Poco más de cien años después se declararía una pandemia, la del Covid-19, que ha cambiado nuestras vidas de manera drástica y que nos ha obligado a modificar nuestros hábitos por completo. Después, cuando parecía que la situación estaba superada y, aunque con precauciones, volvíamos a la normalidad, Rusia invadió Ucrania, una situación que ha obligado a la Unión Europea a tomar partido. Como consecuencia, nos hemos visto inmersos en un conflicto que, aunque las bombas no caigan sobre nuestras cabezas, está perjudicando la economía, ralentizando el crecimiento y amenazando con hacernos retroceder en nuestra calidad de vida.
Pero como las desgracias nunca vienen solas, en España los políticos desatan sus iras, se enzarzan en insultos y descalificaciones, alteran las reglas del juego e intentan influir en el orden democrático por procedimientos que nunca, desde que se restauró la democracia en España, se habían utilizado. Una oposición, sedienta de modificar la realidad política que reflejaron las urnas en las últimas elecciones generales, utiliza a los jueces como ariete contra el gobierno y, en consecuencia, ocasiona un deterioro de las instituciones que, según juristas y politólogos, pone a nuestro sistema democrático contra las cuerdas.
Por todo esto, los años veinte del siglo XXI no serán recordados nunca como felices, sino como una década aciaga. Aquella ilusión desmedida de nuestros antepasados ni se ha repetido ni parece que vaya a repetirse en un futuro más o menos inmediato. Todo lo contrario, la situación es tan delicada, tan incómoda y tan triste que asusta, incluso a personas proclives al optimismo, como en mi caso. Intento pensar que todo se superará, que de las situaciones más difíciles se acaba saliendo, pero aun así la preocupación no se me va de la cabeza. Como decía el título de aquella película, qué habremos hecho para merecernos esto.
Lo que sucede es que ahora llega la Navidad y, aunque el virus de esto no entienda, aunque Rusia no esté dispuesta a dar tregua y aunque nuestros políticos continúen con sus miserias y mezquindades, me voy a abstraer de toda desdicha y voy a procurar centrarme en mi entorno inmediato, que me sirve de reconfortante refugio ante cualquier aspereza de la vida. En ese contexto figuran por supuesto mi familia y mis amigos. Pero, que a nadie le quepa la menor duda, también están todos los que leen estas torpes reflexiones mías, cuya presencia etérea me anima a seguir escribiendo.
La Navidad se ha convertido por tradición en un periodo de acercamiento, de alegría y hasta de jolgorio. El tópico bélico relata que incluso los combatientes salen de sus trincheras y se abrazan con el enemigo, dando tregua a sus peleas. Pues bien, yo hoy, cuando redacto estas líneas, voy a intentar olvidarme del ambiente que algunos están creando sólo para favorecer sus propios intereses y voy a pensar que “to er mundo es bueno”, aunque lo diga con la boca chica. Pero Navidad es Navidad y no me importa repetirlo una y mil veces.
Feliz Navidad a todos y seguiremos “viéndonos” en el próspero año que ya está ahí, a la vuelta de la esquina.
Creo que todos compartimos la misma preocupación por la situación política del Mundo, de Europa y singularmente de España, pero no hay nada que no tenga arreglo, por negro que lo veamos. Esperemos que pronto reine la sensatez (deseo para el año nuevo).
ResponderEliminarMuy felices fiestas a todos.
Fernando, amén. Que no cunda el pánico.
EliminarLuis, ¿de verdad que vas a abrazar a la señorita Díaz?
ResponderEliminarUn abrazo navideño.
Ángel
No entra dentro de mis planes, pero en Navidad hago cosas insospechadas.
EliminarUna vez más, Feliz Navidad
Aunque no simpatizo especialmente con estas fiestas - no aguanto los típicos villancicos - me parece bien el ambiente de paz que se supone que impregne a todo el mundo. Mi deseo navideño es que ese ambiente de paz se extienda en el tiempo y que todas las alternativas políticas, incluidas las extremas, encuentren al forma de convivir.
ResponderEliminarAlfredo, Feliz Navidad. A mí, algunos villancicos sí me gustan. Me traen recuerdos de la infancia. Qué le vamos a hacer si uno es algo nostálgico.
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