27 de mayo de 2015

Se están quitando la careta

He oído decir esta mañana en la radio que Ciudadanos ha empezado a rebajar el nivel de las exigencias que esgrimía para llegar a pactos con otras formaciones. Parece que la que se refería al requerimiento de celebrar primarias ya no forma parte de su ideario ético, lo que a nadie puede sorprender si se tiene en cuenta que el PP, su más que posible aliado en el futuro inmediato, nunca ha estado por la labor de someter el nombramiento de sus candidatos a la opinión de los militantes, entre otras cosas porque estas maneras de participación interna no forman parte del ADN político de los populares.

Creo, por tanto, que la formación de Albert Rivera empieza a quitarse la careta. En honor a la verdad debería decir que el disfraz centrista con el que se han cubierto durante la campaña electoral ha despistado a pocos. Quienes procedentes de la derecha de toda la vida han votado a esta nueva derecha sabían, en su inmensa mayoría, lo que estaban haciendo. Vaya por delante mi respeto por su decisión, porque tienen derecho a seguir siendo conservadores, aunque le hayan dado la espalda por hartazgo a los que votaban hasta ahora. No me duelen prendas en reconocer que hay maneras y maneras, y desde luego las de Ciudadanos y las del PP son distintas.

Ha habido sin embargo un grupo más reducido de votantes que ha creído ver en este partido emergente una socialdemocracia de carácter moderado, antiguos simpatizantes del PSOE, cansados  de algunos de sus manejos. Éstos sí que se han equivocado, porque han creído que seguían siendo fieles a sus ideas de izquierda y, sin pretenderlo, con su voto están apoyando a la derecha de siempre. Creían que votaban a un centro capaz de llegar a acuerdos con la izquierda moderada, algo que la cruda realidad desmiente minuto a minuto.

Ya he confesado en varias ocasiones mi preferencia intelectual, que no adscripción militante, a la corriente socialdemócrata europea, una ideología que en mi opinión en España encarna el PSOE. El nuevo panorama político, el que han dibujado las elecciones locales en España, parece colocar a este partido en el centro del nuevo espectro político que se acaba de inagurar. Quizá sea pronto para verlo, ya que todavía no se conocen las alianzas a las que pueda llegar el Partido Socialista con Podemos o con sus afines, ese batiburrillo de nombres exóticos, cuyas intenciones programáticas aún no están claras para mí, aunque no ponga en duda, como hacen otros, que encajen perfectamente dentro de la Constitución.

Si el PSOE fuera capaz de aglutinar a su alrededor gobiernos de progreso, sin desviarse de la moderación socialdemócrata, me sentiría satisfecho, porque es la única formación que, desde mi punto de vista, puede poner freno a los abusos del capitalismo galopante y defender, con ciertas probabilidades de éxito, los derechos sociales de los españoles. Pero si la corriente impetuosa de esa nueva izquierda que ha aparecido en España desbordara la moderación y arrastrara al partido de Pedro Sánchez hacia aventuras utópicas, hacia intentos demagógicos de alcanzar lo inalcanzable, me vería obligado a reconocer mi frustración, que estoy seguro compartiría con muchos de los que todavía siguen confiando en la socialdemocracia como solución a las, cada vez mayores,  desigualdades de oportunidades que asolan nuestro país.

Iremos viendo.

26 de mayo de 2015

La Gran Coalición

Acabo de oír en directo a Esperanza Aguirre proponer, para la alcaldía de Madrid, la formación de una gran coalición de centro, constituida por PP, PSOE y Ciudadanos, con el objetivo de desbancar con ella a la candidata Manuela Carmena. Me he quedado perplejo, he subido el volumen del televisor por si el oído me estuviera traicionando, me he pellizcado el antebrazo con la sospecha de que todavía no me hubiera despertado del todo de mi breve siesta y he echado un vistazo a mi alrededor para comprobar que aún seguía en el mundo de los vivos. Después, cuando he reparado en quien estaba proponiendo la genial idea, se ha tranquilizado algo mi desasosegado espíritu y he continuado oyendo con suma atención la rueda de prensa, no sin antes exclamar, porque he sido incapaz de reprimir mis instintos básicos, tiene un morro que se lo pisa.

Yo comprendo que perder las elecciones conlleva un gran disgusto, sobre todo cuando se ha ido a ganarlas con la seguridad que otorga la prepotencia desbocada; sé también que la personalidad de la candidata popular se corresponde con la de una persona que no se da nunca por vencida, y no ignoro que la presidenta del PP madrileño es de las que van por libres, sin respeto ni consideración hacia las directrices de su partido. Por tanto, una vez repuesto de la sorpresa inicial, he sido capaz de entenderlo todo. Lo que no significa que no me haya asaltado una pizca de duda sobre la cordura de la protagonista de la anécdota. Adelanto que Antonio Miguel Carmona, el candidato socialista, parece que ya ha dicho NO a la propuesta de Esperanza Aguirre.

El argumento de la líder popular se basa en que la suma de los votos madrileños procedentes del centro izquierda (PSOE), del centro centro (Ciudadanos) y del centro derecha (PP) es superior a los del partido que quiere romper el sistema democrático en España. Resulta que ahora todos o casi todos somos de centro, con ligeros matices, claro está, pero al fin y al cabo defensores de unos valores constitucionales que nos distinguen de los demás. Hay que tener jeta o, lo que es peor, no se puede estar más lejos de la realidad política española que lo está la señora Aguirre.

Por si fuera poco, en su opinión, si Manuela Carmena fuera alcaldesa de Madrid, convertiría su cargo en un trampolín para que Pablo Iglesias llegara a ser el próximo presidente del gobierno español. No ha explicado cómo, si mediante un golpe de estado o convenciendo a los españoles de que si su opción funciona en Madrid podría funcionar en el resto del país. Ha dicho simplemente, cuidadito que viene el coco, ignorando por completo que los ciudadanos en las urnas ya han demostrado hasta dónde les dan miedo los espíritus malignos y hasta dónde están hartos de políticas antisociales, de corrupción y de mentiras.

