27 de agosto de 2022

No me apaguen los escaparates

La última ocurrencia de doña Isabel Díaz Ayuso ha sido fundamentar su oposición a las medidas de ahorro de energía propuestas por el gobierno en el perjuicio que causarían a la luminosidad madrileña. Como de costumbre, no se anda con chiquitas, tira sin miramientos por la calle de en medio y… caiga quien caiga. Cuando no se encuentran argumentos racionales para combatir al adversario, se recurre al esperpento e incluso al sainete, estilos que no sólo llaman la atención, sino que además en ocasiones hacen gracia. Porque de eso se trata, de hacerse notar con palabrería hueca, sin herir demasiado la sensibilidad de los suyos.

Lo de arriba sería sólo una pieza más de la picaresca de doña Isabel, si no fuera porque ese estilo de populismo “trumpista” arraiga con facilidad en las mentes de tantos y tantos ingenuos, más deseosos de oír críticas a Sánchez que de elegir a la ínclita. Lo que sucede es que, como en el cuento de la lechera, tanta repetición de la chabacanería puede acabar mal, algo que evidentemente debe de tener muy preocupados a los estrategas del PP.  No se atreven a ponerle coto a la presidenta por aquello de que consigue votos, pero son conscientes de que sus dardos pueden convertirse en peligrosos boomerangs.

Eso sí, el estilo de IDA tiene una ventaja que no debemos olvidar, la de que entre tanta falta de noticas importantes sus pataletas dialécticas destacan con rotundidad. Como cuando acusa al gobierno de actuar de mamporreros con ella, sin darle tregua. Digo yo que la presidenta de Madrid no debe de saber que significa exactamente esta palabra, que la RAE define como “persona que guía el miembro del caballo en el acto de cubrir a la yegua”. Bueno, doña Isabel, no es para tanto, a no ser que sea ésta una noticia que no ha trascendido.

Puede ser, no lo puedo negar con rotundidad, que su verborrea incontrolada y continua se deba a ese conocido principio de “me gusta que hablen de mí, aunque sea mal”. Según esta filosofía, lo importante para un personaje público es estar en candelero, no por la calidad de lo que diga, sino por la reiteración de lo dicho. Teniendo en cuenta que las ideologías populistas establecen en las mentes de sus seguidores unos filtros impermeables a la crítica, gracias a los cuales hasta las sandeces más grandes resultan genialidades, es posible que la estrategia que le dictan a Díaz Ayuso sus asesores sea efectiva entre los suyos. En cualquier caso, yo me andaría con mucho cuidado, sobre todo cuando me acuerdo de la derrota del todopoderoso Trump. No he conocido a un político tan vulgar y chabacano como fue el anterior presidente de los Estados Unidos, y eso que llevo ya muchos años, muchísimos, siguiendo con cierto detalle los movimientos de los mandatarios de este país, a los que, me guste o no me guste, considero los dirigentes de hecho del espacio geoestratégico en el que se mueve Europa y por tanto España.

Todavía no he oído por parte de los partidos de medio derecha, derecha y ultraderecha una sola propuesta para aliviar la crisis energética que estamos sufriendo los europeos. Pero mientras que la mayoría de los líderes conservadores acusan al gobierno de improvisador y de autoritario, la presidenta de la Comunidad de Madrid se refiere a la luminosidad de los escaparates, como si todas las calles de España estuvieran iluminadas gracias a la decoración de las tiendas. Yo le recomendaría que mirara un poco más allá de la calle de Serrano de su ciudad, porque quizá así se diera cuenta de lo ridículo de sus argumentaciones.

Miren ustedes, señores de la ultraderecha oficial o vocacional, necesitamos medidas efectivas para no derrochar energía y todo lo demás son pamplinas.

12 de agosto de 2022

La sabiduría y la suerte

Hoy, que la serpiente de verano continúa haciendo estragos con las noticias, voy a referirme al viejo refrán de al saber lo llaman suerte, un proverbio que viene a decir que cuando las cosas en la vida salen bien no se debe a que supuestas causas o fuerzas ocultas hayan intervenido por arte de birlibirloque o porque lo hubiera determinado la naturaleza, sino porque se han sabido hacer. Es una frase que utilizo con cierta frecuencia, porque considero que siempre se puede encontrar la relación que existe entre la causa y el efecto. Por eso, tampoco creo en la fatalidad. Cuando las cosas salen mal, suele haber intervenido la torpeza, la desidia o la falta de interés y no algún soplo maligno.

Lo que sucede es que resulta mucho más cómodo culpar a los hados que reconocer nuestras propias culpas. Pondré un ejemplo para que se entienda mejor lo que quiero decir. Cuando se habla de la educación de los hijos, se dice aquello de que el chico ha salido mal porque nació así y no ha habido forma de enderezarlo, en vez de aceptar que, si es un mal educado, un bala perdida o un irresponsable, alguna culpa habrán tenido los progenitores, los educadores y el entorno en general en ello.

Teniendo en cuenta que muchas veces es muy difícil determinar la relación entre las acciones y sus consecuencias, es fácil caer en la tentación de que, cuando éstas no nos gustan, digamos aquello de las reclamaciones al maestro armero. Es una forma de escurrir el bulto, una manera de responsabilizar a la suerte y no a nuestros errores. Algo muy humano, pero en definitiva un error.

