28 de junio de 2019

Y en la derecha un tridente desdentado

Se veía venir, aunque algunos no se lo creyeran. La derecha, dividida en tres fracciones -no por razones ideológicas sino por intereses personales de sus líderes-, está conformando un frente político en apariencia cohesionado, con la vista puesta en que de ninguna manera gobierne la izquierda. Empezaron los coqueteos entre ellos con mascarillas y guantes profilácticos para no contagiarse los unos de los otros, pero al final, como sucede en los colegios infantiles, el sarampión les ha atacado a todos. Ahora, cuando se les mira la cara, es difícil distinguir a unos de otros.

Los intentos por parte de Ciudadanos de marcar diferencias con las otras derechas resultan hasta ridículos, por no decir patéticos. Proclamaban que habían llegado a la política para regenerarla y se alían con un partido que tiene más líderes imputados o en la cárcel que escaños en el Congreso. Presumían de centristas y ahora van de la mano de los herederos del franquismo sociológico. Pretendían –y aún pretenden- sentarse en la bancada de los liberales europeos y en nuestro parlamento se acomodan junto a los amigos de Le Pen y de Salvini. Unos contrasentidos que, si no fueran preocupantes por lo que tienen de engaño a los ciudadanos, inducirían a la carcajada contagiosa.

El Partido Popular está maniobrando con astucia sibilina, aunque con sus manejos ponga a prueba constantemente su credibilidad. Por una parte se presenta como una derecha de línea dura, para intentar así seducir a los hermanos descarriados que se pasaron a Vox y retornarlos a la casa del padre, y por otra no se sonroja en absoluto tratando a los de Ciudadanos como si profesaran su misma fe, limitándose a afearles de vez en cuando que se propongan invadir un terreno que ya está ocupado. En definitiva, tratando a unos y a otros con cierta conmiseración, a la espera de que dejen de molestar. O dicho de otra forma ninguneándolos.

Vox, mientras tanto, lleva algún tiempo regodeándose con el desconcierto de sus circunstanciales aliados, que cada día que pasa le conceden más cancha donde jugar. A base de tiras y aflojas va abriéndose camino en la política española, sabiendo como sabe que la derecha no tiene hoy más remedio que contar con ellos. Un panorama alentador para la ultraderecha, que necesita visibilidad, porque no ignora  que cuentan con un número importante de adeptos que añoran unos tiempos que según ellos fueron mejores que los actuales.

Llegados a este punto, me pregunto hasta dónde llevará a los partidos conservadores su deriva. Y sólo por especular, porque entre mis escasas virtudes no se encuentra la de adivinar el futuro, empiezo a vislumbrar un PP  avanzando entre tanto desbarajuste, un Ciudadanos incapaz de salir de sus propias contradicciones -cada vez más evidentes como ha denuciado Manuel Valls- y un Vox que ha llegado para quedarse, aunque su presencia implique, al menos por el momento, escasa capacidad de decisión.

Si eso fuera así, el tiempo daría la razón a una reflexión que hice en este blog hace ya tiempo, cuando pensaba que los emergentes (Podemos y Ciudadanos), superado un periodo de cierta exaltación por la novedad, terminarían sin fuelle, y que, como consecuencia, los dos partidos con arraigo (PP y PSOE) resistirían el embate y volverían a aglutinar a los conservadores y a los progresistas respectivamente. Creo recordar que entonces utilicé una expresión coloquial, aquella de para qué inventar la pólvora cuando ya está inventada.

