27 de noviembre de 2023

Un libro demoledor: "Todos lo sabían"

 

Acabo de leer un libro que cayó en mis manos casi por casualidad. Se titula “Todos lo sabían”, con el subtítulo de “Juan Carlos I y el silencio cómplice del poder”, y está escrito por el polifacético periodista José García Abad y editado por Esfera de los libros. Como digo en el encabezamiento de este artículo, su lectura me ha resultado demoledora, porque más allá de la pormenorizada narración de los escándalos que ha protagonizado el rey emérito durante su reinado, las 341 páginas del ensayo constituyen una historia detallada del comportamiento de una determinada clase social española, la formada por todos aquellos que de una u otra manera han rodeado al monarca.

Desde la primera línea queda claro que el prestigio de don Juan Carlos I está empañado por un comportamiento muy alejado de su obligación institucional de dar ejemplo. Aunque es cierto que el español de a pie perdona con facilidad los devaneos de alcoba, no lo hace con los enjuagues económicos. En este libro se pone de manifiesto que en el caso que nos ocupa esas dos facetas del comportamiento han ido unidas con solidez, la avaricia y la lujuria.

No voy a entrar en detalles, porque de todos son conocidos. Pero sí diré que de este libro se desprende desde el primer momento la absoluta impunidad que ha rodeado su protagonista desde el principio de su reinado, porque todos, desde los presidentes de los sucesivos gobiernos que se han ido sucediendo, hasta los jefes de los servicios secretos, pasando por los jueces que han investigado las causas en las que don Juan Carlos se ha visto involucrado, han permitido con su silencio, cuando no con la colaboración necesaria, un estado de cosas que llega a lo inverosímil, por no decir a lo esperpéntico.

Explica el libro que en algunos casos este silencio cómplice se ha debido a la cautela necesaria en los políticos cuando tratan los temas que rodean al jefe del Estado en una monarquía. Pero es que, a lo largo de su lectura, uno va convenciéndose cada vez más de que no ha sido cautela institucional, sino miedo a enfrentarse con el monarca y correr el riesgo de perder el estatus alcanzado. La inviolabilidad de la figura real, amparada por la Constitución, crea una especie de concha protectora alrededor del rey, que repele las tentaciones de afearle la conducta, aunque ésta sea tan fuera de lo esperado como la que se narra en el libro.

No estamos hablando de nimiedades económicas, sino de una auténtica fortuna acumulada a través de “regalos” interesados procedentes de mandatarios extranjeros o de empresarios de cualquier lugar. Eso sin contar con la utilización de fondos reservados para preservar el buen nombre de su majestad o para facilitar acomodo a sus amantes o para satisfacer los caprichos y exigencias de sus concubinas.

Supongo que lo que se cuenta en el libro no a todo el mundo le producirá el mismo efecto que me ha causado a mí. Los habrá que digan pelillos a la mar o que son habladurías de rojos o que por qué no se resaltan sus contribuciones a la estabilidad de la nación o que al fin y al cabo es un hombre como los demás. Sí, habrá de todo. Pero a mí me ha reafirmado en una idea que guía mi pensamiento político desde que era muy joven, la de que estos escándalos no se hubieran dado en un presidente de la república o, de darse, habría acabado con sus huesos en la cárcel y no en Abu Dabi.

Es un libro de lectura recomendable para todos aquellos que sientan interés por el funcionamiento de nuestras instituciones.

22 de noviembre de 2023

Cruces de Borgoña y águilas bicéfalas

 

Después de haberse pasado la vida intentando adueñarse en exclusiva de la bandera de España, parece ahora que a los de la ultraderecha les resulta insuficiente y necesitan más. Últimamente han empezado a aparecer en las manifestaciones “patrióticas” docenas de cruces de Borgoña, un distintivo que caracterizaba a los ejércitos imperiales españoles siglos atrás, una cruz de San Andrés en cuyos brazos se aprecian nudos de ramas cortadas. En algunas de ellas, por si fuera poco, con el águila bicéfala del emperador Carlos V superpuesta. Como decía un buen amigo mío cuando algo le sorprendía, da que pensar.

