La verdad es que la dimisión de Juan Carlos Monedero no me ha sorprendido en absoluto. Se trata de un episodio muy normal en cualquier formación política, donde los desacuerdos, ideológicos o funcionales, suelen darse con frecuencia, en ocasiones soterrados y otras veces, como en este caso, a bombo y platillo y con repercusión mediática. Los partidos políticos no son sectas, o no deberían serlo, por lo que las discrepancias hay que aceptarlas como normales.
Ahora bien, en este caso el asunto tiene más miga de lo que parece a simple vista. Aunque nunca sabremos en realidad qué ha sucedido para que se haya llegado a esta situación de ruptura, por las declaraciones de la persona implicada al anunciar su renuncia y las del líder de Podemos al aceptarla, se podría colegir que la dimisión trae causa de dos formas de contemplar la política completamente diferentes, la utópica del dimisionario y la más realista o a la usanza de Pablo Iglesias.
Digo que tiene más miga de lo que parece, porque esta situación empieza a mostrar la verdadera cara de Podemos, la de un partido político con estructura autoritaria, donde las veleidades se pagan con la expulsión de los órganos de decisión, voluntaria (me he expulsado) o forzada (me han expulsado). En alguna ocasión he dicho que en política ejercer la autoridad y mantener “prietas las filas” es, no ya conveniente, sino imprescindible. Una cosa es el debate interno, absolutamente necesario para contrastar opiniones y acordar la mejor, y otra el enroque ideológico contra viento y marea. Y Monedero, con eso de no somos como los demás y lo nuestro es la transversalidad –bonita palabra que no acabo de entender aplicada a la política, salvo que se quiera decir que aquí caben todos, derechas, izquierdas y mediopensionistas- debía de estar dando la murga hasta la exageración.
Por eso digo que Podemos está empezando a mostrar su verdadera cara, a dejar a un lado sus “principios fundacionales”, aquellos que dicen que nacieron del espíritu del 15-M y que tanto han dado que hablar en los últimos meses. Lo nuestro nada tiene que ver con los partidos de la casta -decían-; nosotros somos el pueblo llano y liso y, por tanto, representamos lo mejor de nuestra sociedad -continuaban pregonando.
Vaya por delante que no me parece mal que Podemos adapte su estructura y su funcionamiento a lo que impone la realidad del escenario que pisa, que se amolde a las circunstancias sociales en las que se mueve. Lo que sucede es que ha estado pregonando y sigue insistiendo que ellos son otra cosa, que representan la quinta esencia de la honradez, con un juego de palabras en las que heterodoxia política equivale a decencia y lo de “hasta ahora” a corrupción.
Pues bien, la dimisión de Monedero no puede estar más de acuerdo con los cánones de la política ortodoxa: si no estoy de acuerdo, lo dejo, o si no estás de acuerdo, déjalo. Como tampoco se puede expresar mejor la obligación de no irse por los cerros de Úbeda que con las palabras de Pablo Iglesias, cuando dijo aquello de que Juan Carlos es un intelectual al que le gusta volar. La política ni son sueños utópicos ni juegos de palabra ingeniosos. La política es sentido de la realidad, poner los pies en el suelo.
Lo que ahora le falta a Podemos para que yo pueda empezar a entenderlo un poco mejor, es definir su programa sin vaguedades. Eso de la transversalidad suena muy bien, pero no es más que una palabra sin contenido político. Si al final son un partido como los demás, me parecerá perfecto, incluso les daré la bienvenida a la lucha democrática por el poder, aunque no tendré más remedio que decir aquello de para este viaje no se necesitan alforjas.
Ahora bien, en este caso el asunto tiene más miga de lo que parece a simple vista. Aunque nunca sabremos en realidad qué ha sucedido para que se haya llegado a esta situación de ruptura, por las declaraciones de la persona implicada al anunciar su renuncia y las del líder de Podemos al aceptarla, se podría colegir que la dimisión trae causa de dos formas de contemplar la política completamente diferentes, la utópica del dimisionario y la más realista o a la usanza de Pablo Iglesias.
