28 de febrero de 2016

Rita Barberá y otras celebridades del momento

Oí el otro día con interés las declaraciones de Rita Barberá, puesta en escena del primer acto de la larga tragicomedia que se ve venir. Ha tardado algún tiempo en salir de detrás de los visillos de su casa, pero al final las presiones de unos y de otros la han obligado a dar la cara. Pausada en la expresión, elevando el tono de voz y frunciendo algo el ceño cuando convenía a su discurso, explicó a los españoles que para honrada ella. El Consistorio valenciano, a cuyo frente la exalcaldesa ha permanecido durante todo un cuarto de siglo, no ha cometido durante esa etapa ni una sola actuación fraudulenta. Por tanto, las docenas de imputados de la operación Taula no son otra cosa que víctimas de una gigantesca conspiración de la izquierda, que no perdona sus extraordinarios éxitos políticos a lo largo de tantos años.

Para no ser políticamente incorrecto, debería de empezar mencionando aquello de la presunción de inocencia; y como nobleza y buenas costumbres obligan, vaya tal suposición por delante. Lo que sucede es que en este caso, por muy correcto que uno pretenda ser, se pone muy difícil no decir aquello de algo huele a podrido en el estado de Dinamarca, un hedor tan insoportable que tira de espaldas. La indignación producida por lo que está apareciendo día tras día en determinados entornos del Partido Popular, no ya en la prensa sino en los autos judiciales, supera cualquiera de los enojos que hayamos sufrido los españoles como consecuencia de la corrupción desmadrada de los últimos años, que no es poca ni en cantidad ni en variedad.

Leí hace tiempo que había que distinguir entre vulgares chorizos y ladrones de guante blanco. Pero hay una tercera clasificación cuyos componentes no encajan bien en ninguna de las dos primeras, aunque compartan características de las dos. A falta de darle a esta categoría un nombre que la distinga de las otras, será preciso explicar en qué consiste. Está formada por aquellos que moviéndose en los estratos privilegiados de la sociedad –administraciones públicas, altas instituciones del estado, finanzas,  ...- y por tanto candidatos a la categoría del guante blanco, utilizan procedimientos tan vulgares y rastreros que en realidad participan de las características de los chorizos. Solicitar donaciones a los colaboradores inmediatos para devolverles después el dinero en b es de un chabacano que espanta. Pero, lo que es peor, demuestra el grado de impunidad en el que creen moverse los delincuentes de esta categoría. Se han acostumbrado a la sinvergonzonería y la han convertido en el sustrato de su modus operandi.

Lo peor de todo esto es que esa impunidad existe en realidad. No lo digo acusando a nadie en concreto, sino que mi queja contempla el sistema. Una justicia lenta por falta de recursos y un ambiente de autoprotección de los políticos hacia los suyos hacen muy difícil llegar hasta el fondo de estos asuntos, muchos de los cuales se archivan, sobreseen o terminan en ridículas penas. En realidad, lo que estamos viendo estos días, ese desfilar constante de tantas y tantas personas por las salas de los juzgados de turno, aunque represente una esperanza en que el estado de derecho funcione, no son más que la punta del iceberg. La inmensa mayoría de esta masa de corrupción permanece sumergida bajo la superficie.

Pero volviendo a la rueda de prensa de Rita Barberá, supongo que a nadie le habrán pasado desapercibidas las frases de cariñosa gratitud que dirigió a sus “mayores”, cuando sólo le faltó decir aquello de no me hagáis tirar de la manta porque os dejo con el culo al aire. Eso a los “viejos”, porque a los “jóvenes”, a los que con loable esfuerzo, aunque por otra parte inútil, intentan cambiar la imagen de su partido, les recomendó prudencia, a falta de amenazas más explícitas.

A mí no sólo no me han convencido las palabras de Rita Barberá, sino que han conseguido acrecentar mis sospechas sobre lo que se oculta detrás de la operación Taula. Espero y confío en que termine saliendo toda la porquería oculta y que se haga la justicia que nos merecemos los españoles, los votantes del Partido Popular los primeros.