En las alteraciones del orden público que se han vivido en las calles en las últimas semanas, no sólo se exhiben cruces de Borgoña, sino además antorchas encendidas. Dos símbolos, el del imperio añorado y el del fuego destructor.  La exaltación y el exterminio, todo unido a favor de quimeras fascistas, de ensoñaciones enfermizas, de la destrucción de la convivencia. Por supuesto que no era lo único que los aguerridos de la ultraderecha exhibían, porque también se han podido ver adoquines arrojadizos y, sobre todo, muchas capuchas encubridoras de la cobardía. Toda una exhibición de la parafernalia ultra, de los que añoran la noche de los cristales rotos.

Si esta ultraderecha, aleccionada por sus líderes y consentida por los dirigentes conservadores, ha llegado a estos extremos de esperpento se debe a que están desesperados. A Vox las encuestas no le van bien, el desprestigio ensombrece las figuras de sus líderes y están rabiosos. Si no fuera porque estamos en Europa, protegidos por un club demócrata muy poco amigo de veleidades golpistas, estos vándalos no cesarían hasta intentar romper la convivencia. Sus mentes, nada proclives a la palabra y al razonamiento, los conduce por la única senda que conocen, la de la dialéctica de los puños y las pistolas. Brazo en alto, “caralsoles” y pedradas.

Pero lo peor de todo esto es que cuentan con la complicidad del PP, algunos de cuyos líderes nadan en la complacencia, justifican las manifestaciones en aras de la defensa de España y tildan a sus adversarios políticos de poco menos que de haber vendido su alma al diablo. No hacen absolutamente nada para parar los desmanes, porque en el fondo les gusta revolcarse en el fango del río revuelto.

Tengo muchos amigos conservadores y alguno de ellos más que eso. Cuando sale este tema en cualquier conversación se callan o bifurcan a otros menesteres o dicen aquello de y tú más. No están cómodos con lo que sucede, porque una cosa es ser de derechas y otra muy distinta reventar las calles. Como se han quedado sin una formación política que represente de verdad el conservadurismo moderado, están perdidos. Sólo les queda o el silencio o culpar a Pedro Sánchez de todas las desgracias que padece la humanidad.

Este país se merece otra derecha, un partido conservador que sirva de contrapeso a las en algunos casos exageraciones reivindicativas. Pero no un Frente Nacional al estilo de los fascismos que campearon por Europa en las primeras décadas del siglo pasado.

Los conservadores moderados se han quedado huérfanos y buscan con denuedo amparo.

18 de noviembre de 2023

Habemus presidente

La sesión de investidura de Pedro Sánchez ha tenido, a mi modo de entender, muchos momentos dignos de mención. Pero como los detalles son conocidos por todos, voy a limitarme a reflexionar hoy aquí sobre mis impresiones personales. Creo que en general se trató de un buen ejercicio de democracia, sólo roto en algunos momentos por ciertas salidas de tono y por algunos gestos discordantes. En cualquier caso, para los que nos apasiona la palabra, venga de quien venga, fueron pocas las intervenciones que no despertaran interés político.

Del protagonista principal, del candidato, poco voy a decir. Simplemente que sus mensajes respondieron a lo que se esperaba de él, un resumen de sus intenciones de continuar con las reformas iniciadas en la legislatura anterior y una explicación del alcance de sus pactos con los que le han apoyado. De su principal oponente, Núñez Feijóo, tampoco ninguna sorpresa. Réplica a la defensiva, con el marchamo de absoluto rechazo hacia quien había acabado con sus aspiraciones de conseguir la presidencia del gobierno.

