23 de mayo de 2017

Habemus papam. Fumata blanca en Ferraz

Escribía yo no hace mucho en este blog a propósito de las elecciones internas del PSOE, que lo importante son las ideas y no las personas. Lo decía y lo mantengo, aunque no soy tan ingenuo como para ignorar que los líderes son los encargados de gestionar los programas políticos, de manera que a veces convierten a éstos en auténticos esperpentos, en adefesios irreconocibles, o, por el contrario, mejoran su calidad.

Por si alguien todavía no lo hubiera adivinado, me voy a referir en este artículo a Pedro Sánchez y a su espectacular victoria en las primarias del partido socialista, un triunfo aplastante que no deja lugar a dudas respecto a quién prefiere la militancia, pero que no aclara en principio qué quieren los socialistas con carné que éste haga con el poder que le han otorgado, más allá de que se oiga de vez en vez algún que otro tópico regeneracionista y de cuando en cuando alguna que otra petición de corregir el rumbo que pudiera apartarlo de la lucha por la igualdad social. Pinceladas de grueso calibre que desde mi punto de vista, y supongo que desde el de otros muchos potenciales votantes del PSOE, precisan concreción.

El electorado socialista, los millones de españoles que se sienten progresistas y que durante decenios han identificado la marca PSOE con la socialdemocracia de corte europeo, esa corriente que reclama justicia social e igualdad de oportunidades, sin menoscabo de la realidad económica en la que estamos inmersos -la economía de mercado-, está ahora pendiente de lo que Pedro Sánchez vaya a hacer con el partido que lidera. Dependerá por tanto de sus mensajes, de sus propuestas y de su saber hacer que el triunfo interno también se convierta en una futura victoria electoral. De lo contrario, de poco habrá servido su resurrección política, más allá de haber dado legítima satisfacción a sus incondicionales.

Ocasiones para aclararnos sus ideas no le van a faltar al nuevo Secretario General del partido socialista, porque la situación socioeconómica en España está candente. A corto plazo le espera un exhaustivo test que completar, desde definir su posición con respecto a Podemos, pasando por el tipo de oposición que se proponga ejercer contra el gobierno del PP, hasta su visión de la unidad de España. No es que de estas cosas no haya hablado, sino que lo ha hecho con tanta ambigüedad, con tan calculada imprecisión, que uno tiene la sospecha de que no haya querido comprometerse. El electorado puede haber entendido hasta ahora estos regates, porque la lucha por el liderazgo exigía prudencia; pero no a partir de este momento, cuando lo que quieren los votantes es ir tomando posiciones electorales.

El nuevo Secretario General tiene, además, la obligación ineludible de contribuir con su gestión a cicatrizar las heridas internas que, aunque ahora todos pretendan negarlo, se han abierto en las últimas semanas aún más de lo que estaban, porque durante la campaña electoral los adversarios no ha dudado en atacar a degüello al contrincante. No se me escapa que en esta labor han de participar todos, no sólo Pedro Sánchez; pero no me cabe la menor duda de que él, en su calidad de vencedor indiscutible, tiene la mayor de las responsabilidades en esta no fácil labor.

Ahora vendrá el congreso previsto para junio, en el que los potenciales votantes del PSOE confian en ver muchas incógnitas despejadas. Pero me atrevería a decir que no es preciso esperar hasta entonces para que el nuevo responsable vaya tomando posiciones y de paso se las explique a los demás. Después, a la vista de lo que oigan, serán los electores quienes decidirán si continuan o no confiando en el partido socialista. Ese será el auténtico triunfo o el fracaso definitivo de Pedro Sánchez.

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