30 de diciembre de 2023

Recuerdos olvidados 1.- Alambradas en las calles

 

Este artículo forma parte del borrador de un ensayo que escribí hace unos años sobre algunos de mis viejos recuerdos, un libro que nunca publiqué y que guardaba en el fondo de un cajón de mi escritorio. Es posible que a partir de ahora vaya "soltando", de vez en vez, en este blog, alguna de estas vivencias. Son pequeñas anécdotas que me han ido sucediendo a lo largo de mi vida y que, de alguna manera, han influido en mi manera de ver el mundo. Hoy, a continuación, va la primera de ellas.

                                                               

Hay situaciones en la vida que se quedan grabadas en la memoria a fuego. Era verano de 1961, todavía no había cumplido los 19 años y un cambio de destino de mi padre me llevó a pasar las vacaciones veraniegas en Sidi Ifni, la capital de la entonces provincia española del mismo nombre. Habían pasado pocos años desde que se acabaran las agresiones del “ejercito irregular" marroquí y el territorio, muy reducido en extensión desde los ataques, permanecía en paz.

En un ambiente colonial como aquel resultaba muy fácil hacer amigos, siempre dentro de la llamada población europea, porque con la nativa había muy pocas ocasiones de intimar. Yo ya por entonces sentía una fuerte tentación por conocer cualquier entorno distinto a los que estaba acostumbrado y el que se respiraba allí me llamaba mucho la atención. Quería hacer amigos musulmanes y no sabía cómo.

La oportunidad me vino a través del “mancebo” de una de las farmacias de la ciudad, hijo de un suboficial indígena del Grupo de Tiradores de Ifni, muy españolizado y por tanto de fácil comunicación. Digamos que se llamaba Regrari. Un día le hablé de mi curiosidad y me propuso una cena moruna en casa de un primo suyo. Lo hablé con un par de amigos de los que acababa de conocer y con mi hermano Manolo por aquello de ir acompañado. Unos días después, cuando ya había anochecido, nos dirigimos los cuatro por las solitarias, mal iluminadas y estrechas calles del barrio musulmán, en busca de la dirección que me había facilitado Regrari.

Recuerdo que me llamaron la atención las alambradas que de trecho en trecho cruzaban las calles, dejando sólo un angosto paso junto a las fachadas de los edificios, lo que obligaba a un recorrido en zigzag bastante incómodo. De vez en cuando nos cruzábamos con alguna patrulla de soldados con sus fusiles al hombro, sin duda una medida disuasoria para evitar que la población musulmana saliera de sus casas por la noche. A nosotros nos miraban con curiosidad, conscientes de que éramos europeos, con toda probabilidad hijos de militares españoles.

Cuando llegamos, nos esperaba Regrari junto a nuestro anfitrión y otros dos musulmanes, todos de edades aproximadas a las nuestras, entre los 17 y los 20 o 21. En las paredes fotos del Mohamed V, a la sazón rey de Marruecos, y en algún rincón alguna bandera marroquí. Nos sirvieron una cena muy típica, en la que no faltó ni el cuscús ni los dátiles ni los dulces. Tampoco el vino, porque, como nos dijeron con la sonrisa en la boca, hacían una excepción en nuestro honor.

Después tuvimos una larga conversación, en la que poco a poco fuimos desbrozando los temas que a mí me interesaban, sobre todo el que atañía a su posición personal con respecto a la situación colonial. Como el ambiente se había relajado y allí se respiraba amistad y concordia, nuestro anfitrión, al que recuerdo de piel muy oscura, nos confesó que él, que por edad no había participado en los combates de hacía unos años, era partidario de la integración de Ifni en el Reino de Marruecos.

