ni su ideología ni su falta de respeto al adversario ni su manera de gobernar. En mis esquemas figura dentro del más puro estilo “trumpista”, en el que se unen el populismo de la ultraderecha y la demagogia de vía estrecha. Pero nunca se me ocurrirá decir de ella, sin pruebas y gratuitamente, que acabará en la cárcel, como le ha espetado en varias ocasiones Pablo Iglesias. Y mucho menos añadir que lo que le sucede a doña Isabel es que teme que la presencia del líder de Podemos en el gobierno de Madrid permita que se mire debajo de las alfombras. Lo primero raya en el delito de atentado contra el honor de las personas, lo segundo es una fanfarronada.

He oído a alguien decir que Pablo Iglesias promueve grandes adhesiones y no menores rechazos. Mucho me temo que, consciente o inconscientemente, haya elegido un tono expresivo que tiene muchas trazas de debilitarlo políticamente, lo que podría suponer que también a su partido. Su paso adelante en las elecciones de Madrid ha supuesto en cierto modo un paso atrás en el liderazgo de UP, posición que parece que delega en su compañera Yolanda Díaz, una mujer que ha demostrado valía política, al mismo tiempo que grandes dotes para manejarse en el complejo mundo de las relaciones con los sindicatos y con las patronales. Se trata por tanto de una decisión por parte del señor Iglesias de gran calado, que supongo nace como consecuencia del rechazo casi visceral que percibe a su alrededor -en la derecha, pero también en la izquierda- y de la urgente necesidad de movilizar a un electorado radical que está dudoso o cansado. 

Lo que sucede es que existe otro sector de votantes, también de izquierdas, al que no le gusta el estilo del líder de Podemos. Por esa razón, Ángel Gabilondo ha advertido que no pactará con “este Pablo Iglesias", una expresión muy medida que da a entender que, aunque políticamente pueda haber afinidades -de hecho las hay-, sus modos y sus maneras de hacer política no le gustan. Teme que muchos de sus potenciales votantes, los del amplio centro progresista que lo apoyan y que son los que siempre han dado el poder a la izquierda, le den la espalda si perciben que para ser presidente de la comunidad tendrá que contar con él.

La izquierda en Madrid está en estos momentos tocada de gravedad y desmovilizada, entre otras cosas porque a muchos de sus votantes no les gustan los modales inadecuados. Y la derecha, manejada por la mano populista de Isabel Díaz Ayuso, crecida hasta extremos que sólo se justifican por la división de la izquierda, está crecida. Pablo Iglesias debería tener en cuenta que asaltar los cielos es una bonita frase, pero absolutamente inútil cuando no se tiene en cuenta la realidad social de España. Los radicalismos extremos, los estilos agresivos, no sólo no gustan a la mayoría de los españoles, sino que además los rechazan. Pero es que, por si fuera poco, retrasan el progreso social al incitar la reacción. La Historia lo demuestra machaconamente.

 

24 de marzo de 2021

Dogmas de fe y dogmáticos de buena fe

La primera vez que oí la palabra dogma debió de ser en una lección de la asignatura de religión, en alguno de los colegios donde estudié las enseñanzas primaria y secundaria. Sin embargo, fue mucho después cuando tomé conciencia de su verdadero significado. Al principio relacionaba el concepto que encierra este vocablo con las innumerables doctrinas religiosas que se profesan en el mundo, hasta que me di cuenta de que hay dogmáticos en lo sagrado, pero también en lo profano, porque algunos laicos convierten sus prejuicios, sus manías y sus predilecciones en auténticos principios indiscutibles.

He encontrado la siguiente definición de dogma: “Postulado que se valora por su condición de firme y verídico y al cual se reconoce como una afirmación irrefutable frente a la que no hay espacio para réplica”. Existen otras muchas, soy consciente, pero ésta viene bien para iniciar la reflexión de hoy. Contiene las expresiones firme y verídico, afirmación irrefutable y no hay espacio para réplica, tres aseveraciones que me propongo analizar una por una.

Empezaré por firme y verídico. A esta clase de conceptos metafísicos la firmeza se la otorgan sus defensores, porque se trata de una cualidad que no puede ser inherente a una idea discutible. Y, ¿son verídicos los dogmas? Si lo fueran, lo serían todos. Sin embargo, cada doctrina, religiosa o laica, tiene los suyos, muchos de ellos enfrentados en abierta contradicción. Por tanto, no lo son ni en el ámbito religioso ni en el laico. Todos los credos basan sus doctrinas en dogmas, de manera que en cada materia puede haber tantos como religiones haya. En cuanto a lo profano, no hay más que analizar las ideologías de distintas tendencias para comprobar que lo que para unos es verídico, y por tanto indiscutible, para otros no es más que el origen de todos los males. En definitiva, dos dogmas contrapuestos, posiblemente falsos los dos.

Sigamos con afirmación irrefutable. ¿Puede haber afirmaciones irrefutables? Una vez más diría que no. Toda afirmación puede y debe ser refutada. Digo que puede, porque las afirmaciones no dejan de ser opiniones; y digo que debe, porque si no hay debate intelectual nos alejaremos cada vez más de la verdad. También aquí, no sólo son las religiones las que basan sus creencias en afirmaciones irrefutables, porque las sociedades civiles están construidas sobre determinados principios indiscutibles, sobre líneas rojas que no se pueden traspasar. Lo que sucede es que en este último caso -a veces, no siempre- se trata de acuerdos necesarios para la convivencia (leyes, normas, ordenanzas), mientras que en el ámbito de las creencias religiosas lo único que se pretende es mantener la unidad del grupo mediante ideas indiscutibles (irrefutables) y evitar así la indisciplina y la desaparición del colectivo.