Doy por hecho que lo que acabo de contemplar hace un rato en televisión no es más que un esperpento que procede de quien procede. Pero me deja muy preocupado que haya en el actual panorama político español personajes que sigan invocando el miedo y haciendo llamadas a la formación de frentes nacionales. Los ciudadanos españoles, obedientes hasta en la cama, como decía la canción, no nos merecemos que insulten nuestras inteligencias.

25 de mayo de 2015

Vámonos..., vámonos...

Es pronto para entrar en un análisis profundo del resultado de las elecciones autonómicas y municipales que se acaban de celebrar, porque se necesita algún tiempo para digerir la complejidad del mapa político que pueda quedar tras los posibles pactos y cambios de cromos que se avecinan. Sin embargo, como soy amigo de exponer cuanto antes las impresiones que cojo al vuelo, voy a dar unas cuantas aun a riesgo de incurrir en algún error por culpa de la precipitación.

En primer lugar, el vuelco de tendencia tan deseado por la mayoría se ha producido. El Partido Popular, que ha dominado el panorama político durante los últimos años, ha perdido fuelle, por mucho que cacareen sus dirigentes que como son la lista más votada han ganado las elecciones. Ayer le oí decir a uno de ellos que se sentía satisfecho porque uno de cada cuatro ciudadanos les había votado, obviando que tres de cada cuatro no se han dignado otorgarles su confianza. ¿Es eso ganar las elecciones? La corrupción, la prepotencia y las políticas de austeridad están detrás de esta debacle, que no estoy seguro de que el PP sea capaz de reconocer y por tanto de rectificar. ¿Seguirá Mariano Rajoy al frente del partido? Supongo que sí, por eso de que en tiempo de tribulación no hacer mudanza, que aconsejaba Ignacio de Loyola.

La segunda conclusión que saco es que el PSOE ha resistido por encima del nivel en el que algunos situaban  su caída. Como todo es relativo, sus militantes pueden sentirse satisfechos, entre otras cosas porque de momento parecen estar en condiciones de aglutinar a su alrededor gobiernos de izquierdas o de apoyar a otras formaciones para formarlos. Recuperar Extremadura y quizá Castilla-La Mancha es un logro emblemático. Se desplaza al “viajero enamorado” y se sustituye a la polifacética secretaria general del PP. Espero y confío en que Pedro Sánchez sepa administrar bien el resultado y esta situación sea el principio de la recuperación del partido socialdemócrata.

La tercera reflexión es que los partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, se han hecho notar bastante más allá de lo que parecía previsible, los primeros disputándole el voto a la izquierda moderada y a la no tan moderada, y los segundos aglutinando el de la derecha descontenta. En cualquier caso, fuerzas renovadoras, aires frescos, cambio de panorama. El bipartidismo no ha dejado de existir desde un punto de vista global, pero sus cimientos se han puesto a prueba. Habrá que empezar a hablar de partidismo a cuatro bandas, lo que no es malo, sino todo lo contrario.

Lo de Podemos es un fenómeno difícil de catalogar, cuando por ejemplo Manuela Carmena se ha pasado la campaña insistiendo en que ella no era de ese partido, algo que sin duda le ha otorgado el voto de bastantes gente de la izquierda moderada, dicho sea sin menoscabo de su perfil mesurado y su prestigio de persona honrada, que las torpes y malévolas acusaciones de Esperanza Aguirre no han podido destruir. Los ciudadanos han despedido a esta última del panorama político por la puerta grande, a pesar de su invocación al Espíritu Santo, que ese día debía de estar ocupado en menesteres de mayor consideración. O no, porque su casticismo chabacano, tan al gusto de algunos, puede hacerla resucitar cuando menos lo esperemos. De momento parece que continuará al frente del PP de Madrid, que manda huevos, como diría uno de sus ilustres correligionarios.

En cuanto a Ciudadanos, ya va siendo hora de que se quite la máscara progresista y nos muestre sus verdaderas intenciones. A las cosas hay que llamarlas por su nombre y no avergonzarse de ser lo que se es, en este caso un partido de derechas dispuesto, entre otras cosa, a apoyar a Cifuentes para formar gobierno en la Comunidad Autónoma de Madrid. En su derecho está, no seré yo quien lo discuta, pero que enseñe su rostro de una vez, que se deje de milongas progresistas.

Por último, y no menos importante, Izquierda Unida y UPyD no han resistido la convulsión, los primeros debido a su cisma interno y los segundos gracias a las torpezas estratégicas de su líder, Rosa Díez, que abandona por KO técnico, dos situaciones que traen causa de la aparición de Podemos y Ciudadanos respectivamente.

Sólo me queda una cosa por decir, que no me perdonaría dejar en el tintero: la democracia ha ganado por encima de cualquier otra consideración. Podrán gustarme más o menos los resultados, pero de lo que me siento muy satisfecho es de que una vez más los españoles hayamos sido capaces de expresarnos libremente, esta vez ante un panorama de ofertas tan variadas que hasta confundían. Se nota la frescura que ha empezado a orear el panorama político español. Ojalá continúe la catarsis.

24 de mayo de 2015

Conducir en dirección contraria

Nunca he entendido las actitudes misantrópicas, las de aquellas personas que se encuentran a disgusto entre sus conciudadanos, porque se consideran, no sólo diferentes, sino además mejores a los que los rodean. No hablo por supuesto de los que mantienen una actitud crítica frente a las imperfecciones sociales, comportamiento que considero útil, sino que me refiero a los que ven en los otros a sus enemigos. Estoy pensando en aquellos que consideran a los de su entorno gentes que les agreden sólo por el hecho de estar ahí, en los que han llegado al convencimiento de que encarnan las virtudes universales y por tanto creen que el que no opina y no se comporta como ellos está equivocado.

Podría decirse que todos en mayor o menor medida somos algo misántropos, ya que muchas veces preferimos el aislamiento a la compañía. Pero no es a esa característica del ser humano, la introspección ocasional, a la que quiero referirme, sino a uno de sus extremos, en el que figuran los excluyentes, los perfeccionistas, los que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. No son muchos, es cierto, pero sí llaman la atención, porque se hacen notar; lo que me lleva a pensar que se trata de personas inseguras, que mediante esta actitud, agresiva hacia los demás, intentan reafirmar su propia seguridad.

