Nunca he entendido las actitudes misantrópicas, las de aquellas personas que se encuentran a disgusto entre sus conciudadanos, porque se consideran, no sólo diferentes, sino además mejores a los que los rodean. No hablo por supuesto de los que mantienen una actitud crítica frente a las imperfecciones sociales, comportamiento que considero útil, sino que me refiero a los que ven en los otros a sus enemigos. Estoy pensando en aquellos que consideran a los de su entorno gentes que les agreden sólo por el hecho de estar ahí, en los que han llegado al convencimiento de que encarnan las virtudes universales y por tanto creen que el que no opina y no se comporta como ellos está equivocado.
Podría decirse que todos en mayor o menor medida somos algo misántropos, ya que muchas veces preferimos el aislamiento a la compañía. Pero no es a esa característica del ser humano, la introspección ocasional, a la que quiero referirme, sino a uno de sus extremos, en el que figuran los excluyentes, los perfeccionistas, los que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. No son muchos, es cierto, pero sí llaman la atención, porque se hacen notar; lo que me lleva a pensar que se trata de personas inseguras, que mediante esta actitud, agresiva hacia los demás, intentan reafirmar su propia seguridad.
Los misántropos me recuerdan la historia de aquel conductor que circulaba por una autopista en dirección contraria a la que debía y se sorprendía de que fueran tantos los que se habían equivocado. Tan seguros se encuentran de estar en posesión de la verdad, que no tienen la menor duda de que todos los demás están en el error. Es una actitud de pleno convencimiento de su superioridad, de total desprecio hacia los comportamientos de los demás.
Lo que sucede con estas personas es que no convencen a casi nadie. Es más, suelen granjearse la antipatía y animadversión de sus congéneres, cuando estos comprueban la reiteración de las posiciones de aquellos, siempre o casi siempre encontradas con las de la mayoría. Si el desacuerdo fuera esporádico, la situación entraría en la categoría de lo normal, porque no todos vamos a coincidir en todo. Pero cuando la discrepancia es continua, la sospecha de anormalidad de comportamiento está servida. No se puede estar constantemente en desacuerdo en todo y con todos, no es comprensible que alguien sólo vea las imperfecciones en los demás y ninguna en sí mismo.
Quizá la mejor terapia contra la misantropía sea la autocrítica y, sobre todo, no tomarse muy en serio uno mismo. Cuando se ejerce la censura contra tu propio pensamiento, se descubren en ocasiones los errores en los que se vive. Pero si además se decide enmendarlos y corregirlos, se estará poniendo remedio a uno de los comportamientos humanos más perjudiciales que existen, el de la misantropía, perjudiciales sobre todo para quienes la ejercen. Sí, porque los misántropos, como el conductor que circulaba en dirección contraria a todos los demás, suelen terminar por estrellarse.
Podría decirse que todos en mayor o menor medida somos algo misántropos, ya que muchas veces preferimos el aislamiento a la compañía. Pero no es a esa característica del ser humano, la introspección ocasional, a la que quiero referirme, sino a uno de sus extremos, en el que figuran los excluyentes, los perfeccionistas, los que ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. No son muchos, es cierto, pero sí llaman la atención, porque se hacen notar; lo que me lleva a pensar que se trata de personas inseguras, que mediante esta actitud, agresiva hacia los demás, intentan reafirmar su propia seguridad.
Los misántropos me recuerdan la historia de aquel conductor que circulaba por una autopista en dirección contraria a la que debía y se sorprendía de que fueran tantos los que se habían equivocado. Tan seguros se encuentran de estar en posesión de la verdad, que no tienen la menor duda de que todos los demás están en el error. Es una actitud de pleno convencimiento de su superioridad, de total desprecio hacia los comportamientos de los demás.
Lo que sucede con estas personas es que no convencen a casi nadie. Es más, suelen granjearse la antipatía y animadversión de sus congéneres, cuando estos comprueban la reiteración de las posiciones de aquellos, siempre o casi siempre encontradas con las de la mayoría. Si el desacuerdo fuera esporádico, la situación entraría en la categoría de lo normal, porque no todos vamos a coincidir en todo. Pero cuando la discrepancia es continua, la sospecha de anormalidad de comportamiento está servida. No se puede estar constantemente en desacuerdo en todo y con todos, no es comprensible que alguien sólo vea las imperfecciones en los demás y ninguna en sí mismo.
Quizá la mejor terapia contra la misantropía sea la autocrítica y, sobre todo, no tomarse muy en serio uno mismo. Cuando se ejerce la censura contra tu propio pensamiento, se descubren en ocasiones los errores en los que se vive. Pero si además se decide enmendarlos y corregirlos, se estará poniendo remedio a uno de los comportamientos humanos más perjudiciales que existen, el de la misantropía, perjudiciales sobre todo para quienes la ejercen. Sí, porque los misántropos, como el conductor que circulaba en dirección contraria a todos los demás, suelen terminar por estrellarse.
Lo primero que me ha venido a la cabeza al leer el enunciado ha sido vuestro viaje por Malta, en el que describes que la dirección de los automóviles es como en Inglaterra y que nunca estáis seguros de si seréis atropellados.
ResponderEliminarDe la misma forma, cuando te tropiezas con personas que sistemáticamente están a la contra o a la defensiva o, como se dice en Cádiz, "con la escopeta cargá", sabes que no tardará en salir lo peor de ti y que por mucho que trates de contenerte llegará un momento en que se producirá la catástrofe y que tu ira contenida estallará; por eso, yo opto por apartarme de las autopistas de gran circulación y conducir por esas antiguas carreteras locales casi abandonadas, donde, a la vez que conduces y vas de un lugar para otro, puedes detenerte a contemplar el paisaje o a echar un trago de agua fresca en una fuente.