28 de junio de 2016

La derecha ha ganado, nos guste o no nos guste

A mí no me han sorprendido demasiado los resultados de las elecciones del 26 de junio. Con una izquierda dividida en posiciones irreconciliables desde un punto de vista programático y una derecha invocando el miedo, eran de prever. Lo he dicho en más de una ocasión y lo seguiré diciendo hasta que me harte: el radicalismo errático, heterogéneo e inconexo de Podemos le está haciendo mucho daño a la izquierda progresista de nuestro país y un gran favor a la derecha neoliberal. El electorado auténticamente socialdemócrata no verá nunca con agrado los tics de exaltación revolucionaria que exhiben los de Pablo Iglesias. La auténtica socialdemocracia no pretende asaltar los cielos, se conforma con avanzar decididamente hacia el estado del bienestar, progresar día a día en la defensa de los derechos de las clases más desfavorecidos y luchar para que la igualdad de oportunidades le llegue a todos los ciudadanos. Nada más y nada menos. Y no olvida, porque resultaría suicida hacerlo, la órbita geopolítica, social y económica en la que se mueve España.

Ese día, como suelo hacer cada noche electoral, me entretuve haciendo zapping hasta altas horas de la madrugada. Al principio mi objetivo era conocer la evolución del escrutinio; pero en cuanto las cifras me parecieron suficientemente consolidadas, empecé a interesarme por las “fiestas” de los partidos. De todas ellas, sin excepción, podrían sacarse jugosas conclusiones; pero de la del PP, en la calle Génova, y de la de Podemos, frente al museo Reina Sofía,  además material suficiente para escribir extensos tratados de sociología.

En la del PP, gritos de exaltación patriótica, canciones de Manolo Escobar -la de que viva España- y coros de “yo soy español, español” y de “como no te voy a querer “, todo un espectáculo folclórico, rancio y trasnochado. Busqué a don José Calvo Sotelo entre los del balcón, pero no estaba. En la de Podemos, un escenario de vociferantes proclamas reivindicativas, canciones de Atahualpa Yupanqui, coreadas por los del escenario con los puños en alto, agresivos rictus de batalla, gritos de “el pueblo unido jamás será vencido” y citas a Salvador Allende (no a Nicolás Maduro), un alarde de exaltación revolucionaria anacrónica, que me recordaron otros tiempos muy lejanos. Busqué a la Pasionaria entre los de la tarima, pero no estaba.

Sin embargo, lo cierto es que el PP ha ganado, y lo ha hecho porque ha sabido utilizar muy bien la política del miedo y la estrategia de la pinza, aquella que tan buenos resultados le dio en la época de Anguita. Dadme una pinza y moveré el mundo, o algo parecido dijo Arquímedes. Su campaña electoral estaba clara, como en su día lo estuvo para Aznar. Atacar al PSOE, debilitarlo, hacerlo trizas, dejarlo en la mínima expresión posible, porque ese es su verdadero rival, el que de verdad supone una amenaza política para la derecha. De los otros, del batiburrillo “unido”, ya se encargarán los electores. Así lo programaron y así les ha salido.

Pero no escarmentaremos, porque todavía hay quien está buscándole explicaciones a lo sucedido, como si la respuesta no fuera evidente. ¿Qué ha sucedido para que con tanta corrupción, con las desfachateces antidemocráticas del ministro del Interior y con el escandaloso blindaje de Rita Barberá todavía haya quienes confían en estos señores?, se preguntan algunos. ¿Cómo es posible que después de estos cuatro años de gobierno haya quien todavía les otorga su confianza?, se lamentan otros.

Pues muy fácil: porque las utopías programáticas, las incoherencias en las trayectorias personales y los malos modos no les gusta a la mayoría de los españoles, algunos de los cuales prefieren taparse la nariz en vez de ensayar experimentos trasnochados, impropios de estos tiempos y de resultado incierto.

¿Cuándo aprenderemos?