Los misántropos me recuerdan la historia de aquel conductor que circulaba por una autopista en dirección contraria a la que debía y se sorprendía de que fueran tantos los que se habían equivocado. Tan seguros se encuentran de estar en posesión de la verdad, que no tienen la menor duda de que todos los demás están en el error. Es una actitud de pleno convencimiento de su superioridad, de total desprecio hacia los comportamientos de los demás.

Lo que sucede con estas personas es que no convencen a casi nadie. Es más, suelen granjearse la antipatía y animadversión de sus congéneres, cuando estos comprueban la reiteración de las posiciones de aquellos, siempre o casi siempre encontradas con las de la mayoría. Si el desacuerdo fuera esporádico, la situación entraría en la categoría de lo normal, porque no todos vamos a coincidir en todo. Pero cuando la discrepancia es continua, la sospecha de anormalidad de comportamiento está servida. No se puede estar constantemente en desacuerdo en todo y con todos, no es comprensible que alguien sólo vea las imperfecciones en los demás y ninguna en sí mismo.

Quizá la mejor terapia contra la misantropía sea la autocrítica y, sobre todo, no tomarse muy en serio uno mismo. Cuando se ejerce la censura contra tu propio pensamiento, se descubren en ocasiones los errores en los que se vive. Pero si además se decide enmendarlos y corregirlos, se estará poniendo remedio a uno de los comportamientos humanos más perjudiciales que existen, el de la misantropía, perjudiciales sobre todo para quienes la ejercen. Sí, porque los misántropos, como el conductor que circulaba en dirección contraria a todos los demás, suelen terminar por estrellarse.

20 de mayo de 2015

Las Fuerzas Armadas de hoy (II)

Decía en mi entrada anterior que volvería a hablar de las Fuerzas Armadas, pero en aquel momento  no era consciente de que sería tan pronto. Algunas personas de mi entorno me han comentado sorprendidas mis reflexiones de ese día, supongo que porque no las esperaban. Quizá  pensaran que yo, que me tengo por progresista, debería haber sido crítico con la institución militar y no justificar la necesidad de su existencia, y les haya chocado que por el contrario ponga de manifiesto los sacrificios que sus profesionales están soportando para adaptar los ejércitos a los nuevos tiempos. Debo decir, además, que los comentarios de incomprensión o desacuerdo no me han llegado sólo desde la izquierda del espectro político, también desde la derecha conservadora. Afortunadamente tengo amigos de todos los colores.

Esos comentarios me reafirman en dos cosas: primera que la mayoría de las personas no han seguido la evolución de la institución como para ser capaces de apreciar los cambios que se han producido, y, segunda, que determinados prejuicios adquiridos en otros tiempos son difíciles de erradicar. Es más, precisamente porque sé que las cosas son así me decidí a escribir el artículo anterior. Echo de menos la pedagogía en muchos aspectos de la vida social y éste no es una excepción. Alguno me dirá que se encarguen los militares de ejercerla, pero yo les contestaría que somos los civiles quienes tenemos que valorar su comportamiento y, sobre todo, entender la necesidad de su existencia al servicio de nuestra seguridad.

He oído decir a algunos que para qué están los ejércitos, que ya no son necesarios y acabarán por extinguirse. Tamaño dislate sólo es propio de gentes desactualizadas, que ignoran las amenazas externas a pesar de que están ahí y todos los días nos desayunamos con alguna. También me llegan comentarios de personas que hablan de la institución como si se estuvieran refiriendo a lo que era cuando ellos hicieron la “mili”, como si las cosas no hubieran cambiado desde entonces. Sus puntos de referencia nada tienen que ver con la realidad actual.

Lo que yo trataba de decir el otro día es que, partiendo de la base de que la necesidad de la defensa es un hecho incuestionable, la institución responsable de llevarla a cabo intenta, día a día, con gran sacrificio por parte de sus profesionales, estar a la altura de las circunstancias; y que es difícil encontrar una adaptación mejor a la evolución democrática del país y a las características de las amenazas que nos acechan que la que se ha dado en las Fuerzas Armadas en los últimos años. Negarlo significa o desconocimiento o prejuicio. O las dos cosas a la vez.

Las misiones en el exterior, por ejemplo, no son un capricho, excepción hecha de alguna aventura irresponsable, de la que no me he olvidado, pero prefiero obviar ahora para que las anécdotas no enmascaren la categoría. Lo de Irak del trío de las Azores fue, cuanto menos, una chapuza, de la que ahora no se sabe cómo salir. Sin embargo, pocos conocen la presencia de nuestras Fuerzas Armadas en pequeños destacamentos en la extensa región del Sahel, a pocos kilómetros de distancia de dónde vivimos, que están allí combatiendo la amenaza yihadista. Aunque no haya que darle demasiada publicidad a estas misiones, entre otras cosas por razones de seguridad, me parecería irresponsable ignorar su importancia.

Ésta es la realidad a la que me refería el otro día, a la de una institución que por un lado ha sabido adaptarse a la democracia de una forma modélica y, por otro, modernizar sus estructuras a pasos agigantados, porque los cambios en el escenario geoestratégico así lo exigían; y todo ello con un gran sacrificio personal por parte de sus profesionales.

Me parecería injusto no reconocerlo.

19 de mayo de 2015

Las Fuerzas Armadas de hoy (I)

Siempre me han interesado los asuntos relacionados con las Fuerzas Armadas, dicho sea en cuanto a lo que afecta a su organización y evolución como institución del Estado y no desde el punto de vista de la afición a las armas o a lo bélico. Eso que se ha dado en llamar “militaria”, apego muy extendido en algunos sectores de la población civil, no forma parte de mis aficiones. Debo confesar, además, que nunca tuve vocación militar, más allá de algún brote juvenil que mi carácter y mis inquietudes sofocaron muy pronto, para enfocar mi trayectoria personal hacia la vida civil.

