30 de diciembre de 2023

Recuerdos olvidados 1.- Alambradas en las calles

 

Este artículo forma parte del borrador de un ensayo que escribí hace unos años sobre algunos de mis viejos recuerdos, un libro que nunca publiqué y que guardaba en el fondo de un cajón de mi escritorio. Es posible que a partir de ahora vaya "soltando", de vez en vez, en este blog, alguna de estas vivencias. Son pequeñas anécdotas que me han ido sucediendo a lo largo de mi vida y que, de alguna manera, han influido en mi manera de ver el mundo. Hoy, a continuación, va la primera de ellas.

                                                               

Hay situaciones en la vida que se quedan grabadas en la memoria a fuego. Era verano de 1961, todavía no había cumplido los 19 años y un cambio de destino de mi padre me llevó a pasar las vacaciones veraniegas en Sidi Ifni, la capital de la entonces provincia española del mismo nombre. Habían pasado pocos años desde que se acabaran las agresiones del “ejercito irregular" marroquí y el territorio, muy reducido en extensión desde los ataques, permanecía en paz.

En un ambiente colonial como aquel resultaba muy fácil hacer amigos, siempre dentro de la llamada población europea, porque con la nativa había muy pocas ocasiones de intimar. Yo ya por entonces sentía una fuerte tentación por conocer cualquier entorno distinto a los que estaba acostumbrado y el que se respiraba allí me llamaba mucho la atención. Quería hacer amigos musulmanes y no sabía cómo.

La oportunidad me vino a través del “mancebo” de una de las farmacias de la ciudad, hijo de un suboficial indígena del Grupo de Tiradores de Ifni, muy españolizado y por tanto de fácil comunicación. Digamos que se llamaba Regrari. Un día le hablé de mi curiosidad y me propuso una cena moruna en casa de un primo suyo. Lo hablé con un par de amigos de los que acababa de conocer y con mi hermano Manolo por aquello de ir acompañado. Unos días después, cuando ya había anochecido, nos dirigimos los cuatro por las solitarias, mal iluminadas y estrechas calles del barrio musulmán, en busca de la dirección que me había facilitado Regrari.

Recuerdo que me llamaron la atención las alambradas que de trecho en trecho cruzaban las calles, dejando sólo un angosto paso junto a las fachadas de los edificios, lo que obligaba a un recorrido en zigzag bastante incómodo. De vez en cuando nos cruzábamos con alguna patrulla de soldados con sus fusiles al hombro, sin duda una medida disuasoria para evitar que la población musulmana saliera de sus casas por la noche. A nosotros nos miraban con curiosidad, conscientes de que éramos europeos, con toda probabilidad hijos de militares españoles.

Cuando llegamos, nos esperaba Regrari junto a nuestro anfitrión y otros dos musulmanes, todos de edades aproximadas a las nuestras, entre los 17 y los 20 o 21. En las paredes fotos del Mohamed V, a la sazón rey de Marruecos, y en algún rincón alguna bandera marroquí. Nos sirvieron una cena muy típica, en la que no faltó ni el cuscús ni los dátiles ni los dulces. Tampoco el vino, porque, como nos dijeron con la sonrisa en la boca, hacían una excepción en nuestro honor.

Después tuvimos una larga conversación, en la que poco a poco fuimos desbrozando los temas que a mí me interesaban, sobre todo el que atañía a su posición personal con respecto a la situación colonial. Como el ambiente se había relajado y allí se respiraba amistad y concordia, nuestro anfitrión, al que recuerdo de piel muy oscura, nos confesó que él, que por edad no había participado en los combates de hacía unos años, era partidario de la integración de Ifni en el Reino de Marruecos.

Recuerdo algún carraspeo, alguna mirada al suelo y algún ligero rictus de sorpresa por parte de mis amigos, que inmediatamente se superaron gracias a que la conversación continuó de manera civilizada, aunque sin abandonar en ningún momento el tema que habíamos iniciado. Yo, picado por la irremediable curiosidad que siempre me ha acompañado, me atreví a preguntar si no percibían en sus situaciones personales las mejoras “civilizadas” que aportaba la presencia de España en el territorio. Uno de ellos se encogió de hombros y me dijo algo así como que esas ventajas no anulaban la sensación que les embargaba por considerarse “ocupados”.

Yo no me sentí incómodo en absoluto. Es más, recuerdo el momento como una de esas situaciones que despiertan en la conciencia ciertos resortes de liberalidad, que ponen de manifiesto la razón que tenía el poeta cuando dijo aquello de todo es según el color.

Por eso lo ha retenido mi memoria y por eso lo cuento hoy aquí.

26 de diciembre de 2023

Los berrinches de don Alberto

 

Debe de ser muy difícil mantener esa actitud de cabreo continuado que muestra el líder del PP cuando habla del gobierno y, concretamente, de Sánchez. Una vez le oí decir a alguien que no hay nada tan desagradable como perseverar en la hostilidad con los que te rodean y estoy convencido de que tenía razón. Puede que para algunos sea una válvula de escape de sus frustraciones, pero para la mayoría sólo es un estado anímico que desequilibra la conducta de quien lo sufre. Don Alberto, a tenor de sus expresiones cuando habla del gobierno de España, debe de estar pasándolo muy mal. Va de berrinche en berrinche y tiro porque me toca.

La retahíla de agravios que dice sufrir no se detiene, todo lo contario aumenta con sus quejas. Si protesta porque el presidente del gobierno dice que se va a reunir con Puigdemont, Sánchez le contesta que no una sino las veces que sea menester; además, no sólo con el líder de Junts per Cataluña, también con el de ERC. Si la oposición desbanca de la alcaldía de Pamplona, mediante un democrático voto de censura, a sus aliados de UPN, se lo toma como agravio personal y retrasa su cita en la Moncloa, soltando la lindeza de que se trata de un pacto encapuchado. Sólo cuando repara en que resultaría insólito que el jefe de la oposición rechazara la invitación al diálogo que le hace el presidente del gobierno, acepta, pero pone la condición de que el encuentro sea en las Cortes y no en el despacho oficial de quien le cita, ganándose la respuesta de que para ti la perra gorda, chascarrillo que aumenta sus berrinches.

Bromas aparte, cuando no se aceptan las derrotas pasa lo que pasa. En vez de iniciar una oposición constructiva para el país, Feijóo ha entrado en un bucle de pataletas que rayan en la llorera y el sofocón. El otro día me preguntaba a mi mismo, sólo a título de planteamiento teórico, que si quisiera cambiar de voto y considerar la posibilidad de otorgárselo en las próximas elecciones al señor Feijóo, no tendría ni idea de qué estaba eligiendo, porque hasta ahora no he oído ni una sola propuesta, sólo críticas a eso que el presidente del PP llama "sanchismo".

Quizá le estén aconsejando que continúe con la táctica del insulto y el menosprecio, porque no encuentren otra manera de hacer oposición. A estas alturas me sorprende la persistencia, porque parece evidente que por ahí lo único que consiguen es incordiar como lo hacen las moscas cojoneras, aunque se dejen la salud en ello. Pedro Sánchez es un político muy duro de roer, tiene muy claras sus ideas, le respalda un programa progresista muy del gusto de millones de españoles y, aunque la oposición no lo vaya a reconocer, cuenta con el respeto de muchos de los líderes más importantes de Europa. Mientras que a Feijóo sólo se le conoce por sus refunfuños en contra de la amnistía.

La democracia, para que sea efectiva, necesita una buena oposición. Pero lamentablemente hoy no la tenemos ni buena ni regular, sólo el vocerío de sus frustraciones, que no cesa ni en Navidad.

21 de diciembre de 2023

Las uvas de la alegría

 

No me tengo por personas demasiado amiga de celebraciones tradicionales, santos, cumpleaños o aniversarios, entre otras cosas porque me suelen aburrir por falta de originalidad. Como consecuencia, tampoco soy aficionado a participar en festejos populares o de sabor folclórico. La repetición de unos mismos patrones una vez y otra y otra y así hasta la saciedad me resulta difícil de digerir, no ahora, cuando ya sabemos que con los años uno tiende a volverse cascarrabias, sino desde siempre. Los que me conocen bien saben que esta rareza forma parte de mi carácter .