Recuerdo algún carraspeo, alguna mirada al suelo y algún ligero rictus de sorpresa por parte de mis amigos, que inmediatamente se superaron gracias a que la conversación continuó de manera civilizada, aunque sin abandonar en ningún momento el tema que habíamos iniciado. Yo, picado por la irremediable curiosidad que siempre me ha acompañado, me atreví a preguntar si no percibían en sus situaciones personales las mejoras “civilizadas” que aportaba la presencia de España en el territorio. Uno de ellos se encogió de hombros y me dijo algo así como que esas ventajas no anulaban la sensación que les embargaba por considerarse “ocupados”.

Yo no me sentí incómodo en absoluto. Es más, recuerdo el momento como una de esas situaciones que despiertan en la conciencia ciertos resortes de liberalidad, que ponen de manifiesto la razón que tenía el poeta cuando dijo aquello de todo es según el color.

Por eso lo ha retenido mi memoria y por eso lo cuento hoy aquí.

26 de diciembre de 2023

Los berrinches de don Alberto

 

Debe de ser muy difícil mantener esa actitud de cabreo continuado que muestra el líder del PP cuando habla del gobierno y, concretamente, de Sánchez. Una vez le oí decir a alguien que no hay nada tan desagradable como perseverar en la hostilidad con los que te rodean y estoy convencido de que tenía razón. Puede que para algunos sea una válvula de escape de sus frustraciones, pero para la mayoría sólo es un estado anímico que desequilibra la conducta de quien lo sufre. Don Alberto, a tenor de sus expresiones cuando habla del gobierno de España, debe de estar pasándolo muy mal. Va de berrinche en berrinche y tiro porque me toca.

La retahíla de agravios que dice sufrir no se detiene, todo lo contario aumenta con sus quejas. Si protesta porque el presidente del gobierno dice que se va a reunir con Puigdemont, Sánchez le contesta que no una sino las veces que sea menester; además, no sólo con el líder de Junts per Cataluña, también con el de ERC. Si la oposición desbanca de la alcaldía de Pamplona, mediante un democrático voto de censura, a sus aliados de UPN, se lo toma como agravio personal y retrasa su cita en la Moncloa, soltando la lindeza de que se trata de un pacto encapuchado. Sólo cuando repara en que resultaría insólito que el jefe de la oposición rechazara la invitación al diálogo que le hace el presidente del gobierno, acepta, pero pone la condición de que el encuentro sea en las Cortes y no en el despacho oficial de quien le cita, ganándose la respuesta de que para ti la perra gorda, chascarrillo que aumenta sus berrinches.

Bromas aparte, cuando no se aceptan las derrotas pasa lo que pasa. En vez de iniciar una oposición constructiva para el país, Feijóo ha entrado en un bucle de pataletas que rayan en la llorera y el sofocón. El otro día me preguntaba a mi mismo, sólo a título de planteamiento teórico, que si quisiera cambiar de voto y considerar la posibilidad de otorgárselo en las próximas elecciones al señor Feijóo, no tendría ni idea de qué estaba eligiendo, porque hasta ahora no he oído ni una sola propuesta, sólo críticas a eso que el presidente del PP llama "sanchismo".

Quizá le estén aconsejando que continúe con la táctica del insulto y el menosprecio, porque no encuentren otra manera de hacer oposición. A estas alturas me sorprende la persistencia, porque parece evidente que por ahí lo único que consiguen es incordiar como lo hacen las moscas cojoneras, aunque se dejen la salud en ello. Pedro Sánchez es un político muy duro de roer, tiene muy claras sus ideas, le respalda un programa progresista muy del gusto de millones de españoles y, aunque la oposición no lo vaya a reconocer, cuenta con el respeto de muchos de los líderes más importantes de Europa. Mientras que a Feijóo sólo se le conoce por sus refunfuños en contra de la amnistía.

La democracia, para que sea efectiva, necesita una buena oposición. Pero lamentablemente hoy no la tenemos ni buena ni regular, sólo el vocerío de sus frustraciones, que no cesa ni en Navidad.