Doy por hecho que mi interés nació como consecuencia de que mi padre era militar de carrera, en la que alcanzó el empleo de general de brigada, lo que significó que durante los primeros años de mi vida viviera rodeado por un ambiente castrense, un mundo entonces muy cerrado, cuya evolución he seguido de cerca desde hace muchos años como simple observador, para comprobar cómo ha ido abriéndose a la sociedad de manera espectacular, mucho más que la mayoría de las restantes instituciones del Estado.

Que lo que en realidad me interese sea el estudio de la evolución de las Fuerzas Armadas como institución no significa, en absoluto, que no sienta un gran respeto por los que visten el uniforme e, incluso, un especial cariño por “lo militar”. Todo ello unido me ha llevado a que, mediante el seguimiento continuo de la situación, haya llegado a adquirir un conocimiento general sobre estos asuntos, que me atrevería a situar por encima de la media que posee la población civil. Los militares con los que hablo, y lo hago con mucha frecuencia porque pongo interés en ello, me confirman con sus apreciaciones que mi presunción no es exagerada.

No era fácil que una institución que había estado directamente comprometida con la dictadura del general Franco, con un pasado golpista que abarcó prácticamente todo el siglo XIX y parte del XX, evolucionara hacia la democracia como lo han hecho las Fuerzas Armadas españolas. El camino ha sido largo, con algunos episodios involucionistas por todos conocidos, pero en la actualidad muy pocos españoles dudan del compromiso de la Fuerzas Armadas con el sistema de libertades.

Quizá el aspecto menos conocido por la mayoría sea el sacrificio que la adaptación de aquellos ejércitos a las necesidades actuales ha supuesto para la inmensa mayoría de los militares de carrera. De unas Fuerzas Armadas de más de medio millón de hombres, mal equipadas y por tanto de dudosa eficacia, se ha pasado a unos ejércitos que apenas suman los ciento treinta mil militares, razonablemente dotados de equipos y sistemas de armas, dentro naturalmente de las limitaciones presupuestarias, que en época de crisis ha llegado a convertirse en una situación difícil de soportar, visto desde la perspectiva de las capacidades operativas.

La carrera militar, antes proyectada por la mayoría de los militares que salían de las academias hacia el generalato, ha cambiado hasta convertir el empleo de coronel en una meta casi inalcanzable, o alcanzable por muy pocos. Los ascensos requieren una serie de prerrequisitos que obligan a un gran esfuerzo personal, tanto en conocimientos como en la obligatoriedad de pasar por determinados destinos, por supuesto nunca cómodos e incluso algunos de riesgo. Me atrevería a decir que el esfuerzo que un militar tiene que hacer hoy en día para promocionarse, o simplemente para mantener con dignidad su estatus en la institución, es superior al que se requiere en el resto de la Administración del Estado. Incluso en las empresas civiles es difícil encontrar un grado de competitividad como el que hoy se da en las Fuerzas Armadas, dicho sea naturalmente desde el punto de vista de la media estadística.

Pero lo cierto es que el colectivo de militares de carrera -oficiales y suboficiales-, a pesar de los enormes sacrificios que ha supuesto para ellos adaptarse a unos nuevos tiempos, componen hoy una institución modélica, en los que los parámetros de su cometido han cambiado, pero la necesidad de su existencia como organización armada al servicio de la defensa de la sociedad continua vigente. Las amenazas ahora son distintas, pero totalmente reales, algo que no deberíamos olvidar nunca los ciudadanos, pero que desgraciadamente a muchos les pasa desapercibido o prefieren ignorar.

Quizá otro día vuelva sobre este asunto, que tanto me interesa y del que tan poco se conoce.

17 de mayo de 2015

Señoras y señores, esto es Europa

La Ópera de Viena
Si algo debería resaltar de mi último viaje a Viena y a Bratislava  porque me haya llamado la atención, es el alto nivel de civismo ciudadano que se respira, un comportamiento que transmite tranquilidad, sosiego y seguridad a quien pasea por sus calles. Es cierto que la cualidad que acabo de señalar no es patrimonio exclusivo de estas dos maravillosas ciudades centroeuropeas, porque la encontraremos en la mayoría de los lugares de Europa, por no decir en todos. Desde mi punto de vista, las excepciones que existen confirman la regla; y hoy prefiero no reparar en ellas, para así centrarme en el asunto que me he propuesto comentar. Ya habrá tiempo para hacerlo en otros artículos de este blog.

No quisiera caer en la petulancia de considerar que Europa es el mejor rincón del planeta, pero la modestia no debería llevarme a subestimar los valores europeos. En nuestro continente, además de cultura, patrimonio e historia, se dan unos parámetros sociales difíciles de encontrar en otras latitudes, desde el respeto institucional a los derechos del hombre, hasta la preocupación por las prestaciones sociales en general, por el nivel de vida de sus ciudadanos. Es verdad que queda mucho camino por recorrer, pero en cualquier comparación que hagamos con otras culturas saldremos beneficiados.

No voy a negar que la renta per cápita ayuda a que las cosas sean así, pero no es la única razón. Quizá haya sido la larga historia de luchas intestinas, de guerras inútiles, de rivalidades sin sentido las circunstancias que hayan logrado que, por contraposición, se haya ido formando a lo largo del tiempo un sentimiento de supranacionalidad europea, capaz de aglutinar a pueblos tan distintos, aunque con un denominador común, la extensión de la cultura entre una amplia parte de su población. Se trata de una realidad tangible, tan evidente que a muchos les lleva a decir con orgullo mal disimulado: “señoras y señores, esto es Europa”.

Digámoslo alto y claro: el conjunto de valores que se dan en nuestro continente es difícil de encontrar en otros lugares. Es cierto que continúa habiendo tensiones entre algunos Estados. Un ejemplo ha sido la secuela de luchas que dejó la desmembración de la antigua Yugoslavia, que ha costado casi dos décadas erradicar; pero lo cierto es que el conflicto ha desaparecido, porque la fuerza de atracción de la Europa institucional ha acabado con ellas. Los croatas primero y ahora los serbios y los bosnios miran a sus vecinos de la Unión Europea como los golosos el escaparate de una pastelería y saben que sus luchas intestinas producen el rechazo de sus potenciales socios.