25 de junio de 2016

Ellos sabrán lo que han hecho. Dios salve a la reina

En momentos como éstos, cuando un miembro de la Unión Europea, tan importante por su capacidad económica como es el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, decide por referendo abandonar Europa, es fácil dejarse llevar por la ira que provoca el desplante, sacar a relucir aquello de la pérfida Albión, los chistes de los hijos de la Gran… Bretaña o la vieja historia de Gibraltar y el cierre de la verja. Es cierto que somos humanos y los desaires no nos gustan, pero no creo que ésta sea la mejor de las actitudes posibles, sino todo lo contrario. Yo pediría a los estadistas europeos pragmatismo, cordura y cintura política, y recomendaría a los ciudadanos dejar las vísceras a un lado y utilizar la inteligencia, por mucho que el Ibex 35 le haya dolido a alguno en el bolsillo. Decía Graham Green que con el paso del tiempo hasta los campos de batalla se convierten en lugares poéticos, un destello de optimismo en el genial escritor, precisamente británico, que no deberíamos perder de vista nunca, y menos en estos momentos de tribulación colectiva.

Hoy he oído opinar a un analista político español que el SÍ al Brexit podría significar el final del Reino Unido. Algo exagerada me parece tal conjetura, pero es cierto que los movimientos centrífugos de Escocia y de Irlanda del Norte, donde la mayoría ha votado NO a la salida de la UE, van a ver alimentadas sus esperanzas separatistas con este resultado. Ya se están pidiendo referendos de independencia en esos lugares, ahora con el pretexto añadido de que los escoceses y los norirlandeses quisieran seguir siendo europeos y los ingleses no se lo permiten. En cualquier caso, ése es un problema con el que tendrán que lidiar los políticos de Londres y allá ellos con sus manejos.

Europa, por su parte, a pesar del revulsivo que ha supuesto el Brexit, o mejor dicho aprovechando que los británicos nos abandonan, debería, ahora más que nunca, avanzar con pasos decisivos hacia la integración política total, no sólo en los aspectos económicos, también en los sociales que son los que al final nos interesan a los ciudadanos. La meta a alcanzar, aunque suene a utopía, son los estados unidos europeos, ese gran sueño latente en la mente de ilustres europeos a lo largo de los siglos y que ahora estaríamos más cerca de alcanzar. Mucho se ha logrado hasta el momento, aunque grandes hayan sido los frenazos, porque grandes han sido también las dificultades; pero en este preciso momento, cuando el Reino Unido ha decidido apartarse de la Unión Europea, las oportunidades aumentan, ya que las exigencias británicas siempre han sido obstáculos insuperables para el progreso hacia la integración total. Avanzar todos juntos al ritmo que las oportunidades vayan marcando, será ahora, desde mi punto de vista, menos difícil.

En cuanto a las relaciones entre la UE y el RU, deberían ser las mejores posibles. Lo contrario supondría una torpeza mayúscula, un desatino imperdonable. Lo decía al principio: dejemos fuera la visceralidad, que no conduce más que empeorar las cosas, y demos paso a la diplomacia, en el amplio sentido de la palabra. Si las cosas se hicieran bien por las dos partes, a medio plazo deberían haberse eliminado las disfunciones que inevitablemente se están produciendo en este momento y que durante algún tiempo causarán bastantes desajustes, aunque menores de lo que los cenizos auguran. Pero si la inteligencia prevalece, es muy posible que al final todo esto se haya convertido en una pesadilla pasajera

Hoy no voy a opinar sobre el juicio que me merecen los referendos en general y los de independencia en particular, participaciones ciudadanas en las que no se contemplan matices y por tanto se convierten en un cara o cruz muy peligroso. En ellos, una décima de diferencia puede inclinar la balanza hacia uno de los lados y dejar a la mitad perdedora a merced de los vencedores por la mínima. Pero como opinar sobre este asunto pudiera tener connotaciones con la política actual española, y hoy es jornada de reflexión, lo dejo para otro día. Uno siempre ha sido muy respetuoso con las normativas vigentes.