21 de diciembre de 2023

Las uvas de la alegría

 

No me tengo por personas demasiado amiga de celebraciones tradicionales, santos, cumpleaños o aniversarios, entre otras cosas porque me suelen aburrir por falta de originalidad. Como consecuencia, tampoco soy aficionado a participar en festejos populares o de sabor folclórico. La repetición de unos mismos patrones una vez y otra y otra y así hasta la saciedad me resulta difícil de digerir, no ahora, cuando ya sabemos que con los años uno tiende a volverse cascarrabias, sino desde siempre. Los que me conocen bien saben que esta rareza forma parte de mi carácter .

Sin embargo, siempre he contemplado la llegada de la Navidad con optimismo. Supongo que aquí mis neuronas hacen una excepción. Algún mecanismo de mi mente relaciona esta festividad cristiana con el concepto laico de solidaridad y no me duelen prendas reconocer que me gusta celebrarla de acuerdo con unos protocolos repetitivos, que se han ido formando a lo largo del tiempo sin que ni siquiera me diera cuenta.

La Navidad para mí, aun desprovista de cualquier significado religioso, se ha convertido como decía arriba en la fiesta de la solidaridad, de la comunicación con los demás, de la empatía. No me importa reconocer que la celebro rodeado de todos esos fetiches y rituales que suelen prodigarse durante estos días, desde los abetos con guirnaldas de luces de colores, que le quitan espacio a la comodidad, pasando por estrellas de oriente abandonadas por aquí y por allá sobre cualquier mueble que se preste a ello, hasta un Papa Noel en la puerta de entrada, que con su bonachona presencia da la bienvenida a los visitantes. Puestos a hacer una excepción, que no falte de nada.

Tengo además una lista de “contactos”, a muchos de los cuales no veo desde hace años, que me sirve como guía de llamadas de felicitación, no vaya a ser que se me olvide alguno. Felicitar a los amigos por Navidad lo único que pretende es mantener los vínculos afectivos con las personas que han formado o forman parte de nuestro entorno y cumplir con una simpática etiqueta social. Por tanto, considerar que hacerlo no tiene ningún sentido, porque la felicidad hay que desearla todos los días del año, es dar trascendencia a lo que no es más que una ritual social sin importancia. Lo digo, porque alguna vez he recibido un corte inesperado de alguno que se extrañaba de que le felicitara el día 24 de diciembre.

Además, por supuesto, tomo las uvas de ritual al compás de las campanadas de Nochevieja, rodeado de todos los míos, entre risas y alboroto, para después, deglutido con dificultad el último hollejo, iniciar la ronda de besos familiares. Una función repetida años tras años, donde no caben sorpresas, porque al fin y al cabo de eso se trata, de no salirse del guion de las tradiciones. Alguno de mis amigos me ha dicho que hace ya unos años que dejó de hacerlo, noticia que por cierto me dejó algo triste.

Pues bien, llegados a este punto de mis confesadas debilidades, sólo me queda desearos Feliz Navidad a los que leéis estas ocurrencias mías y, cómo no, todo lo mejor para el próximo año. Os aseguro que alguno de mis brindis con cava estará dedicado a vosotros.

17 de diciembre de 2023

De emergentes a efímeros

 

A pesar de que no ha transcurrido demasiado tiempo desde que nacieron los entonces llamados partidos emergentes -Ciudadanos y Podemos-, a mí me da la sensación de que todo aquello sucedió hace una eternidad. Del primero de los dos, del flamante partido conservador liderado por Albert Rivera, poco hay que decir. Simplemente que apareció como una estrella fugaz, que atravesó un periodo de ascenso vertiginoso, que se estancó en sus propias contradicciones y que se extinguió rodeado por el silencio y la indiferencia del electorado. Dentro de unos años nadie se acordará de su efímera existencia. En su día dije, y hoy lo vuelvo a repetir, que en política las marcas blancas no suelen triunfar; sólo, si acaso, sembrar el desconcierto durante un breve periodo de tiempo. El electorado termina dándose cuenta de que la pólvora ya estaba inventada.

