30 de octubre de 2016

De la mala educación, la falta de estilo y otras debilidades del espíritu

A ninguna persona civilizada se le oculta que la educación, la cortesía y el trato afable con los demás son  conquistas de la civilización, mejoras evolutivas. Los humoristas suelen retratar a los hombres de la prehistoria, a los cavernícolas, con un grueso garrote entre las manos, aspecto fiero y cara de pocos amigos. Qué duda cabe de que no son más que caricaturas de lo que debió de ser aquella realidad, pero a pesar de ello se trata de un estereotipo que refleja perfectamente el mundo primitivo, cuando la sociedad estaba compuesta por un conjunto de desconfiados y amedrentados individuos, casi animales del bosque, que pocas palabras debían intercambiar entre ellos, puede que las imprescindibles para mantener a sus congéneres a distancia prudencial. Es fácil imaginar que los gruñidos y los aspavientos cafres dominaran las conversaciones entre los humanos, porque la amabilidad todavía estaba por inventar.

El tiempo ha pasado, y aunque es cierto que la cortesía no ha llegado a todos los rincones del planeta por igual, aquí, en España, gozamos de un razonable clima de concordia ciudadana, disponemos de un nivel de educación que excluye la agresividad dialéctica de la escena cotidiana. No es que el trato sea versallesco, ni mucho menos, pero es difícil encontrar personas que no tengan conciencia de dónde acaba la educación y empieza la grosería. Ya sé que las excepciones existen, como en todo en la vida, y no se me oculta que hay muchos aspectos que mejorar. Pero no hay nadie que cuando insulta, cuando saca los pies del tiesto, no sea consciente de que lo está haciendo.

Por eso me sorprenden cada vez más las groserías parlamentarias, quiero decir las que se prodigan en el parlamento, en el templo de la palabra como a algunos redichos les gusta decir (valga la redundancia). Los señores diputados –a los senadores los tengo poco controlados quizá porque se dejen ver menos que sus colegas del Congreso-, que debieran ser conscientes de que los ciudadanos los observan, examinan su proceder, vigilan su oratoria y escudriñan su expresión corporal, tendrían que poner un esmero exquisito en lo que dicen y en cómo lo dicen. Pero no es así, o al menos no lo está siendo últimamente. Se empieza a observar un estilo, entre agresivo y faltón -por no decir macarra-, que parece más dirigido a dar satisfacción a los electores de su cuerda que a representarlos con dignidad.

Yo no pido que se suavicen los debates con florituras palaciegas ni con edulcoradas monsergas, de esas que rellenan los mensajes de artificio pero los dejen sin contenido, completamente vacíos. Al contrario, a sus señorías se les debe exigir que debatan con ardor, que defiendan sus propuestas con entusiasmo y convicción y que censuren con fervor lo que no les guste  Pero para ello no es necesario ni insultar ni denigrar, porque cuando lo hacen sus palabra pierden fuerza, aunque algunos en su inmensa ingenuidad crean lo contrario, quizá porque estén convencidos de que lo políticamente incorrecto está de moda y equivale a decir la verdad.

Ya sé que a estas alturas alguno estará esperando que a continuación ponga nombres y apellidos, pero no lo voy a hacer. Y no lo voy a hacer por dos motivos: el primero porque no quiero caer precisamente en lo que estoy censurando, en la descortesía acusatoria; y el segundo porque todo el mundo sabe ya de quién o de quiénes estoy hablando. ¿O no?

26 de octubre de 2016

El parto de los montes (fábula de Esopo)

Después de un gran ruido mediático, de muchas elucubraciones –algunas bienintencionadas y otras no tanto-, de demasiadas explicaciones innecesarias, de un gran alboroto previo, hace unos días tuvo lugar el Comité Federal del PSOE en el que se decidió la posición oficial del partido socialista con respecto a la investidura de Rajoy, que, como ya era sabido, o al menos sospechado, no fue otra que la de que su grupo parlamentario se abstuviera en la segunda votación. Lo que queda por saber ahora es que harán con su voto los diputados disconformes con la decisión, si acatarla con disciplina o mantenerse en el No es No. En cualquier caso, parece claro que, por muchas discrepancias que haya, la investidura saldrá adelante.

