Confesaré de antemano que me había propuesto no volver a escribir durante algún tiempo sobre la institución monárquica. El asunto, desde un punto de vista constitucional, es en extremo delicado y los enredos del emérito me llevan a veces al filo de la prudencia. Pensaba, por tanto, que sería mejor dejar a un lado estas reflexiones y esperar a que se tranquilice el ambiente, si es que algún día se acaba esta cadena sin fin de disparate. Pero sucede que los Borbones no dejan de darnos sustos, no cesan en su actitud de hacer de su capa un harapo.
Las infantas Elena y Cristina se han vacunado contra el coronavirus en Abu Dabi, dicen sus portavoces que porque pasaban por allí y amablemente les ofrecieron la oportunidad. Está claro que resistir la tentación de no esperar a que les tocara el turno en la larga cola que formamos los ciudadanos españoles hubiera sido una sandez, sobre todo teniendo en cuenta el cúmulo de casualidades favorables. Haberse negado a protegerse de la amenaza vírica antes de que lo hayamos hecho los demás hubiera sido un acto heroico, aunque innecesario.
Ironías aparte, el ejemplo que han dado no se corresponde en absoluto con el comportamiento ejemplarizante que están obligadas a mantener. Ser hermanas del actual rey de España las obliga a cuidar con esmero el comportamiento cívico, por aquello de que nobleza obliga. Pero es que además, cuando la figura de su padre está cuestionada hasta el extremo de que son muchos los que ponen en tela de juicio la continuidad de la monarquía en España, deberían vigilar al máximo su conducta, porque la susceptibilidad de los ciudadanos está a flor de piel.
No seré yo quien cargue las tintas sobre este lamentable episodio. Pero sí debo decir que a los no monárquicos que defendemos la institución por un simple principio de prudencia, actitudes como las de las infantas en Abu Dabi nos están poniendo muy difícil argumentar a favor de la conveniencia de no discutir sobre la utilidad de la institución. Cuando observas que lo del patriotismo se queda en simples palabras grandilocuentes, pero por completo vacías de contenido, algo se remueve en tu interior, la necesidad de reconsiderar tantas cosas que deberían estar fuera de discusión.
De estos escándalos siempre viene a continuación el rebufo, como si se tratara de disparos de artillería. Me refiero a los comentarios de unos y de otros, los de los que aprovechan cualquier ocasión para zaherir la convivencia y los de los que para defender lo discutible sueltan monsergas patrióticas y soflamas enardecidas. Son el eco ensordecedor y lamentable de unos comportamientos que nunca deberían haberse dado.
He oído que quizá las infantas hayan cometido este burdo disparate con la intención de perjudicar a Felipe IV, del que se han distanciado desde que se vio obligado a apartarse de su padre para defender el buen nombre de la institución. No me parece en principio una apreciación verosímil, pero, dada la magnitud del desatino, cabe todo tipo de interpretaciones, aunque se trate en muchos casos de simples elucubraciones. Rebufos, como decía arriba, que lo único que consiguen es convulsionar la estabilidad de nuestro país, precisamente cuando la tranquilidad y el sosiego son más necesarios.
Ojalá dejáramos durante algún tiempo de oír hablar de los escándalos que afectan a la jefatura del Estado. Lo digo porque, si así fuera, nuestros políticos podrían dedicarse a gobernar y no a atacar o a defender a los que con su comportamiento cada vez ponen las cosas más difíciles. Y ojalá los que rodean la figura del rey dejen de comportarse como vulgares oportunistas o como impresentables “colones” en las colas de vacunación.
No quería hablar de esto, pero las infantas me lo han puesto difícil.
Desde una posición muy parecida a la tuya, Luis, no me parece importante que esas señoras se hayan puesto la vacuna en Abu Dhabi; al fin y al cabo no se trata de vacunas que, de no haberlas usado ellas, se hubieran podido poner otros ciudadanos españoles.
ResponderEliminarLo que me parece menos presentable es que su comportamiento no sea ejemplar en todos los órdenes. Se deberían exigir a sí mismas mucho más que un ciudadano medio y aparecer frecuentemente en los medios como participantes en actuaciones benéficas y participativas.
Una institución cuyo valor procede del simbolismo está obligada más que niguna otra a cuidar al máximo la ejemplaridad. A eso y no a otro aspecto de su comportamiento me he referido en el artículo. Por tanto, Alfredo, creo que estamos de acuerdo.
ResponderEliminarFuera del blog he recibido alguna crítica que me argumentaba que unas hijas están en su perfecto derecho a visitar a su padre. Estaría bueno. Pero en ningún caso deben renunciar a su obligación institucional de dar ejemplo.
De acuerdo.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho este artículo.
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