Siempre me han interesado los asuntos relacionados con las Fuerzas Armadas, dicho sea en cuanto a lo que afecta a su organización y evolución como institución del Estado y no desde el punto de vista de la afición a las armas o a lo bélico. Eso que se ha dado en llamar “militaria”, apego muy extendido en algunos sectores de la población civil, no forma parte de mis aficiones. Debo confesar, además, que nunca tuve vocación militar, más allá de algún brote juvenil que mi carácter y mis inquietudes sofocaron muy pronto, para enfocar mi trayectoria personal hacia la vida civil.
Doy por hecho que mi interés nació como consecuencia de que mi padre era militar de carrera, en la que alcanzó el empleo de general de brigada, lo que significó que durante los primeros años de mi vida viviera rodeado por un ambiente castrense, un mundo entonces muy cerrado, cuya evolución he seguido de cerca desde hace muchos años como simple observador, para comprobar cómo ha ido abriéndose a la sociedad de manera espectacular, mucho más que la mayoría de las restantes instituciones del Estado.
Que lo que en realidad me interese sea el estudio de la evolución de las Fuerzas Armadas como institución no significa, en absoluto, que no sienta un gran respeto por los que visten el uniforme e, incluso, un especial cariño por “lo militar”. Todo ello unido me ha llevado a que, mediante el seguimiento continuo de la situación, haya llegado a adquirir un conocimiento general sobre estos asuntos, que me atrevería a situar por encima de la media que posee la población civil. Los militares con los que hablo, y lo hago con mucha frecuencia porque pongo interés en ello, me confirman con sus apreciaciones que mi presunción no es exagerada.
No era fácil que una institución que había estado directamente comprometida con la dictadura del general Franco, con un pasado golpista que abarcó prácticamente todo el siglo XIX y parte del XX, evolucionara hacia la democracia como lo han hecho las Fuerzas Armadas españolas. El camino ha sido largo, con algunos episodios involucionistas por todos conocidos, pero en la actualidad muy pocos españoles dudan del compromiso de la Fuerzas Armadas con el sistema de libertades.
Quizá el aspecto menos conocido por la mayoría sea el sacrificio que la adaptación de aquellos ejércitos a las necesidades actuales ha supuesto para la inmensa mayoría de los militares de carrera. De unas Fuerzas Armadas de más de medio millón de hombres, mal equipadas y por tanto de dudosa eficacia, se ha pasado a unos ejércitos que apenas suman los ciento treinta mil militares, razonablemente dotados de equipos y sistemas de armas, dentro naturalmente de las limitaciones presupuestarias, que en época de crisis ha llegado a convertirse en una situación difícil de soportar, visto desde la perspectiva de las capacidades operativas.
La carrera militar, antes proyectada por la mayoría de los militares que salían de las academias hacia el generalato, ha cambiado hasta convertir el empleo de coronel en una meta casi inalcanzable, o alcanzable por muy pocos. Los ascensos requieren una serie de prerrequisitos que obligan a un gran esfuerzo personal, tanto en conocimientos como en la obligatoriedad de pasar por determinados destinos, por supuesto nunca cómodos e incluso algunos de riesgo. Me atrevería a decir que el esfuerzo que un militar tiene que hacer hoy en día para promocionarse, o simplemente para mantener con dignidad su estatus en la institución, es superior al que se requiere en el resto de la Administración del Estado. Incluso en las empresas civiles es difícil encontrar un grado de competitividad como el que hoy se da en las Fuerzas Armadas, dicho sea naturalmente desde el punto de vista de la media estadística.
Pero lo cierto es que el colectivo de militares de carrera -oficiales y suboficiales-, a pesar de los enormes sacrificios que ha supuesto para ellos adaptarse a unos nuevos tiempos, componen hoy una institución modélica, en los que los parámetros de su cometido han cambiado, pero la necesidad de su existencia como organización armada al servicio de la defensa de la sociedad continua vigente. Las amenazas ahora son distintas, pero totalmente reales, algo que no deberíamos olvidar nunca los ciudadanos, pero que desgraciadamente a muchos les pasa desapercibido o prefieren ignorar.