26 de febrero de 2016

Donde dije digo sigo diciendo digo

Para empezar, debo aclarar que este título, de vena manifiestamente baturra (¡qué le voy a hacer!), podrá ser modificado por mi parte en cualquier momento para dar entrada al ausente Diego. Pero por ahora me mantengo en la opinión de que el intento de Pedro Sánchez y de Albert Rivera para formar una gran coalición transversal representa la única vía posible, salvo que perdamos de vista el actual panorama parlamentario español o el que pueda salir de una repetición de las elecciones, que no parece que fuera a cambiar demasiado la correlación de fuerzas políticas con representación parlamentaria. Conjeturas se pueden hacer muchas, pero no dejarán de ser ensoñaciones carentes de fundamento.

Voy a intentar explicarme. En primer lugar recordaré que, no sólo ningún partido ha ganado las elecciones, sino que además existe un empate técnico entre derechas e izquierdas. Los números son los que son y creo que no hace falta mayor aclaración sobre este punto. Además, una serie de circunstancias, en las que no voy a insistir para no resultar pesado, han hecho que en estos momentos nadie quiera ir de la mano del PP. Por tanto, si se pretende romper el empate entre fuerzas de progreso y fuerzas conservadoras, es preciso contar con el apoyo de Ciudadanos, que representa a los últimos. A partir de ahí, debería inferirse que en la voluntad de los pactantes está la inclusión de otras fuerzas, en este caso de la izquierda, con el peso que les corresponda dentro de una gran alianza transversal. También, por qué no, la de aquellas fuerzas nacionalistas a las que no les agobien las ansias separatistas.

¿Qué significa lo anterior? Que el gobierno que salga de ese pacto no podrá ser ni netamente de izquierdas ni claramente de derechas. ¿Por qué? Porque así lo han decidido las urnas, así lo hemos decidido los españoles. Por eso, las acusaciones del PP y de Podemos carecen de rigor intelectual. Claro que el PSOE ha tenido que renunciar a una parte de su programa, de la misma manera que Ciudadanos ha teñido el suyo de colores progresistas. ¿Es que es tan difícil entender que un pacto significa precisamente eso, renunciar a parte del programa para mantener todo lo que se pueda del total. Me voy a permitir citar aquello de que la política es el arte de lo posible, mientras que la utopía se basa en la búsqueda de la perfección, pueda o no alcanzarse. Este ha sido un pacto político, que contempla la realidad de la situación.

Pero lamentablemente los actores políticos muchas veces actúan con tactismo, de forma que su comportamiento, lejos de aceptar realidades inmediatas, apuesta por un futuro imprevisible -o que ellos prevén mejor que el presente-, aun a costa del logro de lo que dicen defender. Podemos debería sumarse al pacto, exigiendo, eso sí, aclaraciones, añadidos, supresiones y todo lo que haga falta según su opinión programática. Lo que no debe hacer es romper la baraja de antemano. Salvo que, como dice alguno, pueda y no quiera. ¿Prefiere jugarse el futuro en una repetición de elecciones? “Chi lo sa”.

Lo que quería decir en el título es que sigo manteniendo la apuesta por un gobierno socialdemócrata, apoyado por la derecha y por la izquierda. Pero no porque sea un “optimista antropológico”, que lo soy, sino porque hay tiempo para que la muchachada “podemita” recapacite y vuelva a donde le corresponde, es decir, a la mesa de negociaciones.

Ahora bien, que sea un optimista antropológico no quiere decir que sea un obstinado irredento. Por eso, si es preciso, porque la realidad de los acontecimientos me contradiga, traeré a este blog a nuestro amigo Diego. Pero de momento sigo diciendo digo.



24 de febrero de 2016

Negociaciones, pactos y firmas.

