30 de septiembre de 2016

¿Golpe de estado en el PSOE o chapuza cuartelera?

Los enemigos del PSOE no podrán quejarse de las oportunidades que se les está dando para regodearse un rato largo. Digo  enemigos, porque los adversarios –que es cosa muy distinta- lamentan la situación. Pero vayamos al grano.

Lo que está sucediendo en el seno de la cúpula de la centenaria formación política trae causa de una profunda brecha ideológica. Hablar de luchas por el poder me parece malintencionado, cuando con ello se quiere dar a entender que lo que en el fondo subyace es el personalismo, el amor a la silla o la ambición política desmedida. Puede que algo de ello haya en algunos casos concretos, pero eso no es patrimonio exclusivo del PSOE, sino que está repartido con generosa extensión a su derecha y a su izquierda. Ahora bien, si con la expresión personalismo se quiere decir que detrás de las dos posiciones ideológicas hay personas, con nombres y apellidos, no puedo por menos que estar de acuerdo con la apreciación. Por poner algún ejemplo, Pedro Sánchez no piensa políticamente lo mismo que Susana Díaz, ni Borrell que García Page, ni Alfonso Guerra que Felipe González. Ni piensan igual ni tienen por qué hacerlo. Un partido es el resultante de la convergencia de ideologías afines, pero no una secta.

No voy a caer en la vulgaridad de decir que unos son de izquierdas y que los otros no. Doy por hecho que todos son socialistas convencidos. Las discrepancias están en los matices, tan sutiles que en ocasiones no se perciben. Y en el caso concreto que nos ocupa, en esta situación que ha desembocado en la alborotada y extemporánea dimisión de diecisiete miembros de la Comisión Ejecutiva, no tengo la menor duda de que las diferencias no están tanto en el voto en contra o en la abstención al nombramiento de Rajoy, como en las posibles alianzas para formar un gobierno alternativo que el secretario general está sondeando. Lo demás, esa dignidad política que dicen que les obliga a asumir responsabilidades políticas es una monserga que ni ellos se la creen. ¿Por qué no dimitieron nada más conocerse el resultado electoral del 26 J y han dejado pasar todo el verano y parte del otoño? Ahora los veo en las fotos de familia posteriores al cierre de las urnas y parecen, si no entusiasmados, al menos satisfechos.

Con independencia de cómo acabe esto (espero que haya suficiente inteligencia entre todos para reconducir la situación), lo que han hecho los diecisiete de marras –aleccionados por otros desde la sombra o desde las declaraciones ante los medios- es de una deslealtad que espanta por lo burdo y chapucero. El miedo a que Pedro Sánchez llegara a dominar la situación en la reunión prevista del Comité Federal les ha inspirado una maniobra peligrosísima y han puesto a su partido al borde de la ruptura. Ver al representante del grupo dimisionario, Antonio Pradas, en la puerta de la sede de Ferraz, atacado de los nervios porque no le habían dejado recoger el retrato de su hijo me pareció un esperpento, un insulto a la inteligencia. Debía haber supuesto que el que fue elegido secretario del partido en primarias, refrendado después en un congreso, no se iba a rendir ante la vulgar chapuza que acababa de producirse.

No estoy diciendo que Pedro Sánchez sea el líder que necesita el PSOE en la etapa que se avecina, ni tengo por qué dudar de la talla política de Susana Díaz; simplemente me atengo a un razonamiento muy elemental, el de que las formas son tan importantes, y a veces más, que las razones.

Así no.

27 de septiembre de 2016

Que cada palo aguante sus velas

Como no tengo ninguna vocación ni de analista político ni mucho menos de cronista de la cosa pública, no voy a entrar en grandes profundidades al analizar las causas que en mi opinión han conducido a los resultados electorales del pasado domingo en Galicia y en el País Vasco. Pero no puedo evitar hacer alguna reflexión, aunque no sea más que para ordenar las ideas que bullen en mi cabeza.

Lo primero que se me ocurre es que el electorado ha premiado la estabilidad y ha castigado las derivas partidistas. Tanto ha estado yendo el cántaro a la fuente de las líneas rojas, que al final se ha roto, o parece que se está rompiendo. No voy a negar, porque sería no admitir la evidencia, que Pedro Sánchez y su ejecutiva hayan tenido una gran responsabilidad en los resultados obtenidos por el PSOE, un retroceso histórico en las dos comunidades autónomas, después de que este partido haya sido en ellas, durante mucho tiempo, una opción clara de gobierno. Pero centrar toda la crítica en el secretario general de los socialistas me parecería un error mayúsculo, que tendría desde mi punto de vista la consecuencia de no contemplar el panorama completo de las responsabilidades.

