28 de agosto de 2023

¿Turismo social?

Mucho se habló en su día de las becas que proponía la ínclita doña Isabel Díaz Ayuso para jóvenes de familias rica; pero nada se ha dicho nunca de los viajes para mayores subvencionados por las comunidades autónomas o por el IMSERSO. Se trata de unas excursiones que, aunque una parte la costee la administración correspondiente con los impuestos de todos, la otra tienen que pagarla los viajeros que se acogen a estos programas de supuesto carácter social, lo que convierte a los mismos en inalcanzables para la economía de muchas personas, precisamente para los pertenecientes a las clases sociales más necesitadas. Se trata de iniciativas que nacieron para que los menos favorecidos pudieran viajar y se han convertido en una manera de abaratar los gastos de la gente con posibles.

Hace tiempo que quería hablar de este asunto. Sin embargo, no me he atrevido hasta ahora por temor a que alguno se diera por aludidoy me llamara aguafiestas. Pero como eso de viajar por cuenta de las comunidades o del IMSERSO es algo ya muy extendido, he llegado a la conclusión que los efectos de mi opinión quedarán muy diluidos y no me traerán ni enemistades ni animadversiones. Por eso diré que yo siempre he considerado que no hay nada más antisocial que el actual planteamiento de los viajes subvencionados.

Estos viajes, que suponen una reducción en el coste con respecto a los que organizan los turoperadores turísticos, sólo están, como digo, al alcance de los que cuentan con una cierta capacidad adquisitiva, porque gratis no son. Para apuntarse en alguna de estas excursiones es preciso contar con un cierto presupuesto, del que no todo el mundo dispone. Por tanto, no son actividades lúdicas o recreativas o culturales puestas al alcance de los que de otra manera no pueden viajar, sino un sistema para que los que siempre lo han hecho a costa de sus bolsillos lo hagan ahora arañando los impuestos de todos. Ni más ni menos.

En principio no tendría nada que objetar. Pero cuando lo analizo con más detalle, cuando observo que la mayoría de los que utilizan estas facilidades se benefician de un dinero que podría destinarse a programas sociales que sí estuvieran al alcance de cualquiera sin necesidad de contar con un presupuesto inicial, me entran las dudas de la conveniencia de mantenerlos, sobre todo de que continúen bajo la etiqueta de prestaciones sociales, porque a mí no me lo parecen.

Algunos dicen que gracias al IMSERSO o a las comunidades se mantienen abiertos hoteles que fuera de temporada cerrarían. Es cierto, no lo voy a negar, pero ese es un problema que se debería solucionar por otros medios, posiblemente menos costosos. En cualquier caso, no es esa la intención de los que planearon este tipo de actividades, sino simplemente una derivada. Lo importante aquí es que unas capas sociales de rentas medias y altas se ven favorecidas por unas subvenciones, que, en mi opinión, poco tienen de sociales. Pero además detraen un dinero que con otro planteamiento, o quizá otros controles, sí podrían llegar a los ciudadanos de rentas bajas.

He conocido empresarios de alto nivel y a profesionales de gran capacidad económica que se apuntan a estos viajes sólo para que el hotel les salga más barato. Después lo hacen todo por su cuenta, desde el desplazamiento, las comidas y las visitas. Ni siquiera conocen a sus guías, porque ni falta que les hace, lo que supone una situación extraña, sobre todo si se tiene en cuenta lo más importante, que se trata de un dinero que supuestamente está destinado a programas de carácter social.

Dicho esto, que cada uno haga de su capa un sayo. No seré yo quien a estas alturas de mi vida me meta a abogado de pleitos pobres. Simplemente, como es una situación que me llama la atención, tenía que decirlo.

Es que soy así de pejiguero.


24 de agosto de 2023

Todos tenemos razón

Me decía hace un tiempo una persona muy ligada a la estructura oficial del PP que su adscripción era absolutamente racional, porque, aunque no compartía ni todos los postulados ni todas las estrategias del partido conservador, consideraba que en líneas generales era el que mejor se ajustaba a sus propias convicciones. Quizá lo dijera con otras palabras, pero la idea se centraba en la racionalidad de su elección a pesar de la discrepancia en algunos aspectos.

