Leí hace unos días un interesante artículo del profesor de Derecho Constitucional Francesc de Carreras, en el que entre otras muchas reflexiones, a cuál más interesante, el articulista medita sobre la posibilidad real de ejercer políticas independientes en un país, sin tener en cuenta el entorno geopolítico que lo circunda; y concretamente se refería a Syriza en Grecia, que según él ejemplariza los límites de la autonomía de cualquier iniciativa socioeconómica, si va contra viento y marea de la globalidad en la que se inscribe. El autor del artículo establece juicios de valor, no se limita a constatar un hecho.
La Unión Europea no es una entelequia, sino una organización supranacional que poco a poco va concentrando competencias y adquiriendo más poder. Ignorar esta realidad es suicida, si no torpe; y prometer a los electores reformas que choquen abiertamente con los intereses globales no es ético, en cuanto que supone un brindis al sol, es decir, ofrecer lo que se sabe de imposible cumplimiento. Los votantes a la hora de elegir candidato deberían tener en cuenta esta consideración, para no sentirse después engañados. Pero desgraciadamente muchos caen en las trampas electorales y después se lamentan de sus errores.
Francesc de Carreras pone el siguiente ejemplo en su artículo: Alexis Tsipras en Grecia prometía doblar el salario mínimo, cuando hay países en la UE, como las repúblicas bálticas o Eslovenia, que lo tienen cifrado en la mitad del de los griegos en la actualidad; los ciudadanos de esos países se preguntan si tienen que ayudar a Grecia mientras ellos se sacrifican. Desde mi punto de vista, no es baladí la reflexión.
Las proclamas de Rajoy en su momento, cuando decía que con la confianza que ofrecía el Partido Popular se arreglarían todas las cuitas del país, no tenían fundamento y él lo sabía; y las diatribas de Pablo Iglesias contra los corruptos y sus promesas de regenerar el país con sólo la presencia de Podemos, no se sostienen y también él lo sabe. No estamos solos, estamos sumergidos en una globalidad que condiciona cualquier política, porque no se puede pertenecer a la UE e ir por libres. Rajoy ha tenido que hacer lo que le ordenaban desde Bruselas e Iglesias tendría que contar con los demás partidos si quisiera cambiar las leyes para acabar con la corrupción, y esas leyes no podrían ir en contra de lo que dictan las europeas, que entre otras cosas defienden las de la economía de mercado. Lo demás son falsas promesas, que desgraciadamente engañan a tantos.
Es curioso observar como en España muchos critican la dispersión legal que el Estado de las Autonomías ha traído como consecuencia del mandato constitucional, y sin embargo no aceptan, o aceptan de mala gana, la concentración de poder que impone dotarse de una nueva “nacionalidad” europea. Es una paradoja difícil de entender, o fácil si se echa mano del concepto nacionalismo, que cada uno lo entiende a su medida, unos hacia abajo y otros hacia arriba, los primeros no aceptando que se dispersen sus competencias en entidades menores y los segundos oponiéndose a que sean englobadas en otras de mayor rango. Al fin y al cabo dos nacionalismos de signo contrario, que a veces coinciden en las mismas personas.
Todo esto no significa que a la izquierda no le quede margen de maniobra para combatir las crecientes desigualdades en España, en Europa y en el mundo. Lo que sucede es que hay que hacerlo con inteligencia, sin dar pasos en falso, pisando el suelo, teniendo en cuenta la realidad del entorno, no prometiendo lo inalcanzable. La demagogia es un camino falso que termina volviéndose contra quien la utiliza. La verdadera izquierda, la que quiere acabar con las injusticias sociales, no debería caer en esta trampa.
La Unión Europea no es una entelequia, sino una organización supranacional que poco a poco va concentrando competencias y adquiriendo más poder. Ignorar esta realidad es suicida, si no torpe; y prometer a los electores reformas que choquen abiertamente con los intereses globales no es ético, en cuanto que supone un brindis al sol, es decir, ofrecer lo que se sabe de imposible cumplimiento. Los votantes a la hora de elegir candidato deberían tener en cuenta esta consideración, para no sentirse después engañados. Pero desgraciadamente muchos caen en las trampas electorales y después se lamentan de sus errores.
Francesc de Carreras pone el siguiente ejemplo en su artículo: Alexis Tsipras en Grecia prometía doblar el salario mínimo, cuando hay países en la UE, como las repúblicas bálticas o Eslovenia, que lo tienen cifrado en la mitad del de los griegos en la actualidad; los ciudadanos de esos países se preguntan si tienen que ayudar a Grecia mientras ellos se sacrifican. Desde mi punto de vista, no es baladí la reflexión.