No voy a entrar en este momento a analizar si se trata de un gran error o de un gran acierto, porque a estas alturas muy poco sentido tiene volver a las andadas, que han sido muchas y muy tormentosas. Lo que de verdad importa ahora es lo que los socialistas vayan a hacer a partir de haber tomado esta decsión. En mi opinión, sus primeras obligaciones son recomponer la figura, preparar su congreso, elegir una nueva dirección y empezar a hacer una oposición firme, responsable e inteligente desde el primer día. Firme frente a la injusticia con la que ha estado gobernando el PP durante la legislatura anteriior; responsable ante la difícil coyuntura económica en la que seguimos instalados; e inteligente para conseguir del gobierno en minoría los mayores beneficios posibles para la ciudadanía de este país. Y todo ello sin ignorar el espacio que España ocupa en Europa y en el mundo, porque Bruselas nos va a seguir exigiendo sacrificios.

En contra de lo que algunos opinan, el PSOE no ha firmado ningún cheque en blanco al PP, todo lo contrario. Si Mariano Rajoy quiere llevar adelante sus propuestas no tendrá más remedio que contar con el visto bueno de los socialistas. Entraremos en una nueva dinámica, inédita en España, en la que un gobierno conservador, con un pedigrí antisocial y autoritario –además de lacrado por la corrupción institucional-, se tendrá que ver las caras con una oposición que no parece que esté dispuesta a permitir que las cosas vuelvan a ser como han sido. Una experiencia nueva en España, a la que deberíamos asistir al menos con cierta expectación. No ha sido posible que el PSOE articulara una alternativa, por muchas razones que hoy no viene a cuento recordar por ser de todos conocidas, pero sí está a su alcance instrumentar una oposición eficaz.

Sin embargo, podría suceder que las diferencias que han surgido durante estos meses en el seno del partido continuaran hiriendo a los socialistas si no inician inmediatamente una política de conciliación interna. Verdugos externos no les van a faltar, no sólo los que proceden de la derecha de siempre, también los de esa nueva izquierda que parece obsesionada por finiquitar al PSOE en vez de emplear sus energías en combatir al neoliberalismo antisocial del PP. Por eso, ya que se van a ver obligados a navegar en un mar plagado de tiburones hambrientos, no deberían caer en la tentación de iniciar una guerra fratricida, por muchas e importantes que hayan sido las discrepancias. Si lo hacen, si no cierran las heridas cuanto antes, si no concilian posiciones ideológicas con urgencia, si no salen de la contemplación de su ombligo y recapacitan sobre la posición que la socialdemocracia representa en España y en toda Europa, obligada a mantenerse entre dos extremos cada vez más hostiles, se desangrarán y morirán exangües.

Yo no deseo que eso ocurra, pero no está en mis manos evitarlo. A mí sólo me quedaría continuar dándoles mi confianza en las urnas, siempre que a mi juicio siguieran mereciéndosela.

23 de octubre de 2016

¿Es ésto populismo?

Explica el diccionario de la lengua que por populismo se entiende la tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. Pero añade, a continuación, que se suele utilizar en sentido despectivo. Quizá por eso yo me haya negado hasta ahora a emplear este término cuando me refería a determinados comportamientos tan de moda en los tiempos que corren, como las algarabías estudiantiles en la puerta de un aula universitaria cuando se iba a pronunciar una conferencia -con ridículas caretas para ocultar el rostro-, o las pancartas en el hemiciclo parlamentario reivindicativas de los derechos humanos, nada más y nada menos. Pero todo tiene un límite y hoy he decidido abandonar el lenguaje timorato y no andarme con rodeos. Por eso digo que comportamientos como los que acabo de citar son populistas y que quien no los condena con contundencia se sitúa el primero en la lista del populismo, por méritos propios.

Me confesaba hace unos días una persona, que por edad pertenece a la generación de mis hijos, que en las últimas elecciones había dado su vota a Podemos, pero que había decidido no otorgarle su confianza en las próximas. Argumentaba que en su momento le había parecido que sus mensajes representaban un sano y necesario revulsivo en la política española, pero que sus comportamientos posteriores, desde que disponen de representación parlamentaria, desde cuando les llegó la hora de hacer política y no “callejerismo”, le habían defraudado. Las formas populistas no le convencían por vacuas e inútiles y le habían hecho cambiar de idea.