Como a veces soy lento de respuesta, sobre todo en asuntos de ideologías en los que no conviene precipitarse, no le contesté lo que le hubiera dicho unos minutos después, cuando fui completamente consciente de sus palabras, algo así como que racionales somos todos y nadie en su sano juicio coincide con la totalidad de su elección política. Por tanto, que no veía dónde estaba la distinción con los demás.

 

Es curioso observar hasta que extremos algunos llevan la defensa de su partidismo. Estar comprometido con un partido político es absolutamente legítimo; pero tratar de justificarlo aduciendo que en su caso hay racionalidad tiene muy poco sentido, por no decir que suena a falso. No conozco a nadie que no sea capaz de expresar las razones que lo han llevado a votar a un partido, lo que significa que nunca me he encontrado con personas que no sean capaces de razonar su elección. De la misma manera que tampoco nunca he oído a nadie que se sienta completamente identificado con el partido al que vota. Quien más y quien menos quisiera algunos cambios en el fondo o en la forma.

 

En cualquier caso, ser conservador o progresista va más allá de la razón. Es una actitud que procede de un sinfín de causas, por lo general relacionadas con las características personales del individuo. Pero son tantas y tan variadas, que enumerarlas resulta imposible. Yo he conocido a conservadores pobres y a progresistas con buena posición económica. A conservadores procedentes de clases sociales humildes y a progresistas hijos de aristócratas. A conservadores ateos y a progresistas creyentes. No hay nada por separado que lo lleve a uno en un sentido u otro. Es, como acabo de decir, el resultado de un cóctel de causas. Por tanto, argumentar que tu filiación es la que procede de la razón es completamente falso.

 

Otra cosa es que una vez decidido dónde están tus preferencias intentes justificar la decisión. Ahora bien, mientras que el no afiliado puede permitirse el lujo de meditar su voto en cada elección, el comprometido con una filiación concreta, es decir el militante, debería estar obligado a cumplir con su compromiso. Porque si cambia de criterio, como sucede con demasiada frecuencia, pasará a engrosar la cifra de los tránsfugas y a justificar su nuevo compromiso con nuevos razonamientos.

 

 

15 de agosto de 2023

No somos una sociedad de barricadas

Soy de la opinión de que los que utilizan formas y lenguajes broncos en el ejercicio de la política cometen un grave error. Creen que las denuncias de las injusticias sociales deben ir acompañadas de expresiones  aguerridas, duras y belicosas, de esas de señalar con el dedo hasta meterlo en el ojo del señalado. Piensan que al hacerlo así acrecientan el valor de la denuncia, que consiguen que se entienda mejor el mensaje. Pero no tienen en cuenta que los estruendos verbales para lo único que sirven es para que se oiga la música, pero  no para que se entienda bien la letra. Los ciudadanos por lo general no son amigos ni del alboroto ni del griterío. Prefieren que se les hable sin levantar la voz y sin demasiados aspavientos. Llevamos décadas viviendo en paz y sosiego y nuestro subconsciente asimila mal las exageraciones verbales y gestuales.

Digo esto porque en las denuncias de algunos sectores de la izquierda radical se observa una sobreactuación que, en mi opinión, en vez de sumar adeptos los espanta. No porque los espantados no crean en la existencia de las injusticias sociales o no quieran acabar con ellas, sino porque los alardes declamatorios los ponen en alerta. Atenderían mejor si los mensajes les llegaran con más naturalidad y con menos bocina.

Aunque evidentemente las excepciones existen, nuestra sociedad en términos generales no quiere oír gritos sino soluciones. Los primeros suelen ir acompañados de dramatismo en exceso. Las segundas calan más si se explican con serenidad y mediante lenguajes nada agresivos. Quizá sea porque, como nadie está libre de pecado, los sistemas de autodefensa cierren las compuertas cuando oyen gritos, mientras que las explicaciones razonadas consiguen que se les preste atención.

