26 de diciembre de 2022

Difíciles equilibrios

Empezaré confesando que a mí nunca me ha disgustado el bipartidismo, es decir, la preponderancia electoral de dos partidos de ámbito nacional sobre los demás, uno conservador y otro progresista. En mi opinión, la excesiva fragmentación del voto es un serio inconveniente para una buena gobernanza, porque por un lado suele dar lugar a la aparición de tendencias extremas y por otro dificulta la toma de decisiones de quienes gobiernan.

Pero lo cierto es que por hache o por be nuestro parlamento está dividido en múltiples fracciones, desde la izquierda radical hasta la ultraderecha antisistema -que ni come ni deja comer, como el perro del hortelano- pasando por los nacionalistas de distintos pareceres. Las razones que nos han llevado a esta situación son tan conocidas por todos que no voy a dedicarles ni un párrafo, ni siquiera una palabra. Estamos donde estamos y eso es de lo que ahora voy a escribir. Porque el gobierno de Sánchez, una cohabitación entre socialdemócratas y progresistas radicales, no cuenta con mayoría suficiente y tiene que hacer verdaderos equilibrios para sacar sus programas adelante.

Siendo ésta una realidad con la que tenemos que vivir, la pregunta que cabe hacer es si la situación es buena o es mala, porque de momento no parece que en un futuro más o menos inmediato las intenciones de voto de los españoles vayan a cambiar demasiado. Mi opinión es que ni lo uno ni lo otro, sino que depende de cómo se maneje. Pedro Sánchez, el primer presidente de gobierno de la democracia a quien le ha tocado gobernar en esta situación, después de verse obligado a aceptar que Podemos entrara en el gobierno, ni con su apoyo tiene mayoría suficiente. Por eso, cada vez que se propone sacar una ley adelante, se ve obligado a negociar con unos y con otros para conseguirlo. Por supuesto con concesiones, porque en democracia nadie regala nada. Rasgarse las vestiduras por ello es o no entender de qué va el sistema parlamentario o no admitir que quien gobierna está en su perfecto derecho a negociar, por supuesto dentro de lo que marca la ley. Otra cosa es que a algunos no les guste el resultado de las negociaciones, pero eso es algo que entra dentro del riesgo electoral que se esté dispuesto a asumir.

Lo que sucede es que la oposición, consciente de que el presidente de gobierno está manejando bien la situación, ha convertido lo que no es más que puro ejercicio parlamentario en anatema. El PP hacía lo mismo cuando gobernaba y ahora se queja de que el gobierno actual utilice idénticos recursos, insisto que democráticos. Cuando se está en el ejercicio del poder se pretende continuar gobernando, porque es la única manera de sacar adelante los proyectos que se defienden. Y eso no es, como dice Isabel Díaz, emular a los dictadores de otras latitudes, sino ejercer la democracia mediante la negociación con los que defienden otras tendencias. Eso, señora presidenta de la comunidad de Madrid, se llama parlamentarismo. Lo que ustedes están haciendo con sus campañas de desprestigio tiene otro nombre, que no voy a citar.

La realidad es que Pedro Sánchez está gobernando haciendo equilibrios difíciles, pero absolutamente legales. La fragmentación de las Cortes le obliga a ello; como a partir de ahora, si no se vuelve al bipartidismo, obligará a cualquiera que sea capaz de formar gobierno, es decir, que consiga ser investido presidente. Se acabaron las cómodas mayorías absolutas. Nos guste o no, esto es ejercer el parlamentarismo dentro de la realidad social que reflejan las urnas. Los radicales existen, como también los nacionalistas. Conseguir su apoyo en el parlamento, no sólo es legítimo, sino que además compromete a los “díscolos” en el gobierno de la nación, algo que para mí es una magnífica noticia.

Mientras tanto, el programa socialdemócrata sigue adelante, que es lo que interesa a los progresistas y disgusta a los conservadores; y sigue adelante aunque sea haciendo difíciles equilibrios en la cuerda floja de la política parlamentaria.