Me llamó la atención el tono comedido de los partidos nacionalistas. Si bien es cierto que ninguno de ellos mostró gran entusiasmo al justificar su apoyo a la investidura, no lo es menos que el tono fue de confianza en el futuro. Todos dejaron claro que no firmaban un cheque en blanco, pero también todos con mayor o menor claridad expresaron sus intenciones de hacer política dentro de la legalidad vigente. Lo resalto porque, en contra de los que algunos opinan, quedó claro y manifiesto que se sumaban al juego político del Estado, sin menoscabo de sus aspiraciones de autogobierno; lo subrayo, porque me gustaría pensar que estamos en el inicio de una nueva manera de hacer las cosas.

Ahora la pelota está en el tejado del gobierno. Poco a poco iremos viendo las verdaderas intenciones de unos y de otros, de los que desde las altas instancias de la nación proponen ahondar en el autogobierno de las nacionalidades históricas sin menoscabo de la unidad de España y las de los que en algún aciago momento optaron por la unilateralidad y crearon una de las mayores crisis de nuestro estado en los últimos años.

La amnistía, la espinosa y controvertida decisión de Pedro Sánchez, escogida por la derecha y por la ultraderecha como late motiv de su oposición a la investidura del candidato, no es más que un instrumento para enfriar la tensión, ganar confianza los unos en los otros y propiciar el entendimiento entre todos los españoles. Porque el fin es otro, el de conseguir que todos, sin excepción, nos sintamos cómodos dentro de nuestra nación, para lo cual nunca debería ser un obstáculo que algunos defiendan que su región o su autonomía es también una nación.

Si a esa estructura nacional hay que llamarla nación de naciones, yo no tendría ningún inconveniente en admitirlo. Entre otras cosas, porque si nación es el conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común, es un hecho incuestionable que la española se formó por la unión de otras anteriores a su existencia. La Constitución lo reconoce así cuando habla de “nacionalidades históricas”.

13 de noviembre de 2023

Hipocresía galopante

 

Una vez más acudo al diccionario para asegurarme de que utilizo la palabra correcta. Parece ser que hipocresía significa fingimiento de cualidades, sentimientos, virtudes u opiniones que no se tienen. Pues bien, cuánto hipócrita galopa en las filas conservadoras en estos momentos. Los repetidos hasta la saciedad eslóganes de España se rompe, que grita ahora José María Aznar hasta desgañitarse, producen escalofríos cuando recordamos que él para gobernar cedió treinta millones a los nacionalistas catalanes, suprimió los gobiernos civiles de todas las provincias de España y retiró la Guardia Civil de Tráfico de Cataluña para sustituirla por los Mossos. Eso sí, alegando que con esas concesiones garantizaba la estabilidad de España durante los siguientes cuatro años.

Pero como para algunos, una vez puestos a exagerar, qué más da ocho que ochenta, no contentos con la amenaza de la ruptura de nuestro país, ahora ciertos líderes conservadores tildan a Sánchez de dictador y de golpista. Isabel Díaz Ayuso incluso se atreve a opinar que lo que está sucediendo es tan grave como lo que aconteció el 23F. Cuca Gamarra, por su parte, con esa media sonrisa que la caracteriza, nos informa de que el próximo gobierno de Pedro Sánchez será ilegal, porque nace de unos pactos que no son legales. Y no contento con lo anterior, ya metido en la dinámica del esperpento, Alberto Núñez Feijóo no deja de gritar a los cuatro vientos que quien ganó las elecciones fue él y no los que ahora van a formar gobierno.

Si no fuera por las cicatrices que estas actitudes histéricas dejan en la sociedad, sería para tomárselo a guasa. Pero cuando los que están obligados por su representatividad institucional a moderar el lenguaje sacan los pies del plato, no es risa lo que produce, sino tristeza. Estas derechas de ahora no están a la altura de las circunstancias, les han entrado de repente unas prisas acaloradas por recuperar el poder y no reparan en el daño que hacen a nuestra convivencia. Están rompiendo, sin querer o queriendo, el pacto constitucional que tanto esfuerzo costó construir después de la dictadura.