Quien de verdad ha perdido no ha sido el PSOE, sino la izquierda en su conjunto, los votantes de mentalidad progresista. Las peleas de gallos entre los dos principales partido de izquierdas y las luchas intestinas en ellos no son la mejor imagen para un país que necesita, por encima de cualquier otra consideración, normalidad democrática. Es cierto que la corrupción debería haber pasado factura al PP, pero no es menos que el electorado prefiere la corrupción, confiando en que la justicia acabe por poner las cosas en su sitio, que contemplar el espectáculo de las peleas internas y externas de los partidos de la izquierda. En el fondo, la mayoría de los votantes es en cierto modo conservadora, no quiere aventuras de futuro incierto y no confía en redentores de pacotilla. Sólo si ve estabilidad, moderación y propuestas viables confiará en los partidos de la izquierda. Pero lamentablemente llevamos un tiempo en que las formas desdibujan el fondo de las propuestas programáticas.

Mucho me temo que lo peor esté por venir. A Podemos le ha faltado tiempo para romper los pactos que mantenía con el PSOE en Castilla-La Mancha y en Extremadura. Tengo algo más que la sospecha de que no se trata de una improvisación, sino de parte de toda una estrategia inscrita en el acoso y derribo al partido socialista. Lo he dicho ya en alguna ocasión y lo vuelvo a repetir: la irrupción de Podemos en la política o, mejor dicho, el estilo de alguno de sus líderes ha machacado las expectativas de la izquierda. Aunque los de Pablo Iglesias digan lo contrario, a quien consideran su verdadero enemigo es a lo que ellos llaman la vieja izquierda, a la que quieren sustituir por completo y quedarse con su espacio político, aun a costa de lo que está sucediendo, que muchos votantes progresistas de toda la vida estén mirando a su derecha, a ver si en ella encuentran un mínimo de cobertura a sus inquietudes. Difícil de creer, pero así es. A los resultados me remito.

El partido socialista debería cambiar completamente de rumbo. El espectáculo que está dando es esperpéntico, como si lo hubiera concebido algún estratega de la derecha. La Ejecutiva Federal ha torpedeado lo que ha podido las iniciativas de Pedro Sánchez, quien se ha visto atacado por todos los flancos, los barones del PSOE, Podemos y el PP, este último haciéndole además culpable de todos los males que afectan a nuestro país. Aunque me parezca una maniobra muy peligrosa, que posiblemente se volverá contra él, en cierto modo comprendo que ante los obstáculos que le ponen sus propios compañeros quiera clarificar la situación con una consulta a las bases y mediante un congreso extraordinario. Una arriesgada decisión, puede que extemporánea, que sólo se justifica si, como parece, los votantes del PSOE no aceptan bajo ningún pretexto la abstención del grupo socialista en la investidura de Rajoy.

Veamos pues que sucede el sábado en la reunión de la Ejecutiva Federal, que promete ser de antología.

26 de septiembre de 2016

Callejeos por Madrid

Supongo, aunque seguro no estoy, que ya he escrito en alguna ocasión en este blog que callejear por Madrid se ha convertido en mí en una costumbre ineludible, en una auténtica adición. Me refiero a pasear por sus calles sin propósito concreto, simplemente por el placer de ver lo que me encuentre. Pero no todos los distritos de la capital me atraen por igual. Las zonas que en realidad me fascinan son las que podríamos llamar antiguas, aunque el término antigüedad aplicado a las calles de una ciudad es un tanto impreciso, ya que no hay un lugar en ellas que no haya ido cambiando a lo largo del tiempo y, por tanto, perdiendo mucho de su pasado. Lo diré entonces con otras palabras: a mí lo que me interesa de Madrid es el centro, el intrincado laberinto de calles trazadas en su momento sin responder a planes preconcebidos de urbanismo. La perpendicularidad y el paralelismo de los sucesivos ensanches me aburren, porque todos ellos me parecen cortados por el mismo patrón, incluido aquel en el que vivo. Pero afortunadamente ese centro es tan extenso, que por mucho que repita mis paseos siempre descubro algo nuevo.