Por cierto, si no "nos vemos" antes, ¡Feliz 2023 a todos!

 

21 de diciembre de 2022

Navidad, Navidad, dulce Navidad

Los años veinte del siglo pasado figuran en la memoria colectiva de los europeos como una década de felicidad. Supongo que el recuerdo procede de la ilusión que produjo a nuestros abuelos, bisabuelos o tatarabuelos haber salido de una espantosa guerra, la Primera Mundial, y vivir bajo la sensación de que todos los males terrenales habían desaparecido de sus vidas. Por supuesto que aquellos ciudadanos no sabían, ni siquiera presentían, que muy poco después estallaría una nueva contienda, tan terrible o más que la anterior. Pero, como dice el manido proverbio, fue bonito mientras duró.

Poco más de cien años después se declararía una pandemia, la del Covid-19, que ha cambiado nuestras vidas de manera drástica y que nos ha obligado a modificar nuestros hábitos por completo. Después, cuando parecía que la situación estaba superada y, aunque con precauciones, volvíamos a la normalidad, Rusia invadió Ucrania, una situación que ha obligado a la Unión Europea a tomar partido. Como consecuencia, nos hemos visto inmersos en un conflicto que, aunque las bombas no caigan sobre nuestras cabezas, está perjudicando la economía, ralentizando el crecimiento y amenazando con hacernos retroceder en nuestra calidad de vida.

Pero como las desgracias nunca vienen solas, en España los políticos desatan sus iras, se enzarzan en insultos y descalificaciones, alteran las reglas del juego e intentan influir en el orden democrático por procedimientos que nunca, desde que se restauró la democracia en España, se habían utilizado. Una oposición, sedienta de modificar la realidad política que reflejaron las urnas en las últimas elecciones generales, utiliza a los jueces como ariete contra el gobierno y, en consecuencia, ocasiona un deterioro de las instituciones que, según juristas y politólogos, pone a nuestro sistema democrático contra las cuerdas.

Por todo esto, los años veinte del siglo XXI no serán recordados nunca como felices, sino como una década aciaga. Aquella ilusión desmedida de nuestros antepasados ni se ha repetido ni parece que vaya a repetirse en un futuro más o menos inmediato. Todo lo contrario, la situación es tan delicada, tan incómoda y tan triste que asusta, incluso a personas proclives al optimismo, como en mi caso. Intento pensar que todo se superará, que de las situaciones más difíciles se acaba saliendo, pero aun así la preocupación no se me va de la cabeza. Como decía el título de aquella película, qué habremos hecho para merecernos esto.

Lo que sucede es que ahora llega la Navidad y, aunque el virus de esto no entienda, aunque Rusia no esté dispuesta a dar tregua y aunque nuestros políticos continúen con sus miserias y mezquindades, me voy a abstraer de toda desdicha y voy a procurar centrarme en mi entorno inmediato, que me sirve de reconfortante refugio ante cualquier aspereza de la vida. En ese contexto figuran por supuesto mi familia y mis amigos. Pero, que a nadie le quepa la menor duda, también están todos los que leen estas torpes reflexiones mías, cuya presencia etérea me anima a seguir escribiendo.

La Navidad se ha convertido por tradición en un periodo de acercamiento, de alegría y hasta de jolgorio. El tópico bélico relata que incluso los combatientes salen de sus trincheras y se abrazan con el enemigo, dando tregua a sus peleas. Pues bien, yo hoy, cuando redacto estas líneas, voy a intentar olvidarme del ambiente que algunos están creando sólo para favorecer sus propios intereses y voy a pensar que “to er mundo es bueno”, aunque lo diga con la boca chica. Pero Navidad es Navidad y no me importa repetirlo una y mil veces.

Feliz Navidad a todos y seguiremos “viéndonos” en el próspero año que ya está ahí, a la vuelta de la esquina.

