Pero aun así me niego a aceptar este principio
de fatalidad, porque yo personalmente practico el optimismo sin demasiados esfuerzos o, dicho de otra manera, evito con cierta facilidad caer en el pesimismo. Es
cierto que todos en mayor o menor medida atravesamos momentos difíciles, en los
que la predisposición al desánimo y a la desesperanza está servida. Sin embargo, si se utiliza la
razón de manera ordenada es posible superarlos, no la causa, pero si el efecto. De manera que, a los que se abandonan a su suerte sin luchar voy a dedicarles unas parrafadas, aunque puede que me esté metiendo en camisa de once varas, algo que no sería la primera vez que me sucede en este blog.
Existen varias normas de comportamiento para superar estos momentos de propensión al pesimismo o a la visión del vaso medio vacío. Lo primero que se debe hacer cuando se acumulan los factores negativos, porque las desgracias nunca llegan solas, es diseccionarlos, separarlos y no mezclarlos en un totum revolutum, que lo único que consigue es agravar la situación. Después analizarlos uno a uno y tratar de solucionarlos, si es que tienen solución. Si no, encapsularlos mentalmente como algo inevitable y aceptar una realidad con la que tendremos que vivir.
La segunda norma, llamémosla de las compensaciones o del equilibrio, consiste en tratar de encontrar en tu propia realidad alguna contrapartida al desajuste emocional que te pueda haber causado el problema. Siempre habrá alguna, aunque nunca la hayamos tenido en cuenta porque no la necesitábamos. Como ejemplo pondré que muchos de los que han sufrido alguna pérdida de facultades físicas por accidente o por enfermedad, superan sus limitaciones intentando suplirlas con otras habilidades. Es algo que vemos a nuestro alrededor con cierta frecuencia.
La tercera regla es la de la distancia. Con los problemas sucede lo mismo que con los paisajes, no se ven igual de cerca que de lejos, porque cuanto mayor sea la distancia que se pone, de mejor perspectiva se dispondrá. Si no nos separamos mentalmente del problema que tratamos de soslayar, no lo veremos con la claridad necesaria. Muchas veces, vistos con el suficiente alejamiento, los problemas dejan de ser reales y se convierten en fantasmas que nunca existieron.
Lo cierto es que, como decía al principio, la propensión al pesimismo se puede controlar mentalmente. Pero hace falta voluntad, algo que por otra parte no todo el mundo tiene, porque la autocompasión es una falsa medicina que algunos utilizan como terapia recurrente frente a los sinsabores. En mi opinión es una actitud que no conduce a nada más que a agravar las consecuencias de los problemas, en vez de mitigarlas. Pero algunos creen que con esta práctica consiguen la consideración de los demás y por eso se fustigan. Se equivocan mendigando compasión, porque quien más y quien menos ya tiene bastante con sus propias calamidades.
Algunos dirán que juego con
la ventaja de ser optimista. Pero, si lo fuera, no es porque lo lleve grabado en los
genes, sino porque practico con intensidad la filosofía del vaso medio lleno; y
como hasta ahora no me ha ido demasiado mal, recomiendo a todos que la practiquen, que digan lo del chiste: virgencita, virgencita, que me quede como estoy.
Interesante tema que da para mucho que hablar o, en nuestro caso, escribir.
ResponderEliminarA propósito de las perspectivas:
Cuando llegamos, hace algunos años, a la casa que habitamos actualmente, nos dedicamos a explorar el entorno. Al otro lado del valle había una casa aislada, toda rodeada de bosque, que nos llamó enseguida la atención. Cuando fuimos a explorar ese otro lado del valle tardamos en encontrar la casa rodeada de bosque, hasta que al final nos dimos cuenta: la casa que nosotros veíamos desde la nuestra no estaba tan rodeada de bosque como se veía desde nuestra perspectiva, sino que tenía muchos claros alrededor, e incluso había otras casas cercanas, así que no estaba tan aislada como parecía. La distancia nos daba una perspectiva que no correspondía a la realidad.
Respecto al optimismo y el pesimismo: pienso que nos volvemos pesimistas cuando tendemos a pensar más en lo que no tenemos que en lo que tenemos. En cambio, si pensamos más en el gozo que nos proporciona lo que tenemos, seremos más optimistas. Esto por lo que concierne a los asuntos privados que podemos resolver por nuestra cuenta; pero el asunto se vuelve más enjundioso cuando el pesimismo viene provocado por la actitud de los demás. Pensemos en la política: cuando leo o veo ciertas actitudes y esas voces airadas y catastrofistas en los profesionales de la política y en los medios, no puedo menos que acongojarme y pensar pesimistamente: “esto no tiene arreglo, Dios mío ¡a dónde vamos a llegar!” Y cuanto más leo y más veo noticias y opiniones, más me acongojo y más pesimista me vuelvo. Ante estos vendavales de malas noticias y opiniones, ante los cuales poco o nada podemos hacer, ¿qué otra cosa nos queda que apagar el televisor, la radio, cerrar el periódico o el móvil y dedicarnos a “lo nuestro”, a lo que sí está en nuestras manos resolver?
Fernando, especto a tu primer párrafo, me parece una anécdota curiosa que demuestra que las casas hay que elegirlas de cerca, incluso entrando dento y probando que todo funciona. No es lo mismo que lo que les sucede a los problemas y a los paisajes, que a cierta distancia se ven mejor.
EliminarEn cuanto al optimismo o pesimismo, ni siquiera el lamentable espectáculo de nuestra política actual, en la que el Tribunal Constitucional se comporta como si fuera un parlamento más, debe desanimarnos. Todo esto pasará y las aguas volverán a su cauce. Ni siquiera esta derecha, que no acepta la legitimidad del actual gobierno, puede acabar con el juego democrático haciéndonos creer que una votación en el parlamento, donde reside la soberanía nacional, es un golpe de estado. Europa está ahí y no puede aceptar disparates como el que parece que se está fraguando. Si no, al tiempo.
Ojalá sea como dices, Luis.
EliminarCoincido con el artículo: ante una mala situación hay que plantearse qué hacer para neutralizar sus efectos. Si no se pueden neutralizar, al menos pensar cómo mitigarlos. Mientras uno piensa - y actúa - no se abandona a la desesperanza.
ResponderEliminarAlfredo, no sólo no se debe uno abandonar a la desesperanza como tú bien dices, sino además levantar la frente, relativizar el problema y seguir adelante con optimismo. La vida es una continua sucesión de acontecimientos, donde no todos pueden ser malos.
ResponderEliminar