25 de septiembre de 2022

Decimoctava Guijarrada

No es la primera vez que escribo sobre el encuentro anual de nuestra familia al completo, un fin de semana -desde la noche de un viernes hasta el domingo siguiente por la mañana-, al que denominamos Guijarrada. Mis tres hermanos y yo, nuestras mujeres, nuestros hijos y nuestros nietos, y por supuesto las parejas de todos ellos, nos reunimos una vez al año, en fecha variable y a determinar en cada convocatoria, simplemente para estar todos juntos, compartir comidas, cenas y algunas actividades que organizamos para entretenernos y divertirnos. 
 
Esta vez hemos acudido treinta y cuatro, repartidos en tres generaciones, cuyas edades oscilan entre los tres años y los ochenta. Son ya dieciocho las que hemos celebrado hasta la fecha y, aunque a algunos ya nos vayan quedando pocas por delante, me gusta pensar en que las próximas generaciones serán capaces de mantener encendida la antorcha de lo que representan estas reuniones.

Siempre hemos contado con la gran ventaja de disponer de una casa familiar en Castellote (Teruel) con capacidad para todos -algunos, muy pocos, tienen que dormir durante esas dos noches en algún hotel o alojamiento rural de la localidad-. Se trata de una propiedad a la que los miembros de la familia, en grupos o por separado, con amigos o sin amigos, acudimos a lo largo del año con cierta frecuencia a pasar fines de semana, puentes o pequeñas temporadas. Guijarradas aparte, el mes de agosto, cuando se celebran las fiestas del pueblo, es el de mayor concurrencia.

Digo arriba que el propósito fundamental de estas reuniones familiares es que estemos todos juntos durante unos días para fortalecer los lazos familiares. Sólo con conseguir este objetivo estarían justificadas. Lo que sucede es que, como somos tantos, de tantas generaciones y con edades tan distintas, se requiere contar con un programa de actividades que atraiga a los asistentes y que convierta a la Guijarrada en algo más que un simple encuentro, en la oportunidad de compartir risas, ocurrencias e ingenio. Por eso organizamos excursiones en todoterrenos a lugares de difícil acceso, representaciones teatrales desenfadadas, piñatas para los niños y comidas y cenas multitudinarias. Todos, desde los mayores a los más pequeños, colaboran con sus particulares aportaciones, donde no falta la cocina “creativa”, la poesía “sublime” y la música “de cámara”. Entre tantos, de todo hay y la genialidad está muy repartida.

Claro que todo esto no sería posible si no existiera en todos nosotros una gran predisposición para la concordia, la fraternidad y la camaradería, lo que significa, entre otras cosas, una cierta dosis de generosidad. Me han preguntado muchas veces cómo conseguimos, siendo tantos y tan distintos, esta solidaridad familiar. La contestación no es fácil, porque debería acudir a la historia de la familia, ya que estoy convencido de que los que pusieron los cimientos fueron nuestros padres, por supuesto predicando con el ejemplo y transmitiéndonos gota a gota, “a la chita callando”, una manera de hacer las cosas que perdura desde entonces.

Y lo cuento hoy aquí porque, recien regresado de la decimoctava Guijarrada, me siento muy satisfecho, además de orgulloso, de cómo ha resultado todo.

20 de septiembre de 2022

Ni se despeina

Ni que decir tiene que vi en directo, sin perderme ni un detalle, el último debate en el Senado, aquel en el que, según los medios de comunicación, Pedro Sánchez y Alberto Núñez iban a tomarse el pulso. Cuando digo sin perder un detalle, no exagero, porque me tragué hasta las intervenciones de algunos senadores de los que no conocía absolutamente nada, ni siquiera su nombre. Pero es que me había propuesto sacar una impresión general de cómo se respira en todos los estratos políticos del país después de las vacaciones, para lo cual no basta con oír y ver sólo a las primeras figuras, sino que conviene hacerlo con el conjunto de la representación senatorial. ¡Y vaya que si lo conseguí!

El título de este artículo (¿sería mejor decir crónica?) lo he sacado de una de las frases del presidente Sánchez, cuando le dijo al jefe de la oposición: “usted pasa en un instante de insultar a negar que insulta sin ni siquiera despeinarse”. Después de reconocer este último que había comparado al primero con el personaje de la novela de García Márquez “El otoño del patriarca”, un dictador sanguinario y despiadado, negó que eso fuera un insulto. Incluso llegó a insinuar que debería considerar un honor que lo relacionase con el genial escritor.

A mí no me gustó el debate, en el que en vez de propuestas sólo hubo descalificaciones. Pero entiendo perfectamente que el gobierno, ante la furibunda estrategia de acoso y derribo que está ejerciendo la oposición, plagada de falsedades, de acusaciones que nada tienen que ver con la realidad y de insultos a cuál más grueso, haya decidido cambiar de estilo. Si el PP no juega limpio, Sánchez no va a seguir con el guante blanco al que en principio le obligaría su condición de presidente del gobierno de la nación. En la guerra como en la guerra. Parece claro que está dispuesto, a partir de ahora, a denunciar las maniobras poco democráticas del señor Núñez, como, entre otras cosas, la terca oposición a renovar el Consejo General del Poder Judicial, en el que la mayoría conservadora da un plus de comodidad a la oposición, algo que están decididos a no perder, aunque sea poniéndose la Constitución por montera.

