Hecha esta primera consideración a modo de introducción, diré que he visto en televisión con interés todos los actos en
los que participó la heredera al trono hace semanas. Me refiero
concretamente a la jura de bandera en la Academia Militar de Zaragoza, al
desfile del día 12 de octubre, a la comparecencia ante las Cortes para jurar la
Constitución, a la ceremonia de entrega del collar de Carlos III y a la inauguración de la legislatura. Digo con
interés y no exagero, porque en mi caso no sólo se trataba de analizar el comportamiento
de una persona destinada a ser reina, sino que además suponía una ocasión magnífica
para husmear en el ambiente político que se respira en estos momentos en las instituciones, aunque fuera a ojo de pantalla.
De la princesa Leonor como persona no voy a emitir ni un
juicio ni medio, porque carezco de información. Pero sí me atrevo a opinar que en
estos actos su figura, siempre desde mi punto de vista, transmitió disciplina, buena disposición y espíritu de
servicio. Sé muy bien que los estrictos protocolos que rodean a la heredera
encorsetan su comportamiento; pero teniendo en cuenta su juventud, y por tanto
su inevitable espontaneidad, cualquier observador atento puede sacar
conclusiones sobre su actitud.
En cualquier caso, y hablando de protocolos, creo que a las
ceremonias citadas les sobró boato y ostentación en bastantes momentos. Soy
consciente de que aquellos actos desde un punto de vista histórico son
trascendentes; pero si se pretende acercar la familia real a la ciudadanía, empiezan a sobrar besamanos, genuflexiones y zalamerías. La mujer del cesar
no sólo debe ser honesta, también debe parecerlo. Tanta magnificencia resta
credibilidad e incluso crea desconfianza.
Una de las conclusiones que he sacado de las últimas apariciones en
público del rey Felipe VI es que intenta pasar página del poco edificante comportamiento del monarca anterior, que sirvió para debilitar a la
monarquía. España no es un país monárquico, porque los reyes nunca han contado
con las simpatías incondicionales de los ciudadanos de a pie; de manera que cualquier erosión de la imagen real crea convulsiones. Juan Carlos I se puso el
mundo por montera y creó una crisis de credibilidad muy profunda; sus herederos
están obligados, no sólo a distanciarse de la imagen del emérito, sino además a predicar
con el ejemplo. Va en ello la supervivencia de la institución.
Si el sentido de una monarquía, como dicen sus defensores, es el de servir de símbolo de unión, es del todo imprescindible que los que la representan estén a la altura de las exigencias. Los símbolos deteriorados, rancios y polvorientos desunen en vez de unir, porque a nadie le gusta la fealdad ni las antiguallas. Pero es que, además, están obligados a dar ejemplo. No se puede olvidar que en España nunca ha habido fervor monárquico. En el mejor de los casos, sólo una indulgente indiferencia.
Como resumen, a mí me ha parecido observar en el
comportamiento de la joven heredera la aceptación del compromiso de
ser útil a la nación. No es más que una impresión subjetiva. Ojala no se trate de un espejismo. Porque cuando la monarquía zozobra, y la Historia nos ha dejado numerosos ejemplos lamentables, pone a toda la nación patas arriba.
Eso, en una república no sucede. Elecciones, nuevo presidente y a pasar página sin sobresaltos.
Yo también me considero republicano. Pienso que la Monarquía es una institución trasnochada.
ResponderEliminarNo vi ninguno de los muchos actos que mencionas, sino resúmenes de los mismos. Especialmente el de la Jura de la Constitución, lo encontré también bastante boato, y me parecieron excesivos aquellos aplausos tan largos.
Pienso también en el papel que le ha tocado representar a una niña de dieciocho años ¿cómo será su día a día? ¿Cómo se tiene que sentir pensando que esto es ya para toda la vida? ¿Le compensa? ¿No le gustaría vivir en una casa normal? Seguro ue todo esto se le habrá pasado por las mientes más de una vez.
Fernando, en mi análisis parto de la base de que a la princesa le ha tocado la china (antes se decía por la gracia de Dios) y que por tanto tiene que asumir las consecuencias.
EliminarPero es cierto que entre las incongruencias del sistema monárquico está el que te guste o no tienes que aceptar el cargo. Por eso luego pasa lo que pasa...