Sin embargo, siempre he contemplado la llegada de la Navidad con optimismo. Supongo que aquí mis neuronas hacen una excepción. Algún mecanismo de mi mente relaciona esta festividad cristiana con el concepto laico de solidaridad y no me duelen prendas reconocer que me gusta celebrarla de acuerdo con unos protocolos repetitivos, que se han ido formando a lo largo del tiempo sin que ni siquiera me diera cuenta.

La Navidad para mí, aun desprovista de cualquier significado religioso, se ha convertido como decía arriba en la fiesta de la solidaridad, de la comunicación con los demás, de la empatía. No me importa reconocer que la celebro rodeado de todos esos fetiches y rituales que suelen prodigarse durante estos días, desde los abetos con guirnaldas de luces de colores, que le quitan espacio a la comodidad, pasando por estrellas de oriente abandonadas por aquí y por allá sobre cualquier mueble que se preste a ello, hasta un Papa Noel en la puerta de entrada, que con su bonachona presencia da la bienvenida a los visitantes. Puestos a hacer una excepción, que no falte de nada.

Tengo además una lista de “contactos”, a muchos de los cuales no veo desde hace años, que me sirve como guía de llamadas de felicitación, no vaya a ser que se me olvide alguno. Felicitar a los amigos por Navidad lo único que pretende es mantener los vínculos afectivos con las personas que han formado o forman parte de nuestro entorno y cumplir con una simpática etiqueta social. Por tanto, considerar que hacerlo no tiene ningún sentido, porque la felicidad hay que desearla todos los días del año, es dar trascendencia a lo que no es más que una ritual social sin importancia. Lo digo, porque alguna vez he recibido un corte inesperado de alguno que se extrañaba de que le felicitara el día 24 de diciembre.

Además, por supuesto, tomo las uvas de ritual al compás de las campanadas de Nochevieja, rodeado de todos los míos, entre risas y alboroto, para después, deglutido con dificultad el último hollejo, iniciar la ronda de besos familiares. Una función repetida años tras años, donde no caben sorpresas, porque al fin y al cabo de eso se trata, de no salirse del guion de las tradiciones. Alguno de mis amigos me ha dicho que hace ya unos años que dejó de hacerlo, noticia que por cierto me dejó algo triste.

Pues bien, llegados a este punto de mis confesadas debilidades, sólo me queda desearos Feliz Navidad a los que leéis estas ocurrencias mías y, cómo no, todo lo mejor para el próximo año. Os aseguro que alguno de mis brindis con cava estará dedicado a vosotros.

17 de diciembre de 2023

De emergentes a efímeros

 

A pesar de que no ha transcurrido demasiado tiempo desde que nacieron los entonces llamados partidos emergentes -Ciudadanos y Podemos-, a mí me da la sensación de que todo aquello sucedió hace una eternidad. Del primero de los dos, del flamante partido conservador liderado por Albert Rivera, poco hay que decir. Simplemente que apareció como una estrella fugaz, que atravesó un periodo de ascenso vertiginoso, que se estancó en sus propias contradicciones y que se extinguió rodeado por el silencio y la indiferencia del electorado. Dentro de unos años nadie se acordará de su efímera existencia. En su día dije, y hoy lo vuelvo a repetir, que en política las marcas blancas no suelen triunfar; sólo, si acaso, sembrar el desconcierto durante un breve periodo de tiempo. El electorado termina dándose cuenta de que la pólvora ya estaba inventada.

Lo de Podemos requiere un análisis más detallado. Nació intentando dar nuevos bríos a Izquierda Unida, que a pesar de sus numerosas transformaciones no conseguía levantar cabeza en las elecciones generales. Su leitmotiv fue desde el principio sacudir los cimientos del partido socialista, que a su juicio se había acomodado a la alternancia y no defendía con la contundencia necesaria los intereses de las clases más desfavorecidas de la sociedad. Desde el primer momento utilizó un lenguaje agresivo, de corte populista, tachando de casta a los partidos ya existentes. Sus principios se basaban en decisiones asamblearias, para que no quedara la menor duda de que ellos eran algo distinto a los demás.

De la misma forma que Ciudadanos intentó sobrepasar al PP en número de votos, aunque nunca lo lograra, Podemos eligió como meta de sus aspiraciones erigirse en el sustituto del PSOE. Con el voto de censura contra Rajoy, motivado por las implicaciones del partido conservador en diversos asuntos de corrupción, y después de dos elecciones consecutivas, entró a formar parte de un gobierno progresista presidido por Pedro Sánchez. Con esta irrupción en la política institucional empezó una nueva etapa, durante la cual sus ministros se convirtieron en los pepitos grillo del consejo de ministros. No contentos con las legítimas discrepancias que surgían en las deliberaciones a puerta cerrada del gabinete gubernamental, en cuanto salían a la calle pregonaban a voz en grito sus desacuerdos, alimentando las críticas de la oposición.

Una de sus ministras, Yolanda Díaz, decidió cambiar el estilo bronco y malcarado que caracterizaba a sus compañeros de formación por otro más amable y cercano a sus aliados, más útil a los intereses de los programas que compartían los dos socios de la coalición y, sobre todo, más pragmático, aunque sin abandonar su radicalidad progresista. Eso la llevó a liderar una nueva formación, Sumar, que, aunque no se anunciara así, era la sustituta del ya debilitado Podemos.

Nuevas elecciones, nueva coalición, ahora entre el PSOE y Sumar, y espantada de los cinco escaños de Podemos que figuraban en las listas de la formación liderada por Yolanda Díaz. Todo lo cual, por cierto, instrumentado con la misma música de fondo que los acompaña desde que salieron a la palestra, la de si no fuera por nosotros el mundo de los trabajadores seguiría sin referente político. Irene Montero, en una de sus últimas comparecencias públicas para anunciar que se presentaba a las elecciones europeas, dijo algo así como que no se iban a conformar con las migajas que les dejaba el bipartidismo, Lo de migajas lo dice ella, pero en cualquier caso si alguien les ha dejado algo es el electorado. No sabemos que pueda suceder a partir de ahora, pero dados los antecedentes de su comportamiento todo hace temer que puedan convertirse una vez más en un freno en vez de un estímulo para las políticas progresista.

Lo dicho, de emergentes a efímeros.

13 de diciembre de 2023

Rasgarse las vestiduras

Siempre he considerado que cuando se juzgan las decisiones políticas no caben los mismos razonamientos éticos o morales que se utilizan en otros entornos. Intentaré explicarme para que los que lean estas líneas no me interpreten mal y concluyan precipitadamente que soy un amoral. Lo que quiero decir es que si la política es el arte de lo posible se debe en primer lugar a que se persiguen objetivos que no siempre están al alcance de la mano, y, en segundo, a que en ocasiones no es posible avanzar hacia las metas propuestas sin contar con aliados que refuercen numéricamente tus posiciones parlamentarias. Lo que en definitiva obliga a un constante cambio de estrategias y a una refundición de tus planteamientos iniciales con los de los de tus aliados circunstanciales.

Supongo que con esta somera explicación ya nadie dudará de lo que quiero decir y, sin lugar a dudas, reconocerá en este preámbulo dónde quiero llegar. Pensar, como algunos sostienen, que los cambios de mensaje de los políticos vulneran los principios morales, es hipócrita o es ingenuo. No se trata de que el fin justifique los medios, sino de que para defender las premisas fundamentales de tus programas es necesario adaptarse constantemente a las circunstancias. Lo contrario, negarse a la flexibilidad, puede ser conveniente en otros menesteres, pero no en política.