Hay sectores de la izquierda que insisten tanto en la demonización de los que no defienden sus puntos de vista, que terminan aburriendo a la opinión pública. Pondré un par de ejemplo sobre asuntos en los que creo estar libre de sospecha. La insistencia en la defensa del colectivo LGTBI, que hace unos años requería mover conciencias, hoy se vuelve contra los defendidos. La sociedad en general ya está perfectamente concienciada de que todo el mundo tiene derecho a elegir su orientación sexual. Que a estas alturas de la historia se insista en la condena de los homófobos tiene muy poco sentido, ya que nunca abandonarán sus posiciones ultraconservadoras. Una cosa es defender los derechos de los que forman parte de ese colectivo y otra muy distinta convertir su defensa en una especie de cruzada. A muchos ciudadanos esa insistencia termina aburriéndolos.

Algo parecido sucede con el feminismo. La defensa de la equiparación de los derechos de la mujer con los del hombre, que a estas alturas pocos niegan, puede convertirse en “hembrisno” y por tanto resultar contraproducente. Pero hay quienes creen que cuanto mas se chilla más se consigue. Sin embargo, no se trata de gritar, sino de explicar dónde se vulnera la igualdad de oportunidades y cuales son las medidas que hay que tomar para evitarlo.

Una cosa es romper el hielo de la resistencia a los avances sociales y otra que, una vez roto, las reivindicaciones se conviertan en una lucha sin cuartel. Se pierde mucha energía, se termina cansando a la opinión pública y, como consecuencia, se perjudica a los defendidos.

Hay que mantener la lucha reivindicativa de los derechos de las minorías, pero sin aburrir a los que ya están convencidos. Los otros, por más que se grite, continuarán en los montes de la intransigencia.

9 de agosto de 2023

El correo del zar

Ésta ha sido la primera vez en mi vida que he votado por correo, debido a que las circunstancias me han obligado a ello. Confieso que al principio estuve considerando la posibilidad de interrumpir mi veraneo durante unos días, porque, aunque jamás he considerado la posibilidad de que se manipulara fraudulentamente el servicio de Correos, temía que la aglomeración de envíos pudiera causar problemas en su habitual funcionamiento. Pero cuando empecé a oír las proclamas del señor Feijóo, en las que entre otras lindezas les prometía a los funcionarios afectados una paga extraordinaria, se me acabaron las dudas.

Bromas aparte, mi experiencia como la de millones de electores ha sido muy positiva. Tanto en el proceso de solicitud en una oficina de Madrid, como en la entrega en el domicilio señalado y como en la gestión definitiva en la sucursal de Chiclana he observado una eficacia extraordinaria, acompañada además de una amabilidad profesional digna de mención. A todos los funcionarios con los que traté les di las gracias, aunque tuve que contenerme para evitar decirles con ironía que don Alberto se lo pagaría.

Parece mentira cómo se puede rizar el rizo de la incompetencia. Pedir a los funcionarios que no obedecieran las órdenes de sus superiores y que se esmeraran en la entrega de los sobres electorales es, además de ridículo, estúpido. Prometer un dinero que no está en ese momento bajo tu control es prometer la luna. Lo que sucede es que cuando el nerviosismo se une a la falta de seguridad cualquier cosa es posible. Pero he visto tantas maniobras sucias en esta campaña, tanta falsedad y tanta ignominia que una más no debería sorprenderme.

Cuando oí a Feijóo aquellas peticiones a los funcionarios de Correos me acordé de Trump, siempre culpando a las instituciones de estar contra él. No sabía si reír o llorar. He sido testigo de muchas estulticias política a lo largo de mi vida, pero creo que nunca había visto una tan patética y ridícula como ésta. La teoría de la conspiración, una táctica política que consiste en sembrar dudas respecto al juego limpio del adversario político, ha planeado sobre nosotros durante toda la campaña. Correos y su dependencia de los estamentos oficiales han dado pie a que la oposición haya estado fomentando la ida de una supuesta manipulación del voto emitido a través de este procedimiento. Ya en las elecciones municipales y autonómicas el caso de Melilla dio lugar a que PP y Vox orquestaran al unísono una campaña contra Sánchez, culpándolo de estar detrás de los manipuladores. Luego, a la vista de los resultados, se callaron porque se quedaron sin argumentos. Pero en estas últimas han vuelto a las andadas, porque metidos en el juego sucio del descrédito a base de falsedades, bulos y mentiras poco costaba añadir una más.