Lo de Podemos requiere un análisis más detallado. Nació intentando dar nuevos bríos a Izquierda Unida, que a pesar de sus numerosas transformaciones no conseguía levantar cabeza en las elecciones generales. Su leitmotiv fue desde el principio sacudir los cimientos del partido socialista, que a su juicio se había acomodado a la alternancia y no defendía con la contundencia necesaria los intereses de las clases más desfavorecidas de la sociedad. Desde el primer momento utilizó un lenguaje agresivo, de corte populista, tachando de casta a los partidos ya existentes. Sus principios se basaban en decisiones asamblearias, para que no quedara la menor duda de que ellos eran algo distinto a los demás.

De la misma forma que Ciudadanos intentó sobrepasar al PP en número de votos, aunque nunca lo lograra, Podemos eligió como meta de sus aspiraciones erigirse en el sustituto del PSOE. Con el voto de censura contra Rajoy, motivado por las implicaciones del partido conservador en diversos asuntos de corrupción, y después de dos elecciones consecutivas, entró a formar parte de un gobierno progresista presidido por Pedro Sánchez. Con esta irrupción en la política institucional empezó una nueva etapa, durante la cual sus ministros se convirtieron en los pepitos grillo del consejo de ministros. No contentos con las legítimas discrepancias que surgían en las deliberaciones a puerta cerrada del gabinete gubernamental, en cuanto salían a la calle pregonaban a voz en grito sus desacuerdos, alimentando las críticas de la oposición.

Una de sus ministras, Yolanda Díaz, decidió cambiar el estilo bronco y malcarado que caracterizaba a sus compañeros de formación por otro más amable y cercano a sus aliados, más útil a los intereses de los programas que compartían los dos socios de la coalición y, sobre todo, más pragmático, aunque sin abandonar su radicalidad progresista. Eso la llevó a liderar una nueva formación, Sumar, que, aunque no se anunciara así, era la sustituta del ya debilitado Podemos.

Nuevas elecciones, nueva coalición, ahora entre el PSOE y Sumar, y espantada de los cinco escaños de Podemos que figuraban en las listas de la formación liderada por Yolanda Díaz. Todo lo cual, por cierto, instrumentado con la misma música de fondo que los acompaña desde que salieron a la palestra, la de si no fuera por nosotros el mundo de los trabajadores seguiría sin referente político. Irene Montero, en una de sus últimas comparecencias públicas para anunciar que se presentaba a las elecciones europeas, dijo algo así como que no se iban a conformar con las migajas que les dejaba el bipartidismo, Lo de migajas lo dice ella, pero en cualquier caso si alguien les ha dejado algo es el electorado. No sabemos que pueda suceder a partir de ahora, pero dados los antecedentes de su comportamiento todo hace temer que puedan convertirse una vez más en un freno en vez de un estímulo para las políticas progresista.

Lo dicho, de emergentes a efímeros.

13 de diciembre de 2023

Rasgarse las vestiduras

Siempre he considerado que cuando se juzgan las decisiones políticas no caben los mismos razonamientos éticos o morales que se utilizan en otros entornos. Intentaré explicarme para que los que lean estas líneas no me interpreten mal y concluyan precipitadamente que soy un amoral. Lo que quiero decir es que si la política es el arte de lo posible se debe en primer lugar a que se persiguen objetivos que no siempre están al alcance de la mano, y, en segundo, a que en ocasiones no es posible avanzar hacia las metas propuestas sin contar con aliados que refuercen numéricamente tus posiciones parlamentarias. Lo que en definitiva obliga a un constante cambio de estrategias y a una refundición de tus planteamientos iniciales con los de los de tus aliados circunstanciales.

Supongo que con esta somera explicación ya nadie dudará de lo que quiero decir y, sin lugar a dudas, reconocerá en este preámbulo dónde quiero llegar. Pensar, como algunos sostienen, que los cambios de mensaje de los políticos vulneran los principios morales, es hipócrita o es ingenuo. No se trata de que el fin justifique los medios, sino de que para defender las premisas fundamentales de tus programas es necesario adaptarse constantemente a las circunstancias. Lo contrario, negarse a la flexibilidad, puede ser conveniente en otros menesteres, pero no en política.