Yo confío en la fortaleza de nuestras instituciones y, como consecuencia, no tengo la menor duda de que estas locuras se quedarán en agua de borrajas. Pedro Sánchez explicará en el Congreso el alcance de los pactos conseguidos, será investido presidente del gobierno dentro de unos días, conformará un gobierno progresista y se pondrá en marcha una nueva legislatura. El Constitucional estudiará los recursos que se le presenten, si es que se le presentan o si es que los admite a trámite, y dictará sentencia; y si hay que corregir algo se corregirá. Y la oposición se tendrá que centrar en lo que le corresponde en democracia, en defender sus opiniones en el parlamento y no en inundar las calles de enloquecidos vociferantes envueltos en banderas anticonstitucionales o de otros tiempos.

Pero en la sociedad española quedará el regusto del mar de fondo que los populares y los de la ultraderecha al unísono han creado durante estos meses, un sabor a desesperación, a frustración, a revancha y a odio, que tardará algún tiempo en desaparecer.

¡Cómo echo de menos aquella derecha respetuosa con la democracia y con la Constitución que aceptaba la alternancia sin aspavientos! Pero se tomaron muy en serio aquello de la derechita cobarde y se lanzaron al monte de las revueltas callejeras, de los gritos y de los insultos. 

10 de noviembre de 2023

La letra chica de Pedro Sánchez

 

Hay fuentes inagotables de inspiración, sobre todo para los que, como me sucede a mí, intentan captar las estulticias al vuelo. El otro día, la ínclita presidenta de la Comunidad de Madrid advirtió a la concurrencia de que había que estar atento a la letra chica de las intenciones de Pedro Sánchez, porque, según explicó, no sólo pretende ser investido presidente, sino que además está preparando todo un programa de gobierno para la próxima legislatura. Elemental, querida mandataria. Esta pretensión, aunque a usted le produzca una alarma inusitada, honra al candidato, puesto que pone en evidencia que lo que pretende es gobernar durante otros cuatro años y continuar avanzando en el desarrollo de un programa progresista.

Al hilo de esta reflexión, si las negociaciones se han alargado en el tiempo se debe precisamente a que no se trata de un simple reparto de concesiones, sino de llegar a acuerdos que sean un compendio de las aspiraciones de todo el arco parlamentario, a excepción de los populares y sus aliados de la ultraderecha, que se han autoexcluido hace mucho tiempo de cualquier intento de concordia. Pero es que además estos pactos deben cumplir escrupulosamente con la legalidad vigente, porque de otra manera no pasarían los preceptivos filtros institucionales. Dicho de otra manera, parece que será un proyecto de carácter nacional, transversal si se prefiere, donde se tendrán en cuenta asuntos sociales, económicos e identitarios. No olvidemos que en este compromiso interviene fuerzas conservadoras y progresistas, y partidos de ámbito nacional y de clara tendencia nacionalista.

Precisamente ese alcance de carácter nacional es lo que más inquieta a los que les alarma la letra chica. Como lo han visto venir, se han inquietado y se han ido agarrando a todo aquello que pudiera desprestigiar a los negociadores. No han estado nunca dispuestos a aceptar que sus rivales consigan aglutinar a tantas tendencias y tan distintas, a tantos sentimientos y tan dispares. Cuando piensan en el posible éxito de una maniobra de esta envergadura se solivianta. No hay más que oír sus lamentaciones para entender sus cuitas. Sólo con verlos gritar en las calles con antorchas amenazadoras y a pedradas contra la policía se entiende lo que les sucede.

