29 de octubre de 2019

Protocolos

Hablaba yo el otro día con unos amigos de los convencionalismos que el ser humano ha ido adoptando a lo largo de los siglos para relacionarse con sus congéneres. Nuestras vidas, aunque el hecho nos pase desapercibido, están repletas de fórmulas de cortesía que aplicamos constantemente sin ninguna intención concreta, simplemente porque forman parte de la educación que nos ha dado la cultura a la que pertenecemos. Desde el buenos días, pasando por el estrechón de manos y hasta el ceder el paso por razón de sexo o de edad no son más que figuras representativas de eso que llamamos protocolo, que como enseña la Academia es el conjunto de reglas de cortesía que se siguen en las relaciones sociales y que han sido establecidas por costumbre.

Pues bien, yo me declaro protocolario o, mejor dicho, “protocolista”, aunque por incorrecto tenga que entrecomillar el palabro. Me gustan los protocolos. No sólo no me estorban, sino que me transfieren cierta sensación de orden y concierto. Considero que los comportamientos refinados, las manifestaciones de atención hacia los demás son producto del avance cultural, un signo de que el ser humano ha ido dejando en sus relaciones el trato puramente funcional y de conveniencia, hasta alcanzar un nivel de comunicación interpersonal que pone de manifiesto su consideración hacia los que lo rodean.

Incluso me gustan las manifestaciones protocolarias en el ámbito de las instituciones, siempre que no encubran un principio de sumisión. Es cierto que en ocasiones, al amparo de los protocolos, se percibe una especie de servilismo que nada tiene que ver con la consideración y el respeto humano. Pero hecha esta salvedad, considero que cumplir con los protocolos institucionales es síntoma de una buena estructuración social. Por el contrario, incumplirlos supone una forma como otra cualquiera de contestación, de insumisión y de individualismo egoísta. Cuando se vive en sociedad, y todos vivimos en sociedad, se debe cumplir con los convencionalismos sociales.

No corren buenos tiempos para los protocolos, porque la idea de que son unos corsés innecesarios está muy extendida. Incluso hay quienes propalan la idea de que cumplirlos supone una especie de atentado contra los derechos sociales; y también quienes defienden que el individuo para ser completamente libre tiene que abolir cualquier trato de excepción en sus relaciones con las instituciones y con quienes las representan. Son los antisistema, aquellos que confunden el orden institucional con la falta de libertades, ignorando el principio tan conocido de que las libertades de uno acaban donde empiezan las de los otros.

Los protocolos aportan calidad y calidez al comportamiento humano. No empezar a comer hasta que todos los comensales estén dispuestos en la mesa da a entender que se está pendiente de los demás. Y entonar un himno al comienzo de determinados actos público recuerda a todos que lo que ese símbolo representa los une por encima de cualquier otra consideración. Son convencionalismos, sí, pero muy útiles cuando se vive en sociedad.

Otro día hablaré de las liturgias, laicas o religiosas, porque no sólo se dan en el ámbito de las religiones. Pero ya digo, eso será en otra ocasión. Es un tema al que se le puede sacar mucho jugo.

24 de octubre de 2019

Travesías fluviales

Hace poco regresé de uno de esos viajes organizados que los turoperadores denominan Cruceros Fluviales, un nombre inadecuado desde mi punto de vista cuando hace referencia a la navegación por río, extraído del que se usa para referirse a los marítimos. El nombre de crucero procede del hecho de que los grandes transatlánticos cruzan los mares. Pero los pequeños barcos fluviales no cruzan absolutamente nada, sino que navegan placenteramente a lo largo de ríos y canales. Yo prefiero, y lo digo de antemano, hablar de excursiones o travesías fluviales.

Con esta puntualización me quedo más tranquilo, no sólo por rigurosidad semántica, sino además porque una travesía fluvial nada tiene que ver con un crucero marítimo. Estos últimos adolecen de cierta masificación (los pasajeros se cuentan por miles), de cierta grandiosidad algo remilgada –por no decir cursi- y de un incómodo hacinamiento en las excursiones. Por el contrario, las travesías fluviales se caracterizan por realizrse en barcos con capacidad reducida (poco más de un centenar de huéspedes), por carecer de innecesaria ornamentación y por girar en torno a visitas cercanas y en grupos nunca numerosos.