Hace tiempo escribí en este blog que el día que vi entrar por primera vez en la sala de plenos del parlamento a los diputados electos de Podemos sentí vergüenza ajena, se me cayeron los palos del sombrajo como diría un castizo. Hasta ese momento, aunque sus mensajes radicales no acabaran de gustarme, y mucho menos de convencerme, conservaba la esperanza de que hubieran abandonado la etapa del campamento urbano para entrar en la dinámica política civilizada. Pero no era así y en aquel momento comprendí que lo peor estaba por llegar. Chaquetas en los respaldos de los asientos, recién nacidos amamantados en el escaño, gritos estridentes, charangas en la Carrera de San Jerónimo, un comportamiento que nada tiene que ver con el honorable oficio de la cosa pública, con la representación de los ciudadanos, y sí mucho con la chabacanería y el mal ejemplo social.

Desde entonces han sucedido muchas cosas, entre ellas que el electorado ha frenado sus expectativas de “asalto a los cielos”. Si hago caso de lo que me decía mi joven amigo hace unos días, quizá la causa haya que buscarla en esas formas, tan alejadas del sentir general de la ciudadanía española, a quien no le gusta ni las vulgaridades ni los estereotipos ni las exageraciones, a quien no le convence el populismo. El pueblo español está mucho más maduro de lo que algunos creen y nunca aceptará democráticamente actitudes que rechinen. No son prejuicios, no: es sabiduría popular.

Con esos materiales es imposible hoy por hoy construir en España una alternativa seria de izquierdas. No hay un sustrato homogéneo que la soporte, como lo había cuando el PSOE convencía a las amplias clases medias de este país, que son las que inclinan la balanza en las elecciones. Es cierto que el PSOE debe adaptarse a las nuevas circunstancias, revisar sus políticas y renovar sus estructuras. Pero mientras tanto, mientras este proceso tiene lugar -y en estos momentos lo está teniendo con intensidad-, hará muy bien en marcar las diferencias con lo que representa Podemos, como lo hizo cuando nunca se dejó convencer por los cantos que le llegaban desde el Partido Comunista, primero, y desde Izquierda Unida, más tarde.

Si no lo hace así, si se deja envolver por el radicalismo de sus “amigos” de Podemos cometerá un error, puede que irreversible, porque ni recuperará el voto perdido ni conservará la fidelidad de sus actuales votantes. Además, aunque muchos no acaben de entenderlo, lo peor será que algunos de esos votos irán a la abstención y otros a engrosar el número de electores conservadores, en cualquier caso a favorecer al partido popular.

En mi opinión, ya lo he dicho más de una vez en este blog, la aparición de Podemos, que pudo haber revitalizado la izquierda española, en realidad lo que ha conseguido es dinamitar a corto plazo las aspiraciones de la progresía moderada de este país, que es mucho más amplia de lo que algunos creen.


20 de octubre de 2016

Más sobre la militancia socialista y algo sobre los "amigos" de otros partidos

Es curioso observar la relatividad de los puntos de vista, aquello de los diferentes colores con los que se ve la realidad dependiendo del cristal con que se mire. Me refiero, para que no haya dudas interpretativas, a los asuntos opinables, sean de índole religiosa, política o sencillamente social, dicho lo último con el significado de todo aquello que afecte a un colectivo humano. Lo opinable no son ciencias exactas, no tiene soluciones únicas, sino que por el contrario puede haber varias respuestas, todas buenas -¿por qué no?-, dependiendo de las premisas que cada uno ponga al emitir su opinión.

Escribía yo hace unos días, a propósito de la abstención o voto negativo del grupo socialista en la investidura de Rajoy, que me parecían cortoplacistas las opiniones que defienden el no. Por supuesto que se trata de mi opinión, es decir, la que me dicta a estas alturas la visión que tengo del panorama político. Rajoy va a ser presidente del gobierno en cualquier caso y por tanto retrasar el momento no tiene ninguna ventaja. Por eso, aunque mi mente progresista me pida a gritos el voto negativo, veo alguna utilidad en acabar de una vez con la interinidad del PP y empezar a hacer una oposición efectiva.

Pero esa es mi opinión, que como todo el mundo sabe no comparten bastantes militantes socialistas. Estos días he tenido ocasión de volver a cambiar impresiones con alguno de ellos y me devolvía la oración por pasiva. Para él la visión cortoplacista radica en permitir que Rajoy gobierne gracias al voto socialdemócrata, porque esta actitud estigmatizaría al partido de tal manera que después puede que resultara muy difícil recuperar la credibilidad. Dos puntos de vista, como se ve, diametralmente distintos, dos opiniones que proceden de dos personas que defienden el mismo modelo de sociedad, al menos en líneas generales.