Ahora, inquietos por las consecuencias de sus llamadas a ocupar las calles, intentan desmarcarse de los vientos que han sembrado y de las tempestades que están recogiendo. Lo hacen a regañadientes, mirando para otro lado y siempre con derivadas adicionales para intentar repercutir la violencia en las víctimas. La culpa es de la policía o de Marlasca. Los culpables no son ellos, sino los que defienden las sedes del PSOE. Ellos, dicen, se manifiestan en las calles porque están indignados con el "ocupa" de La Moncloa, que, ¡ojo!,  puede repetir mandato.

Hay que entenderlo. Si a Pedro Sánchez este gran pacto le sale bien, será un triunfo político de tal calado que dejará a la oposición bastante desmantelada y muy lejos de mantener aspiraciones de gobierno a corto plazo. Lo que sucede es que, desde mi modesta opinión, se están equivocando en la estrategia elegida. Tanto ataque al adversario, con alusiones peyorativas hacia los partidos que podían llegar a formar parte de esa coalición, han actuado como catalizador del pacto en vez de como disolvente. Ha provocado la unión, porque ha puesto de manifiesto la existencia de un frente conservador intransigente e intolerante, en el que la ultraderecha juega un papel definitivo y de cuyos ataques, por tanto, tienen que defenderse.

Yo no voy a dar consejos a los dirigentes del Partido Popular, y no digamos a los de Vox, entre otras cosas porque no me harían caso. Pero si me decidiera a darles uno, les recomendaría paciencia y templanza, dejar pasar este momento muy poco favorable para ellos sin aspavientos y esperar a ver que sucede después de la investidura, porque fácil para el gobierno progresista no va a serlo. 

5 de noviembre de 2023

La paranoia nacional

Antes de empezar a escribir sobre el tema que me ocupa hoy, voy a citar lo que la Academia define como paranoia: “trastorno mental que se caracteriza por la aparición de ideas fijas, obsesivas y absurdas, basadas en hechos falsos o infundados, junto a una personalidad bien conservada, sin pérdida de la conciencia ni alucinaciones”. Lo de nacional que añado en el título es un guiño a la genial película de Berlanga, La escopeta nacional, sin ninguna intención malévola.

Es curioso observar hasta qué extremos ha llegado la obsesión por las negociaciones entre Junts y el gobierno en funciones. Las campañas orquestadas al unísono por el PP y Vox han causado un efecto impresionante en la opinión pública, porque no hay capa de nuestra sociedad que no cuente con vociferantes contra las negociaciones y contra los acuerdos. Ayer, un buen amigo mío escribía en un WhatsApp de grupo la siguiente frase: “vaya país que le vamos a dejar a nuestros hijos”. Me quedé perplejo, no ya por la poética rememoración unamuniana -me duele España-, sino por la exacerbada lamentación. Hay que estar muy afectado por la paranoia para caer en tan patético pesimismo.

Como no suelo contestar a este tipo de llamémoslas provocaciones, no respondí lo que me pasó por la imaginación en aquel momento, que me siento muy orgulloso de que nuestra generación diera un gigantesco salto entre la ranciedad de la dictadura y la consolidada democracia en la que ahora nos movemos. Además, por si lo anterior no hubiera quedado claro, habría añadido que mientras heredamos una España al margen de las grandes organizaciones internacionales, mirada con recelo por las democracias europeas, ahora contamos con un estado sólido que se mueve por derecho propio dentro de la UE, la zona más desarrollada del planeta y la más respetuosa con los derechos humanos.

La paranoia nacional que nos envuelve está creando un estado de opinión pesimista y amargado, una especie de negación de la realidad de nuestro país. Porque, mientras que los pactos con los separatistas no son más que movimientos en el tablero de la política, y por tanto siempre susceptibles de ser corregidos por la dinámica política si fuere necesario, la propagación de la pesadumbre y del desconsuelo minan la moral de los países hasta extremos muy peligrosos.

Si esto está sucediendo antes de que se conozca con exactitud el alcance de los acuerdos que se están negociando, qué no sucederá cuando Pedro Sánchez sea investido presidente. Me refiero a los gritos y a los aspavientos, no a la estabilidad del país, porque, como decía arriba, nuestras instituciones gozan de buena salud y garantizan la gobernabilidad y la continuidad democrática.