Quizá otro día vuelva sobre este asunto, que tanto me interesa y del que tan poco se conoce.
Doy por hecho que mi interés nació como consecuencia de que mi padre era militar de carrera, en la que alcanzó el empleo de general de brigada, lo que significó que durante los primeros años de mi vida viviera rodeado por un ambiente castrense, un mundo entonces muy cerrado, cuya evolución he seguido de cerca desde hace muchos años como simple observador, para comprobar cómo ha ido abriéndose a la sociedad de manera espectacular, mucho más que la mayoría de las restantes instituciones del Estado.
Que lo que en realidad me interese sea el estudio de la evolución de las Fuerzas Armadas como institución no significa, en absoluto, que no sienta un gran respeto por los que visten el uniforme e, incluso, un especial cariño por “lo militar”. Todo ello unido me ha llevado a que, mediante el seguimiento continuo de la situación, haya llegado a adquirir un conocimiento general sobre estos asuntos, que me atrevería a situar por encima de la media que posee la población civil. Los militares con los que hablo, y lo hago con mucha frecuencia porque pongo interés en ello, me confirman con sus apreciaciones que mi presunción no es exagerada.
No era fácil que una institución que había estado directamente comprometida con la dictadura del general Franco, con un pasado golpista que abarcó prácticamente todo el siglo XIX y parte del XX, evolucionara hacia la democracia como lo han hecho las Fuerzas Armadas españolas. El camino ha sido largo, con algunos episodios involucionistas por todos conocidos, pero en la actualidad muy pocos españoles dudan del compromiso de la Fuerzas Armadas con el sistema de libertades.
Quizá el aspecto menos conocido por la mayoría sea el sacrificio que la adaptación de aquellos ejércitos a las necesidades actuales ha supuesto para la inmensa mayoría de los militares de carrera. De unas Fuerzas Armadas de más de medio millón de hombres, mal equipadas y por tanto de dudosa eficacia, se ha pasado a unos ejércitos que apenas suman los ciento treinta mil militares, razonablemente dotados de equipos y sistemas de armas, dentro naturalmente de las limitaciones presupuestarias, que en época de crisis ha llegado a convertirse en una situación difícil de soportar, visto desde la perspectiva de las capacidades operativas.
La carrera militar, antes proyectada por la mayoría de los militares que salían de las academias hacia el generalato, ha cambiado hasta convertir el empleo de coronel en una meta casi inalcanzable, o alcanzable por muy pocos. Los ascensos requieren una serie de prerrequisitos que obligan a un gran esfuerzo personal, tanto en conocimientos como en la obligatoriedad de pasar por determinados destinos, por supuesto nunca cómodos e incluso algunos de riesgo. Me atrevería a decir que el esfuerzo que un militar tiene que hacer hoy en día para promocionarse, o simplemente para mantener con dignidad su estatus en la institución, es superior al que se requiere en el resto de la Administración del Estado. Incluso en las empresas civiles es difícil encontrar un grado de competitividad como el que hoy se da en las Fuerzas Armadas, dicho sea naturalmente desde el punto de vista de la media estadística.
Pero lo cierto es que el colectivo de militares de carrera -oficiales y suboficiales-, a pesar de los enormes sacrificios que ha supuesto para ellos adaptarse a unos nuevos tiempos, componen hoy una institución modélica, en los que los parámetros de su cometido han cambiado, pero la necesidad de su existencia como organización armada al servicio de la defensa de la sociedad continua vigente. Las amenazas ahora son distintas, pero totalmente reales, algo que no deberíamos olvidar nunca los ciudadanos, pero que desgraciadamente a muchos les pasa desapercibido o prefieren ignorar.
Quizá otro día vuelva sobre este asunto, que tanto me interesa y del que tan poco se conoce.
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