31 de mayo de 2017

Y tú más. Corruptos hay en todas partes

Cada vez que oigo decir que la corrupción se encuentra en todas partes –lo que deberíamos traducir por no hay partido que se libre de esta lacra- tengo la sospecha de que estoy oyendo a alguien que defiende la corrupción de los suyos. Me resulta curioso observar como algunos dirigentes del Partido Popular, mediante la disipación de responsabilidades entre muchos, utilizando la vieja técnica del ventilador bien colocado para esparcir la mierda cuanto más lejos mejor, intentan disimular o incluso justificar los incontables casos (yo ya he perdido la cuenta y creo que no soy el único) que afectan al PP. Aunque es cierto que no hay quien habiendo gobernado no haya sido agraciado con la presencia de corruptos en sus filas, no lo es menos que hasta en esto de la sinvergonzonería existen clases. La cantidad y sobre todo la calidad de los casos que en estos momentos tachonan la imagen del PP nada tienen que ver con el choriceo o la mangancia de vía estrecha que se observa o ha podido observarse en otras formaciones. Lo de los conservadores tiene carácter institucional –sistémico dicen algunos-, porque parte de la misma médula de su organización y apoya su modus operandi en las propias estructuras del partido.

Por eso, sin negar en absoluto que sea necesario y obligado combatir con energía y sin cuartel la corrupción en todas partes por igual, vengan los desmanes del partido que vengan, considero que lo que le está sucediendo al de Rajoy bate todos los records y merece una reflexión. Tres tesoreros, algún exministro, varios presidentes de comunidad autónoma, unos cuantos presidentes de diputación y alcaldes de ciudades importantes, todos ellos imputados; y el propio presidente del Gobierno llamado a declarar como testigo en la vista del caso Gürtel. Eso sin contar a los que ya están en la cárcel y sin olvidar las sospechas fundamentadas de la propia Unidad Central Operativa de la Guardia Civil sobre otros altos cargos del PP, actuales o de épocas relativamente recientes, casos que irán saliendo a relucir en las próximas semanas, porque a la maquinaria del Estado, una vez puesta en marcha, no hay quien la pare.

Es cierto que no hay quien la pare, aunque muchos sean los intentos de detenerla, tanto de índole jurídica como policial. Las presiones desde el gobierno a la fiscalía son hechos probados, fraude que ha merecido la reprobación por el Congreso de los Diputados -es decir por la soberanía nacional- del ministro de Justicia, del fiscal general del Estado y del fiscal jefe Anticorrupción, una situación esperpéntica donde las haya. Es posible que ni siquiera en las llamadas repúblicas bananeras se permitiera que tan altos cargos continuaran en sus puestos ni un día más. Pero España es diferente, o al menos lo es la que reside en la mente del presidente del Gobierno, que nos tiene acostumbrados a la impasividad cuando de los suyos se trata. Él es uno de los que cuando le mencionan la corrupción en su partido contesta que corrupción hay en todas partes. Y con ese intento de repartir responsabilidades liquida la cuestión, como si lo primero justificara lo segundo.

Esta situación, la del extraño maridaje entre los líderes del partido popular y sus corruptos, está provocando un sentimiento de impunidad muy peligroso para el prestigio de España y sus instituciones, por muy beneficioso que lo sea para los populares. En realidad lo que está sucediendo es que intentan taponar las fugas del vapor de la corrupción con parches esperpénticos, y sabido es que las calderas sin válvulas de escape terminan explotando. Esto naturalmente lo saben los dirigentes del PP, pero da la sensación de que prefieran practicar aquello de pan para hoy y hambre para mañana. Al fin y al cabo el presente existe y el futuro siempre será impredecible.

Sí: corruptos hay en todas partes y hay que acabar con ellos. Pero no todas las corrupciones responden al mismo modelo.

Postdata: Cuando acabo de terminar la redacción de lo anterior, me llega la noticia de que el fiscal jefe Anticorrupción posee el 25% de una empresa en el paraíso fiscal de Panamá, sospechosa situación que ya afectó hace meses a un ministro de Rajoy, al que éste defendió a capa y espada hasta que se vio obligado a dimitir. Lo dicho.