Por ejemplo, en un crucero marítimo se desembarca de madrugada en algún puerto del mar Tirreno, para a continuación subir a un autocar, hacer ochenta kilómetros por carretera y visitar Roma durante cinco o seis horas a uña de caballo. En una excursión fluvial se llega a Amberes, se atraca en el centro de la ciudad y desde allí se recorren sus calles a pie. Y si, como me ha ocurrido a mí en la última excursión por el delta del Rin, el barco atraca a las nueve de la mañana y no zarpa hasta las siete de la tarde, se dispone de tiempo para disfrutar de la ciudad, para recorrer sus calles con cierta tranquilidad y para tomar una cerveza en alguna de sus numerosas terrazas al aire libre.

En Ámsterdam, otro ejemplo que tengo muy cercano, el puerto de atraque está situado junto a la estación de ferrocarril, a diez minutos andando de la plaza del Dam, centro neurálgico de la ciudad. Dos noches y dos días de escala fluvial en la capital oficial de Holanda otorgan la posibilidad de recorrer sus calles, visitar alguno de sus museos y saborear la vida nocturna de los “amsterdameses”. Y todo a pocos minutos del barco, que al fin y al cabo es tu hotel durante esos días.

Pero quizá la diferencia más significativa entre un crucero marítimo y una excursión fluvial sea el número de pasajeros que viajan a bordo. Sabido es que en los primeros se navega en una auténtica ciudad flotante, en las que hay que hacer cola hasta para entrar en los restaurantes. En las travesías fluviales se viaja en barcos de pequeño porte, por consiguiente con poco pasaje. Todo está cercano y accesible, desde los responsables de los servicios del barco, hasta los guías asignados, que viajan junto a ti como si se tratara de unos turistas más.

Hasta ahora no he entrado en uno los factores que más influyen en el ánimo de los viajeros, sean estos “de tierra, mar o aire”, la ineludible edad.  A la mía se agradece el formato fluvial, muy cómodo y sin grandes sorpresas que puedan resultar incómodas. Por eso, porque la edad condiciona todo –salvo que uno quiera darle la espalda a la realidad- cada día me resultan más gratificantes las excursiones a lo largo de ríos y canales, porque sin grandes madrugones, sin prisas alocadas y sin caminatas excesivas puedo ver mucho sin demasiados esfuerzos.

Sin embargo, y como colofón de esta improvisada perorata, que cada uno viaje como le dé la gana, en grandes buques marítimos, en pequeños paquebotes fluviales o en globo. Pero eso sí, que no deje de viajar, porque hacerlo sólo tiene ventajas.

19 de octubre de 2019

Violencia salvaje

Uno de los inconvenientes de escribir en folio y pico –medida imprecisa pero que todos entendemos muy bien- es que no es posible matizar ni entrar en detalles. Por eso, cuando como en este caso pretendo acercarme a temas de mucha complejidad, me preocupa que no se me entienda, no por carencia de entendederas del lector sino por mi falta de habilidad. Pero si este blog nació con la idea de que sirviera para “echar mis versos del alma” –como decía el poeta cubano-, no debería amilanarme ante la dificultad. Lo he dicho muchas veces: es mi visión y con exponerla no pretendo convencer a nadie.

La intensidad del independentismo catalán ha alcanzado unas cotas inimaginables hace unos años. Que los que no deseamos la independencia de Cataluña entremos ahora en quiénes han sido los culpables y cuáles las causas de esta deriva no tiene ningún sentido. Lo que corresponde en este momento es enfrentarse a la evidente realidad de que una inmensa mayoría o minoría –pero en cualquier caso inmensa- de catalanes han interiorizado la idea de separarse de España. Y, a partir de ahí, tratar de evitarlo de la manera más inteligente posible. A mí, las tres premisas de firmeza del Estado, unidad de acción y proporcionalidad en la respuesta no me me parecen un mal resumen de cómo hay que abordar el problema. Pero no ignoro que son muchos de uno y otro lado los que opinan que son milongas. No hay más que oír a ciertos líderes políticos para darse uno cuenta de hasta que punto domina la visceralidad suicida.

La justicia ha dicho lo que tenía que decir y las fuerzas de orden público están actuando como tienen que actuar. Pero: ¿qué están haciendo los responsables políticos?  Se oye mucho aquello de que se trata de un conflicto político, pero nadie explica su alcance. También se habla de diálogo, pero tampoco se definen los interlocutores ni las premisas del dialogo, más allá de que cualquier solución deberá encajar dentro de la Constitución, una perogrullada, porque en un Estado de derecho no puede ser de otra manera. Ambigüedades todas que sólo manifiestan el profundo desconocimiento que se tiene del método a seguir.