Por el contrario, voy a dedicar un rato a meditar sobre el candidato idóneo para nuestro país en esta encrucijada crítica. Aunque tenga que mordrme la lengua para no seguir diciendo lo que opino. Tiempo habrá.

20 de junio de 2016

Imitaciones, imitadores e imitados

En el mundo empresarial se conoce por crear una empresa paralela a otra ya existente el hecho de -a partir de esta última, aprovechando su cartera de clientes y mediante la deserción de alguno de los directivos- constituir una nueva a imitación de la que estaba en funcionamiento. El objetivo de tales iniciativas suele ser competir con la anterior, ocupar su espacio comercial y, a ser posible, sustituirla del todo. Se trata de una maniobra promovida por la ambición de aquellos que, con dificultades para hacer carrera directiva en la primera, deciden probar suerte en el universo de los negocios mediante esta artimaña. Por lo general no ofrecen nada nuevo, copian lo ya existente y se limitan a seguir los derroteros de la anterior, pero ahora con eslóganes de apariencia novedosa y, eso sí, bajo la dirección de los desertores.

En política, aunque no se utilice el nombre de partido paralelo, sucede a veces algo parecido, sobre todo en países con democracias poco consolidadas, como es el nuestro. Bajo el pretexto real o ficticio de que las formaciones políticas existentes han defraudado a sus electores, en vez de intentar mejorar las cosas desde dentro, se crea una nueva marca ideológica, cuyo principal enemigo es el grupo del que proceden, al que hay que batir para aprovechar de ellos hasta el tuétano. Al principio, como es preciso llamar la atención sobre las diferencias entre lo viejo y lo nuevo, los recién llegados recalcan la disparidad de sus ofertas programáticas con respecto a las de los que ya estaban. Aunque pronto, cuando toman conciencia de que la pólvora estaba inventada, y por consiguiente pocas novedades pueden introducir en el mercado electoral, cambian de estrategia para convertirse en burdos imitadores de los anteriores.

El caso de Podemos -ahora Unidos Podemos tras la anexión de Izquierda Unida- es paradigmático. Sus fundadores, a partir de posiciones de izquierda anticapitalista, intransigente y radical, crearon una nueva formación política que, según ellos, en nada se parecía a lo existente hasta entonces, ni ideológica ni funcionalmente. Lo suyo, decían, era novedoso, no cargaba con pasados inoperantes, estaba limpio de cualquier mácula sospechosa y, por tanto, se proponía asaltar los cielos gracias a la pureza y virginidad de sus ideólogos y dirigentes, pero sobre todo como consecuencia del entusiasmo que despertaría entre los descontentos, los ingenuos y los bienintencionados. Pero, pasado un cierto tiempo, cuando fueron conscientes de que el producto que vendían tenía un mercado limitado, empezaron a reivindicar los programas de aquellos que decían combatir. No sólo ahora son socialdemócratas, sino que proclaman con entusiasmo que José Luis Rodríguez Zapatero, el último presidente socialista, ha sido el mejor de todos los que ha tenido la España democrática.

Tal deriva programática resulta ridícula y suena tan falsa como los billetes de banco pintados a mano. Sin embargo parece ser aceptada de buen grado por una parte de su electorado, hasta el punto de que Podemos podría llegar a superar en número de votos al PSOE, la marca imitada. Sorprendente, sí, que sean tan pocos los que se den cuenta de la falsedad, o bien porque no quieran verla o puede que porque hayan comprometido demasiado a sus mentes con la nueva idea. Tendrá que pasar un cierto tiempo para que, vistos los resultados del fraude programático, comprobado el hipnotismo en el que habían caído, vuelvan a sus orígenes. No es fácil, ya lo he dicho en alguna ocasión, regresar desde la desbordante fantasía utópica a la razón en su exacta medida. El camino es largo.