Supongo que no le ocurrirá a todo el mundo lo mismo, pero yo empiezo a ver algo de luz al final del túnel, si se me permite utilizar el manido lugar común. Por supuesto que la claridad todavía no es lo suficientemente nítida para que me sienta optimista, pero al menos empieza a disiparse la confusa neblina de los últimos días. Se negocia, se pacta y se firman acuerdos, que aunque puedan parecer sorprendentes a algunos y frustrantes a otros, no dejan de tener lógica política. Ciudadanos y PSOE, dos fuerzas situadas en el centro del arco parlamentario, acaban de dar un paso al frente y han decido comprometer un programa de mínimos comunes, a la espera de que otros se sumen a la iniciativa.

No ignoro que mientras escribo estas palabras improvisadas un torrente de declaraciones circula por los medios de comunicación y a través de las redes sociales. Pero, aun a riesgo de  perderme parte de la película y por tanto errar en el diagnóstico, prefiero dar mi impresión personal de la situación. Todo será que mañana tenga que reprocharme la ingenua precipitación.

La primera conclusión que extraigo es que el PP se ha quedado solo. Ver a estas alturas insistir al señor Rajoy en la alternativa de la gran coalición -que él llama constitucionalista- produce sonrojo. Todavía no se ha dado cuenta de que, ya no sólo por la corrupción que lo acosa, también por los errores políticos cometidos durante la última legislatura, el partido que preside está contra las cuerdas. No lo ve o no lo quiere ver, pero su estilo de gobernar ha dejado mal parada a la formación conservadora, que aunque pueda presumir legítimamente de haber obtenido siete millones y medio de votos, cuenta con el desacuerdo de todos los demás, que superan en mucho esa cantidad. En una democracia parlamentaria, como es la nuestra, esa situación se traduce en haber perdido las elecciones, aunque que él repita constantemente lo contrario.

Podemos, el otro gran actor en escena, ha perdido la iniciativa. Es cierto que ni está desbancado ni se le ignora, de manera que todavía es posible que tenga cintura política y logre un acuerdo que le permita sumarse a la iniciativa de centro con dignidad. Tiene mucho que aportar, no se lo discuto, pero debería hacerlo con otro estilo menos exigente, más moderado, paso a paso y sin pretensiones monopolizadoras. Que haya tenido casi los mismos votos que el PSOE no le permite intentar manejar la situación como lo ha hecho hasta ahora. Crear un frente de izquierdas, ignorando completamente a la derecha moderada, es una pretensión estéril en el actual panorama parlamentario español. Desde mi punto de vista, están a tiempo de contribuir con su peso parlamentario a que las cosas cambien a gusto de todos. Se equivocarían si dinamitaran la formación de un gobierno con el PSOE a la cabeza. Estarían favoreciendo el regreso, más pronto que tarde, de la derecha pura y dura.

De los demás actores poco tengo que decir. Izquierda Unida está en la misma situación que Podemos y no debería dejar pasar la ocasión de desplazar a la derecha neoliberal que representa el gobierno actual. El PNV, que en los últimos años ha mostrado sensatez política -¡qué lejos quedan los tiempos de Ibarretxe!- podría suscribir con facilidad este acuerdo, que si bien niega el derecho a decidir, no ignora  el reconocimiento de las nacionalidades históricas. Respecto a los separatistas catalanes, no sé qué harán, posiblemente quedarse al margen de cualquier iniciativa. En cualquier caso, no olvidemos que todavía no hemos salido del largo túnel del proceso de investidura. La neblina se puede hacer más densa en cualquier momento, pero lo importante es el final.

Así veo las cosas hoy y por eso así las cuento. Mañana, vaya usted a saber.