29 de mayo de 2017

Segregación por sexos en los colegios. Algo se está moviendo

Hace unos días me vi envuelto en una discusión –bastante agria en las formas, todo hay que decirlo- sobre la conveniencia o inconveniencia de separar en los colegios a los chicos de las chicas durante las enseñanzas primaria y secundaria. Mis interlocutores eran personas procedentes de ese mundo que pudiéramos denominar católico preconciliar, mentalidades más próximas a la doctrina conservadora de Pio XII que a la del papa Francisco. Además, se trataba de titulados superiores y alguno de ellos, incluso, dedicado a la docencia universitaria. No estaba hablando con ignorantes, sino con personas que me merecen respeto intelectual, aunque discrepe de algunas de sus opiniones.

Tomando como base un caso real que afectaba muy directamente a la iniciativa de uno de los debatientes -colaborador activo en la promoción de un colegio religioso que separa a los chicos de las chicas, de muy reciente inauguración-, mantenían mis oponentes que la pedagogía moderna ha llegado a la conclusión de que cada sexo rinde escolarmente más si se le aísla del contrario que cuando chicos y chicas conviven en las mismas aulas. No aportaban datos, ni estadísticos ni reales, sólo impresiones extraídas de su particular experiencia, por no decir de sus convicciones religiosas. Ni que decir tiene que negué la mayor, porque soy un convencido de que los hombres y las mujeres deben compartir todas y cada una de las responsabilidades a las que hay que enfrentarse en la vida. Y en los colegios no sólo se aprenden materias escolares, también y sobre todo a vivir en sociedad.

A mí, que fui un sufridor de la enseñanza segregada por sexos –prácticamente la única que existía en tiempos del franquismo-, la tendencia que observo en algunas minorías a regresar a lo que la democracia desechó en cuanto tuvo la más mínima oportunidad, la inclinación a separar a los alumnos en aulas femeninas y masculinas, el movimiento hacia la segregación por sexos en los colegios, como si de especies diferentes se tratara, me parece un intento de retorno a las cavernas, por mucho que algunos barajen como argumento aquello de que la convivencia distrae las mentes. Pues bien, si las distrae que las distraiga, ya que al fin y al cabo la atración sexual es una condición humana que siempre estará presente en la sociedad y sobre la que conviene educar desde que se ingresa en la escuela.

Mucho me temo que esta disposición haya que identificarla con un modo fundamentalista de entender la religión -las chicas con las chicas y los chicos con los chicos-, proclividad por cierto que comparten todos las  religiones, se ponga el foco donde se ponga. Es curioso observar que cuando la católica, apostólica y romana había superado en España con holgura estos prejuicios, surjan ahora grupúsculos reivindicativos de unas prácticas que habían desaparecido casi por completo. Es difícil de entender, pero lo cierto es que siempre ha habido personas más papistas que el papa.

Creo que se trata de un intento pasajero y que las aguas volverán al cauce de la cordura pedagogica. Pero mientras tanto tendremos que soportar la presión de un poder fáctico que intenta recuperar posiciones que creía haber perdido.

23 de mayo de 2017

Habemus papam. Fumata blanca en Ferraz

Escribía yo no hace mucho en este blog a propósito de las elecciones internas del PSOE, que lo importante son las ideas y no las personas. Lo decía y lo mantengo, aunque no soy tan ingenuo como para ignorar que los líderes son los encargados de gestionar los programas políticos, de manera que a veces convierten a éstos en auténticos esperpentos, en adefesios irreconocibles, o, por el contrario, mejoran su calidad.

Por si alguien todavía no lo hubiera adivinado, me voy a referir en este artículo a Pedro Sánchez y a su espectacular victoria en las primarias del partido socialista, un triunfo aplastante que no deja lugar a dudas respecto a quién prefiere la militancia, pero que no aclara en principio qué quieren los socialistas con carné que éste haga con el poder que le han otorgado, más allá de que se oiga de vez en vez algún que otro tópico regeneracionista y de cuando en cuando alguna que otra petición de corregir el rumbo que pudiera apartarlo de la lucha por la igualdad social. Pinceladas de grueso calibre que desde mi punto de vista, y supongo que desde el de otros muchos potenciales votantes del PSOE, precisan concreción.

