1 de mayo de 2017

El insoportable hedor de la corrupción

La sucesión de casos de corrupción en las filas del PP que salen a la luz un día sí y otro también es tan continuada que resulta muy difícil seguir con atención la secuencia de los acontecimientos. Si a la cantidad de datos le añadimos la pasmosa lentitud de la justicia y la intrincada complejidad del derecho procesal en España, la nube que envuelve la situación jurídica de tantos corruptos resulta tan opaca que no hay quien vea con claridad entre tanta opacidad. Cuando uno creía haber entendido algo del caso Gürtel y los tesoreros del Partido Popular, aparece lo de Rato y su campana en la Bolsa, después lo de las tarjetas black y el banal despilfarro de los directivos de una entidad que se hundía en su mala gestión, más tarde lo de la Púnica, a continuación lo de…; y cuando uno pensaba que la cosa estaba más o menos comprendida, que al fin y al cabo eran habas contadas, se nos descuelgan con la historia tenebrosa del Canal de Isabel II. Y lo que todavía es peor: la secuencia no ha terminado.

Se dirá que estas cosas ocurren en las mejores familias y no seré yo quien niegue que la corrupción es transversal,  que afecta a tirios y a troyanos. Al fin y al cabo no es ni más ni menos que el reflejo de una época, en la que la impunidad sirve de refugio a docenas de políticos sin escrúpulos, que por otro lado se consideran protegidos por los suyos. Pero sin embargo, en el caso del PP se puede añadir una característica que hace que sus escándalos sean todavía más insoportables, el hecho de que muchas de estos hayan nacido dentro de la estructura del partido y hayan sido consentidos en aras de los intereses partidistas, unas veces porque mediante las prácticas corruptas se obtenían pingües financiaciones ilegales y otras para no levantar la liebre o para no tirar de la manta, que para el caso que me ocupa tanto me vale una expresión como la otra.

La presunción de inocencia no debería nunca servir de pretexto para retrasar la asunción de responsabilidades políticas. El caso del presidente de Murcia ha sido un auténtico esperpento, que sólo resolvió el Partido Popular cuando comprobó que podía perder el control político de aquella comunidad.  La dimisión de Esperanza Aguirre llega detrás de una numantina resistencia a dejar su asiento, porque para ella lo de la Púnica y lo de su ínclito colaborador Granados, en prisión cautelar sin fianza desde hace algún tiempo, no era un dato suficiente, necesitaba que también surgiera lo del Canal y estuviera encarcelado Ignacio González, su otra mano derecha. El señor Rajoy por su parte, fiel a su estrategia de aquí no sucede nada, se niega a reconocer que está gobernando rodeado por una peña de desaprensivos. No es capaz de desprenderse de los corruptos, no se sabe si porque para él no lo son o porque le conviene más mirar para otro lado.

En el Partido Popular hay gente decente, por supuesto que la hay; y al Partido Popular lo votan millones de personas que abominan de la corrupción, no tengo la menor duda. Pero hasta que la cúpula no tome cartas en el asunto, mientras no se produzcan dimisiones, ceses o expulsiones ejemplares, la lucha contra esta lacra estará viciada y el PP bajo sospecha. Porque todavía queda mucho por descubrir, a los españoles aún nos esperan bastantes sorpresas por delante y a los populares unos cuantos sobresaltos que soportar.

¿Tan difícil es ser honrado? Es posible que lo sea cuando las circunstancias le permitan a uno robar a espuertas.

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