6 de noviembre de 2020

Se va el caimán


Cuando escribo estas impresiones todavía no se conoce el nombre del vencedor de las elecciones presidenciales americanas. Todo apunta a que pudiera ser Biden, pero todavía quedan bastantes votos por escrutar y posibles reclamaciones judiciales por presentar. Ojalá las cosas fueran más rápidas de lo que están siendo y pudiera reflexionar bajo la certeza de que la era Trump se ha acabado.

Sin embargo, con lo que se sabe hasta ahora se pueden sacar algunas conclusiones. El actual presidente de los Estados Unidos ha conseguido más votos que en los comicios de hace cuatro años. Inexplicablemente, pensarán algunos, cuando quizá éste haya sido uno de los periodos más controvertidos de la política estadunidense en los últimos decenios. Pero lo cierto es que Donald Trump no sólo conserva su base electoral, sino que además la ha ampliado con varios millones de votos. Es más, si no fuera por la pandemia, es posible que hubiera vencido a su contrincante demócrata.

No es fácil entender cómo un personaje tan zafio y malcarado mantiene el pulso a su rival, un hombre con no demasiado carisma, pero comedido en la expresión, elegante en el comportamiento y prudente en los mensajes. Cuesta creer que tanta gente siga apoyando unas políticas dirigidas a dividir a la población en dos frentes irreconciliables. Trump cuando habla lo hace dirigiéndose a sus seguidores e ignorando a sus detractores. No hace ningún esfuerzo por ganarse la confianza de los que no le son fieles, porque en sus esquemas mentales sólo existen amigos y enemigos. Se ha formado en la emponzoñada batalla empresarial, donde a la competencia hay que negarle el pan y la sal. No es un político, sino un director de empresa sin escrúpulos. Ni parece un presidente de los Estados Unidos, sino un capataz de látigo en mano.

Pero ganó unas elecciones y en estos momentos todavía mantiene el pulso a Joe Biden. La pregunta es por qué y la respuesta que yo me doy es porque el mundo se ha polarizado hasta tal extremo que el extremismo, el fanatismo y la intolerancia se mueven entre nosotros sin ningún pudor. En España tenemos nuestros Trumps, o al menos imitadores, que nos hablan de invasores del sur, del virus chino, del feminismo radical y de que la mascarilla es un invento totalitario. Viven entre nosotros, tienen una buena representación en el Congreso y se atreven a presentar votos de censura sólo para llamar la atención, cueste lo que cueste. Yo recomendaría a los que no acaban de entender el fenómeno Trump que echen un vistazo a su alrededor y hablen con los votantes de Vox. Quizá esto les aclare las ideas.

A pesar de tanta tribulación, tengo el convencimiento de que la solidez del sistema político americano resistirá una vez más las tensiones ocasionadas por algunos elementos que intentan salirse de los cauces de la democracia. Lo tengo porque cuando analizo la Historia de aquel país llego a la conclusión de que han sido muchos los momentos de tensión, las etapas de confrontación y los episodios de enfrentamientos cainitas de los que aquella nación ha salido airosa, quizá porque tengan un sistema de equilibrios institucionales que impide que los más indoblegables saquen los pies del tiesto.

En cualquier caso, ya veremos. Pero abrigo la esperanza de que ahora se vaya el caimán; y no precisamente para Barranquilla, sino a su torre dorada de la Quinta Avenida.

1 comentario:

  1. Alfredo Diez Esteban06 noviembre, 2020 20:24

    La posibilidad de que una persona como Trump acceda a la presidencia de USA merece un buen estudio y las conclusiones podrían aplicarse a lo que ocurre en otros países. La falta de cultura y el miedo de los electores a peligros muchas veces inexistentes son algunas de las causas, pero hay muchas otras.

    ResponderEliminar

Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.