Yo recomendaría a los afectados por este contagio paranoico que mantuvieran la calma, que no perjudiquen su salud con tanto desasosiego. Pero, sobre todo, que tengan más confianza en la fortaleza de nuestra nación.

2 de noviembre de 2023

Lloro por ti, Palestina

Lo que está sucediendo estos días en la franja de Gaza no puede dejar indiferente a ningún bien nacido. Se puede estar de un lado o de otro o, como me sucede a mí, abogar por una solución negociada que derive en la coexistencia de dos estados, Israel y Palestina, con fronteras seguras para ambos. Pero lo que no se puede ni se debe es permanecer neutral ante la barbarie que se ha desencadenado. Los ataques que se están produciendo en la franja de Gaza son de una iniquidad inadmisible para cualquier ser humano con un mínimo de conciencia humanitaria.

En otro artículo, hace tan sólo unos días, opiné que tan terroristas eran los unos como los otros, y lo mantengo. Los ataques de Hamás adolecieron de una crueldad contra la población civil que permite catalogarlos con este título, por muchas que sean las razones que justifican la indignación de los palestinos, que no las niego. Pero los bombardeos y acciones terrestres israelíes contra una población encerrada entre unas estrechas fronteras constituyen, sin paliativos, un genocidio, ordenado por un político corrupto y con vocación de autócrata que se llama Netanyahu, al que apoya la extrema derecha de aquel país. El otro día le oí decir a Javier Solana, antiguo responsable de las relaciones exteriores de la UE, que el actual primer ministro de Israel es sin duda el peor político que ha tenido Israel desde que existe como estado.

Supongo que el presidente Biden no lo debe de estar pasando bien, porque una cosa es respaldar la defensa de los israelíes en aras de mantener el equilibrio en la zona y otra muy distinta verse salpicado por las atrocidades que se están cometiendo en Gaza. La indignación mundial va creciendo y el prestigio del presidente de EE.UU. disminuyendo. Reconozco que su posición es muy delicada, porque no puede permitir que se rompa la difícil situación de inestabilidad en Oriente Próximo; pero las atrocidades están siendo tales que no debería permanecer en silencio.

Decía el otro día que hace muchos años que sigo la evolución de este inacabado conflicto.  Esta vez, a diferencia de otras, tengo la sensación de que podríamos estar ante un punto de inflexión. El eco de las barbaridades se está propagando a lo largo y ancho del mundo como no había sucedido hasta ahora, lo que me hace pensar que la comunidad internacional se verá obligada a exigir un alto el fuego y a continuación obligará a las partes a una negociación que devuelva la estabilidad a la zona. Si no se hace así,  aumentará la presión del conflicto, porque el pueblo palestino y los que apoyan su causa tiene ahora todavía más razones para continuar la lucha. Israel podrá masacrar a la población civil, debilitar la estructura militar de Hamás; pero el espíritu de liberación de su patria, no sólo no desaparecerá, sino que aumentará.

Ya se están oyendo voces dentro de Israel en contra de la política que está siguiendo el gobierno de Netanyahu. Quizá por ahí pueda venir una solución, por la propia reacción interna. Porque una cosa es que con unanimidad los israelíes estén dispuestos a defender su país y otra muy distinta que consideren que el procedimiento que se está siguiendo sea el adecuado, no sólo por la crueldad, sino sobre todo porque se están sembrando nuevas semillas de odio, que al final repercutirá en la seguridad de Israel a medio y largo plazo. Pan para hoy y hambre para mañana, como dice nuestro refranero.

Sigo apostando por una solución negociada, pero no tengo más remedio que manifestar mi indignación por lo que está sucediendo en estos momentos. Porque una cosa es el derecho a defenderse y otra hacerlo mediante el exterminio del enemigo.