23 de junio de 2019

El sombrero me lo quito y me lo pongo

Oír estos días a los líderes de las tres derechas dar explicaciones sobre sus pactos y alianzas resulta, además de desconcertante, divertido.  Vi el otro a Begoña Villacís, la flamante vicealcaldesa de Madrid, hacer verdaderas contorsiones dialécticas para explicar que Ciudadanos no ha pactado ni pactará con Vox, sino exclusivamente con el PP. A preguntas de los periodistas explicaba que si los populares llegaban a acuerdos con los de la extrema derecha era un asunto que no les concernía.  Es más, cuando la pregunta se concretó en si al señor Ortega Smith y a sus compañeros de filas se les iba a dar algún cargo de responsabilidad política en alguno de los distritos de Madrid, contestó que bueno, que quizá, que no sabía, pero que en cualquier caso dispondrían de poca capacidad de decisión. Y se quedó más ancha que larga, a pesar de que ya goza de buena estatura.

Ciudadanos está insultando la inteligencia de sus votantes, porque no creo que haya uno sólo que en el fondo se crea tanta patraña, tanto embuste pergeñado con la exclusiva intención de ocultar que lo que quieren es tocar el poder, no importa a costa de quién y de qué. Se han convertido en cómplices necesarios para que Vox se introduzca en las instituciones españolas y, a pesar de la evidencia, lo niegan. Lo que sucede es que con tanta negativa, con tantas explicaciones para demostrar que ellos tienen las manos limpias, cada vez se enfangan más.

Si Macrón fuera un sustantivo común en lugar de un nombre propio, uno de sus diminutivos sería “macronito”. Albert Rivera pretendía ser un político a la medida de Macrón y se está quedando con sus esperpénticas maniobras poselectorales en un simple aspirante a segundón del PP por culpa de la carencia que padece de ideas propias. Si hay que meter a Vox en las instituciones qué más da y si hay que decir que el presidente francés respalda sus alianzas pues se dice. Luego vienen los categóricos desmentidos del Palacio del Elíseo y se capea el temporal como se puede. No, no fue el gobierno francés quien lo dijo, sino el partido que lo sustenta.

Pero de todos los tropiezos que está teniendo Ciudadanos por culpa de sus propias contradicciones, quizá la contundente respuesta que le ha dado Manuel Valls a Albert Rivera ante su errática deriva sea la más categórica. No creo que en España, en los últimos años, ningún político en activo haya recibido un castigo tan demoledor como han sido las declaraciones del señor Valls, en su día presentado a bombo y platillo como el gran fichaje de la formación naranja y convertido hoy en denunciante de la incoherencia de sus líderes, acusaciones que no han terminado y ya veremos cómo acaban. Lo veía venir, pero confieso que nunca llegué a pensar que la dureza de la respuesta llegara a estos extremos.

Yo también pensé en algún momento –muy breve por cierto- que Ciudadanos pudiera suponer una reforma necesaria a la corrupción institucional que se había instalado en la derecha española. Pero ya ha llovido lo suficiente como para no haberme despertado de aquellas ilusas ensoñaciones.

19 de junio de 2019

Un mapa de España en tres dimensiones

Con este título no me refiero a uno de aquellos entrañables mapas murales que en mi época escolar decoraban las aulas de los colegios y en los que figuraban las provincia de España a todo color, sino a otro, mucho más difícil de dibujar, en el que se reflejaran los partidos, las plataformas, las alianzas y los pactos –y algunos chanchullos- que al final, después de tantas idas y venidas, de tantos quebraderos de cabeza, de tantos dimes y diretes y de tanta saliva gastada, han logrado hacerse con el poder en los Ayuntamientos de nuestro país. Yo me declaro incapaz de confeccionarlo, entre otras cosa porque mi estuche de lápices de colores, que no anda escaso de matices, no abarca tanta variedad. Sería preciso recurrir al rayado y a otros artificios gráficos para completarlo. Incluso debería ser tridimensional, para así reflejar los cambios de alcalde a mitad de legislatura. Dos años para mí y dos para ti, y aquí todos contentos o, como ahora dicen los castizos, así todos tocamos cacho.