El otro día íbamos mi mujer y yo deambulando por el Paseo del Prado,  (¡por qué se habrá perdido el nombre original de Salón del Prado!), frente al museo Thyssen, cuando observé que una nube de ciclistas circulaba a velocidad moderada por uno de sus laterales. Cuando prestamos más atención, pudimos comprobar que se trataba de adolescentes, posiblemente escolares de enseñanza secundaria o bachillerato, todos con el reglamentario casco y el chaleco amarillo fluorescente. Entre ellos, algunos adultos –aunque jóvenes también -, sin lugar a dudas profesores que con sus miradas atentas y algún grito que otro ponían orden entre la acalorada riada de escolares. El tráfico estaba cortado y sólo podía verse en la calzada la algarabía juvenil, alegre y disciplinada, y en las aceras los paseantes como nosotros que contemplaban con asombro la manifestación, mitad deportiva y mitad festiva, que cruzaba ante sus miradas.

Cuando descubrimos que a la altura de Neptuno cambiaban de sentido y regresaban en dirección a Cibeles, decidimos seguir los pasos de la comitiva y averiguar algo más sobre ella. Enseguida comprobamos que se dirigían a Correos, hoy sede del ayuntamiento de Madrid y, por tanto, lugar de trabajo de su alcaldesa, Manuela Carmena. Allí se disolvería la concentración y se formarían varias comitivas, cada una en una de las direcciones de la rosa de los vientos, para que en ellas los escolares regresaran, también pedaleando, a sus colegios respectivos. Pero antes, pudimos ver como la corregidora bajaba de su despacho, subía a una tribuna preparada a tal efecto y se dirigía al millar de jóvenes ciclistas con palabras sencillas, inteligibles y carentes por completo de inútil prosopopeya. Entre sus mensajes se me quedó grabado el de que colaboraran con el ayuntamiento a fomentar el uso del trasporte público, porque la ciudad de Madrid corría el riesgo de convertirse en una urbe irrespirable. Mientras tanto, el tráfico en los carriles centrales se había reanudado y una masa impresionante de vehículos, como si se propusiera apoyar con su ruidosa presencia la advertencia de la alcaldesa, volvía a lanzar al aire la ponzoña de sus motores de explosión. Una imagen de contraste con la tranquila presencia de los ciclistas.

Como el propósito de esta reflexión no es otro que explicar por qué me gusta pasear por Madrid, lo dejo aquí. Quizá otro día hable de bicis en la ciudad, de contaminación ambiental, de iniciativas municipales o de tantas otras cosas que me sugiere lo arriba escrito. Pero hoy aquí me quedo, en que callejear por la ciudad representa para mí una inagotable caja de sorpresas, porque cada día descubro cosas distintas, todas interesantes, por nimias que sean. O por lo menos a mí me lo parecen.

23 de septiembre de 2016

Ucronía: ¿qué habría pasado si los acontecimientos hubieran sido distintos ?

El diccionario de la lengua define ucronía como la reconstrucción lógica, aplicada a la historia, dando por supuestos acontecimientos no sucedidos, pero que habrían podido suceder. Alguna narrativa de este estilo he leído a lo largo de mi vida y confieso que, por lo general, la pura especulación alrededor de lo que podría haber sucedido si… me entretiene, no por su rigor, como es lógico, sino por la creatividad que suele demostrar el especulador.

¿Qué habría sucedido en las últimas elecciones en España (me refiero a las del 20 de diciembre de 2015) si la izquierda no se hubiera presentado a ellas dividida en dos facciones cainitas como lo hizo? Para mí sólo hay una respuesta: en estos momentos tendríamos un gobierno progresista presidido por Pedro Sánchez, el PP estaría en la oposición y, como dicen los clásicos, otro gallo nos cantara. Pero no fue así, porque la presencia de Podemos dividió el voto progresista, que en aquellos momentos de profundo hartazgo por los recortes era mayoritario. Las consecuencias las conocemos todos.