Volviendo a las empresas paralelas, lo que no he mencionado hasta ahora es que, dados los esfuerzos que necesitan realizar suplantadores y suplantados en su lucha empresarial, los dos negocios, el antiguo y el recién llegado, suelen quedar esquilmados. Y como no son los únicos que están en el mercado, su debilidad es aprovechada por terceros para mejorar las posiciones que hasta entonces tenían frente a los consumidores.

Quizá sea ésta la peor de las consecuencias que comporta crear empresas paralelas y no aprovechar las ya existentes.

16 de junio de 2016

¿Con quién se "ajuntarán" estos chicos después de las elecciones?

Con cierta ilusión contenida (uno es bastante optimista, todo hay que decirlo), contemplé el otro día con atención el debate televisado entre los cuatro jinetes del apocalipsis o, si se me permite, entre los cuatro mosqueteros de lo imposible. Suponía que, pasado seis meses de interinidad neoliberal, los líderes de los grandes partidos irían a darnos alguna pista sobre los movimientos de ficha que tuvieran en perspectiva; pero erre que erre, todos sin excepción, mantuvieron inalteradas sus posiciones anteriores, como si aquí no estuviera pasando nada. ¡Qué más da -se dirán-, al fin y al cabo esto no es más que política!

El señor Rajoy (no el señor Mariano Rajoy como ahora dicen los que han olvidado hablar bien el castellano) sigue pensando en que todo lo ha hecho bien –incluida la depuración de los corruptos- y que por tanto es preciso continuar en la misma línea. Pero como sabe perfectamente que no cuenta con apoyos suficientes para la investidura, porque ese dato sí deben de manejarlo con cierta soltura los de su gabinete, continúa dando la murga con la gran coalición (PP-PSOE-Ciudadanos), ignorando con terquedad que sus teóricos socios ya le han dicho que no, por activa y por pasiva, como gusta  ahora decir a los cursis. A los que lo acusan de no haber hecho bien las cosas, los tacha de cenizos; y a los que le meten el dedo en la herida de la corrupción, de inquisidores. Como novedad, se descuelga prometiendo a los españoles una inmediata bajada de impuestos, a pesar del déficit excesivo, de un paro superior al 20 % y de una caja de pensiones al borde de la bancarrota.

El señor Sánchez (no el señor Pedro Sánchez) continúa quejándose de que no se le otorgaran en su momento los apoyos necesarios para lograr la Presidencia del Gobierno. Además, no contento con culpar a Podemos de felonía, mete en el mismo saco al PP, como si los conservadores hubieran contemplado en algún momento permitir la investidura de su gran rival, el secretario general del partido socialista. A Ciudadanos apenas lo nombró, quizá porque esté demasiado cerca el pacto anterior. Y a Podemos, al que evidentemente los socialdemócratas del PSOE consideran una resurrección de la izquierda anticapitalista, partidos de los que históricamente se han distanciado todo lo que han podido para que no hubiera confusión posible, lo atacó tanto como al PP, para disgusto de su líder que, de vez en cuando, entre dientes y con la estudiada teatralidad a la que tiene acostumbrados a sus incondicionales, repetía aquello de “no te equivoques Pedro, que nosotros no somos el enemigo”.

El señor Iglesias (no repito el recordatorio gramatical para no ponerme pesado) mostró un comportamiento moderado en las formas, o al menos así me lo pareció por contraste con tantas otras ocasiones de verborrea incontenida. Otra cosa es que su nuevo hábito convenciera a alguien de que se ha convertido en un monje distinto. Atacó por igual al PP y al PSOE, a los primeros por razones obvias y a los segundos porque la operación de acoso y derribo continúa y continuará. Está claro que su principal objetivo es acabar con el partido socialista, reducirlo a cenizas y ocupar su espacio político. A pesar de todo, como es consciente de que el PSOE resistirá en posiciones numéricas muy respetables, confesó en varias ocasiones que su aliado natural es el partido socialista. Curiosa manifestación de afinidad con aquellos a los que se insulta y menosprecia con cualquier pretexto.