Es muy curioso observar como, en esta situación de debate interno del PSOE, los de Podemos piden a gritos a sus “amigos” socialistas el voto negativo. Digo que me parece curioso, porque a nadie se le escapa que con unas nuevas elecciones la izquierda corre el riesgo de que el PP mejore su posición parlamentaria, puede incluso que alcanzando la mayoría absoluta. Sin embargo, poco parece importarles a los de Pablo Iglesias –no sé a los de Íñigo Errejón- esta amenaza, lo que demuestra de manera evidente que prefieren asistir a la derrota de sus adversarios socialistas que controlar a la derecha antisocial y corrupta desde el parlamento, con la actual composición de la cámara baja. Al fin y al cabo lo que dicen que quieren, y pregonan a los cuatro vientos, es hacer oposición en la calle.

No sé cómo va a acabar la cosa, si con no, con abstención o con libertad de voto, porque a estas alturas todo cabe. Yo espero con interés la próxima reunión del Comité Federal del PSOE, en el que previsiblemente se decidirá la estrategia a seguir. No tengo ni idea de cuál será el resultado, porque por lo que me llega cualquier cosa pudiera suceder, ya que las discrepancias sobre este asunto son profundas. No diferencias ideológicas, me atrevo a decir, sino de carácter coyuntural, porque digan lo que digan algunos -sobre todo los "amigos"-, a ningún socialista le gusta que gobierne la derecha. En mi opinión, el partido no corre riesgo de dividirse por estas divergencias, como algunos agoreros señalan; aunque es evidente que en cualquier caso tendrá que someter sus estructuras a un profundo análisis de situación.

¿Pero quién no tiene que revisar sus estructuras?

12 de octubre de 2016

De la militancia, el asambleísmo y otros menesteres tan de moda

Me escribía el otro día un asiduo lector del blog que en esto de las tribulaciones del PSOE no me mojaba. En realidad lo que sucede es que quizá no haya tenido las ideas claras, lo confieso, como supongo que le estará ocurriendo a muchos de los que suelen votar al partido socialista, porque me parece un disparate permitir con la abstención que gobierne Rajoy, pero se me antoja una temeridad ir a una nueva repetición de elecciones, no ya pensando en los intereses del país -como pregonan los patriotas de vía estrecha-, sino en los del propio PSOE, el único partido que en España representa a la socialdemocracia. Por eso intento acercarme al problema siguiendo día a día la evolución de los acontecimientos, sin demasiados prejuicios, procurando formarme una opinión coherente. Y en ese proceder, en el análisis de las circunstancias que concurren, lo que sí he conseguido hasta ahora es desbrozar en parte el terreno. Me explicaré.

Con absoluto y total respeto a los militantes de cualquier partido, incluidos por supuesto los del partido socialista, lo que no se puede ni se debe hacer es recurrir al asambleísmo para tomar las decisiones del día a día. Las militancias son necesarias porque crean opinión, alimentan desde la base las ideologías de los partido y sirven de cantera para la extracción de sus líderes; y también, al menos en el PSOE, para elegir en primarias al secretario general. Pero no para acordar las tareas del día a día ni para enmendar la plana en situaciones de conflicto a los órganos de dirección, en los que hay que suponer que están representadas todas las tendencias. Me sorprende la miopía cortoplacista de algunos líderes socialistas, que no contentos con el espectáculo que entre todos –TODOS- montaron hace unos días, sigan insistiendo en la necesidad de consultar ya a las bases y en la conveniencia de celebrar en estos momentos un congreso extraordinario. Consulta sí, congreso también, pero no bajo la presión de las circunstancias. Hacerlo ahora sería un suicidio.

Por otro lado, la disciplina -no la obediencia ciega, que son afanes muy distintos- es un valor irrenunciable. La derecha lo sabe muy bien y así le van las cosas. Cuando ahora oigo voces discrepantes dentro del grupo parlamentario socialista, que proclaman a voz en grito que decida lo que decida el Comité Federal ellos votarán no en la investidura de Rajoy, se me altera el ritmo cardiaco. Algunos se han empeñado en cargarse el PSOE desde dentro y es posible que lo logren, porque aliados externos ni les faltan ni les van a faltar. ¿No sería más sensato esperar a las decisiones que adopte el órgano de dirección del partido, en cuya próxima reunión se supone que habrá un debate en profundidad? Pues no: siempre ha habido más papistas que el Papa.

