29 de noviembre de 2020

Ha venido para quedarse

No quisiera ser muy negativo en mis apreciaciones sobre las futuras consecuencias de la pandemia que estamos sufriendo, pero, si quiero hacer honor a mi compromiso de escribir aquí lo que pienso y no andarme con paños calientes, no tengo escapatoria. Por eso me atrevo a vaticinar que el coronavirus ha llegado para quedarse. Creo, por consiguiente, que a partir de ahora muchas cosas van a cambiar entre nosotros, lo que no significa que todo vaya a ser peor.

Le oí decir el otro día a un amigo que la Covid-19 se convertirá con el tiempo en una gripe vulgar y corriente. Seguramente lo que quiso decir es que las víctimas mortales se reducirán a las seiscientas cincuenta mil que este último virus causa al año en el mundo, en vez del más de millón y medio contabilizados a la fecha por coronavirus, número que por cierto no deja de crecer. Pero incluso haciendo un cálculo tan benévolo, el asunto no deja de ser preocupante.

El mundo entero está pendiente de la disponibilidad de la vacuna, que debería suponer un alivio para todos. Las últimas noticias que van llegando son alentadoras, aunque quedan muchas incógnitas por desvelar, sobre todo las relativas a la fase de vacunación. El gobierno asegura que está preparando un detallado plan para toda la población, pero mucho me temo que, como los recursos sanitarios son escasos, cuando llegue el momento surjan multitud de dificultades, desde la falta de dosis suficientes, hasta la adecuación de los centros sanitarios donde vayan a administrarse. Además, y esto quizá sea lo más preocupante, nadie sabe cómo se controlará el orden de vacunación en función de los factores de riesgo. Quisiera equivocarme, pero me temo que, por mucho que se hayan previsto todas las contingencias, al final surjan problemas de difícil solución.

Sin embargo, no todo va a ser negativo. Algunas costumbres, impuestas por la obligación que tenemos de evitar el contagio, se quedarán entre nosotros. La sociedad se estaba acostumbrando a pasos agigantados a soportar las aglomeraciones. Los aeropuertos, los conciertos musicales, los estadios deportivos, las celebraciones festivas, etcétera, cuyo acceso está ahora limitado gracias a las medidas sanitarias que se han ido tomando, no creo que vuelvan a convertirse en promiscuos hervideros de muchedumbre. Los que sufrimos la pandemia estamos desarrollando sin darnos cuenta un instinto “antisocial”, que supongo que no desaparecerá con la pandemia. A partir de ahora es muy posible que surjan regulaciones normativas para impedir los hacinamientos. Puede ser, no lo voy a negar, que el ansia de ganar dinero, por un lado, y la terquedad de los usuarios de determinados espectáculos y de ciertas celebraciones por otro, remen en sentido contrario. Pero el miedo colectivo ahí está y hará que seamos muchos los que huyamos del contacto indiscriminado con el gentío. Por cierto, hace unos días oí un chascarrillo que circula por algunos países centroeuropeos: están deseando volver a mantener la distancia de cinco metros con sus congéneres, porque la de metro y medio impuesta por la pandemia les resulta agobiante.

Las mascarillas, que antes veíamos de vez en vez en los grupos de turistas japoneses, a quienes señalábamos con el dedo para tacharlos de paranoicos, tardaremos mucho en perderlas de vista, si es que alguna vez dejamos de verlas. Ahora ha sido este virus, pero mañana pueden ser otros. Y si a eso le unimos que la contaminación atmosférica cada vez está más incontrolada, nada tendría de particular que la venta de esta prenda se convierta en algo tan frecuente como la de calcetines o medias. A mí esto me ha cogido un poco tarde para tomar iniciativas empresariales, pero creo que invertir en esta nueva oportunidad que se abre ante los emprendedores no sería ninguna tontería.