Vayamos al grano. En este controvertido asunto de la amnistía a los separatistas catalanes, se puede decir que es un error, como le he oído a muchos, una opinión muy respetable que sólo el tiempo confirmará o desmentirá. Pero entrar en consideraciones de carácter moral o ético no tiene ningún sentido, cuando las circunstancias políticas han cambiado, no sólo las relativas a la aritmética parlamentaria, sino incluso la actitud del mundo separatista. Estamos en el terreno de lo posible en cada momento y el arte de gobernar no se basa en ciencias exactas.

Además, en política nunca se debe perder de vista las alternativas, porque en definitiva es un juego de opciones. Si la coalición progresista -PSOE y Sumar- no hubiera conseguido el apoyo de los demás grupos, nadie tiene la menor duda de que se habría dado paso a un gobierno del PP y de VOX en comandita, lo que para muchos millones de españoles hubiera significado una alternativa muy poco apetecible. Le he preguntado a algunos votantes habituales del partido socialista que no ven con buenos ojos la ley de amnistía si les hubiera gustado ese panorama y la respuesta ha sido “claro que no”. ¿Entonces?

Las decisiones políticas no se pueden medir con la vara con la que se miden comportamientos análogos en otros entornos. Lo que sucede es que es fácil utilizar la comparación cuando conviene a los intereses de los políticos, como está sucediendo en estos momentos con los ataques furibundos al donde dije digo, digo Diego. Debe de ser que no les quedan otros recursos para atacar al rival. 

9 de diciembre de 2023

La vida real y la mediática

Es curioso observar la diferencia tan abismal que existe entre las preocupaciones reales de los ciudadanos y las que transmiten los políticos en sus constantes proclamas y diatribas. Mientras que la inmensa mayoría de los españoles percibe tranquilidad y normalidad a su alrededor, los líderes políticos se empeñan con inaudita insistencia en amargarnos la vida con peroratas alarmistas, sólo expresadas para favorecer sus intereses personales o de grupo. Lo que sucede es que, tan insistente es el ruido, que en ocasiones contagian a unos cuantos ingenuos y bienintencionados.

La realidad social de nuestro país es que se puede salir a la calle sin preocupaciones, que se vive en paz, sosiego y democracia. En la inmensa mayoría de los ciudadanos no hay crispación, ni siquiera la ligera sospecha de que esto pueda explotar en cualquier momento. La gente se afana en seguir viviendo sus vidas y cuando medita sobre los discursos alarmistas que recibe de los políticos a través de los medios cree no entender nada. No puede ser, piensan muchos, que con lo que veo a mi alrededor pueda ser cierta tanta amenaza de la convivencia pacífica.

Yo procuro sustraerme del contagio pesimista gracias a un intencionado distanciamiento de lo que dicen unos y otros, porque no quiero dejarme impresionar ni por los agoreros ni por los vendedores de humo. Es más, creo que gracias a ello me puedo permitir tomarme a chunga muchas de esas amenazas, en las que no encuentro ningún fundamento. Cuando, pongamos un ejemplo, le oigo decir a Aznar que España corre el riesgo de romperse, no puedo evitar la carcajada. O cuando Isabel Díaz Ayuso nos explica que Pedro Sánchez la ha tomado con los madrileños, tengo que hacer un gran esfuerzo para apartar de mi expresión cualquier atisbo de cachondeo, no vaya a ser que los que me rodean me tomen por chiflado.

Supongo que los pregoneros de los cataclismos que nos amenazan dan por hecho que así, calentando el ambiente, conseguirán recuperar el poder con más facilidad que si jugaran el juego de la realidad y asumieran el papel de oposición que les ha encomendado el parlamento, nada más y nada menos que el pueblo soberano. Creo que se equivocan con tanta hipérbole, con tanta sobreactuación, porque puede suceder que la ciudadanía acabe dándose cuenta de que lo que dicen no son más que invenciones ajenas por completo a la realidad. 

