17 de mayo de 2015

Señoras y señores, esto es Europa

La Ópera de Viena
Si algo debería resaltar de mi último viaje a Viena y a Bratislava  porque me haya llamado la atención, es el alto nivel de civismo ciudadano que se respira, un comportamiento que transmite tranquilidad, sosiego y seguridad a quien pasea por sus calles. Es cierto que la cualidad que acabo de señalar no es patrimonio exclusivo de estas dos maravillosas ciudades centroeuropeas, porque la encontraremos en la mayoría de los lugares de Europa, por no decir en todos. Desde mi punto de vista, las excepciones que existen confirman la regla; y hoy prefiero no reparar en ellas, para así centrarme en el asunto que me he propuesto comentar. Ya habrá tiempo para hacerlo en otros artículos de este blog.

No quisiera caer en la petulancia de considerar que Europa es el mejor rincón del planeta, pero la modestia no debería llevarme a subestimar los valores europeos. En nuestro continente, además de cultura, patrimonio e historia, se dan unos parámetros sociales difíciles de encontrar en otras latitudes, desde el respeto institucional a los derechos del hombre, hasta la preocupación por las prestaciones sociales en general, por el nivel de vida de sus ciudadanos. Es verdad que queda mucho camino por recorrer, pero en cualquier comparación que hagamos con otras culturas saldremos beneficiados.

No voy a negar que la renta per cápita ayuda a que las cosas sean así, pero no es la única razón. Quizá haya sido la larga historia de luchas intestinas, de guerras inútiles, de rivalidades sin sentido las circunstancias que hayan logrado que, por contraposición, se haya ido formando a lo largo del tiempo un sentimiento de supranacionalidad europea, capaz de aglutinar a pueblos tan distintos, aunque con un denominador común, la extensión de la cultura entre una amplia parte de su población. Se trata de una realidad tangible, tan evidente que a muchos les lleva a decir con orgullo mal disimulado: “señoras y señores, esto es Europa”.

Digámoslo alto y claro: el conjunto de valores que se dan en nuestro continente es difícil de encontrar en otros lugares. Es cierto que continúa habiendo tensiones entre algunos Estados. Un ejemplo ha sido la secuela de luchas que dejó la desmembración de la antigua Yugoslavia, que ha costado casi dos décadas erradicar; pero lo cierto es que el conflicto ha desaparecido, porque la fuerza de atracción de la Europa institucional ha acabado con ellas. Los croatas primero y ahora los serbios y los bosnios miran a sus vecinos de la Unión Europea como los golosos el escaparate de una pastelería y saben que sus luchas intestinas producen el rechazo de sus potenciales socios.

Esta reflexión nos debería llevar a darle la importancia que la construcción europea, lenta pero segura, se merece. Nunca entenderé a los euroescépticos, a aquellos que se relamen cuando ven dificultades en el progreso hacia la unidad política, a los que magnifican la supremacía de unos Estados frente a otros y la ven como un peligro, a los que rechazan la centralización de ciertas competencias como si les estuvieran quitando parte de su independencia. Nunca los entenderé, porque soy un europeísta convencido.

Europa se ha salvado de la última crisis económica, o se está salvando, porque existe la Unión Europea. De no haber contado con ella, los países europeos hubieran entrado en un largo proceso de recesión, que habría aumentado las diferencias entre unos y otros y dado lugar a un incremento de las tensiones entre  Estados, a un peligroso deterioro del nivel de vida alcanzado en las últimas décadas.

Los viajes siempre inspiran reflexiones, pero éste en concreto a mí me ha reafirmado en mis convicciones europeístas. No ha sido la primera vez que me sucede y confío en que no sea la última. Siempre que visito un país europeo, sea la nórdica Suecia o la mediterránea Malta, la verde Irlanda o la clásica Grecia, me encuentro con los valores que mencionaba al principio, con un comportamiento ciudadano que transmite tranquilidad, sosiego y seguridad, con las diferencias locales, por supuesto, que no invalidan la proposición general.

2 comentarios:

  1. Me agrada tu visión europeísta , aunque no creo que resulte difícil comprender a los euroescépticos cuando se aprecian las diferencias económicas entre unas regiones y otras

    ResponderEliminar
  2. Mi visión optimista se basa en considerar que la Unión Europea es un proyecto en marcha, un "work in progress" como dicen los angloparlantes, algo que no está terminado y que requiere tiempo. Las diferencias entre regiones o entre países ya existían antes de que se iniciara esta larga marcha y no es fácil que desaparezcan del todo a corto plazo. Pero se van aminorando. Esa es mi visión, muy distinta, ya lo sé, a la de los euroescépticos.

    ResponderEliminar

Cualquier comentario a favor o en contra o que complemente lo que he escrito en esta entrada, será siempre bien recibido y agradecido.