El señor Rivera (en catalán sí se utiliza el tratamiento de señor con el nombre de pila;  por tanto en este caso sería disculpable, aunque no correcta, la traducción literal de señor Albert Rivera) estuvo valiente, dentro por supuesto de su línea política conservadora. Incluso yo diría que agresivo con respecto a la corrupción, un asunto que puso contra las cuerdas a Rajoy en un momento determinado y estuvo a punto de noquearlo. Al PP le ha salido con Ciudadanos un buen grano en donde más duele y sus líderes no disimulan a la hora de querer quitárselo de encima como puedan.

En resumen: de las alianzas posibles, nada de nada, o al menos nada que despeje el futuro. El PP sigue invocando la gran coalición y el mantra del continuismo; el PSOE no dice nada, aunque se sepa imprescindible para cualquier alianza que se quiera llevar adelante; Podemos sólo contempla una alianza de izquierdas, por supuesto presidida por Pablo Iglesias; y Ciudadanos, al que supongo que continúa convencido de que la transversalidad es la única solución posible, podría entrar en cualquiera de las dos lados del escenario, eso sí, si lo dejaran.

¡Qué habremos hecho los españoles para merecernos una situación como ésta!

11 de junio de 2016

Ilusiones, ilusos e ilusionistas. El camino a la razón

Leí hace poco una frase que me pareció muy interesante. Decía que una vez que te rindes a la esperanza, el camino a la razón se hace muy largo. No pertenece a ningún sesudo filósofo, sino es tan sólo la reflexión que hace, en un momento determinado, el narrador de la novela “El caso Eden Bellwether”, escrita por el inglés Benjamin Wood, que de paso recomiendo a mis amigos. Pero como creo que se trata de una idea que puede aplicarse perfectamente a lo que sucede hoy en nuestro entorno político, la traigo a colación. No es la primera vez que lo hago y es muy posible que no sea la última, porque tiene bastante enjundia.

Si entendemos por rendirse a la esperanza el estado de postración intelectual que en algunos provocan las proclamas de determinados líderes, aquellas que enardecen las mentes con promesas de redención del género humano, de liberación de las masas oprimidas y de disposición de soluciones para acabar con todas las injusticias que sufre la sociedad, se entenderá mejor lo que la cita quiere decir. Una vez aceptadas las bondades del objetivo a alcanzar -tan excelso que resulta muy difícil no asumirlo como propio-, y depositada la confianza en los guías políticos, desaparece la crítica racional, se da por bueno todo lo que éstos digan y se mantiene a ultranza la confianza en ellos, sin la menor vacilación. Los medios que haya que poner después para alcanzar la codiciada meta será cosa de los autores intelectuales de las ideas, de manera que para qué se les va a juzgar a priori. A partir de ahí, el camino de regreso a la razón será muy largo.

Resulta que Podemos ahora es socialdemócrata. Bueno, no ahora, de toda la vida. A Pablo Iglesias le preguntaron el otro día que cómo era posible que se considerara como tal, cuando hace un par de años proclamó con arrojo y frenesí en un programa de televisión que era comunista. La explicación que dio a la evidente contradicción fue que en aquella ocasión quería provocar a su contrincante en el debate, un reconocido facha, según dijo. Yo me sonrojé, pero no por la desfachatez, al fin y al cabo el pan nuestro de cada día, sino por la osadía. Pensé: ¿qué dirán los que le siguen?

Entre sus seguidores habrá, por un lado, quienes hayan reído su explicación, porque siempre han sabido que el líder de Podemos nunca ha hecho ascos al marxismo; y, por otro, los que acepten la aclaración sin someterla a juicio. Los primeros se relamerán de gusto ante las quiebras dialécticas del líder, y los segundos poco tendrán que decir, porque ya se han rendido a la esperanza.