Además, después de unos meses en los que ha quedado de manifiesto la falta de conocimientos de Núñez en política nacional e internacional, parece claro que Sánchez no le va a disimular los numerosos errores que comete, como puso en evidencia cuando durante el debate empezó a enumerar las frecuentes y abultadas equivocaciones que, una tras otra, fue desgranando a lo largo de varios minutos, preguntándose detrás de cada mención si eso era incompetencia o mala fe. Un rosario de acusaciones muy duro, que demuestra que el gobierno ha decidido cambiar de estrategia, algo que por otro lado le estaban pidiendo a voces sus votantes.

Después de oír, como he dicho arriba, a uno y a cada uno de los intervinientes, me reafirmo en algo que ya he escrito aquí en más de una ocasión, que el Partido Popular sólo contaría, tras las próximas elecciones, con el apoyo de la ultraderecha, lo que es muy posible que permita la formación de un nuevo gobierno progresista durante cuatro años más. La expresión “con tal de que no vengan éstos” se repitió en varias ocasiones durante el debate, aunque fuera con palabras distintas. 

Todavía falta un año, de manera que ya veremos qué sucede de aquí a entonces.


14 de septiembre de 2022

Papanatismo "royal"

Quien lee este blog sabe que de vez en vez le pido prestado o, mejor dicho, le robo frases a otros para utilizarlas como título de alguno de mis artículos. En este caso ha sido Aitor Esteban, el portavoz del PNV en el Congreso, quien me ha inspirado. Le preguntaban qué le parecía la asistencia del rey emérito a los funerales de Isabel II y contestó que, si lo habían invitado y él quería ir, por qué no. Después añadió lo de ya está bien de papanatismo “royal".

No suelo repetir tema en tan poco espacio de tiempo como lo estoy haciendo ahora, pero es que el carrusel de estupideces al que estamos asistiendo estos días como consecuencia de funerales y coronaciones regias lo justifica. Me decía el otro día alguien que le sonaba muy mal el nombre de Carlos III, porque para esa persona no había más que uno, el de la Puerta de Alcalá, quería decir el de la conocida canción de Ana Belén y Víctor Manuel. Pero curiosamente no le había llamado la atención durante setenta años que la extinta monarca se llamara Isabel II como nuestra reina, nada más y nada menos que la causante de la supresión de la Ley Sálica, cuya coronación provocó varias guerras civiles en España. Hija de Fernando VII y madre de Alfonso XII, fue una reina de tronío a decir de los cronistas de la época.

Seguramente esa persona no sabía que a lo largo de la Historia se han producido con mucha frecuencia coincidencias de nombre y numeral entre los reyes de distintos países. Una de éstas es la de Alfonso II de Asturias y Alfonso II de Aragón, los que para mayor inri recibieron el mismo sobrenombre, el de ”el Casto”. Ni siquiera en este caso se les apodó de forma distinta, lo que supongo que para más de un estudiante habrá sido motivo de confusión. La persona que he citado se hubiera indignado y hubiera cargado contra los aragoneses por usurparle el nombre, el número y el mote al asturiano, porque al fin y al cabo éste reinó varios siglos antes que el otro.

Bromas aparte, este espantajo de situación “royal” al que estamos asistiendo trae consigo que muchos aprovechen la ocasión para sacar a relucir nuestra propia realidad dinástica, como si en algo se pareciera a la británica. Bueno, tampoco voy a exagerar, porque sí hay una similitud, la de que en los dos casos se reina por la gracia de Dios. Pero quitado este detalle -que no es de menor importancia- las diferencias son sustanciales. Lady Camilla, la mujer de Carlos III –el británico, para que no haya confusiones- parece ser que es aceptada por los monárquicos británicos sin rechistar. Mientras que aquí es frecuente oír mencionar a doña Leticia con el despectivo diminutivo de Leti, no digo por la gente progre, porque ya sabemos cómo está el rojerío, sino por la gente de derechas de toda la vida, esos que ahora son más monárquicos que el rey.

El otro día una amiga mía, de derechas de toda la vida y por tanto ahora monárquica, me decía que ella a la mujer de Felipe VI no la llamaba reina, sino simplemente señora, una sutileza lingüística que da mucho que pensar, porque pone de manifiesto cómo perciben algunos su fervor monárquico. No han aceptado en su fuero interno que doña Leticia no tenga títulos nobiliarios, sino que proceda del pueblo llano. Les indigna un atropello de esta envergadura, porque va contra sus principios.

No, la percepción monárquica de los monárquicos españoles nada tiene que ver con la de los británicos. Aquí se es monárquico siempre y cuando los reyes y las reinas se atengan a los convencionalismos al uso. En el Reino Unido, esa percepción está más cerca de la idea de continuidad y vertebración de una realidad política muy compleja como es la británica, que de la anécdota clasista. Es curioso observar como hay independentistas escoceses que estarían dispuestos a admitir tras la independencia a los reyes del Reino Unido como sus propios jefes de Estado, algo que en España pocos entenderán. Si alguien lo duda, que se lo pregunte a algunos independentistas catalanes o vascos.

La Historia demuestra que nuestra monarquía, aun sin pretenderlo, ha desunido a lo largo de su  existencia más que unido. Sólo hay que echarle una ojeada a los textos para comprender de qué hablo.