Me considero un adicto al seguimiento del acontecer político, hasta el punto de que intento conocer con detalle los pormenores de lo que en cada momento sucede en el panorama que dibujan nuestras no siempre probas clases dirigentes. Reconozco que este rastreo nunca ha sido labor fácil, pero en estos momentos, recién acabada la fase de las negociaciones entre partidos, y a la vista de los enjuagues de todo tipo que se han producido, me declaro incapaz de continuar adelante con mi adición. Quizá sea bueno, porque las servidumbres adictivas nunca han dejado de ser un lastre para la libertad del individuo.

Cada vez entiendo más a aquellos que se declaran apolíticos, aunque con esta confesión quieran en realidad decir una cosa muy distinta de la que dicen, porque políticos lo son por el mero hecho de ser personas y por tanto tener opinión y criterio. Lo que quizá pretendan manifestar es que les cansa el comportamiento de sus líderes, que les aburren las descaradas falsedades y que les martirizan el desatino y la estupidez de los que deberían predicar con el ejemplo de la coherencia y a ser exponentes de la ética y del buen comportamiento social, cuando en realidad son unos marrulleros. No sólo a medida que pasa el tiempo les entiendo más, sino que me pregunto si toda esta farsa al servicio de sus intereses personales merece un minuto de atención.

Yo reconozco que el bipartidismo tenía inconvenientes, entre otros porque favorecía las formación de mayorías absolutas que nunca trajeron nada bueno. Pero de eso a esta amalgama amorfa de ideologías, si es que así se le puede llamar a los intereses especulativos de algunos políticos del momento, hay una gran distancia. Estamos pasando, sin darnos cuenta, de la hegemonía de dos partidos al frentismo, un sistema más nocivo que el anterior, entre otras cosas porque los aliados en cada frente nunca han sido de fiar, pendientes como están de defender su supremacía en la manada en vez de llevar adelante los programas políticos de la alianza circunstancial que hayan elegido.

A quien lea estas líneas le pido disculpas, porque hoy me he lanzado a escribir bajo la sensación de que los ciudadanos somos un cero a la izquierda, peones a los que se nos llama de vez en cuando para que dibujemos con nuestros votos el panorama político de nuestro país, pero a los que, una vez terminado el recuento, se nos daja a un lado para que sean ellos, los elegidos, los que hagan lo que les salga por el forro de sus intereses espurios. Quizá otro día, más calmadas mis inquietudes, menos alborotadas mis glándulas de secreción interna, vuelva a este tema.

Pero hoy no tengo más remedio que decir que así no hay quien dibuje un mapa político de España.

15 de junio de 2019

Notre Dame de París

No creo que haya nadie a quien no impresionaran en su momento las imágenes de la catedral de París envuelta en llamas y estoy completamente convencido de que serán muy pocos los que no hayan lamentado la pérdida de una parte de la magnífica arquitectura gótica de este monumento, no sólo entre los católicos, también entre los fieles de otras religiones y entre los laicos del mundo entero. Además supongo que no habrá quien no entendiera el significado mediático de las multimillonarias aportaciones de algunos magnates de la industria francesa y del apoyo desmedido de las instituciones del país para reconstruir cuanto antes aquel patrimonio de la humanidad.

Por eso me ha sorprendido la apatía con la que en España se recibió la noticia de los incendios que devastaron varias docenas de endebles barracones en Lepe, un fuego incontrolable que dejó a un gran número de jornaleros subsaharianos en la más absoluta de las miserias, más allá incluso de la que arrastraban hasta ese fatídico momento. No he oído a nadie lamentar esta catástrofe humana, salvo algún que otro tímido lloriqueo, ni he observado el más mínimo movimiento de solidaridad hacia las víctimas, ni en la opinión pública ni en los medios de comunicación ni en los estamentos oficiales. Un silencio absoluto que, como decía aquel amigo mío que cito de vez en cuando, da que pensar.