Yo sigo confiando en que la cordura se imponga. De momento, Javier Fernández, un hombre que goza del respeto de una gran parte de la militancia y de la dirección, está haciendo en mi opinión las cosas bien desde la gestora del PSOE, sin precipitaciones innecesarias, a pesar de que el calendario apremia. Parece que sus propuestas van encaminadas a la abstención, previo acuerdo con el PP para depurar los presupuestos. Bruselas aprieta los tornillos, y para los socialistas siempre será preferible que las medidas a adoptar se pacten previamente. Es el mejor servicio que dadas las circunstancias pueden aportar en defensa de los más necesitados.  Es posble que no lo vean así algunos militantes y algunos dirigentes, pero así lo vemos muchos votantes o simpatizantes. Porque el mundo no se acaba con esta investidura, hay mucha tela todavía que cortar.

Creo que algo más sí me he mojado. ¿O no?


8 de octubre de 2016

Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios

Si consideramos que los partidos políticos son organizaciones necesarias e imprescindibles para que la democracia funcione con corrección, y añadimos a nuestras reflexiones que lo mejor que le puede suceder a un país es disponer de un sistema político de libertades democráticas, es muy posible que lleguemos a la conclusión de que ese discurso tan de moda ahora de que primero España y después el partido es una auténtica memez, una estulticia que ofende a la inteligencia. Elegir en una coyuntura poselectoral adversa la estrategia que más conviene no es ir contra los intereses generales, sino decidir lo que más interesa hacer, dentro del panorama completo del juego democrático en el que se participa. Actuar así beneficia al partido, por consiguiente al sistema y por lo tanto al país.

Durante todo este largo proceso -traumático para unos e hilarante para otros- que ha concluido con la dimisión de Pedro Sánchez como secretario general del PSOE, por mi mente han pasado muchas reflexiones, unas a favor de aquél y otras en contra. Algunas las he manifestado en este blog y otras las he guardado a buen recaudo en mi interior. Pero entre ellas nunca ha figurado la de que sus propuestas lesionaran los intereses de la nación. En política hay que tomar decisiones y a veces se acierta y otras se yerra. No sólo en política, sino ante cualquier disyuntiva en la que haya que decidir un camino a recorrer. Por eso, las acusaciones de haber puesto en riesgo los intereses del país me parecen infundadas, incluso me atrevo a decir que malintencionadas.

Ahora nos encontramos ante una curiosa situación, la de que al PP pudiera interesarle repetir las elecciones. Sabe, como sabemos todos los que hayamos seguido la situación durante las últimas semanas, que la debilidad actual del PSOE le favorecería, porque los conservadores dan por hecho que algunos de sus votantes fieles caerían en la abstención, otros no tan fieles irían a parar a Podemos y, por qué no, quizá algún desencantado se dejara deslumbrar por la estabilidad de la que presumen los neoliberales y les diera su confianza. Eso significaría probablemente un cambio de pesos relativos entre derechas e izquierdas en el parlamento y por tanto poder gobernar con mayor soltura que con la composición actual. Si hicieran eso, si Rajoy rechazara presentarse a una nueva votación de investidura alegando que no cuenta con suficientes apoyos (ya lo hizo hace unos meses), se le podría acusar de falsario, de hipócrita, de oportunista y de muchas otras cosas, pero no de maniobrar contra los intereses de España. Pretender presidir un gobierno estable no es antipatriótico, por mucho que para lograrlo haya que recurrir a añagazas parlamentarias. Como no lo era que Pedro Sánchez dijera aquello de no es no. Una cosa son los errores y otra actuar contra los intereses generales.

De todas formas, y volviendo a la hipótesis de que Rajoy decidiera no presentarse ahora a la sesión de investidura, dando lugar con ello a unas nuevas elecciones- las terceras en menos de un año-, lo que sí quedaría de manifiesto es la hipocresía con la que habría pasado de tildar a Sánchez de antipatriota a actuar después de la misma forma que durante tanto tiempo ha estado condenando a voz en grito. Eso se lo deberían tener en cuenta sus votantes, pero ya se sabe que los comportamientos que faltan a la ética más elemental no pasan factura en las elecciones, como no la pasa la corrupción galopante que su gobierno ha tolerado durante los últimos años. Es curioso, pero parece como si a los electores se les pusieran ciertas vendas ante los ojos cuando van a votar. Los politólogos utilizan el eufemismo de que el electorado ya había amortizado el dato.