Vayamos al grano. En este controvertido asunto de la amnistía a los separatistas catalanes, se puede decir que es un error, como le he oído a muchos, una opinión muy respetable que sólo el tiempo confirmará o desmentirá. Pero entrar en consideraciones de carácter moral o ético no tiene ningún sentido, cuando las circunstancias políticas han cambiado, no sólo las relativas a la aritmética parlamentaria, sino incluso la actitud del mundo separatista. Estamos en el terreno de lo posible en cada momento y el arte de gobernar no se basa en ciencias exactas.

Además, en política nunca se debe perder de vista las alternativas, porque en definitiva es un juego de opciones. Si la coalición progresista -PSOE y Sumar- no hubiera conseguido el apoyo de los demás grupos, nadie tiene la menor duda de que se habría dado paso a un gobierno del PP y de VOX en comandita, lo que para muchos millones de españoles hubiera significado una alternativa muy poco apetecible. Le he preguntado a algunos votantes habituales del partido socialista que no ven con buenos ojos la ley de amnistía si les hubiera gustado ese panorama y la respuesta ha sido “claro que no”. ¿Entonces?

Las decisiones políticas no se pueden medir con la vara con la que se miden comportamientos análogos en otros entornos. Lo que sucede es que es fácil utilizar la comparación cuando conviene a los intereses de los políticos, como está sucediendo en estos momentos con los ataques furibundos al donde dije digo, digo Diego. Debe de ser que no les quedan otros recursos para atacar al rival. 

9 de diciembre de 2023

La vida real y la mediática

Es curioso observar la diferencia tan abismal que existe entre las preocupaciones reales de los ciudadanos y las que transmiten los políticos en sus constantes proclamas y diatribas. Mientras que la inmensa mayoría de los españoles percibe tranquilidad y normalidad a su alrededor, los líderes políticos se empeñan con inaudita insistencia en amargarnos la vida con peroratas alarmistas, sólo expresadas para favorecer sus intereses personales o de grupo. Lo que sucede es que, tan insistente es el ruido, que en ocasiones contagian a unos cuantos ingenuos y bienintencionados.

La realidad social de nuestro país es que se puede salir a la calle sin preocupaciones, que se vive en paz, sosiego y democracia. En la inmensa mayoría de los ciudadanos no hay crispación, ni siquiera la ligera sospecha de que esto pueda explotar en cualquier momento. La gente se afana en seguir viviendo sus vidas y cuando medita sobre los discursos alarmistas que recibe de los políticos a través de los medios cree no entender nada. No puede ser, piensan muchos, que con lo que veo a mi alrededor pueda ser cierta tanta amenaza de la convivencia pacífica.

Yo procuro sustraerme del contagio pesimista gracias a un intencionado distanciamiento de lo que dicen unos y otros, porque no quiero dejarme impresionar ni por los agoreros ni por los vendedores de humo. Es más, creo que gracias a ello me puedo permitir tomarme a chunga muchas de esas amenazas, en las que no encuentro ningún fundamento. Cuando, pongamos un ejemplo, le oigo decir a Aznar que España corre el riesgo de romperse, no puedo evitar la carcajada. O cuando Isabel Díaz Ayuso nos explica que Pedro Sánchez la ha tomado con los madrileños, tengo que hacer un gran esfuerzo para apartar de mi expresión cualquier atisbo de cachondeo, no vaya a ser que los que me rodean me tomen por chiflado.

Supongo que los pregoneros de los cataclismos que nos amenazan dan por hecho que así, calentando el ambiente, conseguirán recuperar el poder con más facilidad que si jugaran el juego de la realidad y asumieran el papel de oposición que les ha encomendado el parlamento, nada más y nada menos que el pueblo soberano. Creo que se equivocan con tanta hipérbole, con tanta sobreactuación, porque puede suceder que la ciudadanía acabe dándose cuenta de que lo que dicen no son más que invenciones ajenas por completo a la realidad. 

La ciudadanía tiene otras preocupaciones, las del día a día. Sólo percibe una amenaza, la de su supervivencia, y sólo tiene las inquietudes de mejorar en calidad de vida, de sacar adelante a sus familias y, en muchos casos, de llegar a fin de mes. Cuando oye hablar de dictaduras, de fraude electoral, de ponerse al lado de los terroristas de Hamás, no puede evitar torcer el gesto y pensar aquello de déjense de payasadas y aterricen en la realidad. Porque son canciones que nada tienen que ver con su propia realidad. Vamos, que toda esta feria de despropósitos que ha montado la oposición, al ciudadano de a pie se la sopla.

5 de diciembre de 2023

Leonor

 

Me sugería hace unos días un buen amigo, habitual visitante de este blog, que escribiera algo sobre mis impresiones respecto a la princesa de Asturias. Le contesté que reflexionar sobre asuntos que puedan rozar el dilema Monarquía-República me produce una cierta incomodidad intelectual, porque, aunque como ya he confesado aquí en más de una ocasión me considero republicano, mientras la forma de estado no cambie en la Constitución me mantendré fiel a la ley fundamental, me guste o no. No sólo fiel, también respetuoso con la familia real en la medida de lo posible. Lo que no significa que si algún día me convocaran a un referéndum, acudiría a votar República.

Hecha esta primera consideración a modo de introducción, diré que he visto en televisión con interés todos los actos en los que participó la heredera al trono hace semanas. Me refiero concretamente a la jura de bandera en la Academia Militar de Zaragoza, al desfile del día 12 de octubre, a la comparecencia ante las Cortes para jurar la Constitución, a la ceremonia de entrega del collar de Carlos III y a la inauguración de la legislatura. Digo con interés y no exagero, porque en mi caso no sólo se trataba de analizar el comportamiento de una persona destinada a ser reina, sino que además suponía una ocasión magnífica para husmear en el ambiente político que se respira en estos momentos en las instituciones, aunque fuera a ojo de pantalla.

De la princesa Leonor como persona no voy a emitir ni un juicio ni medio, porque carezco de información. Pero sí me atrevo a opinar que en estos actos su figura, siempre desde mi punto de vista, transmitió disciplina, buena disposición y espíritu de servicio. Sé muy bien que los estrictos protocolos que rodean a la heredera encorsetan su comportamiento; pero teniendo en cuenta su juventud, y por tanto su inevitable espontaneidad, cualquier observador atento puede sacar conclusiones sobre su actitud. 

En cualquier caso, y hablando de protocolos, creo que a las ceremonias citadas les sobró boato y ostentación en bastantes momentos. Soy consciente de que aquellos actos desde un punto de vista histórico son trascendentes; pero si se pretende acercar la familia real a la ciudadanía, empiezan a sobrar besamanos, genuflexiones y zalamerías. La mujer del cesar no sólo debe ser honesta, también debe parecerlo. Tanta magnificencia resta credibilidad e incluso crea desconfianza.

Una de las conclusiones que he sacado de las últimas apariciones en público del rey Felipe VI es que intenta pasar página del poco edificante comportamiento del monarca anterior, que sirvió para debilitar a la monarquía. España no es un país monárquico, porque los reyes nunca han contado con las simpatías incondicionales de los ciudadanos de a pie; de manera que cualquier erosión de la imagen real crea convulsiones. Juan Carlos I se puso el mundo por montera y creó una crisis de credibilidad muy profunda; sus herederos están obligados, no sólo a distanciarse de la imagen del emérito, sino además a predicar con el ejemplo. Va en ello la supervivencia de la institución.

Si el sentido de una monarquía, como dicen sus defensores, es el de servir de símbolo de unión, es del todo imprescindible que los que la representan estén a la altura de las exigencias. Los símbolos deteriorados, rancios y polvorientos desunen en vez de unir, porque a nadie le gusta la fealdad ni las antiguallas. Pero es que, además, están obligados a dar ejemplo. No se puede olvidar que en España nunca ha habido fervor monárquico. En el mejor de los casos, sólo una indulgente indiferencia.