Y no quisiera olvidarme del aseo personal. Al principio de la pandemia, cuando todo el mundo explicaba cómo había que lavarse las manos, me quedaba perplejo, porque era algo así como si se reconociera que la gente no sabía asearse. Bueno, la verdad es que no está mal que de vez en cuando se recuerde la conveniencia de mantener el cuerpo limpio. Espero que esta pandemia nos traiga un mayor interés por la limpieza en general, algo que a veces se echa de menos alrededor.

Ya he dicho que no todas las consecuencias de esta pandemia van a ser negativas.

24 de noviembre de 2020

Bildu (entre la ética y la estética)

Algún día me dedicaré a ordenar cronológicamente el argumentario político del Partido Popular. Ya sé que es una labor ardua, porque todos los días nos desayunamos con alguna nueva noticia de los “desmanes” del gobierno. Ayer fue el apoyo de Bildu a los presupuestos, hoy es la ley Celaá y mañana lo que los asesores del señor Casado decidan. Como los motivos que escogen tienen poca consistencia, su efecto no suele tener demasiada duración, una realidad que obliga a los pensantes del PP a una constante realimentación de los temas de controversia, no vaya a ser que su electorado se quede sin asunto que criticar.

Que Bildu esté dispuesto a apoyar los presupuestos del Estado puede resultar a la vista de muchos poco estético, no lo voy a negar. Durante muchos años sus antecesores estuvieron apoyando a la banda terrorista ETA y, como consecuencia, en la mente de muchos españoles ha quedado un poso de repugnancia que es muy difícil eliminar. Son los restos de la indignación acumulada durante decenios de barbarie asesina, de salvaje despropósito. Eso está ahí, es una realidad y sólo el tiempo será capaz de conseguir que sus efectos desaparezcan o al menos se mitiguen.

Ahora bien, ya en aquella época éramos muchos los que razonábamos como demócratas que lo inadmisible no eran los objetivos de los separatistas sino sus métodos. Por aquel entonces se decía que abandonaran los tiros en la nuca y las bombas de lapa y entraran en la vía del diálogo democrático. Por eso, cuando aquel deseo se ha cumplido, porque ETA ha dejado de sembrar el terror y los herederos de quienes los apoyaban han entrado en la dinámica parlamentaria, se impone usar distintos criterios de los que utilizábamos entonces. Bildu es un partido político legal que, desde sus posiciones de izquierda, prefiere apoyar unos presupuestos progresistas como los que ha presentado el gobierno de Pedro Sánchez, en vez de hacerle el juego a la derecha y obligar a convocar elecciones anticipadas.

No me olvido de las concesiones a las que se haya visto obligado el gobierno para conseguir el apoyo de Bildu, porque es evidente que en un sistema parlamentario los votos no se regalan. Eso lo sabe muy bien el PP, que gobierna donde gobierna gracias a unos votos prestados que naturalmente tienen sus contrapartidas. Ahora bien, cuando las concesiones son de carácter legal forman parte del juego político. Si estas vulneraran la legalidad, estaríamos hablando de otra cosa muy distinta, pero no es el caso.

Aunque comprendo que a veces es muy difícil discernir, no hay que confundir la estética, que hace referencia a la belleza de las cosas, con la ética, que se refiere a la moral de los comportamientos humanos. Aceptar el apoyo de Bildu puede resultar poco estético, pero no vulnera en absoluto la ética. Todo lo contrario, lo inmoral sería no luchar por sacar adelante unos presupuestos que, si bien en cualquier situación son necesarios, mucho más cuando una pandemia inesperada puede dejar a España al borde del colapso económico.

El señor Casado y sus compañeros de viaje en esta triste etapa del PP deberían centrar su oposición en presentar enmiendas conservadoras al presupuesto del gobierno progresista, en vez de hacerlo a la totalidad. Ya sé que esto es pedirle demasiado a una derecha que no acaba de aceptar su derrota en las urnas, pero en una situación de emergencia nacional, como está nuestro país, es posible que muchos de sus votantes de centro se lo agradecieran. Sin embargo,  no está dispuestos a conceder el mínimo apoyo y sólo les queda gritar por las esquinas que los presupuestos se van a aprobar con el apoyo de los amigos de los terroristas.