23 de febrero de 2016

Creyentes y no creyentes

Esto de la Fe –escrito con mayúscula para que todos sepamos a qué  me refiero- es un fenómeno muy curioso. Hace muchos años llegué a la conclusión de que existen tantas religiones como personas religiosas hay, porque ninguna cree exactamente en lo mismo que las demás. Si acaso las creencias de un individuo se parecerán  un poco más a las de unos que a las de otros, pero siempre encontraremos matices diferenciales, que se convierten en disparidades de pensamiento y que dan como resultado credos distintos. Por supuesto que estoy hablando de ideas espirituales y no de prácticas religiosas, porque si lo hiciera aumentaría aún más la diversidad de posiciones.

Por eso, cuando hablamos de cristianos, de budistas, de mahometanos, de judíos, de sintoístas, de hindúes o de los seguidores de cualquier otra de las religiones que en el mundo existen, sólo hacemos una primera aproximación clasificatoria. A partir de ahí habría que descender a las grandes subfamilias de cada credo, a las variedades cismáticas, a las adaptaciones locales, a las sectas, a las congregaciones, a las órdenes, a las cofradías y a tantas otras subdivisiones intermedias, hasta llegar a las convicciones y prácticas de cada persona. Toda una estructura arborescente que, partiendo de un tronco común -la creencia en la existencia de algo que ni se ve ni se entiende-, va ramificándose hasta llegar al individuo, que al final del entramado está sólo frente a sus propio ideario.

Pero hay una serie de características que comparten  muchos creyentes, sean éstos de la religión que sean. Una de ellas es el convencimiento de que su Fe es la única verdadera, que todas las demás son falsas. Además, como cada uno intenta convencerse de que su interpretación del dogma es la más acertada, la actitud de sus correligionarios les parecerá equivocada. No digamos la de los ateos, extraños y peligrosos seres para ellos, a los que mirarán con recelo cuando pasen por su lado. En este caso dirán que al menos los creyentes de otras religiones, aunque equivocados, creen en “algo”; y añadirán  que cómo se puede vivir sin creer en "nada".

Otra característica frecuente entre los adeptos a cualquier hecho religioso es la necesidad que sienten de considerarse incluidos en un colectivo -su iglesia-, que, aunque a veces no están de acuerdo con el funcionamiento de la institución, no deja de representar para ellos una especie de garantía de que no están solos frente al misterio. El ser humano necesita del grupo social en cualquier faceta de la vida, mucho más si ésta es de carácter espiritual, intangible y por tanto cargada de espinosas dudas.

Por otro lado, los creyentes de cualquiera de las numerosas ramas del frondoso árbol religioso tienden a la exclusión de los otros, a los que consideran enemigos de su Fe, sólo  porque no están inscritos en ella. Esto trae como consecuencia muchas veces la defensa beligerante de las posiciones terrenales de su iglesia, al fin y al cabo el sustrato material sobre el que se asienta. Se esfuerzan por tanto en incrementar el poder de ésta, garantía para ellos de su supervivencia. Como consecuencia no regatean esfuerzos en hacer proselitismo, en extender su influencia y en defender a ultranza las posiciones alcanzadas en la sociedad, a lo largo del tiempo, de lo que consideran suyo.

Hay que ver los circunloquios a los que me ha llevado el caso Rita Maestre, la concejala del Ayuntamiento de Madrid que, hace años, se desnudó durante el transcurso de una manifestación, cuando los estudiantes protestaban por la permanencia de una capilla en su universidad. La reacción provocada nada tiene que ver con las creencias religiosas de los que ahora cargan tintas contra ella, sino que es consecuencia directa de la defensa de las posiciones materiales de la insitución religiosa a la que pertenecen los detractores, en este caso la Iglesia Católica.

¡Qué avance habrá dado la sociedad el día en que lo religioso quede circunscrito al ámbito de lo privado y no al de lo social por imposición! Saldremos ganando todos, creyentes y no creyentes.

15 de febrero de 2016

¿Qué espera Esperanza?