Me ha venido a la cabeza el terremoto que asoló Haití el 12 de Enero de 2010. En aquel momento las impresionantes imágenes de la catástrofe causaron una enorme impresión en las conciencias de los ciudadanos del mundo entero, muchos de los cuales ignoraban hasta entonces que el seísmo había castigado precisamente a uno de los países más pobres del mundo.  Recuerdo muy bien que algunas celebridades de la élite hollywoodiense se movilizaron para organizar una gala en beneficio de las víctimas, un detalle más simbólico que otra cosa, porque no era la caridad la que debía resolver aquel problema sino la colaboración de las naciones más poderosas. Pero mientras que éstas ayudando a Haití no hubieran obtenido ningún rédito, los actores y las actrices al menos se hacían notar, y la publicidad siempre ayuda.

Alguno estará pensando qué tiene que ver Notre Dame con Lepe y con Haití, qué tiene que ver el culo con las témporas. Muy fácil: en los tres casos hay catástrofe y en los tres necesidad de ayuda. La diferencia está en que en el primero los magnates y las autoridades se han volcado, porque colaborar en la reconstrucción de la catedral de París otorga prestigio y renombre; en el segundo los afectados son unos modestos inmigrantes y para qué molestarse en ayudarles; y en el tercero, pasado el tiempo y acabadas las galas oportunistas e ineficaces, todo sigue igual o peor.

Mucha hipocresía y muy poca solidaridad.

12 de junio de 2019

A trancas y barrancas

Siempre me ha gustado la frase que hoy he elegido para ponerle título a esta reflexión, quizá porque contenga dos palabras en desuso y yo sea un romántico del idioma. Se trata de una expresión coloquial que significa con grandes dificultades, pero también que, a pesar de los obstáculos y aunque sea con lentitud, se progresa. Es más, si me propusiera exprimir el aforismo  hasta sus últimas consecuencias, es posible que encontrara en su espíritu la consideración de que la elegida es la única manera de alcanzar el objetivo propuesto. Pues bien, eso es lo que está sucediendo estos días con las negociaciones poselectorales del PSOE, que avanzan a trancas y barrancas, aunque no siempre se consiga abrir las primeras y salvar las segundas.

Las conversaciones entre los partidos son tantas y tan variadas, que no voy a entrar en pormenores de todos conocidos. Me limitaré a intentar encontrar el común denominador de todas ellas, o al menos algunas características que distingan la estrategia escogida por los socialistas de las que están siguiendo otros partidos durante estos días. Estrategia que, en mi opinión, en ningún caso implica que el PSOE se haya impuesto rígidas normas a seguir, ni mucho menos dibujado líneas rojas inamovibles. Estas autolimitaciones en política sólo caben en los muy  estrechos de miras.

Pedro Sánchez y los suyos pretenden en primer lugar gobernar con independencia programática y sin ataduras ni servidumbres con otros. De ahí que los socialistas no quieran hablar de ministros de Podemos en el gobierno. Es cierto que esta formación política es imprescindible para que el presidente en funciones logre la investidura, pero no lo es menos que representa una izquierda muy escorada hacia las reivindicaciones radicales y que, además, en estos momentos no goza precisamente de un gran prestigio político. El candidato a la presidencia sabe que no puede ni debe enfrentarse a los poderes económicos nacionales ni internacionales, inmersos como estamos en un mundo globalizado, y algunos ven a Pablo Iglesias y a sus más preclaros colaboradores como cruzados anticapitalistas.

Tampoco quieren lo socialistas llevar adelante su programa con la colaboración de los independentistas de cualquier signo. Una cosa es el diálogo para encontrar soluciones políticas que satisfagan a todos y otra muy distinta aparecer como aliados de grupos cuyas reivindicaciones sobrepasen los límites constitucionales. El PSOE no cedió ante las presiones de los separatistas durante el interregno que transcurrió entre la moción de censura y la convocatoria de elecciones –a pesar de las reiteradas y falsas acusaciones que lanzaban las tres derechas al unísono- y no parece que esté dispuesto a ceder ahora.

