29 de julio de 2023

¿Qué es eso de negociar?

 


La palabra negociar significa tratar un asunto entre dos partes o más que difieren sobre sus posibles soluciones, para de esa forma llegar a un acuerdo que satisfaga a unos y a otros. Una negociación, para que se le pueda aplicar el calificativo de satisfactoria, requiere que todos los negociadores salgan beneficiados en algo, aunque no sea en la totalidad de lo tratado. Se trata de un verbo que yo he conjugado a lo largo de mi vida profesional con bastante frecuencia, porque el mundo comercial en el que me moví durante muchos años requería conocer muy bien el arte de llegar a acuerdos. Por eso sé lo que significa lo que ahora llaman líneas rojas, que no son otra cosa que exigencias que no se pueden en ningún caso aceptar. Llegar a un acuerdo sin vulnerar el marco legal no siempre es fácil, pero un buen negociador debe saber cómo conseguirlo sin traspasar sus límites.

Dicho lo anterior, Pedro Sánchez se encuentra ante una difícil situación, en la que se va a poner a prueba su capacidad negociadora. Los posibles acuerdos que establezca con las distintas partes con las que tiene que negociar para que apoyen su investidura nunca podrán sobrepasar los límites de la legalidad vigente, es decir los que marca la Constitución.  Pero es que, además, como algunos de los interlocutores sí han traspasado en alguna ocasión esas fronteras, y como consecuencia han sido condenados por los tribunales de justicia, está obligado a la máxima cautela, no vaya a ser que los acuerdos a los que llegue sean interpretados como avales a su inocencia.

No lo tiene fácil. Sin embargo, eso no significa que no disponga de margen de actuación, porque en política el terreno de juego es muy extenso. Sus interlocutores conocen tanto la existencia de líneas rojas insalvables como la amplitud de la cancha, por lo que es fácil suponer que se ciñan a la realidad y no pidan imposibles. Otra cosa será lo que digan fuera de la negociación, porque detrás de un político hay siempre unas bases de seguidores exigentes que piden lo imposible.

Supongo que las negociaciones ya se han iniciado y que por tanto todos los actores en escena conocen perfectamente a estas alturas las reglas del juego que están jugando. Todos habrán empezado con exigencias de máximos y todos sabrán perfectamente hasta dónde pueden llegar. Por tanto, aquí lo único que cabe es esperar a ver los resultados y mientras tanto no interpretar al pie de la letra lo que se vaya diciendo, porque en ocasiones airear discrepancias insalvables forma parte de la negociación.

No creo que ninguna de las partes vaya a romper la baraja antes de repartir las cartas. Todos sin excepción se juegan mucho, porque, aunque los resultados de las elecciones no les hayan favorecido tanto como hubieran querido, la alternativa de una repetición de elecciones podría colocarlos en peor posición. Esta etapa, desde un punto de vista electoral, en principio ya se ha decidido, porque la ciudadanía ha votado. Lo sensato es obtener los mejores réditos políticos posibles y mirar hacia adelante.

Ahora bien, la política no es una ciencia exacta, entre otras cosas porque las variables son tantas y tan mutables que en ocasiones lo razonable se trasforma en dislate. Las espadas seguirán en alto hasta que terminen estas difíciles negociaciones, en las que se van a poner a prueba las capacidades negociadoras de unos cuantos líderes políticos.

25 de julio de 2023

Pero, hombre, ¿qué les ha pasado?

 

Recuerdo un episodio de Gila, allá por los años sesenta, en el que, tras el fracaso en el lanzamiento desde Cabo Cañaveral de un satélite artificial, el humorista llamaba a la NASA con tono compungido y preguntaba: “pero, hombre, ¿qué les ha pasado?”. Si don Miguel viviera ahora, llamaría a Génova y preguntaría lo mismo.

La sensatez se ha impuesto y el tándem ultraconservador no ha ganado las elecciones. El PP, aunque haya sido la lista más votada, no cuenta con apoyos suficientes para que su presidente pueda formar gobierno, lo que significa que no ha ganado las elecciones. Vox, después de una señalada derrota, con unos resultados muy alejados de sus expectativas, ha iniciado el que podría ser su declive definitivo. El PSOE ha superado sus posiciones parlamentarias, con una indiscutible remontada. Sumar, que se estrenaba como fuerza política, ha obtenido un resultado que le permite aspirar a seguir formando parte de una coalición progresista.

Tengo la sensación de que hemos asistido a la campaña política más canalla de la historia de la democracia española, en la que por no faltar no ha faltado ni la manipulación de las encuestas por parte de los conservadores, que hasta última hora estuvieron otorgando una indiscutible victoria al PP. Curiosamente, el que más se ha acercado a los resultados ha sido el denostado señor Tezanos. 