En otro debate televisivo, a propósito de que Íñigo Errejón defendía que se celebrara el referéndum independentista en Cataluña, añadiendo, eso sí, que ellos defenderían la permanencia de los catalanes en España, alguien le preguntó que cómo podía asegurar esa defensa, con tantos subgrupos dentro de la coalición, algunos de ellos de clara tendencia separatista. En este caso no hubo contestación. A veces el silencio es la única respuesta posible. Supongo que los que se han rendido a la esperanza pensarán que explicación habrá, pero que no debía de ser el momento de darla.

Una cosa son las promesas incumplidas y otra, muy distinta, la incoherencia en los mensajes que acompañan a las promesas. Deploro lo primero, pero puedo llegar a entender que, cuando se gobierna, a veces sea preciso torear a miuras no previstos. Lamentable la imprevisión, criticable la frivolidad a la hora de prometer, pero al menos cabe una justificación de índole práctica. Pero cuando en las promesas no está claro lo que se pone sobre la mesa, ya que un día se es comunista, otro socialdemócrata y vaya usted a saber mañana qué, la cosa es grave, porque luego ni siquiera se podrá saber si se incumple o no lo prometido: entre la amplia colección de mensajes preelectorales siempre habrá alguno que encaje con la realidad poselectoral.

Sí, amigos, el camino a la razón se hace muy largo. Y mientras tanto es posible que, vistas las encuestas, la derecha neoliberal continúe gobernando.

8 de junio de 2016

Ni tienen rabo ni tienen cuernos ni huelen a azufre. Simplemente son comunistas

Desde que Pablo Iglesias y sus muchachos decidieran presentarse a las elecciones en coalición con los comunistas de Alberto Garzón, da la sensación de que no es políticamente correcto mencionar la filiación política de estos últimos. Algunos líderes de Podemos no se cansan de repetir que en un país democrático cabemos todos, que sus nuevos socios ni tienen rabo ni tienen cuernos y que resulta un anacronismo mencionar al enemigo judeo-masónico-comunista, como hacía la propaganda franquista.

Tienen razón, desde luego, en que no son criaturas del Averno; y también en lo ridículo que resultaría resucitar a estas alturas el fantasma, mejor dicho, el esperpento del contubernio judeo-masónico; pero ninguna cuando no quieren reconocer que sus nuevos socios son comunistas. Los marxistas caben en un país democrático, cómo no, y fuimos muchos los que celebramos que Adolfo Suarez legalizara el PCE, porque no había ninguna razón para excluirlo del juego político en la España de la democracia recién inaugurada. Pero no por eso hay que dejar de llamar comunistas a los que acaban de engrosar las filas de Podemos. Cuando se menciona su filiación, no es para insultar a nadie, sino con la intención de poner los puntos sobre las íes de la ideología que defienden. Para eso está el lenguaje.

Cuando algunos dicen que ser comunista en el siglo XXI no es lo mismo que haberlo sido en el XIX o en el XX, no se sabe muy bien a qué se refieren. Quizá quieran expresar que ya no pretenden que haya Gulag, o persecuciones estalinistas, o represión política, o culto a la personalidad, o muros de la vergüenza. Pero lo que está claro, porque no sólo no lo niegan sino que lo predican a los cuatro vientos, es que son anticapitalistas, que el sistema económico que patrocinan es intervencionista a ultranza y que si gobernaran dejarían  muy poco espacio o ninguno a la iniciativa privada, a la economía de mercado. A eso se refieren los que alertan sobre la reciente coalición, a que la ejecutiva de Podemos ha aceptado introducir en sus filas a los que defienden esta doctrina. La transparencia política, cuya reivindicación tan de moda está, exige que se les llame por su nombre para que nadie se lleve a engaño.