En cuanto a Ciudadanos, El PSOE no está pidiendo su cooperación, porque sería algo así como intentar cazar liebres en el mar, cuando ya sabemos que es mentira tra-la-rá. Los socialistas tienen claro que este partido no sólo es conservador, sino que además está dispuesto a aliarse con la ultraderecha con tal de gobernar. Por eso se limitan a lanzarles advertencias para que no obstruyan la formación de gobiernos socialistas donde hayan sido los más votados, argumentando que lo contrario contradice completamente sus pretensiones centristas. Lo que sucede es que, no nos engañemos, Ciudadanos no es de centro. De manera que un pacto global entre los socialistas y los de Rivera está totalmente descartado.

Con estas consideraciones tácticas y estratégicas, a nadie puede sorprenderle que las negociaciones que está manteniendo el PSOE para obtener apoyos suficientes estén yendo a trancas y barrancas. Lo que sucede es que no hay otra manera.

8 de junio de 2019

Nunca digas nunca jamás

A veces los títulos de las películas me vienen a huevo para encabezar alguna de estas reflexiones. Hemos oído tantas afirmaciones rotundas a lo largo de la campaña electoral, que deberíamos prepararnos para asimilar lo que va a suceder a partir de ahora, la articulación de unos inesperados pactos que pondrán al rojo vivo las hemerotecas, aunque seguramente no alterarán el pulso de los que caigan en contradicción con sus declaraciones anteriores. Como el panorama de este fenómeno de aparentes contradicciones entre lo dicho y lo hecho promete ser muy amplio, hoy voy a limitarme al entorno del PSOE, cuyos militantes cuando celebraban la victoria en las elecciones generales le pedían a gritos a su secretario general que de Ciudadanos “ni mijita”.

La llamada aritmética parlamentaria es muy extravagante y caprichosa, mucho más ahora con tanta fragmentación del voto. A Ciudadanos, que no ha logrado ninguno de los objetivos que se había marcado -entre ellos superar al PP-, los resultados sin embargo lo han convertido en un partido central –que no centrado-, capaz de decidir el color de muchos gobiernos municipales y autonómicos. Lo cual significa que puede pactar con las derechas, y dar lugar a gobiernos y ayuntamientos del PP, o con el partido socialista, y permitir así que sean éstos los que gobiernen, y en los dos casos apuntarse las contrapartidas oportunas

Para resolver el entuerto han organizado un comité de sabios que analice la situación y proponga lo que más interese a la gobernabilidad -dicen ellos- o lo que más interese a su partido –dicen otros-, porque las dos cosas no tienen por qué ser coincidentes, aunque tampoco necesariamente dispares. Pero esta maniobra, que en principio parecería fácil, no lo es tanto. En realidad se trata de un puzle de muchas piezas, en el que si te equivocas al colocar una no acabas de terminarlo o lo acabas mal. Pero es que además los de Ciudadanos han proclamado con tanta insistencia que con Vox ni a la vuelta de la esquina y que a Pedro Sánchez hay que negarle el pan y la sal, que ahora torcer el rumbo requiere dar muchas explicaciones.

Lo que sucede es que estamos hablando de política y ya se sabe que en política todo es relativo. No lo digo peyorativamente, sino todo lo contrario, porque cuando se ejerce aquella se precisa flexibilidad y capacidad de diálogo. Las defensas numantinas de los principios ideológicos son contraproducentes y los cordones sanitarios demenciales. Se debe poner los pies en la tierra, templar el ánimo y muchas veces, por qué no decirlo, hacer de tripas corazón.