Como resumen, a mí me ha parecido observar en el comportamiento de la joven heredera la aceptación del compromiso de ser útil a la nación. No es más que una impresión subjetiva. Ojala no se trate de un espejismo. Porque cuando la monarquía zozobra, y la Historia nos ha dejado numerosos ejemplos lamentables, pone a toda la nación patas arriba.

Eso, en una república no sucede. Elecciones, nuevo presidente y a pasar página sin sobresaltos.


1 de diciembre de 2023

Los pecados capitales

Hace mucho que no reviso el catecismo, no sé si porque prefiero no enfrentarme a sus constantes acusaciones o porque haya perdido confianza en sus postulados. El padre Ripalda debía de ser bastante exigente con su propia conducta y como consecuencia extendió sus imposiciones a los catecúmenos. Porque, una vez revisados los pecados capitales, he llegado a la conclusión de que no estamos hablando de dicotomías -sí o no-, sino de facetas de la conducta humana que admiten muchas graduaciones.

Pongamos la pereza como ejemplo. Me pregunto dónde acaba y dónde empieza. A mí, concretamente, hay muchas cosas que me dan pereza, por las que no muevo un músculo del cuerpo para resolverlas. Me tengo por diligente, por persona muy poco amiga de rehuir responsabilidades, pero a veces prefiero olvidarme de ciertas obligaciones y mirar para otro lado.

Hablemos de la avaricia. Queda muy bien, incluso a veces resulta espectacular decir aquello del dinero no da la felicidad. Pero cuando vemos que nuestra capacidad económica puede soportar los gastos a los que nos llevan algunos caprichos, nos sentimos más contentos que unas castañuelas. De la misma manera que nos embarga la frustración cuando el presupuesto no alcanza.

En cuanto a la ira, si no nos cabreamos de vez en vez por las estupideces que nos rodean, corremos el riesgo de acumular tanta bilis que terminemos enfermos. En muchas ocasiones parece recomendable abrir la válvula de los improperios y soltar adrenalina. Un grito a tiempo resulta muchas veces liberador de las tensiones acumuladas.

Supongo que si hablo de una buena fabada o de un sabroso cocido o de una pasta al dente, no habrá quien a estas alturas de esta torpe reflexión no adivine que voy a referirme a la gula. En mi opinión, si tu aparato digestivo no te da guerra, si tu propensión a engordar está controlada y si tu tensión arterial se mantiene dentro de unos límites aceptables, no hay nada que te impida gozar de una suculenta comida, de esas de relamerse los labios. Incluso, por qué no, de repetir.

Cuanta vece hemos oído decir aquello de la envidia sana, una manera de suavizar el escozor que nos produce desear tener algo que otros tienen. ¿A quién le hacemos daño cuando pensamos en que nos gustaría disfrutar de las comodidades que le brinda un buen coche al vecino o en el piso confortable de un conocido?

Lo de la soberbia es harina de otro costal. Porque si uno no tiene confianza en su talento, si no se halaga a sí mismo de vez en cuando, quién lo hará? Para hablar mal ya están los demás. Yo creo que en la vida hay que sentirse seguro, no hay que arrugarse. Es más, nunca sobra una cierta arrogancia y andar con la cabeza alta.  

He dejado para el final la lujuria y vaya usted a saber por qué. ¿Dónde empieza la exacerbación del deseo carnal y acaba el instinto sexual? ¿Dónde termina el mandato de nuestros instintos y empieza el pecado? Ni lo sé, ni me lo pregunto. Porque aquí si que entramos en un terreno que, como dicen los eruditos, más vale no menear.

De manera que, a pesar de las doctas enseñanzas que nos dejó el turolense Ripalda hace unos siglos, yo me declaro inocente.

27 de noviembre de 2023

Un libro demoledor: "Todos lo sabían"

 

Acabo de leer un libro que cayó en mis manos casi por casualidad. Se titula “Todos lo sabían”, con el subtítulo de “Juan Carlos I y el silencio cómplice del poder”, y está escrito por el polifacético periodista José García Abad y editado por Esfera de los libros. Como digo en el encabezamiento de este artículo, su lectura me ha resultado demoledora, porque más allá de la pormenorizada narración de los escándalos que ha protagonizado el rey emérito durante su reinado, las 341 páginas del ensayo constituyen una historia detallada del comportamiento de una determinada clase social española, la formada por todos aquellos que de una u otra manera han rodeado al monarca.

Desde la primera línea queda claro que el prestigio de don Juan Carlos I está empañado por un comportamiento muy alejado de su obligación institucional de dar ejemplo. Aunque es cierto que el español de a pie perdona con facilidad los devaneos de alcoba, no lo hace con los enjuagues económicos. En este libro se pone de manifiesto que en el caso que nos ocupa esas dos facetas del comportamiento han ido unidas con solidez, la avaricia y la lujuria.

No voy a entrar en detalles, porque de todos son conocidos. Pero sí diré que de este libro se desprende desde el primer momento la absoluta impunidad que ha rodeado su protagonista desde el principio de su reinado, porque todos, desde los presidentes de los sucesivos gobiernos que se han ido sucediendo, hasta los jefes de los servicios secretos, pasando por los jueces que han investigado las causas en las que don Juan Carlos se ha visto involucrado, han permitido con su silencio, cuando no con la colaboración necesaria, un estado de cosas que llega a lo inverosímil, por no decir a lo esperpéntico.

Explica el libro que en algunos casos este silencio cómplice se ha debido a la cautela necesaria en los políticos cuando tratan los temas que rodean al jefe del Estado en una monarquía. Pero es que, a lo largo de su lectura, uno va convenciéndose cada vez más de que no ha sido cautela institucional, sino miedo a enfrentarse con el monarca y correr el riesgo de perder el estatus alcanzado. La inviolabilidad de la figura real, amparada por la Constitución, crea una especie de concha protectora alrededor del rey, que repele las tentaciones de afearle la conducta, aunque ésta sea tan fuera de lo esperado como la que se narra en el libro.

No estamos hablando de nimiedades económicas, sino de una auténtica fortuna acumulada a través de “regalos” interesados procedentes de mandatarios extranjeros o de empresarios de cualquier lugar. Eso sin contar con la utilización de fondos reservados para preservar el buen nombre de su majestad o para facilitar acomodo a sus amantes o para satisfacer los caprichos y exigencias de sus concubinas.

Supongo que lo que se cuenta en el libro no a todo el mundo le producirá el mismo efecto que me ha causado a mí. Los habrá que digan pelillos a la mar o que son habladurías de rojos o que por qué no se resaltan sus contribuciones a la estabilidad de la nación o que al fin y al cabo es un hombre como los demás. Sí, habrá de todo. Pero a mí me ha reafirmado en una idea que guía mi pensamiento político desde que era muy joven, la de que estos escándalos no se hubieran dado en un presidente de la república o, de darse, habría acabado con sus huesos en la cárcel y no en Abu Dabi.

Es un libro de lectura recomendable para todos aquellos que sientan interés por el funcionamiento de nuestras instituciones.

22 de noviembre de 2023

Cruces de Borgoña y águilas bicéfalas

 

Después de haberse pasado la vida intentando adueñarse en exclusiva de la bandera de España, parece ahora que a los de la ultraderecha les resulta insuficiente y necesitan más. Últimamente han empezado a aparecer en las manifestaciones “patrióticas” docenas de cruces de Borgoña, un distintivo que caracterizaba a los ejércitos imperiales españoles siglos atrás, una cruz de San Andrés en cuyos brazos se aprecian nudos de ramas cortadas. En algunas de ellas, por si fuera poco, con el águila bicéfala del emperador Carlos V superpuesta. Como decía un buen amigo mío cuando algo le sorprendía, da que pensar.

En las alteraciones del orden público que se han vivido en las calles en las últimas semanas, no sólo se exhiben cruces de Borgoña, sino además antorchas encendidas. Dos símbolos, el del imperio añorado y el del fuego destructor.  La exaltación y el exterminio, todo unido a favor de quimeras fascistas, de ensoñaciones enfermizas, de la destrucción de la convivencia. Por supuesto que no era lo único que los aguerridos de la ultraderecha exhibían, porque también se han podido ver adoquines arrojadizos y, sobre todo, muchas capuchas encubridoras de la cobardía. Toda una exhibición de la parafernalia ultra, de los que añoran la noche de los cristales rotos.