El electorado socialista, los millones de españoles que se sienten progresistas y que durante decenios han identificado la marca PSOE con la socialdemocracia de corte europeo, esa corriente que reclama justicia social e igualdad de oportunidades, sin menoscabo de la realidad económica en la que estamos inmersos -la economía de mercado-, está ahora pendiente de lo que Pedro Sánchez vaya a hacer con el partido que lidera. Dependerá por tanto de sus mensajes, de sus propuestas y de su saber hacer que el triunfo interno también se convierta en una futura victoria electoral. De lo contrario, de poco habrá servido su resurrección política, más allá de haber dado legítima satisfacción a sus incondicionales.

Ocasiones para aclararnos sus ideas no le van a faltar al nuevo Secretario General del partido socialista, porque la situación socioeconómica en España está candente. A corto plazo le espera un exhaustivo test que completar, desde definir su posición con respecto a Podemos, pasando por el tipo de oposición que se proponga ejercer contra el gobierno del PP, hasta su visión de la unidad de España. No es que de estas cosas no haya hablado, sino que lo ha hecho con tanta ambigüedad, con tan calculada imprecisión, que uno tiene la sospecha de que no haya querido comprometerse. El electorado puede haber entendido hasta ahora estos regates, porque la lucha por el liderazgo exigía prudencia; pero no a partir de este momento, cuando lo que quieren los votantes es ir tomando posiciones electorales.

El nuevo Secretario General tiene, además, la obligación ineludible de contribuir con su gestión a cicatrizar las heridas internas que, aunque ahora todos pretendan negarlo, se han abierto en las últimas semanas aún más de lo que estaban, porque durante la campaña electoral los adversarios no ha dudado en atacar a degüello al contrincante. No se me escapa que en esta labor han de participar todos, no sólo Pedro Sánchez; pero no me cabe la menor duda de que él, en su calidad de vencedor indiscutible, tiene la mayor de las responsabilidades en esta no fácil labor.

Ahora vendrá el congreso previsto para junio, en el que los potenciales votantes del PSOE confian en ver muchas incógnitas despejadas. Pero me atrevería a decir que no es preciso esperar hasta entonces para que el nuevo responsable vaya tomando posiciones y de paso se las explique a los demás. Después, a la vista de lo que oigan, serán los electores quienes decidirán si continuan o no confiando en el partido socialista. Ese será el auténtico triunfo o el fracaso definitivo de Pedro Sánchez.

12 de mayo de 2017

Aporofobia (rechazo a los pobres)

Oí el otro día defender a una lingüista en la radio, en uno de esos programas “cultos” de los que intento de vez en vez sacar alguna utilidad, aunque no sé si con provecho, que la palabra aporofobia -vocablo que no registran ni el Diccionario de la Real Academia ni el María Moliner- debería utilizarse para designar el rechazo a los pobres, a los marginados, a los necesitados de lo más imprescindible. No voy a entrar en consideraciones etimológicas- aunque me encantaría hacerlo porque el origen de las palabras siempre ha suscitado mi curiosidad-, sino que, partiendo de que su uso me parece muy apropiado (a: sin; poro: salida; fobia: rechazo), me limitaré a reflexionar sobre esta, a mi juicio, deformación de la mente humana.

En una reciente viñeta de El Roto, nos decía el genial dibujante que la conciencia es el peor de nuestros enemigos internos y que cuando se detecta su presencia hay que avisar inmediatamente a las autoridades. Al principio sonreí, pero enseguida, cuando reparé en la sutil y al mismo tiempo cruel ironía, comprendí la sabiduría que encierra el mensaje. En el caso que nos incumbe, aunque la marginación del prójimo provoque por lo general en nuestra mente un primer destello de compasión, solemos hacer caso omiso de su presencia y miramos hacia otro lado como si la miseria de los demás nada tuviera que ver con nosotros. Superada la sorpresa, tras ese fugaz relámpago de conmiseración, entra en juego inmediatamente la aporofobia.

Pero lo peor de todo ello es que, aunque no avisemos a las autoridades, como aconsejaba la citada caricatura, ponemos inmediatamente en juego toda una batería de justificaciones interiores, para evitar que la mala conciencia por la dejadez o inoperancia dañe nuestro sosiego. Una de ellas, muy común por cierto, es aquella que achaca al necesitado toda la responsabilidad de su situación; si esta persona está así es porque se lo ha ganado a pulso. Y otra, no sé si tan frecuente como la anterior, sería la que justifica la apatía, incluso el abierto rechazo hacia los pobres, en el temor a que la miseria los haya convertido en seres peligrosos.