Creo que ya he contado aquí en varias ocasiones que soy un escéptico empedernido. Supongo que para algunos esto será un defecto, pero para mí es una ventaja, por no decir una virtud, entre otras cosas porque me obliga a buscar siempre las causas que han originado los resultados. Por eso repito una y otra vez el proverbio de arriba, porque no creo ni en las fuerzas ocultas ni en los destinos ni en lo indemostrable. Si algo ha salido bien es porque se han hecho bien las cosas y no porque se haya tenido suerte; si han salido mal, habrá que preguntarse por qué en vez de consultar las cartas del Tarot.

Cuando se tiene el convencimiento de que el Universo está regido por leyes físicas inalterables y que, por consiguiente, no existe nada que no se pueda explicar dentro de ellas, se desarrolla un instinto especial para buscar siempre el por qué de las cosas. Se abandona el esoterismo y se acude a la lógica. Si ha habido un efecto es porque alguna causa ha intervenido. Si las cosas han salido bien, será porque se han hecho bien; si han salido mal, alguna torpeza se habrá cometido. Así de simple, ni suerte en un caso ni fatalidad en el otro.

Ya sé que alguno estará pensando en que, en ocasiones, por mucho empeño que se ponga en la realización de una tarea, no se logra el objetivo que se perseguía. Pero eso es algo que no contradice lo que digo arriba, sino que, por el contrario, demuestra que a pesar de la buena voluntad algún factor no se habrá tenido en cuenta, algún involuntario error se habrá cometido. Por el contrario, otras veces nos sorprende la calidad del resultado de nuestro esfuerzo, seguramente porque no éramos conscientes de nuestra habilidad, por no decir, en términos más generales, de nuestra sabiduría.

Al saber lo llaman suerte, cuando sólo es saber. A la torpeza fatalidad, cuando no es más que torpeza. Lo que no invalida que a veces las cosas se tuerzan y no haya quien las enderece.

3 de agosto de 2022

¡Qué duro es el verano!

Con la expresión serpiente de verano se conoce el fenómeno de la carencia de noticias interesantes en época estival y la sustitución de las mismas por otras intrascendentes o anodinas. Ignoro el origen de la frase, porque por mucho que lo intento no encuentro ninguna relación entre título y contenido, a no ser que se refiera a lo reptantes, y a veces hasta rastreras, que suelen ser las informaciones que nos sueltan los periodistas en verano. No sólo carecen de importancia, sino que además suelen estar aderezadas con entrevistas callejeras, de esas en las que el entrevistado, alguien que pasaba por allí, nos cuenta su vida sin aportar nada que no supiéramos. Una buena señora es interpelada para que dé su opinión sobre la ola de calor que estamos sufriendo, a lo que contesta que no puede desprenderse de su abanico en ningún momento. O el caballero que responde, con cara de experto en la materia, que lo más preocupante son los golpes de calor y por eso nunca se deja la gorra con bisera en casa. O la que, sentada en una incómoda hamaca de alguna abarrotada playa, en algún lugar de nuestras costas,  nos explica que se pasa el día allí tumbada al sol, porque en casa no hay quien entre.

Yo comprendo que la ola de calor, por un lado, y los consecuentes incendios forestales, por otro, son noticias que hay que dar. Pero llama la atención que cualquier informativo, de cualquiera de las cadenas que suelo ver u oír, dedique diez minutos diarios a estos concretos temas, naturalmente en perjuicio de otros asuntos, nacionales e internacionales, que siguen sucediendo todos los días. Puede ser que lo que ocurra es que los periodistas estén de vacaciones y las redacciones se resientan de la falta de profesionales. No lo sé, pero lo cierto es que durante estos meses baja mucho el nivel de interés de las noticias.

Quizá me queje porque cuando no se reciben noticias el cerebro se resiente. En mi caso, además, el asunto es más grave, porque para escribir estas “irreflexiones” necesito alimentar la mente con lo que me aportan las ondas, ya que el letargo estival me aísla un poco de la vida activa y me sumerge en la recreativa, que en ocasiones no es más que contemplativa de la tele o auditiva de la radio. Y claro, si no me llegan novedades por esa vía, me siento desamparado, como pez fuera del agua.

Ahora bien, siempre me quedará el recurso de la especulación intelectual. Por eso, hoy me ha dado por pensar en la conocida frase de hacer de la necesidad virtud, una expresión que resume la idea de sacar ventaja de las desventajas y beneficio de las desgracias. No es fácil conseguirlo, pero yo lo intento todos los días y a veces hasta lo consigo. Quizá se trate de voluntarismo, en el sentido de intentar la preeminencia de la voluntad sobre el entendimiento, pero lo cierto es que practicarlo me trae ventajas. Otros dicen querer es poder, una idea que, aunque no sea equivalente a la anterior, viene a decir que, si quieres puedes ver las cosas de otra manera, lo malo, regular, lo regular, bueno, y lo bueno, excelente.

Quizá, hacer de la necesidad virtud signifique lo contrario que la frase los dedos se me antojan huéspedes, que significa que uno tiene tanto miedo de lo que le rodea que hasta sus propios dedos le parecen los de otro que le estuvieran tocando. No lo sé, pero yo prefiero creer en que la vejez aporta ventajas al individuo, más experiencia y más sabiduría, que estar todo el día pensando en aquello de que cada minuto que pasa estoy más torpe y esto no hay quien lo remedie. No es más que un ejemplo, que no sé por qué se me habrá ocurrido a estas alturas, así, de repente.

Hay que ver lo que dan de sí las serpientes de verano, las olas de calor y los incendios forestales. Y es que el verano es muy duro.