La ciudadanía tiene otras preocupaciones, las del día a día. Sólo percibe una amenaza, la de su supervivencia, y sólo tiene las inquietudes de mejorar en calidad de vida, de sacar adelante a sus familias y, en muchos casos, de llegar a fin de mes. Cuando oye hablar de dictaduras, de fraude electoral, de ponerse al lado de los terroristas de Hamás, no puede evitar torcer el gesto y pensar aquello de déjense de payasadas y aterricen en la realidad. Porque son canciones que nada tienen que ver con su propia realidad. Vamos, que toda esta feria de despropósitos que ha montado la oposición, al ciudadano de a pie se la sopla.

5 de diciembre de 2023

Leonor

 

Me sugería hace unos días un buen amigo, habitual visitante de este blog, que escribiera algo sobre mis impresiones respecto a la princesa de Asturias. Le contesté que reflexionar sobre asuntos que puedan rozar el dilema Monarquía-República me produce una cierta incomodidad intelectual, porque, aunque como ya he confesado aquí en más de una ocasión me considero republicano, mientras la forma de estado no cambie en la Constitución me mantendré fiel a la ley fundamental, me guste o no. No sólo fiel, también respetuoso con la familia real en la medida de lo posible. Lo que no significa que si algún día me convocaran a un referéndum, acudiría a votar República.

Hecha esta primera consideración a modo de introducción, diré que he visto en televisión con interés todos los actos en los que participó la heredera al trono hace semanas. Me refiero concretamente a la jura de bandera en la Academia Militar de Zaragoza, al desfile del día 12 de octubre, a la comparecencia ante las Cortes para jurar la Constitución, a la ceremonia de entrega del collar de Carlos III y a la inauguración de la legislatura. Digo con interés y no exagero, porque en mi caso no sólo se trataba de analizar el comportamiento de una persona destinada a ser reina, sino que además suponía una ocasión magnífica para husmear en el ambiente político que se respira en estos momentos en las instituciones, aunque fuera a ojo de pantalla.

De la princesa Leonor como persona no voy a emitir ni un juicio ni medio, porque carezco de información. Pero sí me atrevo a opinar que en estos actos su figura, siempre desde mi punto de vista, transmitió disciplina, buena disposición y espíritu de servicio. Sé muy bien que los estrictos protocolos que rodean a la heredera encorsetan su comportamiento; pero teniendo en cuenta su juventud, y por tanto su inevitable espontaneidad, cualquier observador atento puede sacar conclusiones sobre su actitud. 

En cualquier caso, y hablando de protocolos, creo que a las ceremonias citadas les sobró boato y ostentación en bastantes momentos. Soy consciente de que aquellos actos desde un punto de vista histórico son trascendentes; pero si se pretende acercar la familia real a la ciudadanía, empiezan a sobrar besamanos, genuflexiones y zalamerías. La mujer del cesar no sólo debe ser honesta, también debe parecerlo. Tanta magnificencia resta credibilidad e incluso crea desconfianza.

Una de las conclusiones que he sacado de las últimas apariciones en público del rey Felipe VI es que intenta pasar página del poco edificante comportamiento del monarca anterior, que sirvió para debilitar a la monarquía. España no es un país monárquico, porque los reyes nunca han contado con las simpatías incondicionales de los ciudadanos de a pie; de manera que cualquier erosión de la imagen real crea convulsiones. Juan Carlos I se puso el mundo por montera y creó una crisis de credibilidad muy profunda; sus herederos están obligados, no sólo a distanciarse de la imagen del emérito, sino además a predicar con el ejemplo. Va en ello la supervivencia de la institución.