Por tanto, claro que los comunistas disponen de espacio en una sociedad democrática; y por supuesto que cualquier partido tiene derecho a pactar con ellos. Lo que sucede es que, a los que no son comunistas, esta alianza preelectoral les llama la atención, y la denuncian porque significa que Podemos va de la mano de quienes defienden un modelo de sociedad marxista, muy distinta de la que rige en los países en cuya órbita se mueve España. Por eso no se andan con tapujos y llaman a las cosas por su nombre. Lo sorprendente es que no son pocos los votantes de Podemos que ignoran o pasan por alto lo que significa esta alianza. Sin embargo, sospecho que a muchos no acabe de gustarles, pero se tapen la nariz y miren hacia otro lado; o los oídos, para no oír la palabra comunista.

Qué nadie se ofenda, por favor. Comunista no es un insulto, es un ideario con un programa económico intervencionista a la espalda, incompatible con el modelo que impera en lo que llamamos mundo occidental;  y con una historia de rotundos fracasos allí donde ha gobernado o sigue gobernando. Un  sistema que produce la desconfianza del mundo empresarial y financiero y que asusta a los inversores. ¿No será precisamente por eso, porque nadie ignora en qué consiste su programa y todo el mundo conoce la historia de sus estrepitosos batacazos, por lo que algunos dirigentes de Podemos se rasgan las vestiduras cuando alguien los acusa de haber pactado con los comunistas? Da la sensación de que preferirían que se utilizara otro nombre, no porque comunista no sea el correcto, sino debido a que arrastra la sombra del fracaso.

No, ni tienen rabo ni cuernos ni huelen a azufre. Simplemente son comunistas.

5 de junio de 2016

Perdone, pero no le escucho

No es la primera vez que traigo este asunto al blog, pero es que no me resigno a que las cosas en nuestro idioma estén yendo por los tristes derroteros por los que discurren en la actualidad. Hace tiempo que la vulgaridad en la expresión y la falta de vocabulario se han apoderado del lenguaje, y me temo que, por mucho que algunos bienintencionados se empeñen con ahínco en resucitar el esplendor que tuvo el castellano en otros tiempos, estemos abocados sin remisión a la chabacanería, a la zafiedad y a la incorrección gramatical.

El lenguaje se ha ido formando a lo largo de los siglos por los hablantes, en la lenta evolución que acompaña al desarrollo cultural, cada vez más interesados en transmitir las ideas que fluyen por la cabeza con la mayor fiabilidad posible, para que no quepa posibilidad de error por parte de los receptores de los mensajes. Por eso, en español disponemos de dos verbos hermanos, ambos relacionados con el sistema auditivo, pero de significados muy distintos: oír y escuchar. Sin embargo, en los últimos tiempos, y cada vez con mayor extensión, se ha ido perdiendo el uso del oír, para ser sustituido por el escuchar. Muy pocos son los que ahora oyen, casi todos escuchan. Y no es lo mismo: se oye cuando se perciben sonidos y se escucha cuando se presta atención, mayor o menor, a lo que se oye.

Ahora es frecuente que un presentador de radio o televisión, individuos a los que la sociedad debería exigir la mayor corrección idiomática posible, digan, cuando tropiezan con una dificultad de comunicación con alguien que se encuentra a distancia, “lo lamento pero tenemos que interrumpir la conexión porque no escuchamos lo que nos dice”. Lo que quieren decir es que no lo oyen, porque hay ruidos en la línea o por cualquier otra circunstancia de carácter técnico; pero caen en el error y comunican a su interlocutor que han decidido dejar de prestarle atención. Así, por las buenas.

El otro día oí a alguien que decía que, cuando estaba durmiendo plácidamente en mitad de la noche, escuchó una fuerte explosión que lo despertó. Si estaba dormido, como confesaba, es imposible que escuchara nada; si acaso, oyó un ruido que lo sacó del sueño; e incluso puede ser, por qué no, que a partir de ese momento, alarmado por el estruendo que lo había despertado, se pusiera a escuchar con atención por si le llegaban otros sonidos sospechosos.