Manuel Valls, un político con más tablas que Queta Claver, ha propuesto que Ada Colau gobierne el ayuntamiento de Barcelona con el apoyo del PSOE, sin pedir contraprestaciones a cambio. Su objetivo es evitar que los separatistas accedan a la alcaldía. Al mismo tiempo en Madrid, Íñigo Errejón sugiere que Ciudadanos y el partido socialista se pongan de acuerdo para gobernar el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid, también sin exigir compensación alguna. En este caso al exdirigente de Podemos le guía la intención de evitar que la ultraderecha entre de la mano del PP en las instituciones madrileñas.

No sé hasta dónde llegarán estas maniobras, que cuentan con innumerables obstáculos que vencer; pero de lo que no tengo la menor duda es de que nunca se debe decir nunca jamás.

5 de junio de 2019

La paranoia climática


Desde que tengo uso de razón no hago otra cosa que oír la conocida frase de “el tiempo está loco”, una expresión que manifiesta la sorpresa que inexplicablemente produce en algunos un hecho cierto y bien conocido, que el clima varía constantemente, sometido como está a infinidad de factores, todos ellos aleatorios. Los que así se expresan vienen a decir algo así como, “si toca llover por qué no llueve”, “si en esta época debería hacer calor por qué hace frío” o “si estamos en primavera a cuento de qué nieva en Navacerrada". Dan por cierto que el clima debe comportarse de acuerdo con unas leyes elaboradas con precisión matemática y que las desviaciones respecto a la norma significan que algo raro está sucediendo.

En mis tiempos universitarios estudié una asignatura que se llamaba Climatología. Allí aprendí, de forma estructurada y con rigor científico, que nunca se repiten con absoluta precisión las mismas condiciones climatológicas, porque el conocido efecto mariposa impide la duplicación exacta de cualquier estado atmosférico que se haya dado con anterioridad. Entre los ejercicios que como estudiante tuve que desarrollar figuraba la recopilación de los datos climáticos de una determinada zona geográfica, a lo largo de un periodo de varias décadas, para después realizar con ellos estudios estadísticos. De ese análisis se deducía lo que acabo de decir, que la previsión atmosférica no puede determinarse con gran anticipación porque el comportamiento del clima es absolutamente impredecible.

Pero también, por medio de aquellas prácticas,  supe que cualquier situación atmosférica, por atípica que pueda parecer, ya se ha dado con anterioridad en algún momento. Es decir, ni el clima responde a normas matemáticas preestablecidas, por lo que no podemos extrañarnos de lo que suceda en un momento determinado, ni deberíamos alarmarnos ante las condiciones extremas que se den en otro cualquiera, porque seguro que en líneas generales ya se habrán producido en el pasado e indefectiblemente volverán a repetirse en el futuro.

No estoy hablando hoy del cambio climático debido al deterioro medioambiental que está originando un lento, indiscutible y preocupante proceso de cambio a largo plazo. Me estoy refiriendo a las sorpresas que muchos ciudadanos dicen sentir cada vez que se levantan y el tiempo no responde a sus expectativas. Estoy pensando en todos aquellos a quienes extraña que nos entre por el noroeste una borrasca en mayo, y las temperaturas bajen diez grados de repente, o en los que se sorprenden cuando en estas fechas se estabiliza sobre nosotros un anticiclón y los termómetros se disparen a temperaturas estivales.

Yo a este comportamiento ciudadano de sorpresa diaria ante las situaciones atmosféricas lo llamo paranoia climática, porque no deja de ser una obsesión. En primavera avanzada, cuando en general siempre ha hecho buen tiempo, los informativos nos sorprenden con bañistas en las playas, si las temperaturas han subido un poco por encima de lo esperado, o con los últimos esquiadores, si ha caído alguna nevada tardía; y nos presentan la noticia como sorprendente, como si nunca hubiera ocurrido antes. Una manera quizá de llenar los telediarios "hablando del tiempo", pero que en cierto modo alimenta la idea de que el clima se ha vuelto loco.

No, el tiempo no se ha vuelto loco. Lo que sucede es que tenemos muy poca memoria climática.