Si el sentido de una monarquía, como dicen sus defensores, es el de servir de símbolo de unión, es del todo imprescindible que los que la representan estén a la altura de las exigencias. Los símbolos deteriorados, rancios y polvorientos desunen en vez de unir, porque a nadie le gusta la fealdad ni las antiguallas. Pero es que, además, están obligados a dar ejemplo. No se puede olvidar que en España nunca ha habido fervor monárquico. En el mejor de los casos, sólo una indulgente indiferencia.

Como resumen, a mí me ha parecido observar en el comportamiento de la joven heredera la aceptación del compromiso de ser útil a la nación. No es más que una impresión subjetiva. Ojala no se trate de un espejismo. Porque cuando la monarquía zozobra, y la Historia nos ha dejado numerosos ejemplos lamentables, pone a toda la nación patas arriba.

Eso, en una república no sucede. Elecciones, nuevo presidente y a pasar página sin sobresaltos.


1 de diciembre de 2023

Los pecados capitales

Hace mucho que no reviso el catecismo, no sé si porque prefiero no enfrentarme a sus constantes acusaciones o porque haya perdido confianza en sus postulados. El padre Ripalda debía de ser bastante exigente con su propia conducta y como consecuencia extendió sus imposiciones a los catecúmenos. Porque, una vez revisados los pecados capitales, he llegado a la conclusión de que no estamos hablando de dicotomías -sí o no-, sino de facetas de la conducta humana que admiten muchas graduaciones.

Pongamos la pereza como ejemplo. Me pregunto dónde acaba y dónde empieza. A mí, concretamente, hay muchas cosas que me dan pereza, por las que no muevo un músculo del cuerpo para resolverlas. Me tengo por diligente, por persona muy poco amiga de rehuir responsabilidades, pero a veces prefiero olvidarme de ciertas obligaciones y mirar para otro lado.

Hablemos de la avaricia. Queda muy bien, incluso a veces resulta espectacular decir aquello del dinero no da la felicidad. Pero cuando vemos que nuestra capacidad económica puede soportar los gastos a los que nos llevan algunos caprichos, nos sentimos más contentos que unas castañuelas. De la misma manera que nos embarga la frustración cuando el presupuesto no alcanza.

En cuanto a la ira, si no nos cabreamos de vez en vez por las estupideces que nos rodean, corremos el riesgo de acumular tanta bilis que terminemos enfermos. En muchas ocasiones parece recomendable abrir la válvula de los improperios y soltar adrenalina. Un grito a tiempo resulta muchas veces liberador de las tensiones acumuladas.

Supongo que si hablo de una buena fabada o de un sabroso cocido o de una pasta al dente, no habrá quien a estas alturas de esta torpe reflexión no adivine que voy a referirme a la gula. En mi opinión, si tu aparato digestivo no te da guerra, si tu propensión a engordar está controlada y si tu tensión arterial se mantiene dentro de unos límites aceptables, no hay nada que te impida gozar de una suculenta comida, de esas de relamerse los labios. Incluso, por qué no, de repetir.

Cuanta vece hemos oído decir aquello de la envidia sana, una manera de suavizar el escozor que nos produce desear tener algo que otros tienen. ¿A quién le hacemos daño cuando pensamos en que nos gustaría disfrutar de las comodidades que le brinda un buen coche al vecino o en el piso confortable de un conocido?

Lo de la soberbia es harina de otro costal. Porque si uno no tiene confianza en su talento, si no se halaga a sí mismo de vez en cuando, quién lo hará? Para hablar mal ya están los demás. Yo creo que en la vida hay que sentirse seguro, no hay que arrugarse. Es más, nunca sobra una cierta arrogancia y andar con la cabeza alta.  

He dejado para el final la lujuria y vaya usted a saber por qué. ¿Dónde empieza la exacerbación del deseo carnal y acaba el instinto sexual? ¿Dónde termina el mandato de nuestros instintos y empieza el pecado? Ni lo sé, ni me lo pregunto. Porque aquí si que entramos en un terreno que, como dicen los eruditos, más vale no menear.

De manera que, a pesar de las doctas enseñanzas que nos dejó el turolense Ripalda hace unos siglos, yo me declaro inocente.