Esta reflexión nos debería llevar a darle la importancia que la construcción europea, lenta pero segura, se merece. Nunca entenderé a los euroescépticos, a aquellos que se relamen cuando ven dificultades en el progreso hacia la unidad política, a los que magnifican la supremacía de unos Estados frente a otros y la ven como un peligro, a los que rechazan la centralización de ciertas competencias como si les estuvieran quitando parte de su independencia. Nunca los entenderé, porque soy un europeísta convencido.

Europa se ha salvado de la última crisis económica, o se está salvando, porque existe la Unión Europea. De no haber contado con ella, los países europeos hubieran entrado en un largo proceso de recesión, que habría aumentado las diferencias entre unos y otros y dado lugar a un incremento de las tensiones entre  Estados, a un peligroso deterioro del nivel de vida alcanzado en las últimas décadas.

Los viajes siempre inspiran reflexiones, pero éste en concreto a mí me ha reafirmado en mis convicciones europeístas. No ha sido la primera vez que me sucede y confío en que no sea la última. Siempre que visito un país europeo, sea la nórdica Suecia o la mediterránea Malta, la verde Irlanda o la clásica Grecia, me encuentro con los valores que mencionaba al principio, con un comportamiento ciudadano que transmite tranquilidad, sosiego y seguridad, con las diferencias locales, por supuesto, que no invalidan la proposición general.

15 de mayo de 2015

No estamos solos, estamos en la globalidad

Leí hace unos días un interesante artículo del profesor de Derecho Constitucional Francesc de Carreras, en el que entre otras muchas reflexiones, a cuál más interesante, el articulista medita sobre la posibilidad real de ejercer políticas independientes en un país, sin tener en cuenta el entorno geopolítico que lo circunda; y concretamente se refería a Syriza en Grecia, que según él ejemplariza los límites de la autonomía de cualquier iniciativa socioeconómica, si va contra viento y marea de la globalidad en la que se inscribe. El autor del artículo establece juicios de valor, no se limita a constatar un hecho.

La Unión Europea no es una entelequia, sino una organización supranacional que poco a poco va concentrando competencias y adquiriendo más poder. Ignorar esta realidad es suicida, si no torpe; y prometer a los electores reformas que choquen abiertamente con los intereses globales no es ético, en cuanto que supone un brindis al sol, es decir, ofrecer lo que se sabe de imposible cumplimiento. Los votantes a la hora de elegir candidato deberían tener en cuenta esta consideración, para no sentirse después engañados. Pero desgraciadamente muchos caen en las trampas electorales y después se lamentan de sus errores.

Francesc de Carreras pone el siguiente ejemplo en su artículo: Alexis Tsipras en Grecia prometía doblar el salario mínimo, cuando hay países en la UE, como las repúblicas bálticas o Eslovenia, que lo tienen cifrado en la mitad del de los griegos en la actualidad; los ciudadanos de esos países se preguntan si tienen que ayudar a Grecia mientras ellos se sacrifican. Desde mi punto de vista, no es baladí la reflexión.

Las proclamas de Rajoy en su momento, cuando decía que con la confianza que ofrecía el Partido Popular se arreglarían todas las cuitas del país, no tenían fundamento y él lo sabía; y las diatribas de Pablo Iglesias contra los corruptos y sus promesas de regenerar el país con sólo la presencia de Podemos, no se sostienen y también él lo sabe. No estamos solos, estamos sumergidos en una globalidad que condiciona cualquier política, porque no se puede pertenecer a la UE e ir por libres. Rajoy ha tenido que hacer lo que le ordenaban desde Bruselas e Iglesias tendría que contar con los demás partidos si quisiera cambiar las leyes para acabar con la corrupción, y esas leyes no podrían ir en contra de lo que dictan las europeas, que entre otras cosas defienden las de la economía de mercado. Lo demás son falsas promesas, que desgraciadamente engañan a tantos.

Es curioso observar como en España muchos critican la dispersión legal que el Estado de las Autonomías ha traído como consecuencia del mandato constitucional, y sin embargo no aceptan, o aceptan de mala gana, la concentración de poder que impone dotarse de una nueva “nacionalidad” europea. Es una paradoja difícil de entender, o fácil si se echa mano del concepto nacionalismo, que cada uno lo entiende a su medida, unos hacia abajo y otros hacia arriba, los primeros no aceptando que se dispersen sus competencias en entidades menores y los segundos oponiéndose a que sean englobadas en otras de mayor rango. Al fin y al cabo dos nacionalismos de signo contrario, que a veces coinciden en las mismas personas.

Todo esto no significa que a la izquierda no le quede margen de maniobra para combatir las crecientes desigualdades en España, en Europa y en el mundo. Lo que sucede es que hay que hacerlo con inteligencia, sin dar pasos en falso, pisando el suelo, teniendo en cuenta la realidad del entorno, no prometiendo lo inalcanzable. La demagogia es un camino falso que termina volviéndose contra quien la utiliza. La verdadera izquierda, la que quiere acabar con las injusticias sociales, no debería caer en esta trampa.

14 de mayo de 2015

El tercer hombre



Foto del autor
En la vida de las personas hay sucesos que la memoria, esa cualidad del hombre tan engañosa, al cabo de los años acaba convirtiendo en mitos. Se trata de un fenómeno que suele darse a edades tempranas, cuando la mente todavía no se ha endurecido y absorbe las sensaciones que recibe como el papel secante a la tinta. Son recuerdos agigantados y en ocasiones deformados por el paso del tiempo, que terminan cobrando vida propia y convirtiéndose en hitos referenciales de quien los guarda. En mi caso uno de ellos ha sido y sigue siendo la película El tercer hombre, que debí de ver por primera vez cuando tenía catorce años de edad.