Es cierto que algunos errores, determinados casos de corrupción y un cierto anquilosamiento de lo que se denomina el aparato del partido socialista propiciaban la aparición de una alternativa de izquierdas. No lo voy a negar. Sin embargo, lo que debería haber sido un revulsivo, un intento de reconducir su rumbo, se convirtió en una campaña por sustituirlo y a ser posible borrarlo del mapa. Al principio muchos creyeron que Podemos representaba una corriente regeneracionista que, una vez sentados sus reales en el escenario político, convergiría con la histórica formación. Pero pronto se comprobó que por ahí no iban sus intenciones, sino que, muy por el contario, se trataba de un movimiento radical que pretendía sustituir por completo, no ya al PSOE, sino a toda una línea de pensamiento, el de la social democracia.

En estos momentos se observa en Podemos la existencia de una rebelión interna, llamémosla de los moderados, más próximos al PSOE que lo están los que representa Pablo Iglesias. No tengo claro todavía si se trata de una vulgar lucha interna, al estilo de las que ellos critican en los que denominan viejos partidos, o una escisión de raíces ideológicas. Si fuera esto último y si, como digo, se tratara de un cierto giro de parte de su estructura hacia posiciones más realistas y, sobre todo, moderadas, se abriría una puerta a la esperanza de esa hipotética convergencia de la izquierda, la única posibilidad real que existe de desplazar durante unos años del escenario político a la derecha neoliberal que nos gobierna desde hace cinco y que ha permitido que se implante la corrupción en las instituciones de nuestro  país con un descaro inusitado.

Mientras tanto, cualquier intento de acuerdo entre las dos fuerzas se me antoja una quimera. Pablo Iglesias no está haciendo otra cosa que lo que hizo a partir del 20D, repetir a gritos con estilo rapero que quiere pactos y exigir al partido socialista lo inadmisible; y todo ello bajo la mirada atenta de la derecha española que preside Rajoy, en cuya mente nunca ha dejado de estar presente la repetición de elecciones, porque sabe muy bien que la estúpida división de la izquierda terminará dándole más votos y puede que la mayoría absoluta.

Por seguir con la especulación ucrónica, ¿qué habría pasado si Podemos se hubiera unido al pacto transversal y regeneracionista que proponía Pedro Sánchez tras el resultado de aquellas elecciones? La respuesta otra vez es fácil: muchas de las propuestas que defienden los de Pablo Iglesias estarían ya en marcha y su partido no habría perdido un millón de votos en los comicios del 26 J.

19 de septiembre de 2016

Turismo interior o turismo exterior

Cuántas veces habremos oído aquello de para qué vas a viajar al extranjero, existiendo en España lugares tan maravillosos que visitar, dos proposiciones que nada tienen que ver la una con la otra, totalmente independientes entre sí y que, además, la primera en ningún caso debería ser consecuencia de la segunda. Se puede hacer y se debe hacer turismo interior, pero sin abandonar los viajes al extranjero, siempre y cuando el presupuesto lo soporte y la salud lo resista. Contraponer lo uno a lo otro me parece algo estrecho de miras y en cualquier caso falto de rigor.

Cuando se viaja por placer, es decir, cuando se hace turismo, puede deberse a varios motivos. Unos lo harán guiados por el afán de descubrir países, ciudades, monumentos o paisajes, y otros para conocer costumbres, usos y formas de vivir. A los primeros les interesan más las cosas y a los segundos las personas, aunque en realidad la mayoría de los viajeros llevan en la mochila de sus inquietudes un poco de todo, en mayor o menor proporción. Los hay incluso que viajan simplemente por encontrar algo nuevo, sin plantearse a priori que será lo que conozcan. La sorpresa para ellos forma parte del atractivo del viaje.

Desde mi punto de vista, el turismo interior se diferencia de los viajes al extranjero en las sorpresas que se puedan encontrar en uno u otro. Si uno viaja dentro de España, no pude esperar descubrir grandes novedades en el comportamiento de los habitantes de los lugares que visite, porque por lo general poco diferirá del que observa en su lugar de residencia a lo largo de todo el año, por mucho que se aleje de su entorno habitual y por peculiares que resulten las costumbres de los lugareños. Al fin y al cabo estará entre compatriotas, que beben a diario en las mismas fuentes culturales que bebe el turista, dicho sea en el sentido amplio de la palabra cultura.

