La realidad social de nuestro país es que se puede salir a
la calle sin preocupaciones, que se vive en paz, sosiego y democracia. En la inmensa mayoría de los ciudadanos no hay crispación, ni siquiera la ligera sospecha
de que esto pueda explotar en cualquier momento. La gente se afana en seguir
viviendo sus vidas y cuando medita sobre los discursos alarmistas que recibe
de los políticos a través de los medios cree no entender nada. No puede ser,
piensan muchos, que con lo que veo a mi alrededor pueda ser cierta tanta
amenaza de la convivencia pacífica.
Yo procuro sustraerme del contagio
pesimista gracias a un intencionado distanciamiento de lo que dicen unos y
otros, porque no quiero dejarme impresionar ni por los agoreros ni por los vendedores de humo. Es más, creo que
gracias a ello me puedo permitir tomarme a chunga muchas de esas amenazas, en
las que no encuentro ningún fundamento. Cuando, pongamos un ejemplo, le oigo
decir a Aznar que España corre el riesgo de romperse, no puedo evitar la
carcajada. O cuando Isabel Díaz Ayuso nos explica que Pedro Sánchez la ha
tomado con los madrileños, tengo que hacer un gran esfuerzo para apartar de mi
expresión cualquier atisbo de cachondeo, no vaya a ser que los que me rodean me tomen por chiflado.
Supongo que los pregoneros de los cataclismos que nos amenazan dan por hecho que así, calentando el ambiente, conseguirán recuperar el poder con más facilidad que si jugaran el juego de la realidad y asumieran el papel de oposición que les ha encomendado el parlamento, nada más y nada menos que el pueblo soberano. Creo que se equivocan con tanta hipérbole, con tanta sobreactuación, porque puede suceder que la ciudadanía acabe dándose cuenta de que lo que dicen no son más que invenciones ajenas por completo a la realidad.
La ciudadanía tiene otras preocupaciones, las del día a día. Sólo percibe una amenaza, la de su supervivencia, y sólo tiene las inquietudes de mejorar en calidad de vida, de sacar adelante a sus familias y, en muchos casos, de llegar a fin de mes. Cuando oye hablar de dictaduras, de fraude electoral, de ponerse al lado de los terroristas de Hamás, no puede evitar torcer el gesto y pensar aquello de déjense de payasadas y aterricen en la realidad. Porque son canciones que nada tienen que ver con su propia realidad. Vamos, que toda esta feria de despropósitos que ha montado la oposición, al ciudadano de a pie se la sopla.
Por resumir muy resumidamente los principales problemas de los españoles, son los siguientes:
ResponderEliminar1. (Si gozo de una salud aceptable) Que no caiga enfermo
2. (Si soy asalariado o pensionista) Que me suban mi sueldo o mi pensión conforme al IPC
3. (Si soy hombre de negocios) Que no tenga que pagar muchos impuestos.
3. (Si estoy en paro) Que encuentre pronto un trabajo digno.
4. (SI soy padre de familia).- Que mis chicos sean buenos chicos, como personas, como estudiantes, como trabajadores...
¿Me dejo alguno?
Y sigo pensando que la mejor forma de informarse es con el B.O.E.
Fernando, creo que te dejas alguna de las inquietudes. A los españoles no les gusta la falta de libertad ni que se lesionen sus derechos, sobre todo los conseguidos con el esfuerzo colectivo. Parece un intangible, pero se trata de una realidad social que subyace detrás de las decisiones de millones de electores a la hora de emitir su voto.
EliminarLuis, de acuerdo en todo excepto con la frase de “que en ocasiones contagian a unos cuantos ingenuos y bienintencionados”.
ResponderEliminarCreo que el contagio es mayor de unos “cuantos”, quizás porque además de los “ingenuos y bienintencionados” hay quienes están dispuestos a ser “contagiados”.
Vamos, que esperan la epidemia.
Angel
Ángel, es curioso que te hayas fijado en una frase que medité cuando la escribía. Para mí, los que están dispuestos a ser contagiados son unos ingenuos o bienintencionados, dos adjetivos amables que en cierto modo sustituyen a otros más contundentes que se me ocurrían en aquel momento. Pero es que pretendo no ahondar demasiado en las heridas de los demás. A veces basta con un ligero toquecito.
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