7 de mayo de 2015

La Décimo Primera Guijarrada

Foto Mariupe Alía
Aunque este blog tenga algo de diario personal, no quiero aburrir a los lectores con historias particulares que sólo interesen a sus protagonistas. Pero como algunos de los que lo leen han participado en nuestra última reunión familiar en Castellote, voy a permitirme contar la experiencia de la Décimo Primera Guijarrada, celebrada hace dos fines de semana.

Esta reunión, a la que en un alarde de originalidad desbordada hemos dado el nombre de Guijarrada, se ha convertido en una especie de asamblea o convención anual de la familia, a la que no debe faltar ninguno de sus miembros, salvo en caso de causa mayor. A ella asistimos los descendientes del matrimonio que formaron en vida Luis Guijarro y Agero y María Jesús Miravete Espinosa, es decir, los cuatro hermanos Guijarro Miravete y nuestras mujeres, nuestros hijos y sus parejas y nuestros nietos, estos últimos, por tanto, biznietos de los cabezas de la estirpe. Este año un total de 28 personas, desde el decano, cuya merecida titularidad ostento, hasta el más pequeño (por ahora), que ronda el año, y con sólo dos ausencias en esta ocasión, por justificadas razones de trabajo.

Como a través de los años las antiguas "cuadras" de la casa se han ido acondicionando hasta constituir un conjunto de bodega, comedor y cocina, completamente equipado y distribuido en tres piezas separadas, el centro de las reuniones se ha trasladado a este lugar, con capacidad suficiente para la  cada vez más numerosa concurrencia. Por tanto es allí donde se celebran las comidas y las cenas, alrededor de una mesa enorme, en la que no falta nada de lo que se necesita. Además, el ajardinado "huerto" aledaño se convierte en un anexo muy a propósito a la hora del aperitivo o durante la copa posterior a las cenas y comidas.

La logística, que puede parecer complicada, se resuelve perfectamente, sin demasiadas complicaciones, gracias a la dedicación de los más abnegados (no doy nombres porque de todos los interesados son conocidos), cocineras y cocineros y proveedores de viandas voluntarios, que se organizan sin que sea necesaria demasiada coordinación (aunque algunos tengan demostradas cualidades coordinadoras), como si todo el mundo supiera qué hay que hacer en cada momento. Cuando llega la hora de las comidas o de las cenas, la mesa está puesta, la comida preparada y los comensales acomodados. Un extraño fenómeno para algunos y el fruto de su esfuerzo para otros.

Brindis por todos (Foto Mariupe Alía)
Durante la cena inaugural del viernes, bienvenida a los recién incorporados a la familia, unas palabritas deslavazadas de algunos (no demasiadas porque no es el estilo de la familia), algún que otro regalo, amenazas con "pasar" por el pilón del abrevadero a los novatos, muchas risas, algún chiste (la familia cuenta con consagrados humoristas en todas las generaciones) e infinidad de ocurrencias. Pero sobre todo un ambiente acogedor, que a mí me sorprende por lo espontáneo y doy por hecho que no soy el único sorprendido.

En la comida del sábado es ya tradicional la paella. Los cocineros para este culinario menester son varios, no siempre los mismos porque todos los años se incorpora algún nuevo voluntario; pero los aplausos a la hora de probar el arroz se mantienen largos y sonoros Guijarrada tras Guijarrada, lo que indica el alto grado de profesionalidad de los “chef” y sus pinches.

Por las noches, después de cenar, la concurrencia se divide por razones de edad. Los jóvenes (la generación intermedia, porque jóvenes somos todos) prolongan la velada hasta altas horas de la madrugada al calor de unas bebidas, mientras que los niños duermen y sus abuelos lo intentan. La hora a la que finalizan las copas es desconocida, porque al día siguiente no hay coincidencia en las versiones.

Quizá uno de los momentos más memorables del día sea la hora de los desayunos, a los que cada uno acude cuando ha logrado despegarse las sábanas. El autoservicio funciona durante varias horas, yo diría que milagrosamente, en este caso en la “cocina aragonesa”, que en ese momento funciona como comedor.

A lo largo del día excursiones no programadas, en pequeños grupos, para visitar cualquiera de los maravillosos rincones que rodean Castellote: subida al castillo (los más valientes), bajada al pantano de Santolea (los más conservadores), paseo a la ermita de la Virgen del Agua (los más píos), visita al torreón templario (los más cultos), etc., siempre cerca del pueblo, porque el apretado programa no permite alejarse demasiado.

Y el domingo por la mañana, caras cansadas, bastante sueño atrasado en algunos, despedidas, besos y abrazos, y cada mochuelo a su olivo. La Guijarrada ha terminado y ya hay que ir pensando en la siguiente.

5 comentarios:

  1. Aprovecho para lanzar un grito, que este año viene que ni pintado. Literal para algunos, tendencioso para los más entendidos: ¡¡A por la Undécima!!

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    1. ¡Qué susto! Al ver tu nombre en el comentario he pensado que te habías sentido aludido por "tirar" las brasas de la barbacoa al jardín.
      Eso: a por la undécima, oncena o décimo primera, que para el caso da lo mismo.

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  2. Muy bien reflejado, como no era para menos, lo bien que lo hemos pasado y lo genial que nos llevamos todos... Así que como dice Guille ...a por la undécima!!! Aunque en este caso sea en el sentido literal de la palabra!!!

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  3. En primer lugar, bonita foto la de Mariupe, en segundo, he leído que para mantenerse sano mentalmente es preciso afrontar, cada vez que la ocasión se presenta, nuevos desafíos, así que mi siguiente reto será colaborar en una paella para veinti o treinta y tantas personas.
    En tercer lugar: después de los sesudos análisis políticos y socioeconómicos, bien está solazarse con lo familiar y cotidiano, ambientes en los que uno se refresca y se siente mejor y más suelto.
    ¡Gracias por este rincón!

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    1. A esa paella me apunto. Será una magnífica ocasión para que intercambiemos puntos de vista sobre este rincón.

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