El título anterior no pretende ser un trabalenguas, sino la expresión de mis dudas ante las verdaderas intenciones que se esconden tras la dimisión de Esperanza Aguirre como presidenta del Partido Popular de Madrid. Ayer tuve ocasión de seguir en directo la rueda de prensa  en la que anuncio su renuncia y procuré no perderme ni una frase  ni una palabra ni un gesto, intentando averiguar sus intenciones, que procediendo de la veterana política conservadora hay que suponer que no son gratuitas.

Hace un par de años acudí a la presentación de un libro del genial Peridis, en realidad la recopilación de algunas docenas de sus viñetas de carácter político. En la mesa, junto al autor,  se sentaba doña Esperanza, uno de los personajes predilectos del dibujante. Se había prestado a participar en el coloquio posterior, muy segura de contar con recursos suficientes para salir airosa de la posible encerrona que pudieran tenderle sus contertulios. Como moderadora, y también formando parte de la mesa, se encontraba Pepa Bueno, la conocida presentadora de radio, incisiva y mordaz donde las haya.

Pues bien, la señora Aguirre no sólo salió airosa ante un público que se suponía poco afín a sus posicionamientos, sino que deleitó a la audiencia con su desparpajo, ironía y casticismo, características que tanto gustan a muchos de sus incondicionales. Recuerdo que en un momento determinado contestó a una pregunta capciosa de la moderadora con la frase “Pepa, que  no me chupo un dedo”, expresión que levantó las carcajadas de los asistentes, incluida la mía, que no tuve por menos que reconocer que osadía no le falta.

Pero en política hacen falta otras cualidades que vayan más allá de la gracia simpática, que no se limiten al sarcasmo, la mordacidad y la socarronería, aptitudes que tan bien maneja la señora Aguirre. Hace falta elegir con cuidado a tus colaboradores y vigilar después sus actuaciones, dos carencias en el comportamiento de la ex presidenta del PP madrileño, que doña Esperanza recalcó ante los medios como causa de su dimisión. Pero también  dos pretextos, porque al limitar su responsabilidad a estos temas, ella se quitaba de en medio, como si nunca hubiera estado al frente de los destinos de su partido en la Comunidad de Madrid.

Decía al principio que es difícil colegir las intenciones que se esconden detrás de esta dimisión, pero conociendo a Esperanza Aguirre lo que parece evidente es que entre ellas no está abandonar la política activa, sino todo lo contrario. Su “ejemplo” se vuelve en contra de la cúpula del PP, concretamente del señor Rajoy, rodeado como ella por todas partes de escándalos de corrupción, que van mucho más allá de representar la suma de algunos casos aislados, para convertirse en auténticas tramas organizadas de carácter delictivo. Las culpas in vigilando e in eligendo que se imputa a sí misma la política dimisionaria, pueden aplicarse también a su jefe de filas. No basta con estar limpio de pecado, hay que cuidar que tampoco se peque a tu alrededor. Y si se peca, expulsar  a los culpables inmediatamente, en vez de blindarlos en la Diputación Permanente del Senado.

Que a nadie le quepa la menor duda de que a Esperanza Aguirre le quedan todavía muchas horas de vuelo en la política activa de nuestro país, quizá como recambio del señor Rajoy. A no ser que la bola de la corrupción siga engordando al rodar y termine aplastándola.

12 de febrero de 2016

Hay demasido odio y frustración en el ambiente

En una reciente entrada en este blog,  denominaba yo lindezas a determinadas actitudes de algunos políticos, extrañas, fuera de tono o simplemente extravagantes. Pero utilizar esta palabra en lo que  pretendo expresar a continuación, resultaría del todo inadecuado. Para sustituirla se me ocurren muchas otras, casi todas malsonantes y groseras, y por tanto poco apropiadas para estas deslavazadas impresiones blogueras, que aunque no sean virtuosas, pretendo que al menos resulten dignas. Por eso, después de darle muchas vueltas al diccionario, me limitaré a decir que hay algunos políticos que cuando hablan o actuan exudan inquina, rencor o frustración -o todo ello entremezclado-, por los numerosos poros de su piel.