Sin embargo, cuando se cruzan las fronteras exteriores, en el momento que uno pisa un país distinto al suyo, empezará a notar que los que lo rodean se comportan de forma diferente a como lo hacen sus conciudadanos. Naturalmente esas diferencias no tendrán la misma intensidad si viaja por Europa que si recorre Asia o América o cualquier otro continente. La distancia es un factor diferencial decisivo, porque no en vano cuanto más lejos menor habrá sido la intercomunicación a lo largo del tiempo entre los compatriotas del viajero y los habitantes del país que visita.

En los últimos meses he tenido ocasión de visitar con cierto detenimiento tres comarcas españolas, tan distintas entre sí como puedan ser las Rías Altas gallegas, la Jacetana pirenaica y las serranías de Ronda y Cadiz, unas zonas naturales separadas entre sí por la distancia, con topografías y climas completamente diferentes, pero todas ellas dentro de nuestras fronteras. Si las juzgo por sus bellezas naturales, no admiten comparación, porque cada una de ellas responde a la hermosura de su entorno. Pero si pongo atención en las personas, en sus formas de vida, en sus preocupaciones, poco difieren las unas de las otras o de las mías, más allá de pequeños matices, por lo general anecdóticos y conocidos.

Sin embargo, cuando cruzo nuestras fronteras percibo inmediatamente la diferencia, no en las cosas, sino en las personas. Los aeropuertos serán iguales o parecidos a los nuestros, pero el comportamiento de los empleados cambiará según el lugar, no ya por el idioma, que sin duda es un hecho diferencial, sino por el temperamento de las gentes. Y si tomo un taxi, el vehículo será igual o parecido al que hubiera parado en España, pero el taxista me hablará y me mirará de forma distinta, porque al fin y al cabo su comportamiento responderá al de los habitantes del país en cuestión, diferente por supuesto del que se estila en el nuestro.

Viajemos por España, claro que sí, recreémonos en las bellezas de sus rincones, que nunca dejarán de sorprendernos, pero no lo comparemos con las salidas al extranjero, porque es fuera de nuestro entorno cotidiano donde de verdad se pueden conocer comportamientos distintos a los que nos rodean día a día, donde nuestra cultura ciudadana se verá enriquecida. Para bien o para mal, pero eso es otra historia.

12 de septiembre de 2016

Una de política ficción (Cataluña independiente)

Cuando uno no quiere que suceda algo le resulta muy difícil ponerse en la situación no deseada. Sin embargo, desde mi punto de vista, esa actitud adolece de un gran defecto, el de la incapacidad intelectual de medir las exactas consecuencias que tendría el que sucediera lo que uno no desea que suceda. Ese es el caso de muchos españoles, que más allá de los tópicos, generalmente usados con carácter disuasorio, nunca nos ponemos a pensar qué podría ocurrir si realmente Cataluña llegara algún día a ser independiente de España. Hoy voy a dedicarle unos minutos a elucubrar sobre esta teórica eventualidad. Procuraré, además, hacerlo sin prejuicios, aunque es conocido que éstos son como las manchas en la piel, que a veces afloran sin que uno sepa por qué y sin que nada pueda hacer para evitarlo.

Con objeto de simplificar, voy a dividir las consecuencias en dos categorías, la primera de carácter sentimental y la segunda de trascendencia económica. Sé que se trata de una clasificación más que simple simplista, pero para mí propósito pudiera servir perfectamente. En la primera englobaré todas aquellas que tengan que ver con los sentimientos, sean estos personales, familiares o colectivos, y en la segunda las que pudieran estar relacionadas con el bolsillo de los ciudadanos. En cualquier caso, y como premisa, basaré mi reflexión en que ambas partes, la catalana y la española, hubieran pactado previamente la separación y, como consecuencia, se habrían adoptado por las dos partes todas las medidas necesarias para evitar en lo posible traumas y descalabros. Pongo esta condición como preliminar, porque no me cabe en la cabeza que pudiera ser de otra manera.

Somos muchos los españoles no catalanes que tenemos amigos y familiares catalanes y viceversa. Es más, es sabido que en Cataluña una gran parte de la población desciende de no catalanes, mantiene el castellano como idioma familiar y visita sus pueblos de origen con frecuencia. Pues bien, no se me ocurre pensar que tras la independencia alguien se viera obligado a perder el trato con sus amigos ni a negar los vínculos familiares. Estoy completamente convencido de que las cosas seguirían exactamente igual que ahora, más allá de alguna broma sobre la nueva situación. Las fronteras permanecerían tan abiertas como lo están en este momento, los teléfonos, salvo algún cambio de prefijo, nos unirían de la misma forma que nos unen en la actualidad y las comunicaciones ferroviarias y aéreas no sufrirían cambio alguno, salvo pequeñas variaciones de carácter administrativo, más curiosas que prácticas. Ni los españoles ni los catalanes notaríamos que hubieramos cruzado al otro lado de la línea imaginaria, al menos nada distinto de lo que ahora percibimos.