Por último, no hay espacio para la réplica. En una sociedad libre, formada por hombres que poseen la capacidad de razonar, a nadie se le puede pedir que deje de replicar aquello que su inteligencia no admita. Los dogmas son, en definitiva, ideas preconcebidas, y por tanto nadie debería estar obligado a aceptarlas sin discutirlas, a renunciar a su capacidad de razonar y por tanto a su libertad intelectual. Una vez más hay aquí diferencias entre lo sagrado y lo profano, porque mientras los dogmas religiosos son inamovibles por su origen -supuestas revelaciones de carácter espiritual-, los profanos suelen aceptar su revisión.

El mundo está lleno de dogmas y dogmáticos de toda clase. De los dogmas religiosos nada voy a decir, porque cada uno es muy dueño de elegir los que quiera -por lo general los que le han enseñado de pequeño- y hacerse la ilusión de que está en posesión de la verdad. Las religiones son un fenomeno que nació con el origen del hombre como un intento de explicar lo desconocido y que, al cabo del tiempo, se han convertido en instituciones sociales que perduran precisamente porque se basan en unos postulados firmes y verídicos, en afirmaciones irrefutables que no dejan espacio para la réplica.

En cuanto a los dogmas laicos, sólo me cabe asegurar que, en la medida que mi capacidad intelectual me lo permita, no estoy dispuesto a admitir sin discusión previa aquellos que no me convenzan, porque muchos de ellos no son otra cosa que corsés para la libertad de pensamiento.

20 de marzo de 2021

Por sus consignas los conoceréis

Los populismos de uno u otro signo, de izquierdas o de derechas, suelen utilizar eslóganes de carácter político, breves y contundentes. Son mensajes acuñados en sus laboratorios de propaganda, con la intención de que lleguen a convertirse, a través de la insistencia, en una especie de contraseña identificativa del pensamiento que representan. No contienen demasiadas palabras y suelen incurrir en una demagogia ramplona y de mal gusto. Pero como están destinados a personas que no quieren pensar demasiado en su contenido, pero sí en su intencionalidad, a veces resultan efectivos. Por poner unos ejemplos que ayuden a entender lo que pretendo explicar, recordaré el viejo Patria o muerte del castrismo y el recién salido del horno de la ultraderecha, Socialismo o libertad, que en los últimos días se ha convertido en el todavía más categórico Comunismo o libertad. El primero nació en tiempos de la guerrilla de Fidel Castro en Sierra Maestra y los segundos acaban de ser presentados en sociedad por Isabel Díaz Ayuso, como lema de su particular combate para hacerse con el mando de la ultraderecha en España.

Es curioso observar cómo los dos extremos, ultraizquierda y ultraderecha, coinciden en tantas cosas. Quizá sea porque el radicalismo consiste precisamente en despojarse de cualquier atavío que pueda retrasar la consecución de los objetivos que se persiguen, de tal manera que, libre de las trabas que la prudencia impone, liberado de cualquier tipo de complejos se lanza a pecho descubierto sobre el adversario político, caiga quien caiga. A los radicales no les importa lo que salga de sus bocas, ni los procedimientos que haya que utilizar, todos valen si ayudan a conseguir el poder. La mentira, el soborno, las prebendas, las malas artes no tienen importancia si allanan el terreno. Cuando dentro de los cánones propios de la ética política no se avanza, se utilizan caminos tortuosos que, a pesar de algunos riesgos, son los únicos que les permiten continuar hacia el objetivo.

Los siglos XIX y XX en España han sido ricos en asaltos al poder de manera fraudulenta. Falsas elecciones democráticas manipuladas por los caciques, golpes de fuerza propiciados por las oligarquías, levantamientos militares auspiciados por las clases privilegiadas, golpes de estado financiados por los poderes económicos o guerras civiles capitaneadas por ambiciosos sin escrúpulos. De todo esto y mucho más hemos tenido en nuestro largo y espinoso camino hasta alcanzar la democracia. Forma parte de la Historia de nuestro país, un relato que documenta con precisión la inagotable resistencia de los poderes fácticos al avance de la sociedad hacia la libertad y el progreso.

Ahora, cuando llevabamos un tiempo en el que los resultados en las urnas no parecían favorecer a los que siempre han manejado los hilos de la política, descartada la posibilidad de utilizar aquellos viejos recursos para conseguir el poder, acuden a una nueva modalidad, la del populismo ultraderechista despojado de complejos. Es lo único que les queda, porque el espacio geopolítico en el que España está incluida no permite ni vulnerar los procedimientos democráticos ni mucho menos el uso de la fuerza. Pero como las adulteraciones del juego limpio son difíciles de denunciar, se ofrecen cargos a cambio de apoyo político, sin pudor de ningún tipo, con la mayor desfachatez.

Frente a esta realidad, una izquierda dividida, por no decir atomizada. En vez de aunar esfuerzos para crear un muro de contención firme, consistente y despojado de demagogia, capaz de frenar el empuje de la cada vez más pujante ultraderecha, los personalismos y las ambiciones individuales actúan de disgregante, debilitan al conjunto y dejan el campo abierto para que los de siempre terminen haciéndose con el poder.

Veremos que sucede el 4 de mayo en las elecciones de Madrid. Sus resultados pueden condicionar el futuro a medio plazo de la política española, mucho más de lo que algunos se imaginan.