Hace unos días, el ministro de Asuntos Exteriores en funciones, José Manuel García-Margallo, comunicaba a la prensa que se había visto obligado a informar a sus colegas extranjeros de que, si Podemos accedía al gobierno, la participación de España en la lucha “antiyihadista” correría peligro. A preguntas de los periodistas, el saliente -que no silente- estadista aclaraba que lo había hecho así por lealtad a nuestros socios, ya que su deber era mantenerlos al corriente de los riesgos que en estos momentos acechan a la política exterior de nuestro país y, por tanto, a la de sus aliados internacionales.

Se comprende, don José Manuel, que a usted no le apetezca dejar de disfrutar del representativo cargo que ahora ostenta. Sin embargo, que recurra a artimañas como ésta para conservarlo me parece indigno, no ya de un ministro de Asuntos Exteriores de un gobierno democrático, sino de cualquier español cabal. Con estas palabras, pronunciadas en un foro internacional, demuestra usted el poco sentido de estado que le queda, además de poner de manifiesto el rencor que profesa a sus rivales políticos, a los que por sus palabras parece considerar enemigos de la patria y no oponentes ideológicos.

En otro orden de cosas, y para cambiar de bando, la concejala de Cultura del Ayuntamiento de Madrid, Celia Mayer, ha vulnerado últimamente nuestro sentido del decoro con algunas iniciativas que podrían figurar en el libro de los Guiness, quizá dentro de  la categoría de los disparates, si es que existe un casillero con tal nombre. La retirada  de la lápida de los carmelitas fusilados, homenaje a unas víctimas de la guerra civil con independencia de quién fuera su verdugo, no deja de ser una traición de su subconsciente. O el espectáculo de los titiriteros encarcelados, que abstracción hecha de las acusaciones de apología del terrorismo –con las que no estoy de acuerdo-, nunca debió de ser programado para un público infantil.

Doña Celia, da la sensación de que usted  ha confundido la memoria histórica con el rencor partidista y la difusión del arte con el activismo reivindicativo, y por eso debería dimitir. Lo único que está consiguiendo con sus torpezas es salpicar a la alcaldesa de Madrid,  manchas que los numerosos enemigos de su jefa de filas, la señora Carmena, restregarán por su piel hasta hacerle sangre.  Se le ha notado demasiado el ansia de desquite que llevaba oculto, el peor de los consejeros en política.

Por último, y con esto acabo por hoy. Hace sólo unos días, el ministro de Interior en funciones, Jorge Fernández Díaz, lanzó a los cuatro vientos de la estratosfera mediática el siguiente mensaje: los terroristas de ETA están esperando, como agua de mayo, que Podemos llegue al poder. Qué barbaridad, señor ministro, pero no ya por la falsedad de su afirmación, a todas luces carente de rigor intelectual, sino porque una vez más practique usted la vieja estrategia de utilizar la lucha antiterrorista como arma política. De verdad, se lo aseguro, creía que ustedes habían abandonado hacía tiempo esas burdas estratagemas, que ya no engañan a nadie y sólo favorecen a los terroristas.

¿Se comprende ahora por qué decía al principio que la palabra lindeza no es en algunos casos la más indicada? A veces se queda corta, pero que muy corta.

10 de febrero de 2016

¿Podrá salir Pedro Sánchez airoso de esta coyuntura ?

En menudo berenjenal se ha metido el secretario general del partido socialista. Reconozco que hay que ser muy atrevido para haber aceptado el encargo del Rey sin más soporte que la confianza en sí mismo. Está claro que confía en disponer del amparo de los que se proclaman progresistas y de los que simplemente se consideran reformistas, dos tendencias que no necesariamente han de ser coincidentes en el alcance de sus pretensiones. Podemos y Ciudadanos, progresistas y reformistas respectivamente -o eso dicen ellos-, se me antojan políticamente incompatibles, por mucho que Pablo Iglesias y Albert Rivera casi se besaran en público en aquel programa de Jordi Évole. A este paso, decía uno de ellos al observar las coincidencias entre los dos, nos vamos a votar el uno al otro. Sarcástica expresión, que como toda ironía significa lo contrario de lo que literalmente expresa.