Las mentiras han sido muchas y variadas, porque Feijóo no se ha privado de falsear cifras y realidades desde que se inició la campaña. Por su parte, Abascal no ha bajado el tono de las reivindicaciones involucionistas ni un instante, convencido de que en España son muchos los que quieren volver a tiempos ya superados. Al primero se le ha visto el plumero del engaño y el segundo no ha pronunciado ni una sola palabra que no sonara a música ultramontana.

Feijóo se ha equivocado de lado a lado. Sus mentiras eran tan burdas que no ha requerido demasiado esfuerzo desmantelarlas. Su negativa a no debatir en la televisión pública no ha gustado, porque suena a escurrir el bulto por miedo. Además, ese pasado de amigo de los narcotraficantes ha planeado sobre su imagen de forma insistente, una lacra que lo perseguirá a partir de ahora. Lo curioso es que ni siquiera lo niega, aunque para edulcorar la realidad califica a sus amigos de contrabandistas, como si ese título fuera digno.

El PSOE tiene ahora un líder indiscutible, porque Sánchez una vez más ha capeado la campaña de acoso y derribo de manera brillante. Reconocer que se había equivocado al no advertir a tiempo la envergadura de la bola de nieve que se iba formando contra su imagen ha tenido dos virtudes, la de que sean muchos los que han abierto los ojos con él y la de corregir a tiempo su imagen de lejanía. Ha sabido acercarse a la gente con llaneza y ha empezado a trasmitir la sensación de que sabe perfectamente lo que está haciendo.

Los analistas políticos independientes creen que Pedro Sánchez volverá a repetir legislatura. Lo tiene muy difícil, porque necesita alianzas muy belicosas que no le van a regalar su apoyo. Pero, como certeramente dice Zapatero, eso es política, negociar y negociar.

Sobre esto último reflexionaré en otro artículo.

22 de julio de 2023

Feminismo no es "hembrismo"

 


No es la primera vez que escribo sobre este asunto ni creo que vaya a ser la última. Parece mentira que una idea tan sencilla como es la de defender la igualdad de derechos entre hombres y mujeres provoque tanta controversia, derrame tales cantidades de tinta y llegue en ocasiones a convertirse en bandera de la reacción. No tiene absolutamente ningún sentido, salvo que se trate de una distorsión de la idea de lo que significa feminismo. Estoy convencido de que son muchos los que lo confunden con "hembrismo" o lo asimilan exclusivamente a la lucha contra el machismo. Las palabras, como las armas, las carga el diablo.
 
Me decía hace unos días una mujer de mediana edad, posición acomodada y madre de familia numerosa que ella no se sentía oprimida o subyugada como mantienen los feministas. Cuando vio mi expresión de sorpresa me preguntó que si no estaba de acuerdo con lo que acababa de decirme. Le contesté que no conozco a ningún feminista que a estas alturas de su lucha mantenga posiciones tan extremas. Una cosa es sostener que queda mucho por hacer para alcanzar la igualdad de derechos y otra muy distinta caer en el dramatismo verbal.
 
Por eso insisto en que es preciso aclarar los conceptos. El verdadero feminismo propone acabar con las barreras diferenciales, no la liberación de nadie porque nadie está preso. El feminismo pretende equiparar en oportunidades a los dos sexos, no la supremacía de la mujer sobre el hombre. El feminismo se define como promotor de la eliminación de los obstáculos que la sociedad ha ido poniendo al desarrollo de los derechos de las mujeres a lo largo de los siglos, relegándolos con respecto a los del hombre. Todo lo demás es confundir los términos y dar lugar a que algunos se aparten de esta imparable corriente.
 
Es cierto que no son pocos los que están en contra por convicción, no por confusión. Creen que el destino de las mujeres o, dicho de otro modo, su papel en la sociedad nada tiene que ver con el de los hombres, porque el hecho de la diferencia de sexo es, según ellos, irrebatible. Esos son los verdaderos machistas, los que anteponen la condición masculina a la femenina basándose en conceptos tales como la maternidad, como si el hecho de parir obligara a la mitad de la población a dedicarse a otros trabajos, por supuesto socialmente menos productivos  que los de los hombres.
 
No creo que sea bueno que los mensajes feministas estén cargados de beligerancia reivindicativa, de dramatismo verbal; pero tampoco estoy de acuerdo en que no siga existiendo la necesidad de continuar con la lucha hasta que las mujeres consigan en nuestra sociedad las mismas oportunidades y los mismos derechos que los hombres.
 
Hace falta más pedagogía y menos agresividad. La primera pone los puntos sobre las íes; la segunda provoca rechazo.