En cuanto al mundo económico, si vivimos en la globalidad y no hay quien pare la tendencia, a quién se le puede ocurrir que la posible independencia fuera a quebrar la situación. En España se seguiría comprando sanitarios de Roca y comiendo butifarra del Ampurdán, y en Cataluña consumiendo uvas de Almería y utilizando camiones Iveco, siempre y cuando fabricantes y recolectores cumplieran con los requisitos del mercado, es decir, con las exigencias de los consumidores, que -torpes y ridículos boicots aparte- son independientes del origen del producto. Las empresas que no fueran ya multinacionales adquirirían inmediatamente este carácter y las sucursales que hubieran quedado al otro lado de la frontera pasarían a ser filiales exteriores de la matriz. Los empleados dirían mi jefe es español o catalán, según el caso, como ahora muchos dicen que quien los dirige es francés, alemán o británico, a pesar de que trabajen en Madrid o en Barcelona, en Carrión de los Condes o en Sant Sadurní d´Anoia. 

Todo lo demás lo pongo aparte, porque sería entrar en política y hoy no quiero. Prefiero dejarlo en pura elucubración, en divagación intrascendente. Tiempo habrá para lo otro.

9 de septiembre de 2016

El oficio más antiguo del mundo

Se dice que la prostitución es el oficio más viejo del mundo. Sin embargo, esta mañana, mientras recorría con deliberada parsimonia el mercado de abastos de Chiclana de la Frontera, me recreaba en la contemplación del ir y venir de la gente entre pescaderías y fruterías y escuchaba con auténtica atención las variopintas conversaciones entre vendedores y compradores, me ha dado por pensar que hay uno que debió de nacer antes que el del comercio carnal, el del mercadeo en general, llámese al lugar  lonja, zoco, plaza, mercadillo o feria, que para el propósito de esta reflexión poco importa el nombre.

Escribía hace un tiempo sobre la falta de profesionalidad que se observa en general en la hostelería española y en particular en aquellas localidades que sufren el despiadado aluvión turístico durante los meses estivales. La estacionalidad obliga a los negocios de este sector a contratar a gentes no formadas en el oficio, que suelen ignorar los más elementales principios por los que se rigen las relaciones entre camareros y clientes, situación que se agrava con la saturación de los lugares de ocio, con las prisas de muchos y a veces con la huevona cachaza de otros. La temporalidad y la falta de continuidad causan estragos. Los empresarios del ramo deben de pensar que no están obligados a fidelizar a unos clientes que consideran poco menos que aves migratorias. Para qué molestarse en preparar mínimamente a los camareros, si los que hoy nos visitan mañana habrán migrado a sus asentamientos de invierno. Craso error, pero así son las cosas.

Sin embargo, hoy voy a rendir un pequeño homenaje a los vendedores de los mercados, sin excepción de especialidad. Lo mismo me da que sean fruteros, carniceros, pescaderos, charcuteros o panaderos, porque todos en general conocen a la perfección su oficio y manejan con maestría las pocas reglas que el buen saber aconseja utilizar en sus transacciones. Expresión corporal desenvuelta, palabras adecuadas, consejos oportunos e incluso chascarrillos ocurrentes estarán presentes en todas las conversaciones que se vean obligados a mantener a lo largo de las muchas y supongo que tediosas horas que permanezcan tras el mostrador. Un espléndido alarde de relaciones humanas que manejan a la perfección, porque no en vano las han aprendido de sus mayores, como éstos a su vez las aprendieron de los suyos.

Visitar mercados siempre me ha producido un placer inusitado, sean estos alborotados zocos orientales, desordenados mercadillos pueblerinos, asépticas plazas nórdicas o ajetreadas ferias monográficas. Y es precisamente la observación de las artes ancestrales que utilizan los vendedores lo que me causa admiración, porque en cada frase, en cada palabra o en cada gesto descubro la sabiduría acumulada durante siglos por los vendedores, técnicas que no enseñan las escuelas de marketing, sino que se trasmiten por vía oral y se practican “a pie de puesto” desde antes de que al aprendiz le hayan salido las muelas del juicio. Poca oratoria, concisa expresión y sobre todo rapidez, pero en suma eficacia al máximo.