17 de diciembre de 2022

El vaso medio lleno

Siempre he considerado que esos comportamientos de la mente que llamamos optimismo y pesimismo son algo que podemos manejar a nuestro antojo, siempre que nos lo propongamos. Sin embargo,  la realidad parece evidenciar día a día que quien ha nacido alegre y positivo es difícil que cambie de actitud a lo largo de su vida, lo mismo que les sucede a los que transitan por este mundo tristes y negativos. No es la razón sino la experiencia quien me está llevando a esa conclusión.

Pero aun así me niego a aceptar este principio de fatalidad, porque yo personalmente practico el optimismo sin demasiados esfuerzos o, dicho de otra manera, evito con cierta facilidad caer en el pesimismo. Es cierto que todos en mayor o menor medida atravesamos momentos difíciles, en los que la predisposición al desánimo y a la desesperanza está servida. Sin embargo, si se utiliza la razón de manera ordenada es posible superarlos, no la causa, pero si el efecto. De manera que, a los que se abandonan a su suerte sin luchar voy a dedicarles unas parrafadas, aunque puede que me esté metiendo en camisa de once varas, algo que no sería la primera vez que me sucede en este blog.

Existen varias normas de comportamiento para superar estos momentos de propensión al pesimismo o a la visión del vaso medio vacío. Lo primero que se debe hacer cuando se acumulan los factores negativos, porque las desgracias nunca llegan solas, es diseccionarlos, separarlos y no mezclarlos en un totum revolutum, que lo único que consigue es agravar la situación. Después analizarlos uno a uno y tratar de solucionarlos, si es que tienen solución. Si no, encapsularlos mentalmente como algo inevitable y aceptar una realidad con la que tendremos que vivir.

La segunda norma, llamémosla de las compensaciones o del equilibrio, consiste en tratar de encontrar en tu propia realidad alguna contrapartida al desajuste emocional que te pueda haber causado el problema. Siempre habrá alguna, aunque nunca la hayamos tenido en cuenta porque no la necesitábamos. Como ejemplo pondré que muchos de los que han sufrido alguna pérdida de facultades físicas por accidente o por enfermedad, superan sus limitaciones intentando suplirlas con otras habilidades. Es algo que vemos a nuestro alrededor con cierta frecuencia.

La tercera regla es la de la distancia. Con los problemas sucede lo mismo que con los paisajes, no se ven igual de cerca que de lejos, porque cuanto mayor sea la distancia que se pone, de mejor perspectiva se dispondrá. Si no nos separamos mentalmente del problema que tratamos de soslayar, no lo veremos con la claridad necesaria. Muchas veces, vistos con el suficiente alejamiento, los problemas dejan de ser reales y se convierten en fantasmas que nunca existieron.

Lo cierto es que, como decía al principio, la propensión al pesimismo se puede controlar mentalmente. Pero hace falta voluntad, algo que por otra parte no todo el mundo tiene, porque la autocompasión es una falsa medicina que algunos utilizan como terapia recurrente frente a los sinsabores. En mi opinión es una actitud que no conduce a nada más que a agravar las consecuencias de los problemas, en vez de mitigarlas. Pero algunos creen que con esta práctica consiguen la consideración de los demás y por eso se fustigan. Se equivocan mendigando compasión, porque quien más y quien menos ya tiene bastante con sus propias calamidades.

Algunos dirán que juego con la ventaja de ser optimista. Pero, si lo fuera, no es porque lo lleve grabado en los genes, sino porque practico con intensidad la filosofía del vaso medio lleno; y como hasta ahora no me ha ido demasiado mal, recomiendo a todos que la practiquen, que digan lo del chiste: virgencita, virgencita, que me quede como estoy.


13 de diciembre de 2022

No hay que confundir el culo con las témporas

Pido de antemano disculpas por haber incluído en el título la palabra témporas, que parece ser que procede del latín con el significado aquí de sienes, muy alejadas éstas de la otra parte de nuestra anatomía que figura en el conocido proverbio. Pero vayamos a lo nuestro y dejémonos de circunloquios introductorios.
 