Sin embargo, desde mi punto de vista, el secretario general del partido socialista tenía que asumir el riesgo, porque la lógica política juega en estos momentos a favor de su iniciativa. El PP no cuenta con apoyos suficientes, y sí con un rechazo generalizado; y por si fuera poco había entrado en la dinámica de marear la perdiz, esperando a que los otros se despellejaran entre sí y le dejaran el camino expedito. Una estrategia legítima, aunque desestabilizadora  y con muy poco sentido de esa responsabilidad política que tanto le gusta pregonar al señor Rajoy, una decisión que como un boomerang al final se ha vuelto contra quien la lanzó. Rajoy, al comprobar  que su investidura era imposible con la composición actual del parlamento, debería haber retirado definitivamente su pretensión de obtenerla, si no quería asistir al espectáculo de una enorme derrota con luz y con taquígrafos. No quiso hacerlo y Pedro Sánchez aprovechó la oportunidad.

No voy a hacer quinielas, porque visto lo visto asumiría demasiado riesgo. Lo que no impide que me permita el lujo de lanzar algunas impresiones que circulan por mi mente. La primera es que a veces da la sensación de que Podemos estuviera jugando la baza de repetir las elecciones, estrategia coincidente con la del PP, pero con la diferencia de que a los populares la jugada les puede resultar beneficiosa, mientras que los de Pablo Iglesias, si acaso y como mucho -aunque tengo mis dudas-, sólo conseguirían sobrepasar al PSOE, aunque con tan poca diferencia que la izquierda en su conjunto no avanzaría absolutamente nada. Desde mi punto de vista, poner los ojos en ser la segunda fuerza en el parlamento, sin haber derrotado en las urnas a la derecha cuando se tenía la ocasión, sería una auténtica traición a las intenciones de los que los han votado, un sinsentido que perjudicaría lo que dicen defender.

La segunda impresión que ronda por mi cabeza es que a Ciudadanos no le parecería mal formar gobierno con el PSOE, pero las cuentas no salen. Si el PP y Podemos se opusieran a la investidura de Sánchez, apaga y vámonos. Incluso si alguno de estos últimos se abstuviera en la segunda sesión de investidura, ¿qué futuro le aguardaría a un gobierno en minoría, presionado por sus extremos? Nada o muy poco. La pinza en este país ha funcionado en varias ocasiones y ésta podría ser la siguiente. Por cierto, una situación idéntica a la que significaría un PP gobernando en minoría, con el único apoyo de Ciudadanos. No podría ni moverse.

De todas formas, insisto en que la baza que está jugando Pedro Sánchez es, desde mi punto de vista, la que debía jugar, aunque resulte arriesgada. Si sale bien, volvería a gobernar la socialdemocracia, ahora muy escarmentada de tibiezas anteriores, aunque debido a la situación económica limitada en su capacidad de maniobra para efectuar reformas radicales, lo que no significa que careciera de la oportunidad de devolver a nuestro país los derechos sociales cercenados por mor de las reformas del gobierno neoliberal del señor Rajoy. Ahora bien, si fracasara -y velas encendidas a San Antonio no van a faltar en los altares-, podría sumir al partido socialista en una gran crisis de confianza, de la que le costaría mucho tiempo recuperarse.

Un buen berenjenal, sí señor, del que aún confío que Pedro Sánchez salga airoso. Todo depende ahora de otros actores, a los que por fin les ha llegado la hora de la verdad. Muy pronto veremos el resultado.