El populismo consiste en proponer soluciones simples ante problemas complejos. Pues bien, España está ahora llena de populistas de uno y otro signo, de izquierdas y de derechas. Muchos son los que en estos momentos proponen que se apliquen medidas de excepción, sin tener en cuenta que éstas enmascaran el problema de momento pero no lo solucionan a largo plazo. Su puesta en marcha supondría, no lo olvidemos, tranquilidad aparente y explosividad contenida. ¿Es eso lo que se quiere?

Estamos en un mal momento para tomar decisiones de alcance, porque la proximidad de elecciones no favorece. Pero el gobierno, además de mostrar firmeza –lo que aplaudo- debería manifestar algún indicio de acercamiento político, que no tiene por qué significar claudicación, ni contubernio ni mucho menos debilidad. Simplemente abriría una válvula de escape que permitiera abrigar la esperanza de que pueda encontrarse una vía más o menos satisfactoria para las dos partes enfentadas en el conflicto. Estoy completamente convencido de que interlocutores no le faltarían. Algunos señalados independentistas muestran evidentes signos de estar dispuestos a abandonar la unilateralidad. No perdamos de vista los movimientos que se están produciendo en el mundo separatista, porque apuntan maneras.

Pero si sigue prevaleciendo la visceralidad sobre la inteligencia, estamos perdidos. Cada torpeza que se cometa en el lado de los que no queremos que Cataluña se separe de España alimentará las pretensiones de los independentistas. Y cada medida de fuerza que se adopte dará pretextos a los violentos para continuar con el salvaje vandalismo. Ya sé que los líderes separatistas, empecinados en alcanzar sus objetivos, no ayudan; pero esa es una de las premisas con las que hay que contar. El Estado es suficientemente fuerte  para contener la sedición; pero no basta la fortaleza física, hay que utilizar también la inteligencia.


10 de octubre de 2019

Decimoquinta Guijarrada

la hora del rancho
Hoy voy a permitirme hablar aquí una vez más de esa reunión familiar que mis hermanos y yo y nuestras mujeres y nuestros hijos y nuestros nietos celebramos una vez al año en Castellote, ese pueblo de la provincia de Teruel donde se sitúa nuestra casa familiar. Como esto de la pirámide demográfica no admite control de natalidad, empezamos hace unos años siendo dieciocho y ya hemos alcanzado la bonita cifra de treinta y seis, repartidos en tres generaciones. Y aunque en esta ocasión hayamos contado con algunas ausencias, porque los imponderables son los imponderables, hemos asistido un total de treinta.

las bellezas
Estas reuniones -Guijarradas-, que siempre han dispuesto de un formato definido, empiezan un viernes por la tarde y acaban el siguiente domingo por la mañana, es decir que ni siquiera duran veinticuatro horas. Pero como suele ocurrir con todo aquello que se espera con ilusión, se trata de dos jornadas intensísimas, llenas de imaginación y sobre todo de cariño. Los que por H o por B apenas tenemos oportunidad de vernos durante el año, esos días nos desquitamos y convivimos desde que amanece hasta que… amanece.

el teatro
Este año hemos contado con un programa muy apretado, tanto que no quedaba resquicio para el escaqueo, para esos ratos de descanso que los profesionales del turismo llaman tiempo libre. Pero no ha importado, porque arrastrados por las ganas de compartir el momento, aportando cada uno lo mejor de sí mismo e improvisando hasta el límite de lo prudente, ha habido tiempo para hacer montañismo en 4X4 -a través de pistas impracticables-, para un concurso de fotografía -con el tema monográfico de la Guijarrada-, para otro de chistes -de trama improvisada-, para alguna representación de teatro -con más mímica que diálogo-, para una suculenta paella, para unas insuperables fabes con almejas y para una “colesterólica” barbacoa, que no sólo de cultura vive el hombre.

el futuro
Pero sobre todo risa, mucha risa; y también mucho cansancio, porque tanto trajín, tanto programa, tanta improvisación, tanta interpretación y tanta continuidad agotan, algo que se soporta con satisfacción, porque la contrapartida, es decir el resultado de la intensa convivencia y sobre todo de la complicidad familiar, compensan con creces la fatiga.

los intrépidos
Como una imagen vale más que mil palabras, aquí dejo algunas fotografías escogidas entre las docenas que se hicieron durante estos días, porque los móviles no dejaron de captar el desarrollo de los acontecimientos en ningún momento, no dieron tregua.

Y ahora a pensar en la siguiente. Falta mucho, es cierto, pero con tanta actividad y con programas tan extensos y complicados, creo que todos los implicados tenemos que ir preparando nuestras aportaciones. El año que viene debería ser todavía mejor.