Si decidiéramos boicotear con nuestra simple actitud personal a los países que incumplen la Declaración Universal de Derechos Humanos, ni podríamos viajar donde quisiéramos ni escoger la ropa que nos gusta vestir en cualquier tienda ni utilizar determinadas fuentes de energía. Muchos de estos bienes, que forman parte de nuestro consumo habitual, proceden de estados con dictaduras opresoras, que no guardan ningún respeto hacia la dignidad de sus ciudadanos, en los que se cometen verdaderas atrocidades. Sin embargo, dejar de comprar sus productos no va a cambiar la indignante realidad que los rodea. Para eso existen otros mecanismos, que por cierto no están en nuestras manos, sino en las de la comunidad internacional.

A mí siempre me ha parecido algo absurdo por inútil dejar de consumir cava catalán o vodka ruso, por aquello del independentismo en un caso y de la invasión de Ucrania en el otro. Son sólo ejemplos, pero si me dejara llevar es posible que no me quedara espacio en este artículo para citar otros muchos. Lo digo porque he oído decir que ver en televisión los partidos del mundial de Catar realimenta la vulneración de los derechos humanos en aquel país, en el que de los dos millones y medio de habitantes sólo doscientos cincuenta mil tienen la ciudadanía catarí. El resto de los que viven allí son, como consecuencia, ciudadanos de segunda. Además, con un sistema  patriarcal que mantiene a las mujeres bajo la absoluta tutela de los hombres, sean estos sus padres, sus hermanos o sus maridos. Y todo lo anterior sin mencionar a los centenares de trabajadores que han muerto durante la construcción de las infraestructuras para el campeonato mundial de fútbol.

Como yo sí he visto los partidos que me interesaban, es decir, los que jugó nuestra selección, me he puesto a pensar si con este gesto habré contribuido a fomentar la constante vulneración de los derechos humanos en Catar; y, de la misma manera que nunca he dejado de brindar con cava catalán y de tomar algún chupito de vodka de cuando en cuando, he llegado a la conclusión de que no hay que confundir el culo con las témporas ni las churras con las merinas.

Este examen de conciencia me ha dejado muy tranquilo, porque significa que tampoco voy a plantearme dudas a la hora de utilizar en mi coche gasolina elaborada a partir de petroleo importado de Arabia Saudita, por proyectar algún viaje a Oriente Próximo, donde el terrorismo por un lado y la represión contra los palestinos por otro causan un auténtico genocidio, o por comprar prendas de vestir elaboradas en Bangladés por trabajadores sometidos prácticamente a la esclavitud. Es decir, voy a continuar mi vida como antes de que me alertaran sobre la inconveniencia de ver los partidos del mundial.

Por cierto, ya que menciono el futbol, una cosa es ver algún partido y otra muy distinta sumarse a la estupidez mediática que se ha organizado alrededor de este acontecimiento deportivo, una especie de catarsis que parece haber alienado a una parte de la población mundial. Cuando, como en mi caso, el futbol es un espectáculo entretenido y pare usted de contar, todas estas zarandajas sobran. Yo, cuando termina un partido, me olvido enseguida. El espectáculo ha terminado y a otra cosa. Si España hubiera continuado en la liza, mejor que mejor, porque así seguiría disponiendo de una distracción más. Pero no ha podido ser.

Volviendo al asunto que hoy me ocupa, nunca me he sumado a campañas que no conducen absolutamente a nada, lo que no significa que no me preocupe la constante vulneración de los derechos humanos en tantos lugares del mundo, entre ellos, y muy destacado, Catar. Pero en política internacional, donde tantos intereses contrapuestos se mueven, no voy a enarbolar banderas reivindicativas a título personal, aunque sí procuraré defender la dignidad de las personas y el respeto a los derechos del hombre allá donde se me dé voz. 