Cuento esto porque acabo de pasar unos días en Viena con mi mujer y no he podido resistir la tentación de montar en la famosa noria gigante del Prater -uno de los escenarios de la oscarizada película que dirigió Carol Reed en 1949 y que interpretaron con maestría Orson Welles, Joseph Cotten y la enigmática Alida Valli-, auténtica proeza por mi parte si se tiene en cuenta que padezco de vértigo, que sufro una insoportable fobia a las alturas, limitación que en este caso he sido capaz de superar, sólo por darme la satisfacción de rememorar la famosa escena de El tercer hombre, en la que los dos protagonistas masculinos mantienen el largo diálogo que empieza a desentrañar los enigmas del argumento, mientras la gigantesca rueda de hierro gira lentamente, con la ciudad de Viena como telón de fondo.

Decía antes que la memoria es engañosa, pero en este caso no me había traicionado. Cuando entré en uno de los pequeños vagones de ferrocarril, que funcionan como plataformas giratorias suspendidas en las estructuras metálicas de la gigantesca rueda de sesenta y cuatro metros de diámetro, tuve por un instante la sensación de encontrarme dentro de la película, como si Welles y Cotten fueran a aparecer en cualquier momento. Los busqué con disimulo entre la docena de viajeros que nos acompañaban y hasta creí reconocer sus rostros en un par de encorbatados compañeros de cabina, que con voz pausada comentaban circunspectos en alemán algo para mí ininteligible. Hasta que una joven pareja, a la que no había prestado atención hasta el momento, me señaló de repente su camara y me pidió que les sacara una fotografía, gesto que me devolvió a la realidad. La imaginación no conoce límites, es incontenible.

Foto del autor
Para mi fortuna, en el centro del cubículo había un tosco banco, seguramente colocado allí para mitigar en la medida de lo posible las angustias de los vertiginosos como yo; y ni que decir tiene que nada más entrar me había sentado en él, con ánimo de no moverme de aquel lugar, algo alejado de las ventanillas, durante los quince o veinte minutos que durara el viaje. Pero a medida que la noria fue girando, y por consiguiente nosotros ganando altura, me puse de pie, venciendo mis irracionales temores, y empecé a tomar fotografías de la Viena que iba apareciendo ante nuestras sorprendidas miradas, una ciudad extensa, tachonada de palacios y monumentos y cruzada por el caudaloso Danubio, que desde nuestra perspectiva semejaba un reguero insignificante, en medio de una colosal maqueta urbana.

Debo confesar que lo que me había propuesto hoy al abrir esta página en blanco del blog era escribir algunas impresiones sobre la capital de Austria, una ciudad que puede dar mucho juego a un escritor de impresiones tomadas al vuelo. Pero el recuerdo de El tercer hombre se ha interpuesto en mi camino y me ha obligado a escribir este improvisado artículo. Quizá otro día hable de algunos aspectos de Viena, aunque para mí lo más importante haya quedado dicho en estas líneas. Sólo restaría recomendar a quien todavía no haya visto la película, que la busque en las filmotecas y que no deje de saborearla en todo su esplendor. Seguro que me lo agradecerá y es posible que hasta empiece a preparar una visita a la Wiener Riesenrad.

7 de mayo de 2015

La Décimo Primera Guijarrada

Foto Mariupe Alía
Aunque este blog tenga algo de diario personal, no quiero aburrir a los lectores con historias particulares que sólo interesen a sus protagonistas. Pero como algunos de los que lo leen han participado en nuestra última reunión familiar en Castellote, voy a permitirme contar la experiencia de la Décimo Primera Guijarrada, celebrada hace dos fines de semana.

Esta reunión, a la que en un alarde de originalidad desbordada hemos dado el nombre de Guijarrada, se ha convertido en una especie de asamblea o convención anual de la familia, a la que no debe faltar ninguno de sus miembros, salvo en caso de causa mayor. A ella asistimos los descendientes del matrimonio que formaron en vida Luis Guijarro y Agero y María Jesús Miravete Espinosa, es decir, los cuatro hermanos Guijarro Miravete y nuestras mujeres, nuestros hijos y sus parejas y nuestros nietos, estos últimos, por tanto, biznietos de los cabezas de la estirpe. Este año un total de 28 personas, desde el decano, cuya merecida titularidad ostento, hasta el más pequeño (por ahora), que ronda el año, y con sólo dos ausencias en esta ocasión, por justificadas razones de trabajo.

Como a través de los años las antiguas "cuadras" de la casa se han ido acondicionando hasta constituir un conjunto de bodega, comedor y cocina, completamente equipado y distribuido en tres piezas separadas, el centro de las reuniones se ha trasladado a este lugar, con capacidad suficiente para la  cada vez más numerosa concurrencia. Por tanto es allí donde se celebran las comidas y las cenas, alrededor de una mesa enorme, en la que no falta nada de lo que se necesita. Además, el ajardinado "huerto" aledaño se convierte en un anexo muy a propósito a la hora del aperitivo o durante la copa posterior a las cenas y comidas.

La logística, que puede parecer complicada, se resuelve perfectamente, sin demasiadas complicaciones, gracias a la dedicación de los más abnegados (no doy nombres porque de todos los interesados son conocidos), cocineras y cocineros y proveedores de viandas voluntarios, que se organizan sin que sea necesaria demasiada coordinación (aunque algunos tengan demostradas cualidades coordinadoras), como si todo el mundo supiera qué hay que hacer en cada momento. Cuando llega la hora de las comidas o de las cenas, la mesa está puesta, la comida preparada y los comensales acomodados. Un extraño fenómeno para algunos y el fruto de su esfuerzo para otros.

Brindis por todos (Foto Mariupe Alía)
Durante la cena inaugural del viernes, bienvenida a los recién incorporados a la familia, unas palabritas deslavazadas de algunos (no demasiadas porque no es el estilo de la familia), algún que otro regalo, amenazas con "pasar" por el pilón del abrevadero a los novatos, muchas risas, algún chiste (la familia cuenta con consagrados humoristas en todas las generaciones) e infinidad de ocurrencias. Pero sobre todo un ambiente acogedor, que a mí me sorprende por lo espontáneo y doy por hecho que no soy el único sorprendido.