Las proclamas de Rajoy en su momento, cuando decía que con la confianza que ofrecía el Partido Popular se arreglarían todas las cuitas del país, no tenían fundamento y él lo sabía; y las diatribas de Pablo Iglesias contra los corruptos y sus promesas de regenerar el país con sólo la presencia de Podemos, no se sostienen y también él lo sabe. No estamos solos, estamos sumergidos en una globalidad que condiciona cualquier política, porque no se puede pertenecer a la UE e ir por libres. Rajoy ha tenido que hacer lo que le ordenaban desde Bruselas e Iglesias tendría que contar con los demás partidos si quisiera cambiar las leyes para acabar con la corrupción, y esas leyes no podrían ir en contra de lo que dictan las europeas, que entre otras cosas defienden las de la economía de mercado. Lo demás son falsas promesas, que desgraciadamente engañan a tantos.
Es curioso observar como en España muchos critican la dispersión legal que el Estado de las Autonomías ha traído como consecuencia del mandato constitucional, y sin embargo no aceptan, o aceptan de mala gana, la concentración de poder que impone dotarse de una nueva “nacionalidad” europea. Es una paradoja difícil de entender, o fácil si se echa mano del concepto nacionalismo, que cada uno lo entiende a su medida, unos hacia abajo y otros hacia arriba, los primeros no aceptando que se dispersen sus competencias en entidades menores y los segundos oponiéndose a que sean englobadas en otras de mayor rango. Al fin y al cabo dos nacionalismos de signo contrario, que a veces coinciden en las mismas personas.
Todo esto no significa que a la izquierda no le quede margen de maniobra para combatir las crecientes desigualdades en España, en Europa y en el mundo. Lo que sucede es que hay que hacerlo con inteligencia, sin dar pasos en falso, pisando el suelo, teniendo en cuenta la realidad del entorno, no prometiendo lo inalcanzable. La demagogia es un camino falso que termina volviéndose contra quien la utiliza. La verdadera izquierda, la que quiere acabar con las injusticias sociales, no debería caer en esta trampa.
Es un globalización para los países ricos dirigidos por los intereses de los bancos, la población está sometida a las voluntades e intereses de éstos mientras la población cada vez es más pobre mientras que algunos se hacen más ricos. El problema es el sistema, la voluntad del pueblo no puede estar sujeta a los intereses de unos pocos. No puede ser que a unos pocos les vaya bien y el resto se muera de hambre literalmente, sean desahuciados de sus casas y que los derechos públicos cada vez sean menos y de peor calidad. La izquierda actual ha demostrado estar inmersa en este sistema, sin haber hecho nada y habiéndo hincado rodilla ante los mandamases de los más poderosos. No estoy a favor de revoluciones fanáticas, extremas que no nos van a conducir a la igualdad de clase, pero sí hay que llegar a acuerdos básicos de renta mínima, sobre la vivienda y derechos imprescindibles como la sanidad y la eduación. Cualquier persona un poco informada sobre economía sabe que para incurrir en estos costes se debe ingresar primero, bien pues aumentemos los impuestos del Capital, no tanto los del trabajo, son los primeros los que hay que atacar, esos son los que los tienen las minorías elitistas, cómo se puede ganar tantos millones en un día por la venta de unas acciones? son estas rentas de Capital las que se debieran gravar de una forma mucho más alta? qué es eso de las Sicav? de los paraísos fiscales? no me gusta na´ el mundo actual, necesitamos mas cultura, más educación, más empatía con el de al lado, menos banderitas y más amor a los que nos rodean y sobre todo más sentido del humor.
ResponderEliminarEs difícil no estar de acuerdo con lo que dices, visto desde mi perspectiva socialdemócrata. Si acaso quiero insistir en lo que expongo en este artículo: la globalización es un hecho incuestionable, producto del sistema capitalista, de los mercados transnacionales y del principio de la libre competencia, que con todas sus imperfecciones se ha demostrado que es el único viable para crear riqueza. La utopía del socialismo real resultó un fracaso estrepitoso. Ahora bien, eso no quiere decir que haya que dejar a los dueños del capital que campen por sus respetos, que conviertan a los ciudadanos en poco menos que esclavos de sus intereses. Por eso, le pido a la izquierda que actue con sensatez, sin demagogia, con realismo y sin promesas de imposible cumplimiento. Pero mucho me temo que las divisiones, los extremismos y las falsas promesas sigan dejando las manos libres a los de siempre.
Eliminar