A mi entender, para ello hay cauces entre los que no figura dejar de ver  los partidos de futbol.

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9 de diciembre de 2022

Menos lobos, Caperucita

Opinaba el otro día The Economist, la prestigiosa publicación semanal británica, a la que me asomo de vez en cuando, que la economía española estaba resistiendo bien los embates de la crisis derivada de la invasión de Ucrania. No es un semanario que se caracterice por la frivolidad de sus opiniones ni mucho menos por la parcialidad. Es más, en determinados estamentos internacionales se temen sus juicios, porque con frecuencia son demoledores.

Como vivimos en un país sometido a una disparatada tensión política, con agoreros apocalípticos en un lado y pregoneros de las bonanzas económicas en el otro, uno a veces no sabe a qué carta quedarse. Sin embargo, lo cierto es que todo indica que, aunque estemos en medio de una gran tormenta desestabilizadora, la economía del país en su conjunto aguanta las embestidas. El empleo mejora, el consumo no disminuye, las exportaciones se mantienen y el comercio, aunque volátil, no parece sufrir en su conjunto demasiado las consecuencias de una guerra que está cambiando por completo la forma de vivir de los europeos.

El puente de la Constitución ha sido un ejemplo muy claro de que las cosas no deben de ir tan mal como algunos dicen. Millones de españoles se han desplazado arriba y abajo, al este y al oeste, a pesar de que la climatología no ha acompañado. Pero no sólo se han movido impulsados por las ganas de salir de su cotidianidad, sino que además han gastado al parecer mucho más de lo que se podía esperar en mitad de una crisis. En cualquier caso, ha sido un movimiento que demuestra lo que The Economist sostiene, que la economía de nuestro país resiste.

Lo que sucede es que algunos, llevados por sus deseos de derribar como sea al gobierno actual, ya no hacen caso ni siquiera a las estadísticas. Cuando nadie en nuestra historia democrática ha dudado nunca de la veracidad de las cifras del paro, ahora se ponen en tela de juicio, como si no existieran controles y auditorías y como si en un mundo con modernas tecnologías puesta al servicio de las estadísticas se pudiera dar gato por liebre de un plumazo, a gusto del gobierno de turno.

Yo creo que la oposición debería pensar mejor sus estrategias, porque las exageraciones suelen volverse en contra de los exagerados debido a que a las mentes sensatas no les entran en la cabeza. Puede que una o dos sí cuelen, pero cuando la hipérbole se repite un día sí y otro también, son muchos los que terminan pensando aquello de menos lobos, Caperucita. Es cierto que hay quienes, deseosos de comprobar el fracaso del gobierno, aplauden con frenesí al oír pregonar las hecatombes, pero es gente que ya estaba ganada para la causa. Sin embargo, la ancha franja de electores moderados, que se mueve en el centro político tratando de encontrar la verdad sobre la situación, cierra los oídos cuando oye ponderaciones melodramáticas y pone a los autores en tela de juicio..

Lo dice The Economist y lo palpamos día a día en la realidad social que nos rodea. Por supuesto que hay tensiones, cómo negarlas, porque los precios se han disparado y los intereses de las hipotecas han subido. Pero como en este tipo de juicios es preciso recurrir a la comparación, resulta que España es en este momento el país de la UE con menos inflación, lo que demuestra una buena base económica para resistir. Negarlo es simplemente mentir.

En cualquier caso, aunque yo no me he movido de casa porque en esta época del año prefiero no “hacer mudanzas”, he contemplado con prudente satisfacción cómo lo hacían millones de nuestros conciudadanos, porque ha aumentado mi confianza en el futuro.

Otra cosa es que se hayan calado hasta los huesos. Aunque ya sabemos que sarna con gusto no pica.

Feliz regreso a todos.