Aunque no me sirva de consuelo, este fenómeno no es exclusivamente español. No hay más que acordarse de Berlusconi o, más recientemente, de la nominación de Trump como candidato del partido republicano a la presidencia de EEUU.

No, no somos los únicos.

4 de octubre de 2016

Sacudir el árbol para que se desprendan las hojas secas

Un viejo proverbio proclama que de vez en vez hay que agitar el árbol para que se desprendan las hojas secas, sabio consejo aplicable a muchas facetas de la vida. Le decía yo el otro día a un buen amigo, a propósito de la coyuntura por la que atraviesa el PSOE, que es posible que, a pesar del espectáculo que los socialistas dieron el sábado pasado, su partido salga fortalecido a medio plazo. No soy tan optimista como para opinar que el guirigay que formaron no les vaya a pasar factura a corto, pero sí lo suficiente animoso para recordar que las transformaciones políticas de cierta importancia suelen surgir tras grandes debates y fuertes controversias. De todo ello hubo en el Comité Federal, incluso en demasía.

El PSOE, visto desde mi óptica -por supuesto muy distinta de la que puedan tener los conservadores del PP o los anticapitalistas, comunistas, radicales de izquierda y toda esa larga retahíla de tendencias que militan o simpatizan con Podemos-, necesita un alto en el camino, una reflexión serena y una redefinición de objetivos y estrategias. El panorama político ha cambiado, para bien o para mal, pero ha cambiado. Esa es una realidad incuestionable que obliga, en primer lugar, a remarcar las diferencias con la izquierda radical –que son muchas y muy profundas- y, en segundo, a explicárselas a los ciudadanos. Nunca como ahora se hace tan imprescindible para los socialistas ejercer la pedagogía política, una ciencia que da la sensación de que hubieran olvidado por completo.

Supongo, aunque en política no se pueda estar seguro de nada, que ahora, tras la dimisión de Pedro Sánchez, los socialistas terminarán absteniéndose en la segunda votación de investidura de Rajoy, en la que, al no necesitarse mayoría absoluta, estarían permitiendo la formación de un gobierno conservador. Las cuentas para articular una alternativa no salen, por mucho que algunos intenten retorcerlas, y unas terceras elecciones podrían bajar aún más la representación que ahora ostenta el PSOE en el Congreso de los Diputados, con la consecuencia añadida de que el PP podría bordear la mayoría absoluta o incluso alcanzarla. Por eso, mientras que los 85 escaños actuales no permiten a los socialistas gobernar, sí los deja en buenas condiciones para controlar al gobierno de Rajoy desde la oposición.

Como todo eso hasta ahora no lo han explicado a la ciudadanía, enzarzados como estaban en disputas subterráneas -y no tan subterráneas-, nada de particular tiene que ningún dirigente socialista reconozca en estos momentos que es proclive a la abstención. Habrá que esperar a la próxima reunión del Comité Federal para comprobar qué sucede, pero no hay que ser demasiado sagaz para sospechar que por ahí, por la abstención en la segunda votación, irán las cosas.

Mientras tanto, Podemos pondrá el grito en el cielo acusándolos de ser lo mismo que el PP (en realidad eso lo vienen diciendo desde que nacieron), tratando así de ganar nuevos adeptos; y el señor Rajoy, que se las prometía felices pensando en unas terceras elecciones, no tendrá fácil excusa para eludir el voto de investidura. Los primeros continuarán con su incansable acoso al PSOE, que a veces parece que es lo único que les interesa, y los segundos se verán obligados a gobernar en minoría, con una oposición que no les permitirá cometer los desatinos de la pasada legislatura, cuando gozaban de mayoría absoluta.

Como decía al principio, es posible que si el partido socialista pone inteligencia, a medio plazo salga fortalecido tras el desagradable episodio que sus máximos dirigentes protagonizaron este fin de semana. Todo dependerá del saber hacer de los responsables. Si hacen las cosas bien, sin miopes, torpes y cortoplacistas precipitaciones, se lo agradecerán sus militantes y, sobre todo, los millones de españoles que todavía siguen confiando en soluciones progresistas moderadas, porque ni son conservadores ni confían en los cantos de sirena ni en las promesas cargadas de utopías.