6 de febrero de 2016

Las lindezas de nuestros políticos

Hay días en los que uno se levanta por la mañana con la sensación de que la vida transcurre con una lentitud que aburre. Parece que nada nuevo ocurriera, que cualquier hecho a tu alrededor no fuera más que la repetición de algo ya sucedido. Hasta que uno consigue desperezarse, toma el primer café del día, sintoniza la radio -mientras mastica todavía somnoliento las tostadas crujientes- y empieza a oír las primeras noticias del día. Entonces las células sensoriales se ponen en alerta, lanzan mensajes al cerebro, lo vivifican y devuelven al hasta entonces durmiente a una realidad que, en vez de parecer átona y tediosa como hasta hacía unos instantes, resulta interesante y a veces inquietante. Es que ha empezado a oír las lindezas que largan los políticos.

Un ejemplo. Mariano Rajoy, a propósito de la corrupción, dijo el otro día que hasta aquí habíamos llegado y que a partir de ahora no iba a consentir ni una más. No se refería a nadie en concreto, aunque más de uno imaginamos que ciertas hordas levantinas se escondían detrás de la alusión, entre ellos alguno a quien el que lanzaba la advertencia le había proclamado no hace mucho a gritos y en público su amor, para ser exactos había dicho que lo quería un huevo, expresión hiperbólica que viene a significar que no cabe más adoración que la que sentía por él. Como también suponemos que pudiera estar la alcaldesa vitalicia, aquella que llenaba estadios, plazas de toros y ágoras “calatravianas” para mayor gloria del líder. Y tantos presidentes de diputación, alcaldes, vicealcaldes, diputados, concejales, asesores, que no son más porque la Comunidad Valenciana sólo tiene tres provincias.

No me parece mal la admonición, porque ya está bien de sinvergonzonería. Si acaso se me ocurre aquello de que a buenas horas mangas verdes, expresión que en el siglo de oro se lanzaba a los de la Santa Hermandad, cuando aparecían en la escena del atraco y el bandolero cabalgaba ya a muchas leguas del lugar. ¿Por qué a partir de ahora y no desde que saltaron las primeras alarmas de la corrupción institucionalizada? ¿Por qué no desde los trajes a medida y los bolsos de Vuitton? Hay tardanzas que se terminan pagando.

Otro caso de los que le sacan a uno de la apatía. El flamante alcalde de Cádiz -para los amigos Kichi (pronúnciese en gaditano: quishhhi)- lanzó una filípica el otro día a sus compañeros de consistorio (a los de la oposición, por supuesto), a propósito del uso de los palcos centrales del Teatro Falla de su ciudad, durante la celebración del concurso de chirigotas, coros, comparsas y cuartetos. Los llamó cortijeros y abusones y los acusó de moverse como Pedro por su casa en las tribunas reservadas para las autoridades; y, por si la cosa no hubiera quedado suficientemente clara para los aleccionados, se golpeó el carrillo con la palma de la mano insistentemente, utilizando ese gesto que podría traducirse por tienen ustedes una jeta que se la pisan.

Tampoco me parece mal que se llame la atención a los que se extralimitan en el ejercicio de sus prerrogativas, porque los abusos de este tipo se repiten a nuestro alrededor con tanta frecuencia que abochornan. Pero, por poner algún reparo al señor González Santos -Kichi para los amigos-, ¿no le parece a usted que utilizar ese lenguaje en un pleno del Ayuntamiento desentona? Y, ¿no le parece que llenar esos palcos de indigentes no es la mejor manera de combatir la pobreza, el paro y la injusticia social? Por favor, no se vaya usted por los cerros de la anécdota y preocúpese de las cosas importantes. Si no, lo tildarán de demagogo, como me temo que ya lo están haciendo sus paisanos de uno y otro color.

Como decía al principio, si no desayunáramos con estas y otras lindezas de nuestros políticos, cada día se parecería al anterior como dos gotas de agua; y viviríamos una vida tan plana que no merecería la pena levantarse por las mañanas.