24 de agosto de 2023

Todos tenemos razón

Me decía hace un tiempo una persona muy ligada a la estructura oficial del PP que su adscripción era absolutamente racional, porque, aunque no compartía ni todos los postulados ni todas las estrategias del partido conservador, consideraba que en líneas generales era el que mejor se ajustaba a sus propias convicciones. Quizá lo dijera con otras palabras, pero la idea se centraba en la racionalidad de su elección a pesar de la discrepancia en algunos aspectos.

Como a veces soy lento de respuesta, sobre todo en asuntos de ideologías en los que no conviene precipitarse, no le contesté lo que le hubiera dicho unos minutos después, cuando fui completamente consciente de sus palabras, algo así como que racionales somos todos y nadie en su sano juicio coincide con la totalidad de su elección política. Por tanto, que no veía dónde estaba la distinción con los demás.

 

Es curioso observar hasta que extremos algunos llevan la defensa de su partidismo. Estar comprometido con un partido político es absolutamente legítimo; pero tratar de justificarlo aduciendo que en su caso hay racionalidad tiene muy poco sentido, por no decir que suena a falso. No conozco a nadie que no sea capaz de expresar las razones que lo han llevado a votar a un partido, lo que significa que nunca me he encontrado con personas que no sean capaces de razonar su elección. De la misma manera que tampoco nunca he oído a nadie que se sienta completamente identificado con el partido al que vota. Quien más y quien menos quisiera algunos cambios en el fondo o en la forma.

 

En cualquier caso, ser conservador o progresista va más allá de la razón. Es una actitud que procede de un sinfín de causas, por lo general relacionadas con las características personales del individuo. Pero son tantas y tan variadas, que enumerarlas resulta imposible. Yo he conocido a conservadores pobres y a progresistas con buena posición económica. A conservadores procedentes de clases sociales humildes y a progresistas hijos de aristócratas. A conservadores ateos y a progresistas creyentes. No hay nada por separado que lo lleve a uno en un sentido u otro. Es, como acabo de decir, el resultado de un cóctel de causas. Por tanto, argumentar que tu filiación es la que procede de la razón es completamente falso.

 

Otra cosa es que una vez decidido dónde están tus preferencias intentes justificar la decisión. Ahora bien, mientras que el no afiliado puede permitirse el lujo de meditar su voto en cada elección, el comprometido con una filiación concreta, es decir el militante, debería estar obligado a cumplir con su compromiso. Porque si cambia de criterio, como sucede con demasiada frecuencia, pasará a engrosar la cifra de los tránsfugas y a justificar su nuevo compromiso con nuevos razonamientos.

 

 

2 comentarios:

  1. Respecto al último párrafo del artículo: Habría que distinguir al trásfuga por dinero, o favores, de aquel que no sigue alguna orden de su partido por razones de convencimiento moral. A mí no me parecería mal que un diputado del PSOE apoyara a Feijoo por miedo a las concesiones de Sánchez a los independentistas, ni que un diputado del PP dejase de apoyar a Feijoo por sus compromisos con Vox. Para eso está la prohibición del mandato imperativo a los diputados, ¿no?

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    1. Alfredo, cuando una persona se afilia a un partido sabe muy bien dónde se mete. ¿Tú crees que los militantes del PP se están sorprendiendo de las alianzas de su partido con la ultradrecha antisistema de Vox o que los del PSOE que forman parte de las listas no saben que para gobernar necesitan el concurso de otros partidos, algunos de ellos separatistas? Si a estas alturas cambiaran el sentido de su voto serían unos tránsfugas se mire como se mire, que, como digo en el artículo, intentarían justificar su actitud espuria con músicas celestiales. Ya sabemos lo que es un "tamayazo". En política cabe de todo menos la ingenuidad.

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