10 de octubre de 2019

Decimoquinta Guijarrada

la hora del rancho
Hoy voy a permitirme hablar aquí una vez más de esa reunión familiar que mis hermanos y yo y nuestras mujeres y nuestros hijos y nuestros nietos celebramos una vez al año en Castellote, ese pueblo de la provincia de Teruel donde se sitúa nuestra casa familiar. Como esto de la pirámide demográfica no admite control de natalidad, empezamos hace unos años siendo dieciocho y ya hemos alcanzado la bonita cifra de treinta y seis, repartidos en tres generaciones. Y aunque en esta ocasión hayamos contado con algunas ausencias, porque los imponderables son los imponderables, hemos asistido un total de treinta.

las bellezas
Estas reuniones -Guijarradas-, que siempre han dispuesto de un formato definido, empiezan un viernes por la tarde y acaban el siguiente domingo por la mañana, es decir que ni siquiera duran veinticuatro horas. Pero como suele ocurrir con todo aquello que se espera con ilusión, se trata de dos jornadas intensísimas, llenas de imaginación y sobre todo de cariño. Los que por H o por B apenas tenemos oportunidad de vernos durante el año, esos días nos desquitamos y convivimos desde que amanece hasta que… amanece.

el teatro
Este año hemos contado con un programa muy apretado, tanto que no quedaba resquicio para el escaqueo, para esos ratos de descanso que los profesionales del turismo llaman tiempo libre. Pero no ha importado, porque arrastrados por las ganas de compartir el momento, aportando cada uno lo mejor de sí mismo e improvisando hasta el límite de lo prudente, ha habido tiempo para hacer montañismo en 4X4 -a través de pistas impracticables-, para un concurso de fotografía -con el tema monográfico de la Guijarrada-, para otro de chistes -de trama improvisada-, para alguna representación de teatro -con más mímica que diálogo-, para una suculenta paella, para unas insuperables fabes con almejas y para una “colesterólica” barbacoa, que no sólo de cultura vive el hombre.

el futuro
Pero sobre todo risa, mucha risa; y también mucho cansancio, porque tanto trajín, tanto programa, tanta improvisación, tanta interpretación y tanta continuidad agotan, algo que se soporta con satisfacción, porque la contrapartida, es decir el resultado de la intensa convivencia y sobre todo de la complicidad familiar, compensan con creces la fatiga.

los intrépidos
Como una imagen vale más que mil palabras, aquí dejo algunas fotografías escogidas entre las docenas que se hicieron durante estos días, porque los móviles no dejaron de captar el desarrollo de los acontecimientos en ningún momento, no dieron tregua.

Y ahora a pensar en la siguiente. Falta mucho, es cierto, pero con tanta actividad y con programas tan extensos y complicados, creo que todos los implicados tenemos que ir preparando nuestras aportaciones. El año que viene debería ser todavía mejor.

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