26 de febrero de 2016

Donde dije digo sigo diciendo digo

Para empezar, debo aclarar que este título, de vena manifiestamente baturra (¡qué le voy a hacer!), podrá ser modificado por mi parte en cualquier momento para dar entrada al ausente Diego. Pero por ahora me mantengo en la opinión de que el intento de Pedro Sánchez y de Albert Rivera para formar una gran coalición transversal representa la única vía posible, salvo que perdamos de vista el actual panorama parlamentario español o el que pueda salir de una repetición de las elecciones, que no parece que fuera a cambiar demasiado la correlación de fuerzas políticas con representación parlamentaria. Conjeturas se pueden hacer muchas, pero no dejarán de ser ensoñaciones carentes de fundamento.

Voy a intentar explicarme. En primer lugar recordaré que, no sólo ningún partido ha ganado las elecciones, sino que además existe un empate técnico entre derechas e izquierdas. Los números son los que son y creo que no hace falta mayor aclaración sobre este punto. Además, una serie de circunstancias, en las que no voy a insistir para no resultar pesado, han hecho que en estos momentos nadie quiera ir de la mano del PP. Por tanto, si se pretende romper el empate entre fuerzas de progreso y fuerzas conservadoras, es preciso contar con el apoyo de Ciudadanos, que representa a los últimos. A partir de ahí, debería inferirse que en la voluntad de los pactantes está la inclusión de otras fuerzas, en este caso de la izquierda, con el peso que les corresponda dentro de una gran alianza transversal. También, por qué no, la de aquellas fuerzas nacionalistas a las que no les agobien las ansias separatistas.

¿Qué significa lo anterior? Que el gobierno que salga de ese pacto no podrá ser ni netamente de izquierdas ni claramente de derechas. ¿Por qué? Porque así lo han decidido las urnas, así lo hemos decidido los españoles. Por eso, las acusaciones del PP y de Podemos carecen de rigor intelectual. Claro que el PSOE ha tenido que renunciar a una parte de su programa, de la misma manera que Ciudadanos ha teñido el suyo de colores progresistas. ¿Es que es tan difícil entender que un pacto significa precisamente eso, renunciar a parte del programa para mantener todo lo que se pueda del total. Me voy a permitir citar aquello de que la política es el arte de lo posible, mientras que la utopía se basa en la búsqueda de la perfección, pueda o no alcanzarse. Este ha sido un pacto político, que contempla la realidad de la situación.

Pero lamentablemente los actores políticos muchas veces actúan con tactismo, de forma que su comportamiento, lejos de aceptar realidades inmediatas, apuesta por un futuro imprevisible -o que ellos prevén mejor que el presente-, aun a costa del logro de lo que dicen defender. Podemos debería sumarse al pacto, exigiendo, eso sí, aclaraciones, añadidos, supresiones y todo lo que haga falta según su opinión programática. Lo que no debe hacer es romper la baraja de antemano. Salvo que, como dice alguno, pueda y no quiera. ¿Prefiere jugarse el futuro en una repetición de elecciones? “Chi lo sa”.

Lo que quería decir en el título es que sigo manteniendo la apuesta por un gobierno socialdemócrata, apoyado por la derecha y por la izquierda. Pero no porque sea un “optimista antropológico”, que lo soy, sino porque hay tiempo para que la muchachada “podemita” recapacite y vuelva a donde le corresponde, es decir, a la mesa de negociaciones.

Ahora bien, que sea un optimista antropológico no quiere decir que sea un obstinado irredento. Por eso, si es preciso, porque la realidad de los acontecimientos me contradiga, traeré a este blog a nuestro amigo Diego. Pero de momento sigo diciendo digo.



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