Ya lo he dicho antes, ayer fue Bildu, hoy es la ley Celaá y mañana ya veremos.

19 de noviembre de 2020

Se va para Barranquilla

Aunque, como dicen los taurinos, hasta el rabo todo es toro, parece ser que el caimán por fin se va para Barranquilla. Los electores han votado, los colegios electorales han comunicado los resultados y Joe Biden ha resultado vencedor. A Donald Trump sólo le queda el drecho al pataleo, algo que nadie puede negarle, porque la democracia protege incluso a los que no creen en ella. Proclamar que hubo fraude electoral es una manera de suavizar la derrota y, quizá, dejar la puerta abierta para que él o alguno de sus descendientes se presenten a las elecciones de 2024. En cualquier caso, mucho me habré equivocado si no lo vemos abandonar la Casa Blanca en un par de meses.

Estados Unidos se ha dividido en dos mitades que parecen irreconciliables. Trump, entre otros logros, puede apuntarse el de haber polarizado su país, que hoy lo está como hacía décadas que no sucedía. De tanto atacar a los que no piensan como él  los ha convertido en decididos enemigos de sus políticas, al mismo tiempo que ha transformado a sus partidarios en irreconciliables con todo aquello que no sea la radicalidad “trumpista”. Biden tiene por delante una difícil misión, la de intentar cerrar heridas, suavizar las diferencias y cortar la deriva frentista. Sin embargo, está obligado a no andarse con paños calientes, porque los daños causados por los disparates cometidos por su antecesor durante los últimos cuatro años requieren de una cirugía radical.

Entre tantas buenas nuevas como nos trae el triunfo de Biden, está la presencia de una mujer en la vicepresidencia. Kamala Harris -de procedencia afroamericana y surasiática al mismo tiempo- es desde mi punto de vista uno de los valores más relevantes que aporta el nuevo presidente a la política americana. Mujer, de raza negra, progresista y carismática, puede convertirse en uno de los principales puntales del nuevo presidente. Es cierto que el movimiento se demuestra andando, pero no se puede negar que, incluso antes de que la nueva administración americana se haya puesto en marcha, ya se espera mucho de ella.

La tradición americana reserva un papel poco significativo a los vicepresidentes, quizá porque los constituyentes consideraran que no había que quitarle nunca el protagonismo al presidente. Yo creo, sin embargo, que todo depende del talante de los dos. No me atrevo a vaticinar cómo va a funcionar este tándem en concreto, pero, sólo a modo de conjetura sin fundamento, sospecho que Kamala Harris va a ocupar un papel mucho más importante que el que han desempeñado hasta ahora sus predecesores en el cargo.

Mike Pence, el vicepresidente de Trump, ha sido durante estos cuatro años un cero a la izquierda, quizá no tanto por su falta de talento como por la abrumadora y aplastante personalidad de su jefe, que al ocupar todo el espacio disponible lo dejaba sin capacidad de movimiento. Verlo en las ruedas de prensa detrás del presidente, tapado completamente por la corpulencia de éste, inducía conmiseración. Para mí ha sido una de las imágenes más patéticas de las comparecencias mediáticas del todavía inquilino de la Casa Blanca.

Nosotros -me refiero a Europa- deberíamos alegrarnos del triunfo de Biden. Trump, en vez de tratarnos como socios estratégicos en el complejo tablero internacional, nos ha considerado sus rivales. Su “America first, America first”, el endogámico eslogan con el que inauguró el mandato, fue una declaración de intenciones muy clara que luego se ha ido materializando en un proteccionismo comercial perjudicial para la economía europea. Ahora, aunque tampoco haya que esperar milagros, confiemos en que las cosas mejoren.

En cualquier caso, si vuelvo a Nueva York y paseo por delante de la Trump Tower, ya no me referiré a ella con este nombre, sino con el de Barranquilla. Dadas las circunstancias, el sonoro nombre de esta ciudad colombiana me parece mucho más adecuado que el actual.