Tengo la sensación de que la aporofobia, entendida como yo trato aquí de describirla, es un vicio común, una deformación de la mente de la que muy pocos se libran. Digo muy pocos, porque las excepciones existen, aunque creo que son tan escasas que resulta difícil encontrar ejemplos. Por supuesto que no me sirven como tal las figuras emblemáticas de la dedicación a los demás (Teresa de Calcuta sería un ejemplo), porque en mi opinión su regate a la aporofobia tiene justificaciones ajenas por completo a la auténtica empatía por los pobres, lo que no me impide reconocer la loable dedicación de este tipo de conocidos personajes a los más necesitados. Insisto, para que no haya dudas al respecto: aplaudo su comportamiento, admiro su actitud hacia la marginación, pero no entran en las excepciones que busco en esta reflexión.

Para encontrar salvedades a la actitud de rechazo a los pobres habría que explorar en el anonimato, en el mundo de aquellos que, venciendo sus temores a la marginación de los demás, dedican sus vidas o partes de las mismas a mitigar en lo posible la angustia de los necesitados. Y por eso, porque suelen ser seres que actúan en silencio, apartados de los focos mediáticos, es difícil encontrarlos, aunque existan. Es el mundo de los voluntarios de toda clase que, por razones que sólo anidan en sus conciencias, vencen la aporofobia y convierten el instintivo rechazo a la pobreza en combate a la miseria y a la marginación.

5 de mayo de 2017

Renegar del pasado y otras modas de nuestros días

Está de moda en política minusvalorar e incluso despreciar todo aquello que pertenezca al pasado más o menos reciente, a la etapa que se abrió tras la muerte de Franco. Parece como si de repente algunos descubrieran que hasta ahora nada ha avanzado y todo sigue igual que cuando acabábamos de salir de la dictadura. No sólo eso, sino que hay quienes consideran, o dicen considerar, que se han dado pasos atrás. Una auténtica aberración que sólo tiene dos posibles explicaciones, o la del sectarismo político irrecuperable o la de la ignorancia supina y galopante. No reconocer los avances que ha experimentado nuestra sociedad en los últimos años del siglo XX y en los que han transcurrido desde que se inició el XXI es tan necio que preocupa, por la cerrazón que implica, a las mentes bien intencionadas.

Que nadie piense que cuando digo lo anterior me guía la complacencia o la resignación, dos vicios que no profeso. Todo lo contrario, creo que hay tantas cosas por hacer y tantas otras que cambiar que mirar hacia atrás pudiera significar perder un tiempo precioso. Pero como lo cortés no quita lo valiente, opino que no está de más reconocer los avances, aunque sólo sea para aprender de lo hecho o para, en su caso, coregir errores y acelerar el progreso. Pero sucede que para algunos de los recién llegados a la política la mejor de sus estrategias es denigrar lo conseguido, hacer tabla rasa de lo existente e intentar construir sobre las cenizas de lo anterior. Es mucho más fácil destruir que edificar, demoler que erigir, sobre todo cuando no se sabe muy bien qué hacer.

Sostenía yo el otro día, en una conversación entre amigos, que durante los catorce años que Felipe González ocupó la presidencia del gobierno de España nuestro país había dado un enorme salto, desde la  mediocridad a la modernidad, desde la insignificancia a la vanguardia, de tal manera que después no la reconocía ni la madre que la parió, como en su día vaticinó con avispada jocosidad Alfonso Guerra. Pero ahora hay quienes pretenden echar por tierra aquella etapa, no sólo entre los adversarios políticos del partido socialista -lo que no debería sorprender a nadie-, también dentro de las propias filas del PSOE. Los primeros siempre lo han hecho, pero llama la atención que de un tiempo acá lo hagan unos cuantos de los segundos.

Ya sabemos que para algunos en política todo está permitido, que las maniobras partidistas a veces vulneran los principios éticos más elementales y no pasa nada. Pero resulta grotesco, ridículo hasta el esperpento, que una parte de los que hasta hace muy poco fueron fervientes socialistas, defensores de un partido unido, de su ideología progresista y de la disciplina interna irrenunciable si se pretende ser eficaz,  se hayan convertido de la noche a la mañana en furibundos enemigos de su propia historia. Da que pensar, como decía un amigo mío cuando no quería ser más explícito en sus comentarios.