Si esta ultraderecha, aleccionada por sus líderes y consentida por los dirigentes conservadores, ha llegado a estos extremos de esperpento se debe a que están desesperados. A Vox las encuestas no le van bien, el desprestigio ensombrece las figuras de sus líderes y están rabiosos. Si no fuera porque estamos en Europa, protegidos por un club demócrata muy poco amigo de veleidades golpistas, estos vándalos no cesarían hasta intentar romper la convivencia. Sus mentes, nada proclives a la palabra y al razonamiento, los conduce por la única senda que conocen, la de la dialéctica de los puños y las pistolas. Brazo en alto, “caralsoles” y pedradas.

Pero lo peor de todo esto es que cuentan con la complicidad del PP, algunos de cuyos líderes nadan en la complacencia, justifican las manifestaciones en aras de la defensa de España y tildan a sus adversarios políticos de poco menos que de haber vendido su alma al diablo. No hacen absolutamente nada para parar los desmanes, porque en el fondo les gusta revolcarse en el fango del río revuelto.

Tengo muchos amigos conservadores y alguno de ellos más que eso. Cuando sale este tema en cualquier conversación se callan o bifurcan a otros menesteres o dicen aquello de y tú más. No están cómodos con lo que sucede, porque una cosa es ser de derechas y otra muy distinta reventar las calles. Como se han quedado sin una formación política que represente de verdad el conservadurismo moderado, están perdidos. Sólo les queda o el silencio o culpar a Pedro Sánchez de todas las desgracias que padece la humanidad.

Este país se merece otra derecha, un partido conservador que sirva de contrapeso a las en algunos casos exageraciones reivindicativas. Pero no un Frente Nacional al estilo de los fascismos que campearon por Europa en las primeras décadas del siglo pasado.

Los conservadores moderados se han quedado huérfanos y buscan con denuedo amparo.

18 de noviembre de 2023

Habemus presidente

La sesión de investidura de Pedro Sánchez ha tenido, a mi modo de entender, muchos momentos dignos de mención. Pero como los detalles son conocidos por todos, voy a limitarme a reflexionar hoy aquí sobre mis impresiones personales. Creo que en general se trató de un buen ejercicio de democracia, sólo roto en algunos momentos por ciertas salidas de tono y por algunos gestos discordantes. En cualquier caso, para los que nos apasiona la palabra, venga de quien venga, fueron pocas las intervenciones que no despertaran interés político.

Del protagonista principal, del candidato, poco voy a decir. Simplemente que sus mensajes respondieron a lo que se esperaba de él, un resumen de sus intenciones de continuar con las reformas iniciadas en la legislatura anterior y una explicación del alcance de sus pactos con los que le han apoyado. De su principal oponente, Núñez Feijóo, tampoco ninguna sorpresa. Réplica a la defensiva, con el marchamo de absoluto rechazo hacia quien había acabado con sus aspiraciones de conseguir la presidencia del gobierno.

Me llamó la atención el tono comedido de los partidos nacionalistas. Si bien es cierto que ninguno de ellos mostró gran entusiasmo al justificar su apoyo a la investidura, no lo es menos que el tono fue de confianza en el futuro. Todos dejaron claro que no firmaban un cheque en blanco, pero también todos con mayor o menor claridad expresaron sus intenciones de hacer política dentro de la legalidad vigente. Lo resalto porque, en contra de los que algunos opinan, quedó claro y manifiesto que se sumaban al juego político del Estado, sin menoscabo de sus aspiraciones de autogobierno; lo subrayo, porque me gustaría pensar que estamos en el inicio de una nueva manera de hacer las cosas.

Ahora la pelota está en el tejado del gobierno. Poco a poco iremos viendo las verdaderas intenciones de unos y de otros, de los que desde las altas instancias de la nación proponen ahondar en el autogobierno de las nacionalidades históricas sin menoscabo de la unidad de España y las de los que en algún aciago momento optaron por la unilateralidad y crearon una de las mayores crisis de nuestro estado en los últimos años.

La amnistía, la espinosa y controvertida decisión de Pedro Sánchez, escogida por la derecha y por la ultraderecha como late motiv de su oposición a la investidura del candidato, no es más que un instrumento para enfriar la tensión, ganar confianza los unos en los otros y propiciar el entendimiento entre todos los españoles. Porque el fin es otro, el de conseguir que todos, sin excepción, nos sintamos cómodos dentro de nuestra nación, para lo cual nunca debería ser un obstáculo que algunos defiendan que su región o su autonomía es también una nación.

Si a esa estructura nacional hay que llamarla nación de naciones, yo no tendría ningún inconveniente en admitirlo. Entre otras cosas, porque si nación es el conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común, es un hecho incuestionable que la española se formó por la unión de otras anteriores a su existencia. La Constitución lo reconoce así cuando habla de “nacionalidades históricas”.

13 de noviembre de 2023

Hipocresía galopante

 

Una vez más acudo al diccionario para asegurarme de que utilizo la palabra correcta. Parece ser que hipocresía significa fingimiento de cualidades, sentimientos, virtudes u opiniones que no se tienen. Pues bien, cuánto hipócrita galopa en las filas conservadoras en estos momentos. Los repetidos hasta la saciedad eslóganes de España se rompe, que grita ahora José María Aznar hasta desgañitarse, producen escalofríos cuando recordamos que él para gobernar cedió treinta millones a los nacionalistas catalanes, suprimió los gobiernos civiles de todas las provincias de España y retiró la Guardia Civil de Tráfico de Cataluña para sustituirla por los Mossos. Eso sí, alegando que con esas concesiones garantizaba la estabilidad de España durante los siguientes cuatro años.

Pero como para algunos, una vez puestos a exagerar, qué más da ocho que ochenta, no contentos con la amenaza de la ruptura de nuestro país, ahora ciertos líderes conservadores tildan a Sánchez de dictador y de golpista. Isabel Díaz Ayuso incluso se atreve a opinar que lo que está sucediendo es tan grave como lo que aconteció el 23F. Cuca Gamarra, por su parte, con esa media sonrisa que la caracteriza, nos informa de que el próximo gobierno de Pedro Sánchez será ilegal, porque nace de unos pactos que no son legales. Y no contento con lo anterior, ya metido en la dinámica del esperpento, Alberto Núñez Feijóo no deja de gritar a los cuatro vientos que quien ganó las elecciones fue él y no los que ahora van a formar gobierno.

Si no fuera por las cicatrices que estas actitudes histéricas dejan en la sociedad, sería para tomárselo a guasa. Pero cuando los que están obligados por su representatividad institucional a moderar el lenguaje sacan los pies del plato, no es risa lo que produce, sino tristeza. Estas derechas de ahora no están a la altura de las circunstancias, les han entrado de repente unas prisas acaloradas por recuperar el poder y no reparan en el daño que hacen a nuestra convivencia. Están rompiendo, sin querer o queriendo, el pacto constitucional que tanto esfuerzo costó construir después de la dictadura.

Yo confío en la fortaleza de nuestras instituciones y, como consecuencia, no tengo la menor duda de que estas locuras se quedarán en agua de borrajas. Pedro Sánchez explicará en el Congreso el alcance de los pactos conseguidos, será investido presidente del gobierno dentro de unos días, conformará un gobierno progresista y se pondrá en marcha una nueva legislatura. El Constitucional estudiará los recursos que se le presenten, si es que se le presentan o si es que los admite a trámite, y dictará sentencia; y si hay que corregir algo se corregirá. Y la oposición se tendrá que centrar en lo que le corresponde en democracia, en defender sus opiniones en el parlamento y no en inundar las calles de enloquecidos vociferantes envueltos en banderas anticonstitucionales o de otros tiempos.