Digo que tiene más miga de lo que parece, porque esta situación empieza a mostrar la verdadera cara de Podemos, la de un partido político con estructura autoritaria, donde las veleidades se pagan con la expulsión de los órganos de decisión, voluntaria (me he expulsado) o forzada (me han expulsado). En alguna ocasión he dicho que en política ejercer la autoridad y mantener “prietas las filas” es, no ya conveniente, sino imprescindible. Una cosa es el debate interno, absolutamente necesario para contrastar opiniones y acordar la mejor, y otra el enroque ideológico contra viento y marea. Y Monedero, con eso de no somos como los demás y lo nuestro es la transversalidad –bonita palabra que no acabo de entender aplicada a la política, salvo que se quiera decir que aquí caben todos, derechas, izquierdas y mediopensionistas- debía de estar dando la murga hasta la exageración.
Por eso digo que Podemos está empezando a mostrar su verdadera cara, a dejar a un lado sus “principios fundacionales”, aquellos que dicen que nacieron del espíritu del 15-M y que tanto han dado que hablar en los últimos meses. Lo nuestro nada tiene que ver con los partidos de la casta -decían-; nosotros somos el pueblo llano y liso y, por tanto, representamos lo mejor de nuestra sociedad -continuaban pregonando.
Vaya por delante que no me parece mal que Podemos adapte su estructura y su funcionamiento a lo que impone la realidad del escenario que pisa, que se amolde a las circunstancias sociales en las que se mueve. Lo que sucede es que ha estado pregonando y sigue insistiendo que ellos son otra cosa, que representan la quinta esencia de la honradez, con un juego de palabras en las que heterodoxia política equivale a decencia y lo de “hasta ahora” a corrupción.
Pues bien, la dimisión de Monedero no puede estar más de acuerdo con los cánones de la política ortodoxa: si no estoy de acuerdo, lo dejo, o si no estás de acuerdo, déjalo. Como tampoco se puede expresar mejor la obligación de no irse por los cerros de Úbeda que con las palabras de Pablo Iglesias, cuando dijo aquello de que Juan Carlos es un intelectual al que le gusta volar. La política ni son sueños utópicos ni juegos de palabra ingeniosos. La política es sentido de la realidad, poner los pies en el suelo.
Lo que ahora le falta a Podemos para que yo pueda empezar a entenderlo un poco mejor, es definir su programa sin vaguedades. Eso de la transversalidad suena muy bien, pero no es más que una palabra sin contenido político. Si al final son un partido como los demás, me parecerá perfecto, incluso les daré la bienvenida a la lucha democrática por el poder, aunque no tendré más remedio que decir aquello de para este viaje no se necesitan alforjas.
Está o debería estar claro (a estas alturas, y tras haber recorrido algunos senderos y vericuetos del huerto, ya me voy sintiendo cómodo y confianzudo) que los partidos políticos deben girar en torno a un lider fuerte, decidido, que transmita confianza, enérgico, con reflejos...y a sus adláteres. Papel que cumplen Iglesias y Errejón.
ResponderEliminarMonedero me parece que es un buen comunicador, sereno, filosófico, pero que a estas alturas de su vida la política y sus cloacas le vienen grandes y prefiere algo mas cómodo como es el relajado sillón de una tertulia televisiva
Estoy de acuerdo en la importancia de los líderes. A la mente humana le resulta más fácil identificar ideas con personas que con conceptos abstractos. Sin embargo, no hay líderes sin ideologías que los sustenten. En Podemos hay líderes, está claro; pero, ¿hay ideología que no estuviera ya inventada?
ResponderEliminarPienso que las ideas de Podemos son de corte socialista, aunque con eso de la transversalidad creo que quieren hacer como los peronistas en Argentina: les interesa en estos momentos más hablar del acceso al poder y a las Instituciones que de unas ideologías que ya sustentan otros partidos políticos fracasados.
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