15 de agosto de 2023

No somos una sociedad de barricadas

Soy de la opinión de que los que utilizan formas y lenguajes broncos en el ejercicio de la política cometen un grave error. Creen que las denuncias de las injusticias sociales deben ir acompañadas de expresiones  aguerridas, duras y belicosas, de esas de señalar con el dedo hasta meterlo en el ojo del señalado. Piensan que al hacerlo así acrecientan el valor de la denuncia, que consiguen que se entienda mejor el mensaje. Pero no tienen en cuenta que los estruendos verbales para lo único que sirven es para que se oiga la música, pero  no para que se entienda bien la letra. Los ciudadanos por lo general no son amigos ni del alboroto ni del griterío. Prefieren que se les hable sin levantar la voz y sin demasiados aspavientos. Llevamos décadas viviendo en paz y sosiego y nuestro subconsciente asimila mal las exageraciones verbales y gestuales.

Digo esto porque en las denuncias de algunos sectores de la izquierda radical se observa una sobreactuación que, en mi opinión, en vez de sumar adeptos los espanta. No porque los espantados no crean en la existencia de las injusticias sociales o no quieran acabar con ellas, sino porque los alardes declamatorios los ponen en alerta. Atenderían mejor si los mensajes les llegaran con más naturalidad y con menos bocina.

Aunque evidentemente las excepciones existen, nuestra sociedad en términos generales no quiere oír gritos sino soluciones. Los primeros suelen ir acompañados de dramatismo en exceso. Las segundas calan más si se explican con serenidad y mediante lenguajes nada agresivos. Quizá sea porque, como nadie está libre de pecado, los sistemas de autodefensa cierren las compuertas cuando oyen gritos, mientras que las explicaciones razonadas consiguen que se les preste atención.

Hay sectores de la izquierda que insisten tanto en la demonización de los que no defienden sus puntos de vista, que terminan aburriendo a la opinión pública. Pondré un par de ejemplo sobre asuntos en los que creo estar libre de sospecha. La insistencia en la defensa del colectivo LGTBI, que hace unos años requería mover conciencias, hoy se vuelve contra los defendidos. La sociedad en general ya está perfectamente concienciada de que todo el mundo tiene derecho a elegir su orientación sexual. Que a estas alturas de la historia se insista en la condena de los homófobos tiene muy poco sentido, ya que nunca abandonarán sus posiciones ultraconservadoras. Una cosa es defender los derechos de los que forman parte de ese colectivo y otra muy distinta convertir su defensa en una especie de cruzada. A muchos ciudadanos esa insistencia termina aburriéndolos.

Algo parecido sucede con el feminismo. La defensa de la equiparación de los derechos de la mujer con los del hombre, que a estas alturas pocos niegan, puede convertirse en “hembrisno” y por tanto resultar contraproducente. Pero hay quienes creen que cuanto mas se chilla más se consigue. Sin embargo, no se trata de gritar, sino de explicar dónde se vulnera la igualdad de oportunidades y cuales son las medidas que hay que tomar para evitarlo.

Una cosa es romper el hielo de la resistencia a los avances sociales y otra que, una vez roto, las reivindicaciones se conviertan en una lucha sin cuartel. Se pierde mucha energía, se termina cansando a la opinión pública y, como consecuencia, se perjudica a los defendidos.

Hay que mantener la lucha reivindicativa de los derechos de las minorías, pero sin aburrir a los que ya están convencidos. Los otros, por más que se grite, continuarán en los montes de la intransigencia.

2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo en todo excepto en la comparación que hace arriba: el vocerío no es música, sino ruido. La música no confunde, sino que deja escuchar la letra. Cuando la música no deja escuchar la letra, entonces, sí, se convierte en ruido.
    Por lo demás, como digo, conforme en todo, y esto lo llevo no sólo al terreno de la política sino también al de la vida privada: no soporto esas discusiones en las que todo el mundo habla a la vez, se interrumpen unos a otros y pareciera que tenga la razón el que más grita.
    Los gritos y los insultos vienen cuando faltan las razones.

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    1. Fernando, perdona el retraso en contestar. He estado de viaje y fuera de mi habitual entorno de trabajo. Te ha salido el alma musical que llevas dentro. La mía me lleva a utilizar el símil con frecuencia, porque creo que el lenguaje figurado enriquece la prosa.
      La música no es ruido, de acuerdo. Pero a lo que yo me refiero sí.

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