Pero en la sociedad española quedará el regusto del mar de fondo que los populares y los de la ultraderecha al unísono han creado durante estos meses, un sabor a desesperación, a frustración, a revancha y a odio, que tardará algún tiempo en desaparecer.

¡Cómo echo de menos aquella derecha respetuosa con la democracia y con la Constitución que aceptaba la alternancia sin aspavientos! Pero se tomaron muy en serio aquello de la derechita cobarde y se lanzaron al monte de las revueltas callejeras, de los gritos y de los insultos. 

10 de noviembre de 2023

La letra chica de Pedro Sánchez

 

Hay fuentes inagotables de inspiración, sobre todo para los que, como me sucede a mí, intentan captar las estulticias al vuelo. El otro día, la ínclita presidenta de la Comunidad de Madrid advirtió a la concurrencia de que había que estar atento a la letra chica de las intenciones de Pedro Sánchez, porque, según explicó, no sólo pretende ser investido presidente, sino que además está preparando todo un programa de gobierno para la próxima legislatura. Elemental, querida mandataria. Esta pretensión, aunque a usted le produzca una alarma inusitada, honra al candidato, puesto que pone en evidencia que lo que pretende es gobernar durante otros cuatro años y continuar avanzando en el desarrollo de un programa progresista.

Al hilo de esta reflexión, si las negociaciones se han alargado en el tiempo se debe precisamente a que no se trata de un simple reparto de concesiones, sino de llegar a acuerdos que sean un compendio de las aspiraciones de todo el arco parlamentario, a excepción de los populares y sus aliados de la ultraderecha, que se han autoexcluido hace mucho tiempo de cualquier intento de concordia. Pero es que además estos pactos deben cumplir escrupulosamente con la legalidad vigente, porque de otra manera no pasarían los preceptivos filtros institucionales. Dicho de otra manera, parece que será un proyecto de carácter nacional, transversal si se prefiere, donde se tendrán en cuenta asuntos sociales, económicos e identitarios. No olvidemos que en este compromiso interviene fuerzas conservadoras y progresistas, y partidos de ámbito nacional y de clara tendencia nacionalista.

Precisamente ese alcance de carácter nacional es lo que más inquieta a los que les alarma la letra chica. Como lo han visto venir, se han inquietado y se han ido agarrando a todo aquello que pudiera desprestigiar a los negociadores. No han estado nunca dispuestos a aceptar que sus rivales consigan aglutinar a tantas tendencias y tan distintas, a tantos sentimientos y tan dispares. Cuando piensan en el posible éxito de una maniobra de esta envergadura se solivianta. No hay más que oír sus lamentaciones para entender sus cuitas. Sólo con verlos gritar en las calles con antorchas amenazadoras y a pedradas contra la policía se entiende lo que les sucede.

Ahora, inquietos por las consecuencias de sus llamadas a ocupar las calles, intentan desmarcarse de los vientos que han sembrado y de las tempestades que están recogiendo. Lo hacen a regañadientes, mirando para otro lado y siempre con derivadas adicionales para intentar repercutir la violencia en las víctimas. La culpa es de la policía o de Marlasca. Los culpables no son ellos, sino los que defienden las sedes del PSOE. Ellos, dicen, se manifiestan en las calles porque están indignados con el "ocupa" de La Moncloa, que, ¡ojo!,  puede repetir mandato.

Hay que entenderlo. Si a Pedro Sánchez este gran pacto le sale bien, será un triunfo político de tal calado que dejará a la oposición bastante desmantelada y muy lejos de mantener aspiraciones de gobierno a corto plazo. Lo que sucede es que, desde mi modesta opinión, se están equivocando en la estrategia elegida. Tanto ataque al adversario, con alusiones peyorativas hacia los partidos que podían llegar a formar parte de esa coalición, han actuado como catalizador del pacto en vez de como disolvente. Ha provocado la unión, porque ha puesto de manifiesto la existencia de un frente conservador intransigente e intolerante, en el que la ultraderecha juega un papel definitivo y de cuyos ataques, por tanto, tienen que defenderse.

Yo no voy a dar consejos a los dirigentes del Partido Popular, y no digamos a los de Vox, entre otras cosas porque no me harían caso. Pero si me decidiera a darles uno, les recomendaría paciencia y templanza, dejar pasar este momento muy poco favorable para ellos sin aspavientos y esperar a ver que sucede después de la investidura, porque fácil para el gobierno progresista no va a serlo. 

5 de noviembre de 2023

La paranoia nacional

Antes de empezar a escribir sobre el tema que me ocupa hoy, voy a citar lo que la Academia define como paranoia: “trastorno mental que se caracteriza por la aparición de ideas fijas, obsesivas y absurdas, basadas en hechos falsos o infundados, junto a una personalidad bien conservada, sin pérdida de la conciencia ni alucinaciones”. Lo de nacional que añado en el título es un guiño a la genial película de Berlanga, La escopeta nacional, sin ninguna intención malévola.

Es curioso observar hasta qué extremos ha llegado la obsesión por las negociaciones entre Junts y el gobierno en funciones. Las campañas orquestadas al unísono por el PP y Vox han causado un efecto impresionante en la opinión pública, porque no hay capa de nuestra sociedad que no cuente con vociferantes contra las negociaciones y contra los acuerdos. Ayer, un buen amigo mío escribía en un WhatsApp de grupo la siguiente frase: “vaya país que le vamos a dejar a nuestros hijos”. Me quedé perplejo, no ya por la poética rememoración unamuniana -me duele España-, sino por la exacerbada lamentación. Hay que estar muy afectado por la paranoia para caer en tan patético pesimismo.

Como no suelo contestar a este tipo de llamémoslas provocaciones, no respondí lo que me pasó por la imaginación en aquel momento, que me siento muy orgulloso de que nuestra generación diera un gigantesco salto entre la ranciedad de la dictadura y la consolidada democracia en la que ahora nos movemos. Además, por si lo anterior no hubiera quedado claro, habría añadido que mientras heredamos una España al margen de las grandes organizaciones internacionales, mirada con recelo por las democracias europeas, ahora contamos con un estado sólido que se mueve por derecho propio dentro de la UE, la zona más desarrollada del planeta y la más respetuosa con los derechos humanos.

La paranoia nacional que nos envuelve está creando un estado de opinión pesimista y amargado, una especie de negación de la realidad de nuestro país. Porque, mientras que los pactos con los separatistas no son más que movimientos en el tablero de la política, y por tanto siempre susceptibles de ser corregidos por la dinámica política si fuere necesario, la propagación de la pesadumbre y del desconsuelo minan la moral de los países hasta extremos muy peligrosos.

Si esto está sucediendo antes de que se conozca con exactitud el alcance de los acuerdos que se están negociando, qué no sucederá cuando Pedro Sánchez sea investido presidente. Me refiero a los gritos y a los aspavientos, no a la estabilidad del país, porque, como decía arriba, nuestras instituciones gozan de buena salud y garantizan la gobernabilidad y la continuidad democrática.

Yo recomendaría a los afectados por este contagio paranoico que mantuvieran la calma, que no perjudiquen su salud con tanto desasosiego. Pero, sobre todo, que tengan más confianza en la fortaleza de nuestra nación.

2 de noviembre de 2023

Lloro por ti, Palestina

Lo que está sucediendo estos días en la franja de Gaza no puede dejar indiferente a ningún bien nacido. Se puede estar de un lado o de otro o, como me sucede a mí, abogar por una solución negociada que derive en la coexistencia de dos estados, Israel y Palestina, con fronteras seguras para ambos. Pero lo que no se puede ni se debe es permanecer neutral ante la barbarie que se ha desencadenado. Los ataques que se están produciendo en la franja de Gaza son de una iniquidad inadmisible para cualquier ser humano con un mínimo de conciencia humanitaria.

