Supongo que no le ocurrirá a todo el mundo lo mismo, pero yo empiezo a ver algo de luz al final del túnel, si se me permite utilizar el manido lugar común. Por supuesto que la claridad todavía no es lo suficientemente nítida para que me sienta optimista, pero al menos empieza a disiparse la confusa neblina de los últimos días. Se negocia, se pacta y se firman acuerdos, que aunque puedan parecer sorprendentes a algunos y frustrantes a otros, no dejan de tener lógica política. Ciudadanos y PSOE, dos fuerzas situadas en el centro del arco parlamentario, acaban de dar un paso al frente y han decido comprometer un programa de mínimos comunes, a la espera de que otros se sumen a la iniciativa.
No ignoro que mientras escribo estas palabras improvisadas un torrente de declaraciones circula por los medios de comunicación y a través de las redes sociales. Pero, aun a riesgo de perderme parte de la película y por tanto errar en el diagnóstico, prefiero dar mi impresión personal de la situación. Todo será que mañana tenga que reprocharme la ingenua precipitación.
La primera conclusión que extraigo es que el PP se ha quedado solo. Ver a estas alturas insistir al señor Rajoy en la alternativa de la gran coalición -que él llama constitucionalista- produce sonrojo. Todavía no se ha dado cuenta de que, ya no sólo por la corrupción que lo acosa, también por los errores políticos cometidos durante la última legislatura, el partido que preside está contra las cuerdas. No lo ve o no lo quiere ver, pero su estilo de gobernar ha dejado mal parada a la formación conservadora, que aunque pueda presumir legítimamente de haber obtenido siete millones y medio de votos, cuenta con el desacuerdo de todos los demás, que superan en mucho esa cantidad. En una democracia parlamentaria, como es la nuestra, esa situación se traduce en haber perdido las elecciones, aunque que él repita constantemente lo contrario.
De los demás actores poco tengo que decir. Izquierda Unida está en la misma situación que Podemos y no debería dejar pasar la ocasión de desplazar a la derecha neoliberal que representa el gobierno actual. El PNV, que en los últimos años ha mostrado sensatez política -¡qué lejos quedan los tiempos de Ibarretxe!- podría suscribir con facilidad este acuerdo, que si bien niega el derecho a decidir, no ignora el reconocimiento de las nacionalidades históricas. Respecto a los separatistas catalanes, no sé qué harán, posiblemente quedarse al margen de cualquier iniciativa. En cualquier caso, no olvidemos que todavía no hemos salido del largo túnel del proceso de investidura. La neblina se puede hacer más densa en cualquier momento, pero lo importante es el final.
Así veo las cosas hoy y por eso así las cuento. Mañana, vaya usted a saber.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.