O aquel periodista deportivo, esta vez en un campo de futbol, que comunicaba a los televidentes que el griterío del público que llenaba el recinto se escuchaba a centenares de metros del estadio, algo increíble, porque sospecho que la mayoría de los afectados por la algarabía procurarían no escucharla, aunque la oyeran.

O el corresponsal de guerra que, con casco y chaleco antibalas y micrófono en la mano, contaba a sus atónitos oyentes que los habitantes de la ciudad iraquí de Faluya se habían pasado la noche sin dormir, escuchando explosiones.  Digo yo que hay que tener mal gusto para entretenerse con estas cosas.

No, no es para reírse. Éste no es más que un ejemplo, desde mi punto de vista muy significativo, de lo que le está ocurriendo a nuestro idioma. Perdemos expresiones, reducimos el vocabulario y vulgarizamos las conversaciones.

Si Cervantes levantara la cabeza y oyera hablar a sus conciudadanos de ahora, no querría escucharlos.

3 de junio de 2016

¿Dónde está el verdadero rival del PP?

A estas alturas de la campaña electoral -la oficiosa, porque la oficial todavía no ha empezado-, tengo claro que a quien el PP considera su rival más peligroso es al PSOE. No hay más que prestar atención a los mensajes subliminales o intencionados que lanzan sus líderes contra Pedro Sánchez y su partido, a diestro y a siniestro, un día sí y otro también, con cualquier pretexto que sirva para desacreditarlos. No digo que no lo hagan también con Podemos, pero ni la intensidad ni la frecuencia son las mismas.

Se trata de una estrategia perfectamente elaborada, enmarcada dentro de uno de esos eficaces “argumentarios” que utilizan los conservadores cuando quieren mantener algún mensaje sin que aparezcan disonancias que no les convengan. En este caso tiene una indudable explicación, porque aunque algunos lo nieguen, donde está el verdadero rival de la derecha neoliberal es en el partido socialista, su única alternativa posible. A Pablo Iglesias y al maremagno de las confluencias, alianzas y pactos que le siguen como los israelitas a Moises en el desierto, lo consideran tan sólo una mosca cojonera, a la que ya se la quitarán de encima moviendo el rabo de la inercia poselectoral.

Es curioso observar como esa percepción de la derecha, a quien no le cabe duda de dónde están su antagonistas más peligrosos, no se dé por igual en el lado de la izquierda, empeñada como siempre en alcanzar el poder por libre, no atendiendo a la lógica más elemental, la que dictan las cifras. Para mayor inri, cuando parecía que había quedado clara la distinción entre socialdemocracia y otras tendencias más a la izquierda, capaces de llegar incluso a alianzas preelectorales con los comunistas de Garzón, Pablo Iglesias nos cuenta ahora que es socialdemócrata de toda la vida, uno más de los desatinos políticos a los que nos tiene acostumbrados. Lo peor es que algunos van y se lo creen.

Reconozco que la campaña está pesada y que todos, sin excepción, nos sentimos hartos de oír siempre los mismos argumentos, con tan poca variación que produciría hilaridad si no fuera porque nos estamos jugando demasiado, situación mucho más preocupante todavía en una época de incertidumbres económicas como la que estamos viviendo. Por eso, para variar un poco el enfoque, llamo la atención sobre la estrategia del PP, porque a mí me parece más esclarecedora de lo que pueda pasar que lo que digan los politólogos, por cierto casi todos más despistados en estos momentos que un burro en un garaje.

Los votantes de izquierdas deberían estar atentos a esta actitud del PP, de la que se pueden extraer muchas consecuencias. La primera es que donde los neoliberales ven el peligro es en la verdadera socialdemocracia, el PSOE, que consideran su posible alternancia, no sólo en España, también en el resto de Europa. La segunda, que ningunean a Podemos, más allá de utilizar los epítetos de populistas o bolivarianos, con mucho ruido y pocas nueces. Algo tienen que decir de ellos, aunque sea con la boca chica.

Así lo veo y así lo cuento.