En otro artículo, hace tan sólo unos días, opiné que tan terroristas eran los unos como los otros, y lo mantengo. Los ataques de Hamás adolecieron de una crueldad contra la población civil que permite catalogarlos con este título, por muchas que sean las razones que justifican la indignación de los palestinos, que no las niego. Pero los bombardeos y acciones terrestres israelíes contra una población encerrada entre unas estrechas fronteras constituyen, sin paliativos, un genocidio, ordenado por un político corrupto y con vocación de autócrata que se llama Netanyahu, al que apoya la extrema derecha de aquel país. El otro día le oí decir a Javier Solana, antiguo responsable de las relaciones exteriores de la UE, que el actual primer ministro de Israel es sin duda el peor político que ha tenido Israel desde que existe como estado.

Supongo que el presidente Biden no lo debe de estar pasando bien, porque una cosa es respaldar la defensa de los israelíes en aras de mantener el equilibrio en la zona y otra muy distinta verse salpicado por las atrocidades que se están cometiendo en Gaza. La indignación mundial va creciendo y el prestigio del presidente de EE.UU. disminuyendo. Reconozco que su posición es muy delicada, porque no puede permitir que se rompa la difícil situación de inestabilidad en Oriente Próximo; pero las atrocidades están siendo tales que no debería permanecer en silencio.

Decía el otro día que hace muchos años que sigo la evolución de este inacabado conflicto.  Esta vez, a diferencia de otras, tengo la sensación de que podríamos estar ante un punto de inflexión. El eco de las barbaridades se está propagando a lo largo y ancho del mundo como no había sucedido hasta ahora, lo que me hace pensar que la comunidad internacional se verá obligada a exigir un alto el fuego y a continuación obligará a las partes a una negociación que devuelva la estabilidad a la zona. Si no se hace así,  aumentará la presión del conflicto, porque el pueblo palestino y los que apoyan su causa tiene ahora todavía más razones para continuar la lucha. Israel podrá masacrar a la población civil, debilitar la estructura militar de Hamás; pero el espíritu de liberación de su patria, no sólo no desaparecerá, sino que aumentará.

Ya se están oyendo voces dentro de Israel en contra de la política que está siguiendo el gobierno de Netanyahu. Quizá por ahí pueda venir una solución, por la propia reacción interna. Porque una cosa es que con unanimidad los israelíes estén dispuestos a defender su país y otra muy distinta que consideren que el procedimiento que se está siguiendo sea el adecuado, no sólo por la crueldad, sino sobre todo porque se están sembrando nuevas semillas de odio, que al final repercutirá en la seguridad de Israel a medio y largo plazo. Pan para hoy y hambre para mañana, como dice nuestro refranero.

Sigo apostando por una solución negociada, pero no tengo más remedio que manifestar mi indignación por lo que está sucediendo en estos momentos. Porque una cosa es el derecho a defenderse y otra hacerlo mediante el exterminio del enemigo. 

30 de octubre de 2023

Se aproxima la hora de la verdad

 

Desde el momento en el que quedó en evidencia que Núñez Feijóo no cuenta con más apoyos para gobernar que los que le brinda la ultraderecha, le llegó el turno a Sánchez. Para lograr la investidura necesita los votos de hasta seis formaciones políticas de diferentes signos y tendencias, una complicada situación que no parece muy fácil de manejar. Pero es que además, suponiendo que lograra ser investido, deberá gobernar con el concurso de una coalición que no se lo va a poner fácil. Por eso pienso que ahora es cuando llega la hora de la verdad.

Nada más conocerse que el rey había propuesto al presidente en funciones para la investidura, oí atentamente la comparecencia del candidato ante los medios de comunicación. A pesar de que el lenguaje político suele adolecer de cierta opacidad intencionada, sus palabras, en mi opinión, fueron muy claras. Dijo que se propone gobernar con criterios progresistas para seguir avanzando en las reformas iniciadas en la legislatura anterior y, al mismo tiempo, abordar con decisión un gran pacto para resolver de una vez por todas los conflictos identitarios periféricos. Ante preguntas sobre la amnistía, el mantra elegido por los conservadores para descalificarlo antes de saber el verdadero alcance de sus intenciones, contestó que todo lo que se haga estará previamente aprobado por el Congreso de los Diputados y que por supuesto deberá contar con el visto bueno del Tribunal Constitucional. Por tanto, aunque no mencionó en aquel momento la palabra amnistía, parece claro que no está dispuesto a vulnerar la legalidad vigente y que sus decisiones contarán con el respaldo de las instituciones.

Yo siempre lo he creído así, porque en un estado de derecho no se puede actuar de otra manera. La oposición seguirá con la cantinela del riesgo de que España se rompe y una parte de la opinión pública mantendrá con terquedad que a los que intentaron saltarse la legalidad con el referéndum anticonstitucional hay que negarles el pan y la sal. Algunos, además, como Santiago Abascal, amenazarán con tomar las calles.

Pero lo cierto es que estamos ante un panorama sumamente interesante, porque tengo la sensación de que Sánchez no está dando palos de ciego, sino que por el contrario maneja un esquema muy estudiado, una estrategia política construida entorno a un gran pacto político entre diversas fuerzas de distintos signos y colores, progresistas y conservadoras, de ámbito nacional y de ámbito regional, con la vista puesta en continuar los avances logrados en la legislatura anterior, que fueron muchos y muy importantes, y no dejar a un lado el hasta ahora mal resuelto conflicto de la convivencia entre todos los españoles.

Se dirá, con razón, que en ese gran pacto falta el principal partido de la oposición y que por tanto nace con serias carencias. Es cierto, no lo voy a negar. Lo que sucede es que lamentablemente el PP ha unido su destino a una ultraderecha que provoca el rechazo de los grupos conservadores y progresistas europeos y españoles, a un partido que no reconoce el estado de las autonomías que recoge nuestra Constitución. Y con ideologías así, intolerantes y excluyentes, es imposible llegar a pactos constructivos.

Sánchez lo tiene muy difícil, es verdad, pero no imposible.

27 de octubre de 2023

Decimonovena "guijarrada"

Un año más se ha celebrado la reunión familiar que llamamos “Guijarrada” y una vez más voy a referirme a ella. Sé perfectamente que escribir sobre el entorno personal de uno mismo comporta una cierta dosis de narcisismo, por no decir que viene a ser algo así como mirarse el ombligo; pero, como es algo que me llena de satisfacción, me voy a dar el gustazo.

Estas reuniones, que se celebran en Castellote (Teruel) y en nuestra casa familiar, empiezan un viernes con una cena informal de bienvenida y terminan con el desayuno del domingo. Son muy breves, pero muy intensas. Su propósito no es otro que el de reunirnos las cuatro ramas de nuestra familia, las de mis tres hermanos y la mía, para fomentar la unión entre todos. Hay quien dice que lo podemos hacer porque tenemos la suerte de llevarnos bien, a lo que yo suelo contestar que al saber lo llaman suerte. Nunca he entendido las desavenencias familiares, puede ser, no lo voy a negar, porque no sólo no las he vivido, sino porque además las he evitado.

Esta vez hemos acudido treinta y cuatro de los treinta y cinco convocados. Tres generaciones repartidas en siete miembros de la primera, catorce de la segunda y otros catorce de la tercera. Por cierto, diecisiete mujeres y diecisiete varones, curiosa estadística que refiero aquí porque a mí me ha llamado la atención por la exactitud. Mendel no se equivocó al redactar sus leyes.

Para mantener la atención de un colectivo tan extenso y heterogéneo es preciso contar con un programa que aglutine el grupo, que evite el peligro de la dispersión. Por eso, con el transcurrir del tiempo se ha ido formando poco a poco un determinado programa, cuyas actividades ayudan a mantener la cohesión, sin obligar a nadie. El reparto y cumplimiento de las labores de abastecimiento, cocina, control presupuestario y limpieza se ha convertido en parte del programa, porque la paella de la comida del sábado y la barbacoa de esa misma noche forman parte del entretenimiento, tanto en la fase de “preparación”, como en la posterior de “ejecución”.