Cómo no voy a volver a mi pescadería de siempre en el mercado de Chiclana, cuando la pescadera, a la que había pedido cuarto de kilo de gambas blancas al precio de 12,50, después de pesarlas y comprobar que había cogido trescientos gramos, seguramente los últimos que le quedaban, me mira seria y circunspecta y me dice: ni para usted ni para mí, se lo dejo en 10,00 euros.

Por cierto, si alguno se ha quedado con la duda de si la prostitución es más antigua o menos que el mercadeo en general, que se pregunte dónde iban a comprar las meretrices de entonces si no se hubieran inventado ya los mercados. Está claro, ¿no?

5 de septiembre de 2016

Vengan ollas y pasen días (dicho medieval)

Confesaba el otro día que soy un aficionado a coleccionar frases. La que  he escogido como título de la reflexión que viene a continuación se la oí al genial Peridis, a propósito de la esperpéntica situación que atravesamos los españoles, consecuencia directa de la composición del Congreso de los Diputados que, entre todos, hemos elegido. A Rajoy no le quieren más que sus incondicionales de siempre, bastante menos en número que lo fueron en su día; y Sánchez, con muchos menos escaños que los conservadores, no cuenta con apoyos “fiables” en el amplio espectro de la oposición al PP.  Una situación diabólica donde las haya, cuya salida no está clara, más allá de lo que cada uno de los protagonistas proponga como solución y sus acólitos aplaudan con fruición.

Vayamos por partes. La salida de tono del portavoz del PP el otro día,  durante la sesión de investidura, sólo tiene parangón con el desparpajo de Albert Rivera solicitando en público a Rajoy que fuera pensando en ceder el puesto a otro. Una pelea en el estrado, con luz y con taquígrafos, que evidenció la debilidad del acuerdo entre las dos formaciones conservadoras. Confieso que me sonrojé tanto con la una como con la otra, aunque en mi fuero interno comprendiera la propuesta del segundo y el cabreo del primero. Pero es que las formas siguen sorprendiéndome cada vez que chirrían y en este caso las dos chirriaron en mis oídos hasta la dentera.

El líder de Podemos –me refiero a Pablo Iglesias Turrión, para evitar confusiones de liderato y nombre- continúa en campaña electoral y utiliza el parlamento como pudiera utilizar la plaza de toros de Vistalegre en un mitin. Ni siquiera en una situación tan delicada como la que estamos atravesando es capaz de dejar a un lado el afán de protagonismo. No sabe o no quiere utilizar un lenguaje conciliador y moderado, por mucho que a continuación repita hasta la saciedad aquello de "fíese de nosotros, señor Sánchez". Cuando ofrece ayuda, no lo hace pensando en la persona que propone como alternativa a Rajoy, en este caso el secretario general del partido socialista, sino en él mismo. Lo que quiere no es que haya un gobierno del PSOE, pasar a la oposición y controlar su gestión con la fuerza de los escaños de su grupo. Pretende formar parte directa de la solución. A estas alturas todavía no reconoce que la socialdemocracia y Podemos son cosas distintas, de difícil aleación, aunque compartan algunos objetivos. Mucho me temo que su falta de realismo pueda poner una vez más a Rajoy en la meta de salida. Ya lo hizo en una ocasión y no me sorprendería que repitiera la jugada.

En cuanto a los nacionalistas, continúan con el raca-raca, sin admitir que con un gobierno progresista cabrían fórmulas de carácter federalista, que ni por asomo se darían con el PP. Otra falta de realismo político que, una vez más, puede dar oxígeno a Mariano Rajoy. Ni siquiera los independentistas de izquierdas anteponen la progresía al separatismo.

De Ciudadanos no sé qué decir. Como han convertido el posibilismo en su guía programática, quizá vuelvan a la senda de la regeneración política y abandonen su acercamiento a los que hasta hace unos días no querían ver ni en pintura. El tiempo lo dirá. Pero ya se sabe: tanto viraje puede hacer zozobrar la nave.