En la comida del sábado es ya tradicional la paella. Los cocineros para este culinario menester son varios, no siempre los mismos porque todos los años se incorpora algún nuevo voluntario; pero los aplausos a la hora de probar el arroz se mantienen largos y sonoros Guijarrada tras Guijarrada, lo que indica el alto grado de profesionalidad de los “chef” y sus pinches.

Por las noches, después de cenar, la concurrencia se divide por razones de edad. Los jóvenes (la generación intermedia, porque jóvenes somos todos) prolongan la velada hasta altas horas de la madrugada al calor de unas bebidas, mientras que los niños duermen y sus abuelos lo intentan. La hora a la que finalizan las copas es desconocida, porque al día siguiente no hay coincidencia en las versiones.

Quizá uno de los momentos más memorables del día sea la hora de los desayunos, a los que cada uno acude cuando ha logrado despegarse las sábanas. El autoservicio funciona durante varias horas, yo diría que milagrosamente, en este caso en la “cocina aragonesa”, que en ese momento funciona como comedor.

A lo largo del día excursiones no programadas, en pequeños grupos, para visitar cualquiera de los maravillosos rincones que rodean Castellote: subida al castillo (los más valientes), bajada al pantano de Santolea (los más conservadores), paseo a la ermita de la Virgen del Agua (los más píos), visita al torreón templario (los más cultos), etc., siempre cerca del pueblo, porque el apretado programa no permite alejarse demasiado.

Y el domingo por la mañana, caras cansadas, bastante sueño atrasado en algunos, despedidas, besos y abrazos, y cada mochuelo a su olivo. La Guijarrada ha terminado y ya hay que ir pensando en la siguiente.

5 de mayo de 2015

La derecha se ha dividido

Entre las muchas consecuencias que la corrupción ha traído al panorama político español, está la cada vez más visible división del voto conservador en dos tendencias claramente diferenciadas, las que representan respectivamente el PP y Ciudadanos, la segunda más centrada y la primera cada vez más escorada hacia la derecha. Algo, por otro lado, que tenía que suceder algún día, con corruptos o sin corruptos, porque amparar bajo un mismo paraguas ideológico a personas con pensamientos tan dispares como las que han estado votando al Partido Popular durante los últimos decenios, no podía mantenerse por mucho más tiempo.

El carácter que está tomando la campaña electoral de Esperanza Aguirre demuestra que la candidata del PP a la alcaldía de Madrid da por perdidos los votos del centro derecha. Su estilo castizo, faltón y poco respetuoso con los demás, e incluso con su propia formación política, atrae a la derecha tradicional, a quien gusta esos modos como la tiza a un tonto (pido disculpas por la comparación tópica que no he podido remediar), pero espanta a la moderada, harta de tanta prepotencia y vacuidad. Ella sabe perfectamente que sus votos están en la primera y no en la segunda, por lo que no pierde un segundo en atraer a estos últimos. Confía en que la división de la izquierda, gracias a la aparición de Podemos, permita que su partido sea el más votado, para después pactar con el centro derecha de Ciudadanos. Reconozco que con lo que está lloviendo no es mala estrategia para sus intereses.

No parece sin embargo que en la mente de Mariano Rajoy aniden las mismas claves. Por el contrario, los mensajes de sus intervenciones parecen ignorar el riesgo de la división del voto de la derecha, como si no existiera, como hacía Don Tancredo con el toro. Basándose en datos macroeconómicos, machaca día a día a la opinión pública, apoyado por su corte de incondicionales, con el mensaje de “¡ojo!, no vayamos a echar por tierra lo logrado”, como si el bajo precio del crudo o la política monetaria del BCE fueran de su autoría. Se comporta como si creyera que sigue contando con el voto de la derecha moderada, mucho más rigurosa en sus planteamientos que la tradicional y poco proclive a prestar atención a mensajes electorales .

En el artículo que publiqué en este blog el pasado 24 de marzo (¿Se está dividiendo la derecha?), decía que esta escisión no es mala si la vemos desde el punto de vista de la política en general, en cuanto que puede permitir un juego de alianzas postelectorales, que no existía antes porque el abismo entre el PP y el PSOE era insalvable. A partir de ahora, Ciudadanos se interpondrá entre los dos formaciones tradicionales, dejando al Partido Popular en el extremo derecho del arco parlamentario, al mismo tiempo que la aparición de la izquierda radical que representa Podemos (ya he dicho en algún sitio que no me creo lo de la transversalidad), contribuye a centrar al Partido Socialista. A partir de ahí las combinaciones son varias y serán por tanto los ciudadanos con sus votos quienes las marquen.

En cualquier caso, lo que parece inevitable es la división de la hasta ahora monolítica derecha en dos tendencias, que llega tarde, aunque nunca lo sea si la dicha es buena.

3 de mayo de 2015

Radio y Televisión Española

No voy a negar que la televisión pública haya sufrido desde siempre la interferencia de los poderes políticos de turno. Decir lo contrario sería absurdo, porque aunque los gobiernos no ejercieran su influjo directo sobre la dirección de estos canales, sus ejecutivos se encargarían de adaptar la programación a lo que saben que prefieren quienes los han puesto ahí. A no ser que se hayan establecido normas de gestión y de control que lo evite, como sucedió  en la época de José Luis Rodríguez Zapatero, cuando sus ministros se quejaban de que los telediarios de Televisión Española fueran transparentes y contaran las cosas tal y como eran en realidad. Hubieran preferido una actitud más amable con ellos, pero al haber creado  un sistema de dirección de la Corporación que otorgaba a los canales del Estado un alto grado de autonomía, estaban obligados a cumplir su compromiso con la sociedad. Fue una magnífica experiencia, que sus sucesores del PP se encargaron de tirar abajo en cuanto llegaron al gobierno.

De las televisiones autonómicas no voy a hablar, porque posiblemente no encontraría palabras adecuadas para describir la situación. Lo de Telemadrid es de vergüenza, como lo fue en su día el Canal Nou valenciano, hasta su cierre como consecuencia de haber acumulado una deuda de hasta 1.200 millones de euros, dilapidados al servicio del Gobierno Autonómico de aquella Comunidad. Estas cadenas han sido o siguen siendo auténticos altavoces que distorsionan la realidad hasta límites insospechados, a las órdenes del poder político que los amamanta. Se dirá que no son los únicos ejemplos a poner y acepto el comentario por anticipado; pero los dos casos que menciono son de antología.