Además, está la excursión en caravana de todoterrenos a los agrestes montes circundantes, por pistas casi impracticables, para llegar a determinados lugares tan apartados de la “civilización” que casi ninguno de los participantes conoce. Pero con buenos guías se llega a todas partes. Ver a abuelos, a hijos y a nietos trotar entre los pinos y los riscos produce una satisfacción indisimulable.

Por si fuera poco, también celebramos una “performance”, este año de carácter musical. Interpretada por una magnífica coral -Cantores del Maestrazgo-, acompañada de un virtuoso guitarrista -el maestro Guille- y dirigida por un contumaz director de escena -mejor no citar su nombre-, despertó aplausos entusiastas, no se sabe muy bien si por la calidad de la representación o por la capacidad para improvisar lo que se había ensayado durante tan sólo quince minutos.

En fin: mucha juerga, generosas comidas y bebidas y muy poco descanso.

 Ahora a pensar en la vigésima "Guijarrada", que necesariamente tendrá que ser sonada.

23 de octubre de 2023

El mundo rural

Siempre me he declarado urbanita, sólo por el hecho de vivir en una gran ciudad. Que lo sea no significa que no admire el mundo rural. Es más, desde hace muchos años siento un especial interés por lo que significa y ha significado en España la vida de los pueblos, que hoy constituyen el hábitat del diecisiete por ciento de la población española, es decir, de más de ocho millones de personas. Siempre que puedo hago escapadas a pueblos, a rincones perdidos por la geografía española. Cuando las planifico, no sólo persigo conocer nuevos parajes, monumentos u lugares de interés turístico, porque lo que más me interesa es pulsar el sentir de sus habitantes, observar su calidad de vida y descubrir sus carencias y sus abundancias, sus puntos débiles y sus puntos fuertes.

Si escribo hoy sobre este asunto es porque se trata de un mundo que en algunas regiones está cambiando a pasos agigantados, sobre todo en la llamada España vaciada. Los lugares de alojamiento, los restaurantes y los bares van cerrando sus puertas poco a poco, porque el descenso de población obliga a sus propietarios a buscar nuevas fuentes de ingreso o a refugiarse en las jubilaciones. Si además tenemos en cuenta que sus hijos, bastante de ellos con carreras universitarias, buscan su porvenir en las ciudades, a estos empresarios ni siquiera les queda la esperanza de la continuidad hereditaria.

Muchos de estos cierres provocan, como consecuencia de la carencia de lugares de esparcimiento, nuevas deserciones, lo que agrava la situación de la despoblación, que en algunos casos llega a que bastantes pueblos, hasta hace poco prósperos, estén alcanzando unos niveles de población que los convierten en inviables como lugares de residencia, porque las leyes económicas los van privando poco a poco de las más elementales asistencias sociales, desde la sanidad, pasando por la educación, para terminar con la seguridad. No hay médicos, no hay profesores, no hay Guardia Civil. ¡Ah!, y no hay buena conexión a internet.

La tradicional agricultura está desapareciendo. Hace años, el sector agrario suministraba un buen número de puestos de trabajo, fijos o estacionales. Pero el progreso ha ido poco a poco eliminando la mano de obra, un proceso que no ha hecho más que empezar, porque se adivina con facilidad la llegada de grandes empresas multinacionales, dotadas de grandes cantidades de capital para invertir, que se irán haciendo poco a poco con la tierra y que, apoyados en modernas técnicas de explotación, funcionarán con muy pocos operarios. Pasaremos de los minifundios y los latifundios a los “megafundios”, palabra que entrecomillo porque todavía no está aceptada por la Academia.

Los optimistas hablan del futuro del turismo rural o de los pueblos como segundas residencias, una utopía a mi modo de ver, porque si no hay vida en los pueblos éstos terminarán desapareciendo.  Pero lo malo  es que lamentablemente no caben soluciones. La exigencia de calidad de vida es irrenunciable y las leyes que rigen la economía son inexorables. 

Pero como este es un tema muy complejo, hoy lo dejo aquí. Sin embargo, me propongo volver a él  cualquier momento.

18 de octubre de 2023

Mentiras miserables

 

Es cierto que el lenguaje utilizado por los políticos suele estar sembrado de medias verdades, de inexactitudes y de engañosas ambigüedades. El de todos, el de los de un lado y el de los del otro. De esto no se libra nadie. Forma parte de la oratoria partidista y a estas alturas de mi vida no me voy a escandalizar por ello. Echo de menos el rigor, la exactitud y la verdad, pero no voy a caer en la ingenuidad de rasgarme las vestiduras. Cuando los oigo hablar, pongo en mis oídos el filtro correspondiente y me quedo con aquello que mi inteligencia dé por bueno. Lo demás lo tiro a la basura de las estupideces.

Pero hay veces que las mentiras son tan burdas que constituyen un insulto a la inteligencia de los ciudadanos, y esas si me alteran el pulso. El otro día, sin ir más lejos, le oí decir a Isabel Díaz Ayuso que los terroristas de Hamás habían decapitado bebés, uniendo la patraña al nombre de Pedro Sánchez, porque, según ella, no había condenado los ataques terroristas. Doble mentira, ya que, si bien es cierto, por un lado, que la falsa noticia de la decapitación circuló por las redes después de los ataques, inmediatamente fue desmentida, incluso por Israel; por otro, porque Pedro Sánchez valoró inmediatamente los ataques de Hamás como actos terroristas, sin paliativos. Lo que sucede es que a veces es preferible quedarse en el bulo, si éste ayuda a denigrar al adversario, y hacer oídos sordos a los desmentidos. Al fin y al cabo, la mentira tiene origen en otros, no la ha lanzado quien la mantiene. Sin embargo, tan mentirosos son los creadores como los propagadores. Pero es que, además, si a las mentiras se le une al nombre de alguien con falsedades añadidas, al sustantivo hay que ponerle un adjetivo calificativo, en este caso el de miserables.

Hablando de falsedades, no es cierto que tras unas negociaciones con otros partidos para llegar a acuerdos de investidura, legislatura o gobierno se esté mintiendo si, como consecuencia de los pactos, se cierran decisiones que no estaban contenidas en los programas electorales. Lo que figuraba era lo que se hubiera hecho en el caso de conseguir mayoría suficiente para llevar adelante el programa. Pero cuando para gobernar -propósito legítimo- es necesario pactar con otros, no hay más remedio que modificar las intenciones iniciales, salvar todo aquello que se pueda de tu programa electoral y gobernar en consecuencia. En eso consiste la política de los pactos y sólo puede escandalizar a los fariseos.

Yo no voy a hablar con Bildu y ahora hablo. Traduzcámoslo: yo no voy a hablar con Bildu si para llevar adelante mi programa no es necesario hacerlo, pero hablaré si para salvar una gran parte de mi propuesta electoral tengo que contar con ellos. Este planteamiento puede parecer cínico, pero es el que se hace siempre y en cualquier lugar del mundo donde los pactos se necesiten. Es condición necesaria en los  acuerdos políticos. Aznar no dijo que iba a pactar con los nacionalistas catalanes, sino todo lo contrario, pero cuando los necesitó lo hizo. Feijóo nunca dijo que iba a meter a Vox en los gobiernos autonómicos, incluso lo negó, pero cuando le hicieron falta sus votos lo hizo. Sánchez no dijo que hablaría con Bildu, pero cuando ha sido necesario para sacar adelante la mayor parte de su programa lo ha hecho. Desde un punto de vista político no hay mentira en ninguno de los tres casos, hay adaptación a las circunstancias políticas.

Lo que sucede es que lo más fácil para descalificar al rival es acusarlo de no tener palabra, o, como hace la presidenta de Madrid, mantener los bulos sobre atrocidades a pesar de los desmentidos y a continuación unirlos en la misma frase al  nombre de su adversario predilecto. Porque a doña Isabel nunca le han dolido prendas si para hacerse notar tiene que calumniar a quien haga falta.