La dirección de Correos y el conjunto de sus funcionarios han hecho un trabajo extraordinario. Yo desde aquí les felicito por ello.

 

3 de agosto de 2023

¿Te importaría regarme las plantas?

Me contaba un amigo que había oído o leído este curioso símil de carácter político: que Feijóo le pida a Sánchez que se eche a un lado y lo deje gobernar es como si alguien le pidiera al vecino de al lado, con quien se ha pasado el año discutiendo a voz en grito e insultándole constantemente, que si no le importaría regar sus plantas mientras está fuera por vacaciones. El presidente del PP parece no haber entendido el resultado de las urnas, que le ha quitado cualquier posibilidad de gobernar. Es cierto que su lista ha sido la más votada, pero no lo es menos que en una democracia parlamentaria gobierna quien cuenta con los apoyos necesarios en el parlamento.

Si las elecciones del 23 J han resultado una de las más emocionantes desde que se restableció la democracia en España, el periodo de negociaciones que se acaba de abrir promete ser de los más complejos y por tanto reñidos de los últimos años. Sánchez parece estar muy confiado, pero lo cierto es que nadie se lo va a poner fácil. Es verdad que cuenta con la gran ventaja de que la mayoría de los partidos con los que tiene que pactar no tiene la menor duda de que con el PSOE estarán siempre mejor que con el PP. Sin embargo las claves de sus políticas locales los obliga a sacar los dientes y a gruñir.

Con Sumar no tendrá ningún problema. Una de las habilidades de Sánchez ha sido no ocultar durante la campaña electoral que tenía intención de repetir gobierno de coalición progresista. Por tanto, quienes  han votado a estos dos partidos lo han hecho sabiendo que esto sucedería. Nadie duda por tanto que el presidente en funciones cuenta para su investidura con estos 31 votos.

Bildu, en cuyo lenguaje en los últimos días se observa una cierta modulación constructiva, ha dicho que por ellos Sánchez no se quedará sin gobernar. Pondrán condiciones, apretarán las tuercas y se mostrarán reticentes, pero parece que apoyarán la investidura. Además, teniendo en cuenta que ya lo hicieron en la legislatura anterior y que no se produjo ninguna ruptura de la unidad de España como gritaban y gritan los conservadores, las críticas dentro del PSOE serán muy matizadas.

Esquerra, que también exige contrapartidas, ha incluido entre ellas algunas de carácter práctico, como por ejemplo la necesaria mejora de las infraestructuras. Que no olvide a la hora de las reivindicaciones las que se derivan de su condición de partido nacionalista no tiene nada de particular, porque su electorado no se lo perdonaría. Pero, desde mi punto de vista, hay muchos asuntos que tratar, lo que significa que muy posiblemente Sánchez contará con su apoyo.

El PNV no ha podido ser más claro. Andoni Ortuzar, su presidente, un hombre práctico donde los haya, aunque proclame que no le van a regalar a Sánchez la legislatura, está dando con su negativa a dialogar con el PP suficientes pruebas de cuál va a se su posición. Habrá negociaciones, se tensará la cuerda, pero estoy convencido de que apoyarán la investidura.

Los nacionalistas gallegos ya han dicho sin disimulos que apoyan. Coalición Canaria no quiere contaminarse con la proximidad a una extrema derecha contraria a la existencia de las comunidades autónomas, por lo que o apoya a Sánchez o se abstiene.

Nos queda Junts per Catalunya, un hueso duro de roer, pero no imposible. Puigdemont sabe perfectamente que si no facilita la investidura puede dar lugar a la repetición de elecciones y, por consiguiente que los nuevos resultados no le favorezcan. Además, Artur Mas ha advertido a los suyos que no es lo mismo exigir que ser intransigente. En mi opinión, Sánchez ha dado sobradas pruebas de que sabe manejar situaciones como ésta, por lo que no veo imposible que consiga el apoyo de la derecha separatista catalana.

Vistas las cosas así, ¿cómo se atreve Feijóo a pedirle a Sánchez, después de lo que ha caído durante la anterior legislatura, que le riegue las macetas del balcón? ¿Cómo se le ocurre semejante disparate?