En otro lugar de este blog (Hacer el "sesenta y uno" - 19 de abril de 2015) he confesado que para intentar mantener la objetividad de juicio dentro de un orden, procuro contemplar a diario informativos de signo contrario y después sacar mis propias conclusiones. Lo mismo hago con la radio y con la prensa escrita. Por eso, hace unas horas he visto el telediario de TVE 1, en el que Mariano Rajoy ha ocupado la extensa primera plana, junto a Dolores Cospedal, en un mitin castellano manchego de manifiesta intención electoral (el presentador ha dicho preelectoral). Después un brevísimo flash sobre unas palabras de Pedro Sánchez (el descaro no llega hasta suprimir del todo la presencia de la oposición). Y ahí se ha acabado cualquier referencia a otros líderes del panorama político español, como si no existieran. Para sonrojarse.

De Rato, de Bárcenas, de Martínez-Pujalte y de Trillo y sus chanchullos “legales”, de Matas, de Fabra, de los imputados en las listas electorales, etc., etc, ni una palabra. De Chaves y de Griñán y de los “eres”, hasta en la sopa. De la dimisión de Monedero y de sus desacuerdos con Iglesias, en demasía. De cifras macroeconómicas que favorezcan al gobierno, una todos los días, aunque no sean más que proyecciones inventadas, como las previsiones de crecimiento o los quinientos mil nuevos puesto de trabajo por año, que dice el gobierno del PP que espera conseguir durante la próxima legislatura. De la economía real, de los sufrimientos de tantos millones de españoles, nada de nada, o tan poco que pasa desapercibido.

La Corporación de Radio y Televisión Española (el anterior Ente) es de todos, se financia con el dinero de nuestros impuestos, es propiedad de la sociedad y no del Gobierno. Si a ello le unimos que de una televisión pública se debe esperar un servicio informativo imparcial, objetivo, riguroso y sin tendencias sectarias de ningún tipo, se comprenderá que la indignación me haya llevado a entrar en este blog para unirme a las voces de los que denuncian todos los días la situación por inaceptable. Quizá no sea más que una pataleta, pero es que desgraciadamente hay veces que lo único que le queda a uno es patalear. Y esta es una de ellas.

2 de mayo de 2015

Podemos y la transversalidad

La verdad es que la dimisión de Juan Carlos Monedero no me ha sorprendido en absoluto. Se trata de un episodio muy normal en cualquier formación política, donde los desacuerdos, ideológicos o funcionales, suelen darse con frecuencia, en ocasiones soterrados y otras veces, como en este caso, a bombo y platillo y con repercusión mediática. Los partidos políticos no son sectas, o no deberían serlo, por lo que las discrepancias hay que aceptarlas como normales.

Ahora bien, en este caso el asunto tiene más miga de lo que parece a simple vista. Aunque nunca sabremos en realidad qué ha sucedido para que se haya llegado a esta situación de ruptura, por las declaraciones de la persona implicada al anunciar su renuncia y las del líder de Podemos al aceptarla, se podría colegir que la dimisión trae causa de dos formas de contemplar la política completamente diferentes, la utópica del dimisionario y la más realista o a la usanza de Pablo Iglesias.

Digo que tiene más miga de lo que parece, porque esta situación empieza a mostrar la verdadera cara de Podemos, la de un partido político con estructura autoritaria, donde las veleidades se pagan con la expulsión de los órganos de decisión, voluntaria (me he expulsado) o forzada (me han expulsado). En alguna ocasión he dicho que en política ejercer la autoridad y mantener “prietas las filas” es, no ya conveniente, sino imprescindible. Una cosa es el debate interno, absolutamente necesario para contrastar opiniones y acordar la mejor, y otra el enroque ideológico contra viento y marea. Y Monedero, con eso de no somos como los demás y lo nuestro es la transversalidad –bonita palabra que no acabo de entender aplicada a la política, salvo que se quiera decir que aquí caben todos, derechas, izquierdas y mediopensionistas- debía de estar dando la murga hasta la exageración.

Por eso digo que Podemos está empezando a mostrar su verdadera cara, a dejar a un lado sus “principios fundacionales”, aquellos que dicen que nacieron del espíritu del 15-M  y que tanto han dado que hablar en los últimos meses. Lo nuestro nada tiene que ver con los partidos de la casta -decían-; nosotros somos el pueblo llano y liso y, por tanto, representamos lo mejor de nuestra sociedad -continuaban pregonando.

Vaya por delante que no me parece mal que Podemos adapte su estructura y su funcionamiento a lo que impone la realidad del escenario que pisa, que se amolde a las circunstancias sociales en las que se mueve. Lo que sucede es que ha estado pregonando y sigue insistiendo que ellos son otra cosa, que representan la quinta esencia de la honradez, con un juego de palabras en las que heterodoxia política equivale a decencia y lo de “hasta ahora” a corrupción.

Pues bien, la dimisión de Monedero no puede estar más de acuerdo con los cánones de la política ortodoxa: si no estoy de acuerdo, lo dejo, o si no estás de acuerdo, déjalo. Como tampoco se puede expresar mejor la obligación de no irse por los cerros de Úbeda que con las palabras de Pablo Iglesias, cuando dijo aquello de que Juan Carlos es un intelectual al que le gusta volar. La política ni son sueños utópicos ni juegos de palabra ingeniosos. La política es sentido de la realidad, poner los pies en el suelo.

Lo que ahora le falta a Podemos para que yo pueda empezar a entenderlo un poco mejor, es definir su programa sin vaguedades. Eso de la transversalidad suena muy bien, pero no es más que una palabra sin contenido político. Si al final son un partido como los demás, me parecerá perfecto, incluso les daré la bienvenida a la lucha democrática por el poder, aunque no tendré más remedio que decir aquello de para este viaje no se necesitan alforjas.