30 de diciembre de 2023

Recuerdos olvidados 1.- Alambradas en las calles

 

Este artículo forma parte del borrador de un ensayo que escribí hace unos años sobre algunos de mis viejos recuerdos, un libro que nunca publiqué y que guardaba en el fondo de un cajón de mi escritorio. Es posible que a partir de ahora vaya "soltando", de vez en vez, en este blog, alguna de estas vivencias. Son pequeñas anécdotas que me han ido sucediendo a lo largo de mi vida y que, de alguna manera, han influido en mi manera de ver el mundo. Hoy, a continuación, va la primera de ellas.

                                                               

Hay situaciones en la vida que se quedan grabadas en la memoria a fuego. Era verano de 1961, todavía no había cumplido los 19 años y un cambio de destino de mi padre me llevó a pasar las vacaciones veraniegas en Sidi Ifni, la capital de la entonces provincia española del mismo nombre. Habían pasado pocos años desde que se acabaran las agresiones del “ejercito irregular" marroquí y el territorio, muy reducido en extensión desde los ataques, permanecía en paz.

En un ambiente colonial como aquel resultaba muy fácil hacer amigos, siempre dentro de la llamada población europea, porque con la nativa había muy pocas ocasiones de intimar. Yo ya por entonces sentía una fuerte tentación por conocer cualquier entorno distinto a los que estaba acostumbrado y el que se respiraba allí me llamaba mucho la atención. Quería hacer amigos musulmanes y no sabía cómo.

La oportunidad me vino a través del “mancebo” de una de las farmacias de la ciudad, hijo de un suboficial indígena del Grupo de Tiradores de Ifni, muy españolizado y por tanto de fácil comunicación. Digamos que se llamaba Regrari. Un día le hablé de mi curiosidad y me propuso una cena moruna en casa de un primo suyo. Lo hablé con un par de amigos de los que acababa de conocer y con mi hermano Manolo por aquello de ir acompañado. Unos días después, cuando ya había anochecido, nos dirigimos los cuatro por las solitarias, mal iluminadas y estrechas calles del barrio musulmán, en busca de la dirección que me había facilitado Regrari.

Recuerdo que me llamaron la atención las alambradas que de trecho en trecho cruzaban las calles, dejando sólo un angosto paso junto a las fachadas de los edificios, lo que obligaba a un recorrido en zigzag bastante incómodo. De vez en cuando nos cruzábamos con alguna patrulla de soldados con sus fusiles al hombro, sin duda una medida disuasoria para evitar que la población musulmana saliera de sus casas por la noche. A nosotros nos miraban con curiosidad, conscientes de que éramos europeos, con toda probabilidad hijos de militares españoles.

Cuando llegamos, nos esperaba Regrari junto a nuestro anfitrión y otros dos musulmanes, todos de edades aproximadas a las nuestras, entre los 17 y los 20 o 21. En las paredes fotos del Mohamed V, a la sazón rey de Marruecos, y en algún rincón alguna bandera marroquí. Nos sirvieron una cena muy típica, en la que no faltó ni el cuscús ni los dátiles ni los dulces. Tampoco el vino, porque, como nos dijeron con la sonrisa en la boca, hacían una excepción en nuestro honor.

Después tuvimos una larga conversación, en la que poco a poco fuimos desbrozando los temas que a mí me interesaban, sobre todo el que atañía a su posición personal con respecto a la situación colonial. Como el ambiente se había relajado y allí se respiraba amistad y concordia, nuestro anfitrión, al que recuerdo de piel muy oscura, nos confesó que él, que por edad no había participado en los combates de hacía unos años, era partidario de la integración de Ifni en el Reino de Marruecos.

Recuerdo algún carraspeo, alguna mirada al suelo y algún ligero rictus de sorpresa por parte de mis amigos, que inmediatamente se superaron gracias a que la conversación continuó de manera civilizada, aunque sin abandonar en ningún momento el tema que habíamos iniciado. Yo, picado por la irremediable curiosidad que siempre me ha acompañado, me atreví a preguntar si no percibían en sus situaciones personales las mejoras “civilizadas” que aportaba la presencia de España en el territorio. Uno de ellos se encogió de hombros y me dijo algo así como que esas ventajas no anulaban la sensación que les embargaba por considerarse “ocupados”.

Yo no me sentí incómodo en absoluto. Es más, recuerdo el momento como una de esas situaciones que despiertan en la conciencia ciertos resortes de liberalidad, que ponen de manifiesto la razón que tenía el poeta cuando dijo aquello de todo es según el color.

Por eso lo ha retenido mi memoria y por eso lo cuento hoy aquí.

2 comentarios:

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