2 de diciembre de 2022

Las viejas circunvalaciones de nuestras ciudades

Supongo que ya he confesado aquí en alguna ocasión que siempre me ha interesado el urbanismo, aunque sólo sea a título de entretenimiento o hobby. Por eso, desde hace tiempo me preguntaba que lógica numérica se escondería detrás de los nombres de las circunvalaciones de las grandes ciudades, es decir, en el caso de Madrid, de las denominaciones M-30, M-40 y M-50. A falta de que algún docto en la materia me corrija y me dé otra explicación más convincente, he llegado a la conclusión de que procede de considerar a las rondas más antiguas, las que rodean los cascos históricos, como la primera circunvalación; las que delimitan los ensanches que se edificaron durante los siglos XIX y XX, como la segunda, y los corredores circulares que absorben y distribuyen el intenso tráfico de las últimas décadas como el tercero. Elemental, querido Watson, como diría nuestro amigo Sherlock Holmes.

Pues bien, de acuerdo con esta lógica de clasificación numérica, en el caso de Madrid, la M-10 coincidiría con el trazado de la Real Cerca de Felipe IV, construida en 1625, perfectamente identificable hoy por haber dado lugar a una serie de importantes avenidas actuales. Para no aburrir, diré que los antiguos Bulevares, desde Colón hasta Alberto Aguilera, formarían parte de esta circunvalación, así como las calles que rodean el Retiro, desde Atocha hasta la confluencia de Menéndez Pelayo con O´Donell. Tengo identificadas las demás, pero insisto en que no quiero ser pesado.

La M-20 coincide casi en su totalidad con las llamadas rondas, Doctor Esquerdo, Francisco Silvela, Joaquín Costa, Raimundo Fernández Villaverde y Reina Victoria.  En cuanto a la M-30, nada tengo que explicar aquí, porque todos la hemos sufrido y la seguimos sufriendo con frecuencia. Y de las que vienen a continuación, M-40 y M-50, ídem de ídem.

Una buena manera de saber a qué distancia del centro de nuestra ciudad vivimos cada uno de nosotros es relacionar la ubicación de nuestra casa con las circunvalaciones. No es una medida rigurosa, ni mucho menos, porque ni sus trazados son concéntricos ni son perfectamente circulares. Pero resultan una buena indicación de la "centralidad" o “extrarradialidad” del barrio en el que nos movemos. Yo por ejemplo resido entre la M-10 y la M-20, concretamente entre las calles de Menéndez Pelayo (M-10) y Doctor Esquerdo (M-20). Animo a los lectores de estas líneas a que sitúen sus casas dentro de las circunvalaciones de la ciudad en la que viven, si es que viven en una ciudad con circunvalaciones. Aunque en estos tiempos casi todas las grandes y medianas cuentan con alguna.

La primera vez que yo me encontré con una circunvalación como conductor fue en Roma, cuando todavía era un joven a quien no le daba miedo adentrarse en coche en una gran ciudad desconocida. Aquella primera ronda romana se conocía por Vía Anulare y la utilicé, no sin dificultades de orientación, para dirigirme desde la autopista por la que llegaba -la de Florencia- al barrio donde estaba mi hotel, cerca de la estación Termini. Estoy hablando de principios de los setenta, cuando aquí, en Madrid, sólo contábamos con la M-30 -el arroyo de El Abroñigal-, todavía sin concluir. Cuento esto, porque no me cabe la menor duda de que los cinturones de las grandes ciudades constituyen un auténtico reto para los visitantes que no los conozcan con detalle. Es más, por lo general suponen un factor disuasorio para los automovilistas foráneos.

Sin embargo, las circunvalaciones son la única solución para aliviar los efectos del desmesurado tráfico que soportan nuestras ciudades. Distribuyen la circulación entre barrios sin necesidad de atravesar el centro y, por tanto, descongestionan el movimiento interior. Sus detractores argumentan que contribuyen al imparable crecimiento de las grandes urbes, pero yo estoy convencido de que, con ellas o sin ellas, no hay quien le ponga límites al aumento de población de las metrópolis.

Pero esto sería objeto de otro artículo.