Mientras tanto “vengan ollas y pasen días”. A algunos, como a José Manuel Soria, les viene como anillo al dedo la actual situación de interinidad, que lleva camino de convertirse en crónica.

2 de septiembre de 2016

Parece que de momento sigue siendo NO

Como me gusta el lenguaje, colecciono frases, ingeniosas unas, malintencionadas otras, incluso alguna soez, pero todas oportunas dentro del contexto en el que se pronuncian. Ayer, durante el debate de investidura -que oí a través de la radio porque coincidió con un largo viaje mío en coche-, sonaron muchas, a cual más sabrosa, aunque también otras tan manidas y desafortunadas que prefiero olvidarlas cuanto antes. Una de las a mi juicio coleccionables fue aquella de “usted, señor Rajoy, no es de fiar”. La pronunció Pedro Sánchez durante su intervención, como todo el mundo sabe ya a estas alturas; y la espetó nada más y nada menos que arropado por la solemnidad del Congreso de los Diputados, contexto que no arroja duda alguna sobre su significado, que, lejos de ser personal, es absolutamente político: “no me fío de lo que pueda usted hacer como presidente del gobierno si los socialistas le facilitamos la investidura con nuestro voto afirmativo o con nuestra abstención”.

Quizá le faltara añadir la aclaración anterior, o incluso haber ido más lejos dejando claro que el PSOE que él lidera no está dispuesto a convertirse en cómplice subsidiario de los que han gobernado España durante la anterior legislatura, que además de haber aprovechado la crisis para profundizar en sus medidas neoliberales y antisociales, aplicando a saco su ideología, han dado lugar mediante la inoperancia a que muchos de los mandatarios populares se aprovecharan de la situación para saquear las arcas públicas. Puede ser que si lo hubiera aclarado no habría dado lugar a que sus enemigos lo atacaran una vez más tildándolo de maleducado, cuando su mensaje era exclusivamente de carácter político.

Es cierto que la actitud del PSOE bloquea la situación. Pero eso no es culpa de los socialistas, sino del reparto de escaños que ha surgido de las elecciones, es decir, de la voluntad de los españoles, distribución que ha dejado 170 parlamentarios a favor del señor Rajoy y 180 en contra, estos últimos por distintas razones, pero al fin y al cabo en contra. Por tanto, quien en realidad bloquea la situación es el señor Rajoy, que ya desde su discurso inicial dejó muy claro que él o el caos. No se apeó del burro en un solo punto y lo único que pidió fue un voto de confianza, un cheque en blanco, como si su prestigio personal y el expediente político que lo acompaña fueran suficientes para mover voluntades a su favor. Por eso Pedro Sánchez tuvo que decirle lo que le dijo: “no me pida la venia, porque no me fio de usted”.

Lo de Albert Rivera y Ciudadanos merece un comentario aparte porque tiene enjundia, pero que mucha enjundia. Ayer intentó hacer virtud de su desajustada aguja de marear, con frases como “he elegido entre lo malo lo menos malo” o “señor Rajoy, están ustedes en nuestras manos”. Le faltó decir, “pórtese bien, don Mariano, o se va a enterar”. No sé qué pensarán sus votantes, pero a mí tal actitud me pareció esperpéntica, tan carente de lógica que me cuesta un gran esfuerzo asimilarla. Un cambio de rumbo de 180 grados en alta mar es muy peligroso y requiere tiempo y cuidado para no naufragar en la maniobra, como bien conocen los navegantes; pero en política lo deja a uno con el culo al aire, aunque ya sabemos que al señor Rivera no le importa exhibirlo.

Si cuajara la iniciativa llamada de los intelectuales, consistente en que Podemos apoye al PSOE mediante un SÍ en una posible investidura de Pedro Sánchez, contando además con la necesaria abstención de Ciudadanos, vaya usted a saber que harían estos últimos, quizá repetir la jugada de hace unos meses y justificarla con razones parecidas, invocando la concordia, la paz social y la estabilidad económica. Ya lo hicieron en su momento.

Menos mal que el señor Tardá en un momento determinado animó un poco la sesión, dándonos lecciones de Historia a todos y reclamando en catalán a valencianos y baleares que le sigan en su deriva separatista. No pude por menos que sonreír con cierta tristeza y recordar aquello de qué país, qué paisaje y qué paisanaje, que exclamó hace ya mucho tiempo mi admirado don Miguel de Unamuno.