Lo que digo no es un lamento nostálgico, sino una llamada a la reflexión. Destruir para construir sobre las cenizas es propio de vándalos, a quienes no interesa que quede nada, ni siquiera vestigios de lo que hubo. Edificar sobre lo existente es lo que hacen las personas inteligentes, aquellos que consideran que no hay que inventar nada que ya esté inventado.

Lo que sucede es que no siempre la inteligencia es la que guía nuestros pasos, sino que a veces nos mueven o el odio o el sectarismo o la ignorancia, o todos ellos a la vez.

1 de mayo de 2017

El insoportable hedor de la corrupción

La sucesión de casos de corrupción en las filas del PP que salen a la luz un día sí y otro también es tan continuada que resulta muy difícil seguir con atención la secuencia de los acontecimientos. Si a la cantidad de datos le añadimos la pasmosa lentitud de la justicia y la intrincada complejidad del derecho procesal en España, la nube que envuelve la situación jurídica de tantos corruptos resulta tan opaca que no hay quien vea con claridad entre tanta opacidad. Cuando uno creía haber entendido algo del caso Gürtel y los tesoreros del Partido Popular, aparece lo de Rato y su campana en la Bolsa, después lo de las tarjetas black y el banal despilfarro de los directivos de una entidad que se hundía en su mala gestión, más tarde lo de la Púnica, a continuación lo de…; y cuando uno pensaba que la cosa estaba más o menos comprendida, que al fin y al cabo eran habas contadas, se nos descuelgan con la historia tenebrosa del Canal de Isabel II. Y lo que todavía es peor: la secuencia no ha terminado.

Se dirá que estas cosas ocurren en las mejores familias y no seré yo quien niegue que la corrupción es transversal,  que afecta a tirios y a troyanos. Al fin y al cabo no es ni más ni menos que el reflejo de una época, en la que la impunidad sirve de refugio a docenas de políticos sin escrúpulos, que por otro lado se consideran protegidos por los suyos. Pero sin embargo, en el caso del PP se puede añadir una característica que hace que sus escándalos sean todavía más insoportables, el hecho de que muchas de estos hayan nacido dentro de la estructura del partido y hayan sido consentidos en aras de los intereses partidistas, unas veces porque mediante las prácticas corruptas se obtenían pingües financiaciones ilegales y otras para no levantar la liebre o para no tirar de la manta, que para el caso que me ocupa tanto me vale una expresión como la otra.

La presunción de inocencia no debería nunca servir de pretexto para retrasar la asunción de responsabilidades políticas. El caso del presidente de Murcia ha sido un auténtico esperpento, que sólo resolvió el Partido Popular cuando comprobó que podía perder el control político de aquella comunidad.  La dimisión de Esperanza Aguirre llega detrás de una numantina resistencia a dejar su asiento, porque para ella lo de la Púnica y lo de su ínclito colaborador Granados, en prisión cautelar sin fianza desde hace algún tiempo, no era un dato suficiente, necesitaba que también surgiera lo del Canal y estuviera encarcelado Ignacio González, su otra mano derecha. El señor Rajoy por su parte, fiel a su estrategia de aquí no sucede nada, se niega a reconocer que está gobernando rodeado por una peña de desaprensivos. No es capaz de desprenderse de los corruptos, no se sabe si porque para él no lo son o porque le conviene más mirar para otro lado.

En el Partido Popular hay gente decente, por supuesto que la hay; y al Partido Popular lo votan millones de personas que abominan de la corrupción, no tengo la menor duda. Pero hasta que la cúpula no tome cartas en el asunto, mientras no se produzcan dimisiones, ceses o expulsiones ejemplares, la lucha contra esta lacra estará viciada y el PP bajo sospecha. Porque todavía queda mucho por descubrir, a los españoles aún nos esperan bastantes sorpresas por delante y a los populares unos cuantos sobresaltos que soportar.

¿Tan difícil es ser honrado? Es posible que lo sea cuando las circunstancias le permitan a uno robar a espuertas.